Los acontecimientos políticos que
conmocionaron estos días a la opinión pública –y lo vienen haciendo desde hace
varios meses, sin solución de continuidad- han reverdecido una afirmación que
muchos argentinos repiten, en algunos casos convencidos y en otros tal vez sin
pensar pero arrastrados por una especie de “main stream” de la opinión pública:
“los peronistas son todos iguales”.
La afirmación conlleva un singular
desafío intelectual: determinar los límites de la identidad colectiva. Es
indudable que “el peronismo” existe, como existe el Club Boca Juniors, el “radicalismo”,
“los católicos”, “los judíos”, “los gallegos” o “los tanos”. También lo es que,
en el campo político, la identidad suele estar determinada por los actos de
gobierno, o de oposición, del respectivo colectivo. Pero también es evidente
que la identidad es “polisémica”, en el sentido que define cosas diferentes,
las que es necesario indagar para no cometer errores de análisis que lleven a
conclusiones equivocadas.
“Los radicales”… ¿son todos
iguales? ¿Son todos iguales “los católicos”? ¿Fueron –y son- todos iguales “los
militares”? ¿o “los curas”? Es indudable que en cuanto agrupamientos integrados
por personas, con todo lo que implica en el respeto a la condición de “única e
irrepetible” que define a cada una, la afirmación del título conlleva un
oxímoron. Es imposible la igualdad absoluta.
De hecho, y focalizados en ese
interrogante, está claro que no son iguales un peronista de barrio que sólo
siente y vota, pero nunca “se metió” en política, que –pongamos por ejemplo- un
profesional de la escena política, se llame Cafiero, Menem, Kirchner o José
López. Tal vez sea similar diferencia a la que existe entre un hincha de Boca y un
dirigente profesional del Club, que tiene una agrupación y para el que las
palabras “Boca Juniors” incorporan una visión de elecciones internas, contactos
con los barras bravas, contratos para compra o venta de jugadores, concesión de
merchandising o participación en la “Cueva” donde se cambian cheques
non-sanctos. Sus mundos están separados por un abismo, ya que un modesto hincha
boquense sólo apasionado por su identificación con el juego o la camiseta
difícilmente siquiera entienda o le interese el entramado de líneas de poder y
negocios que para el otro es inherente a su idea de “Boca Juniors”.
Afinando el análisis, tampoco es
lo mismo en el segundo grupo el dirigente que con honestidad cree en las
virtudes de la promoción del deporte en las generaciones jóvenes y vuelca todo
su esfuerzo en la formación de las divisiones inferiores, por ejemplo, que el
que ve en la “política interna” del Club oportunidades de negocios y poder que
podría ejercitar sin mucho esfuerzo en cualquier otro espacio similar, sea un
club deportivo, de Hockey Femenino o de Tenis.
“Los peronistas” no son todos
iguales, como no son todos iguales los integrantes de los colectivos humanos.
Sin haber compartido nunca la épica, la ética, la estética ni el estilo
vertical del peronismo, me animo a afirmar que con toda su polisemia conforma
una presencia importante en el funcionamiento de la sociedad argentina. Tanto,
como los integrantes de Cambiemos, el otro gran espacio político-cultural
argentino, hoy mayoritario y gobernante.
Ambos son plurales, diversos y
funcionales al sistema político. Ambos necesarios y –me atrevo a decir-
imprescindibles para el desenvolvimiento de una democracia moderna. Representan
en lo profundo de su identidad dos estilos que no están separados tajantemente
por los valores, que ciertamente responden más bien al espíritu de época que a
sus esencias y en consecuencia impregnan a ambos y son cambiantes, sino en todo
caso por el estilo más o menos vertical de su sistema de toma de decisiones,
que pueden caricaturizarse pero que -hasta ellos- tienen una impregnación
recíproca. Ni el peronismo es total y absolutamente vertical, ni Cambiemos es
total y absolutamente horizontal, ya que correrse hacia esos márgenes los
llevaría a abandonar su verdadera justificación social, que es la funcionalidad
para la marcha del sistema político.
