Francia acaba de dar a Facebook un plazo de tres meses para que “deje de espiar” los datos de sus
abonados. Lo intima, en pocas palabras, a que deje de ser Facebook.
La mega red social junto a otras cuatro gigantes de la
computación -Apple, Microsoft, Google y Amazon- conforman el podio de la capitalización
bursátil del mundo. Son las puntas de lanza de la nueva economía global.
En rigor, no fueron las primeras en utilizar lo que Jaron Lanier
llama “servidores sirena”, por la capacidad de colectar datos y captar los clientes
elegidos con ofertas aparentemente beneficiosas, al estilo de las sirenas que
según nos cuenta Homero en La Odisea, encantaban a Ulises durante su regreso a
Itaca. Los primeros fueron los bancos, que ya desde hace varias décadas
comenzaron su uso especializado para “filtrar” y categorizar automáticamente a sus
posibles clientes por su capacidad
económica y otros datos con los que minimizaban los riesgos.
Lo que sí hacen las “cinco grandes” es recolectar
masivamente datos aparentemente inofensivos de sus usuarios, con los que
alimentan poderosos sistemas de clasificación de información en los que
asientan su capacidad de ingresos y su poder.
Estos nuevos gigantes corporativos se especializan en “pasar
el rastrillo” en cientos de millones de personas vinculadas a Internet –o sea
la totalidad del mercado- a quienes seducen con ofertas de servicios atractivos
que –no puede negarse- mejoran la vida de los usuarios. A cambio, acceden a
informaciones vitales sobre sus conductas, hábitos de consumo, formas de vida,
tendencias culturales, simpatías políticas, habitualidad de “navegación” en la
red, páginas visitadas e infinidad de pequeños datos, a la vez que infiltran en
sus artefactos personales –tabletas, PCs, celulares- programas espías que
mantienen esa información permanentemente actualizada.
¿Qué hacen con esa información? Pues, procesarla,
clasificarla de la forma en que pueda tener valor de mercado y luego
comercializarla. Son los cimientos de sus ingresos y la base de la nueva
economía, que no se limita a las “cinco grandes”. Cualquiera que haya entregado
sus datos o se haya adherido a un “Club” o “Comunidad” de un supermercado, de una
tienda, en Mercado Libre, en Despegar o en Airbnb o simplemente haya realizado
una búsqueda con un browser como Chrome, Safari o IExplorer en Google u otro
buscador habrá observado como al poco tiempo comienzan a aparecer ofertas de
bienes y servicios relacionados con su búsqueda en los sitios más
inverosímiles: el diario electrónico que lee, su sitio de Facebook o hasta en su
propio correo de Gmail.
Es que en la sociedad de la información, el capital más
valioso es…. la información. Esos pequeños micro-datos que por millones
recolectan en tiempo real las grandes redes son el canal de acceso al nuevo
mercado, el lugar de “realización de la ganancia” de toda clase de empresas,
previo paso de los potenciales usuarios por sus respectivos “servidores
sirena”. Así, una empresa discográfica sabrá qué clase de música llegará al
gran público, una editorial podrá realizar los filtros cruzados para potenciar
su acierto al elegir el autor o la temática que estimular y una empresa de salud o de seguro sabrá a qué
clientes potenciales le conviene dirigir su oferta o mercadeo, para reducir
riesgos al mínimo y en consecuencia, también reducir costos y maximizar
ganancias.
La información. Para el usuario son tal vez datos
intrascendentes en un formulario online, tan insignificantes como su fecha de
nacimiento –que lo categorizará en forma etaria-, su trabajo –del que se
deducirá su grupo de pertenencia económica y clase de posibles bienes a
adquirir-, su lugar de residencia –que lo ubicará en otro colectivo al que le
llegarán determinadas ofertas- o su disposición circunstancial al consumo, por
lo que está “buscando” en diferentes sitios, lo que permitirá vender ese dato a
las empresas que prestan ese servicio o venden ese bien.
