sábado, 12 de marzo de 2022

PUTIN, JERJES, UCRANIA, LAS TERMÓPILAS





¿Cuál es el límite del chantaje nuclear? ¿Existe alguno? ¿O ya debemos asumir que quien tiene una bomba y amenaza a usarla si no se aceptan sus berrinches será dueño total de conductas, libertades, vidas y muertes de todos los seres humanos sobre la tierra?

Pareciera que éste es el gran interrogante de esta guerra vergonzosa, indignante, criminal.

Las ayudas llegan... desde lejos. Y el temor de los países -y no digo los gobiernos, digo claramente los países, los ciudadanos, los pueblos- que son sus vecinos y amigos los llevan a toma prudente distancia del conflicto, ante la atemorizante amenaza de los criminales de guerra.

Los gobiernos actuarían de otra forma si los ciudadanos así lo exigieran. No hacen más sencillamente porque no ven en sus ciudadanos una reacción de solidaridad tan absoluta que permita asumir ese riesgo. Algunos pueden pensar que es comprensible. El vergonzoso minué diplomático de los aviones cedidos por Polonia es una muestra indignante de este temor.

Sin embargo, esta guerra deberá hacernos asumir, a todos, que hemos entrado nuevamente en un período negro de la historia que llevará al límite la propia existencia humana. Le toca hoy a los ucranianos sufrir un martirologio que entrará en la historia. Pero es un anticipo de decisiones que tarde o temprano deberemos asumir todos. Si le sale bien, no se detendrá aquí.

Leí de un renombrado intelectual ucraniano, hace unos días, que su país está cumpliendo el papel de las nuevas Termópilas. El sacrificio de Leónidas y sus 300 espartanos permitió ganar el tiempo necesario para que las ciudades griegas depusieran sus litigios y recelos y se unieran para enfrentar al invasor persa conducido por Jerjes.

Sin Termópilas no hubieran existido Salamina ni Platea y tal vez no hubiera existido el imperio romano ni occidente tal como lo conocemos. Sin Termópilas quizás el mundo estaría gobernado hoy por los Ayatollahs y hablaríamos persa en todo el mundo. No hubiera existido la democracia clásica ni sus herederas. Ni el arte, los valores, el derecho, la justicia, ni mucho menos los derechos humanos ni la democracia. No existiría nuestra propia historia.

 Ese proceso se ha iniciado ya, con una actitud más unida y firme de Europa, que sin embargo no alcanza para detener la agresión inmunda del criminal de guerra. Y todo indica que ante esa pasividad en el momento de los que podrían ayudar -nada más que enviando armas, aviones, tanques- la suerte de estos héroes ucranianos está echada.

El nuevo Jerjes se encuentra frente a la insólita novedad que sus atacados le rememoran otro sitio feroz e inhumano: el de los nazis a Stalingrado, que él conoce bien como conocedor que es de la historia de Rusia. La otra novedad, correlativa, es que ahora el émulo de Hitler es él y los héroes que emulan la resistencia del pueblo ruso frente a la invasión nazi son los ucranianos. Zelenski, el Leónidas del siglo XXI, se está inmolando al frente de su pueblo, para que todos tengamos tiempo de organizarnos, armarnos para la defensa y superar nimiedades.

En nada nos consuela, sin embargo, esta convicción. La masacre se está desarrollando ahora, los héroes están muriendo ahora, la bestia está asesinando ahora. No ha respetado el derecho internacional, ni los principios de las Naciones Unidas a los que se obligó con su firma, ni siquiera los principios elementales de moralidad humana. No se trata de un terrorista marginal, sino del jefe de una potencia nuclear que se comporta como un terrorista.

Matar, esa es la consigna. Combatientes o no, hombres y mujeres, viejos y niños. Matar a distancia, para no correr riesgos. Misiles, bombardeos aéreos, bombas racimo y hasta bombas termobáricas, ese nuevo artefacto infernal que disuelve los cuerpos en un radio de un kilómetro. Nada de eso conmueve a los vecinos ni a los congéneres, que oscilan entre el miedo, la hipocresía y el cinismo, del que China está mostrando ser maestro. 

Y -por qué no decirlo- los propios EEUU, invocando el argumento del posible terror nuclear para reducir su apoyo al importante aporte de armas y sanciones, más útil para su  posicionamiento post-bélico que para detener la masacre, con el discutible argumento sobreactuado de la "no escalada". Argumento que -como solemos decir los abogados- "prueba demasiado", porque si la amenaza nuclear neutralizara toda reacción de defensa, reconoceríamos el derecho del más fuerte a actuar sin límites contra los más débiles, o sea consagraría el fin del derecho internacional.

Terrible momento del mundo, que pone a prueba valores y sentimientos de la humanidad entera.

Ricardo Lafferriere

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