Lo hemos visto recientemente, con
la exageración verticalista del gobierno que terminó el 10 de diciembre de 2015,
como lo vimos a comienzos de siglo con la exageración horizontal del gobierno
de la Alianza. El primero condujo a una corrupción gigantesca, el último a una
implosión de poder que no permitió superar la crisis económica de cambio de
siglo. En ambos casos terminaron en crisis con diferentes características, pero
conmocionantes.
Ahora estamos en una situación
promisoria. Esos dos grandes agregados político-culturales que motorizaron la
historia argentina, que hoy expresan Cambiemos (representando el espacio que
durante el siglo XX fue contenido por el radicalismo, enriquecido por mejor
capacidad de gestión) y el peronismo (que buscará su reorganización depurándose
seguramente de sus exageraciones verticalistas y sus aristas corruptas), ambos
con sus ricos coloridos plurales, pueden ser los dos grandes pilares de la
democracia argentina del siglo XXI.
Esta afirmación es una esperanza,
pero también se insinúa en la realidad. En el mismo tiempo en que José López
lanzaba el fruto de sus delitos por sobre las rejas de un convento buscando
impunidad, la Cámara de Diputados con el aporte y el enriquecimiento
intelectual de muchos legisladores peronistas votaba con números abrumadores la
ley de reforma previsional y el blanqueo de capitales que la financiará,
propuestas por el oficialismo de Cambiemos; y el Senado aprobaba por mayoría
clara a los dos nuevos Jueces de la Corte Suprema, propuestos por el Presidente
de la República sin conocerlos, aun sabiendo que en los antecedentes de ambos
podían observarse lejanos parentescos axiológicos con los dos grandes espacios
político-culturales argentinos a que nos referimos más arriba, y que la fuerza
oficialista no contaba ni por asomo con la representación parlamentaria como
para asegurar por sí sola este resultado.
Es que el país seguirá. Se
depurará de sus lacras más lascerantes, pero retomará su marcha. En esa marcha,
todos los argentinos somos necesarios y nadie debe quedar excluido. Seguramente
Cambiemos mejorará su organización institucional y el peronismo avanzará en la
suya, con nuevos escalones dirigenciales generacionalmente más actualizados. En
el futuro gobernarán uno u otro, y el que no lo haga deberá ser una oposición
lúcida con vocación de poder. Y si no cumplen, serán reemplazados por otras
formaciones que tomen su lugar. Así funcionan las democracias modernas y así
sería bueno que lográramos hacer funcionar la nuestra.
Ese es el desafío mayor de las
generaciones que hoy protagonizan la primera línea de la política, la
comunicación, la economía, la cultura y la intelectualidad del país. Soltar
lastres y mirar el horizonte. Su responsabilidad no es el siglo XX –que ya
pasó, no podemos cambiar y que está en manos de la justicia y el juicio
histórico de la opinión pública-. Es el XXI, lo que viene, cuya agenda es
demasiado densa como para perder el tiempo entretenidos más de la cuenta en la
curiosa observación de lo que nos pasó, como no sea para aprender de los
errores.
Ricardo Lafferriere
2 comentarios:
Los dirigentes peronistas han demostrado ser iguales. Si hablamos de los simpatizantes, más allá de la división tajante que entre ellos y los otros crearon tanto el fundador del movimiento como los que los sucedieron de ese signo político. creo que -como en todo grupo social- los hay buenos, regulares y malos.
Muy buena tu nota y la reflexión sobre el papel que ocupa cada uno desde su lugar, los dirigentes que están ávidos de enriquecerse impunemente, los militantes y los simpatizantes que están ajenos al accionar de un gobierno de turno que se empeña en vaciar cajas en beneficio propio, levantando banderas que ellos mismos ensuciaron. Muchos de ellos, fuera de los dirigentes, son rehenes del clientelismo y de la condena a la pobreza eterna subsidiada.
Hace 26 años que vienen mutando unos 100 dirigentes políticos, pasando por el menemato, la Alianza y el kirchnerismo, son obscenamente corruptos.
Tengo parientes, amigos y conocidos que son peronistas, la gran mayoría no votó ni por el menemato ni por los K y quieren ver presos a todos los corruptos
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