Como un experimento poco exitoso, el gobierno de coalición conformado
por el socialismo de Pedro Sánchez, Podemos, Bildu y los nacionalistas
catalanes y vascos terminó siendo dominado por las agendas de sus socios
minoritarios. Éstos, apenas advirtieron que la defección de cualquiera de ellos
golpearía al gobierno en su línea de flotación, lo sometieron a un chantaje
permanente imponiéndole sus agendas, o sea apropiándose de la coalición en gran
parte de sus políticas y mostrando una administración contradictoria en otras.
La contradicción más clara fue la internacional: mientras el
gobierno de España apoya a Ucrania frente a la invasión rusa -incluso mandando
armamento-, medio gabinete es rusófilo y no pierde oportunidad de rescatar a
Putin. No fue la única: modificación del Código Penal derogando de la figura de la rebelión e indulto
a los condenados por el Tribunal Supremo y atenuación del delito de
malversación de caudales públicos (exigido por los independentistas catalanes),
reforma de leyes penales que permitió la reducción de penas a centenares de
violadores y la libertad de decenas de condenados (exigido por Podemos),
el deterioro de la educación pública al permitir “pasar de grado” con mayor
flexibilidad y la reescritura de la historia de España (ídem), trato
privilegiado a los condenados por
terrorismo y crímenes de sangre de ETA -entre ellos, contra varios dirigentes y
militantes socialistas- (exigido por Bildu) y otras leyes leídas por los
ciudadanos como una intromisión inaceptable en su vida privada.
Para mostrar “unidad de la coalición”, recurrió sin suerte a
un relato escrito para forzar la polarización que evitara el debate interno
socialista con el argumento del “peligro de la derecha del PP y VOX”. Nada que
no tenga parecidos con la realidad argentina: hasta versiones del “plan
platita”, entregando graciosamente 400 euros a cada español que cumpliera 18
años, simplemente para “utilizar en actividades culturales” decididas
libremente por cada beneficiario.
La consecuencia de este fenómeno se volcó, como no podía ser
de otra manera, al respaldo electoral. El PSOE, a pesar de una aceptable pero
discutida gestión económica, abandonó su lucha por adueñarse del “centro”
político, pasando a disputar sólo el “ala izquierda” de la opinión pública a
sus socios, abriendo al PP una oportunidad inmejorable para instalarse como el
dueño del sentido común, la estabilidad política, la coherencia constitucional
y la integridad de España. Esta oportunidad se amplió con el surgimiento y la
instalación de VOX -ya permanente en la política española, en cuanto se puede
prever- que resultó el reservorio de los restos franquistas ex – PP. La
“derecha nacionalista” organizó así su propio partido lo que permitió que el PP
pudiera “soltar amarras” hacia posiciones social-liberales moderadas.
Hoy, en trazos gruesos, el socialismo de Pedro Sánchez es
visto por la opinión pública como la sucursal española del bolivarianismo y del
populismo global y el PP como el partido moderno, centrista, cosmopolita y
europeísta. Es el que expresa con mayor claridad la continuidad de la
transición democrática, de la coexistencia con el otro partido “nacional” -el
viejo PSOE- y del sentido común. Para un observador argentino, recuerda al
radicalismo de Balbín: fuertemente ubicado en el centro político, el
constitucionalismo, la defensa de las libertades públicas y esquivo a las
definiciones “ideológicas” totalizadoras, de cualquier flanco.
Estas afirmaciones surgen de los hechos. Las encuestas y las
propias jornadas electorales han mostrado que, aún en Andalucía -centro de
gravedad político del PSOE desde el inicio de la democracia- el PP logró hace
un año la mayoría absoluta en el gobierno autonómico (nuestras “provincias”) y
este predominio se ha confirmado en las últimas elecciones municipales, en las
que desplazó a prácticamente todas las administraciones locales socialistas, lo
que hubiera sido imposible sin haber contado con el voto de millares de
ciudadanos que se decantaban, en otros tiempos por el socialismo: herida en el
corazón del PSOE, al que Sánchez forzó a darle a estas elecciones locales el
sentido de un plebiscito de su gestión, en lugar del correspondiente debate
local que hubiera salvado a decenas de eficientes administraciones locales
socialistas.
El 28 de julio habrá elecciones anticipadas. El futuro es
opaco y hasta que se abran las urnas, nada es definitivo. Sin embargo, pueden
arriesgarse tendencias, alimentadas por las acciones de los protagonistas.
Sánchez ha preferido insistir en sus trece: su mensaje sube la apuesta a la
polarización ideológica, profundiza su alejamiento del centro y reivindica su
alianza con sus actuales “partenaires”. Por la negativa, se esfuerza por
mostrar como rivales al “PP y VOX” como un bloque , negándose a aceptar que el
contencioso ideológico ya no tiene vigencia, que VOX no asusta a nadie -al
menos, a muchos menos de los que asustan Podemos, los separatistas y
Bildu-, y que una sociedad de clase
media como la española, construida con el diálogo-contencioso virtuoso de la
transición escapa a esta polarización y prefiere ampliar su espacio de libertad
personal, aún manteniendo y hasta profundizando las políticas inclusivas que no
son propiedad de ningún partido, sino de todos -hasta del propio VOX-.
Núñez Feijóo, por el contrario, profundiza su mensaje
centrista: racionalidad fiscal, respaldo concreto a los emprendedores, alivio
del peso impositivo reduciendo el estado elefantiásico construido por Sánchez,
unidad de España, defensa y ampliación de los espacios de libertad personal de
los ciudadanos en su vida cotidiana y “mano tendida” a los socialistas no
representados por la deriva populista actual de su partido -reconoció haber
votado por Felipe González en las dos primeras elecciones de la democracia-.
Resulta “a priori” beneficiado por la dureza política de VOX, en los extremos
del “anti-Sanchismo”, ya que le alcanzaría con superar en escaños, en
solitario, a la suma del PSOE y sus socios, para gobernar aún sin alcanzar la
mayoría absoluta, dado que es impensable un apoyo de VOX al conglomerado
populista.
Aun cumpliendo con el rito de cordialidad televisiva impuesto por la cultura política española, dos caminos se enfrentan el domingo. En clave argentina y aunque la comparación no sea totalmente estricta, uno lo acerca al kirchnerismo. El otro, a la oposición republicana.
Ricardo Lafferriere
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