Dice la leyenda que a la llegada de los conquistadores, los
indígenas –que no conocían el vidrio ni los espejos- accedían a cambiar su oro
por “espejitos de colores”. El oro tenía para ellos el valor de lo inútil. La
información, esa micro-información recogida por las grandes redes, son el
equivalente actual del oro. Los espejitos de colores son los juegos, las “aplicaciones”,
las “redes sociales” que ayudan a la nueva socialización de una sociedad
virtual, el otorgamiento “gratuito” de espacios de almacenamiento de
información en la red, o infinidad de atractivos bienes informáticos que llegan
a usuarios ansiosos de acceder a esas novedades al menor precio.
Ese menor precio es la aceptación de un espionaje de por
vida sobre su vida.
Esta afirmación ni siquiera conlleva una crítica, porque así
es la sociedad global en gestación. Oponerse sería como oponerse a la
existencia de manchas en la piel del tigre. No es resistiendo la tendencia
–inexorable- de la evolución humana sino tomando sus riendas como lograremos
que todos quienes deseen acceder al nuevo mundo puedan hacerlo. Para ello,
debemos detectar los problemas, actuar sobre ellos y normatizar el uso a fin de
evitar las posiciones dominantes que, al final y como los monopolios del viejo
mundo industrial, terminan conspirando contra el propio sistema.
Un sistema apoyado en los “servidores sirena”, en las
clasificaciones automáticas, en los servicios formatizados, en el alejamiento
de la pulsión vital de los seres humanos reales, terminará agotándose por falta
de carnadura. Todo cada vez más automático terminará con los empleos y en
consecuencia también con la capacidad de compra, ya que nadie habrá en
condiciones de adquirir los bienes producidos automáticamente, para mercados
automatizados con distribución automatizada y ganancias también generadas sin
participación humana.
Tal vez no esté mal que los servidores recolecten datos
automáticamente. Lo que no está bien es que lo hagan en forma oculta, sin que
los interesados lo adviertan y no sean retribuidos por esos datos en toda la
extensión de su valor. Tal vez no está mal que la economía genere bienes
direccionados a la demanda puntual de quienes puedan estar interesados en
ellos. Lo que no está bien es que en campos sensibles a la dignidad humana
–como la salud, la educación, la vivienda, la seguridad- las categorizaciones
automáticas dejen muchos seres humanos fuera de esos servicios por no
pertenecer a categorías con capacidad de pagar por ellos.
La nueva economía –la nueva sociedad- abre capítulos
inmensos a la reflexión y a la política que se sienta animada por los valores
de búsqueda de equidad, de libertad y de justicia. Sólo que éstos no responden
ya a las viejas herramientas de la política para el mundo industrial de los Estados-Nación,
sino que requiere nuevas indagaciones y nuevas respuestas, imaginando el futuro
más que insistiendo obsesivamente en el pasado, como si éste todavía existiera.
Aunque los temas de la nueva agenda son variados, tampoco es
necesario volver a inventar la pólvora: mercado de la red accesible a todos en
libertad, conectividad plena y cada vez más extendida, neutralidad de Internet,
transparencia en los procedimientos de recolección de datos y justa retribución
por la información. Sobre estos principios la nueva economía será democrática e
inclusiva, previendo y evitando las deformaciones de la “antigua”.
La acción política frente a la nueva economía debe
pensarse y ejecutarse además en claves
globales, porque globales son el campo en el que se desenvuelve, sus
principales empresas y el mercado en el que se realiza. El desafío incluye pero
supera la acción de cada Estado, que admite iniciativas locales –como la de
Francia- pero será estéril si no incluye a los países y regiones más poblados y
desarrollados cuyo involucramiento es necesario reclamar y hasta exigir.
Será una forma que al canto de las sirenas no se le oponga
el postrer lamento del cisne, sino el control responsable del timón por una
humanidad consciente buscando su mejor destino.
Ricardo Lafferriere
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