"Penélope Glamour”, “Keops”, “Sarmiento”... papeles interpretados por quien, si debiera ser clasificada por Mallea en su recordada caracterización de los dos “tipos” de argentinos, claramente no estaría entre los “argentinos invisibles”, aquellos que con su trabajo tesonero, su humildad, su sabiduría y sus valores construyen el presente y el futuro del país. Por el contrario, pareciera cumplir con precisión los requisitos del típico “argentino de la representación”, el que “siempre aparenta, pero nunca es”.
El tema no pasaría a mayores si quien dice sentirse esas figuras no fuera, justamente, la “primera representante” de los argentinos, quien ocupa nada menos que la “jefatura suprema de la Nación”, como pomposamente define la Constitución Nacional a la función presidencial.
Puede ser que tenga vocación de actriz. No estaría mal, si se dedicara a su vocación. Representar un personaje de dibujos animados televisivos, sentirse el faraón más reputado de Egipto antiguo o actuar pensándose a sí misma como una especie de Sarmiento del siglo XXI la convertirían en una gran profesional, con versatilidad y frescura seguramente admiradas por la crítica.
El problema surge cuando los personajes son contradictorios, pero la función representada es única. El grito “Socorro, socorro” que caracterizaba al personaje del “comic” por su torpe impotencia ante situaciones inesperadas poco tiene que ver con la solemne y fría utilización del poder despótico de uno de los reyes más autócratas de la antigüedad egipcia, como lo fue Keops –recordado, además de por la Gran Pirámide, por su concentración del poder dando origen al primer estado absolutista de la historia- y ambos están en las antípodas de la vocación democrática, la austeridad republicana y el serio compromiso con la vigencia de la ley y la capacitación popular del gran sanjuanino.
La presidencia de una República democrática tiene algo de la “representación”, pero no de la misma que hablaba Mallea. La “representación” política conlleva siempre una tarea de interpretación de los ciudadanos, porque supone que el poder que se ejerce radica en la voluntad de ese mandante a quien se le reconoce soberanía. La representación de Mallea, por el contrario, alude a la permanente actitud de mostrarse como lo que no se es para aparentar ser más, o diferente. La picaresca popular le daría a esta clase de representación un nominativo más pedestre: el conocido “chanta” de nuestro lunfardo rioplatense, que lamentablemente tiene entre nosotros una presencia más que peligrosa cuando su titular tiene poder...
La sana cultura política en una democracia consiste entonces en representar a los ciudadanos en las decisiones que deben tomarse –para lo cual el requisito fundamental no es tanto hablar como saber escuchar-, pero a la vez, representarse a sí mismo –si hubiera algo que mostrar- cuando se trata del estilo, la personalidad y los valores.
Los argentinos, en este sentido, respetarían más a una “primer ciudadana” que fuera lo que es, aunque no fuera tanto, que a quien diga sentirse –sucesivamente- Penélope Glamour, el faraón Keops o Domingo Faustino Sarmiento, sin “ser” ninguno de los tres.
Ricardo Lafferriere
Sentaku es una palabra japonesa con dos acepciones: limpieza, y elección. Abarcan lo que soñamos para la Argentina: un país que haya limpiado sus lacras históricas, y que elija con inteligencia su futuro. Limpiamente, libremente.
miércoles, 7 de abril de 2010
martes, 30 de marzo de 2010
"Más dura que una bigornia"
El anuncio presidencial de la posible derogación del impuesto al cheque “para 2011” genera la misma reacción que produjo en Gerardo Morales, meses atrás, la actualización inexorable a la baja de los haberes previsionales defendida por Pichetto: ustedes tienen “la cara más dura que una bigornia”.
No puede leerse de otra forma el cínico anuncio, pensado obviamente en el desfinanciamiento del gobierno que los suceda y de ninguna manera en la racionalidad del esperpéntico sistema impositivo argentino.
Si cree que el impuesto al cheque es distorsivo –como lo viene sosteniendo toda la oposición desde hace años-, pues que abra la discusión del presupuesto, proponga su derogación para ya (no para cuando ella se vaya) y discuta en el Congreso, como ordena la Constitución, de dónde saldrán los recursos para el funcionamiento del Estado y dónde se gastarán. Termine con estas improvisaciones discursivas rudimentarias que dañan al país, y gobierne, de una vez por todas, antes del 2011 que es cuando le toca hacerlo.
Pero la presidenta invierte los términos. Le pide a la oposición que le dé ideas de gobierno ahora –cuando tendría que tenerlas ella- y, a la vez, anuncia medidas para cuando ella ya no esté –lo que debiera, en realidad, hacer la oposición-.
El mundo del revés.
Y la cara más dura que una bigornia.
A propósito: la bigornia es una herramienta destinada a marcar el enroscamiento en los extremos de los caños. Como debe realizar un trabajo extremadamente fuerte, están confeccionadas por lo general con aceros especiales. Muy duros. Como la cara de Pichetto, y de Cristina.
Ricardo Lafferriere
No puede leerse de otra forma el cínico anuncio, pensado obviamente en el desfinanciamiento del gobierno que los suceda y de ninguna manera en la racionalidad del esperpéntico sistema impositivo argentino.
Si cree que el impuesto al cheque es distorsivo –como lo viene sosteniendo toda la oposición desde hace años-, pues que abra la discusión del presupuesto, proponga su derogación para ya (no para cuando ella se vaya) y discuta en el Congreso, como ordena la Constitución, de dónde saldrán los recursos para el funcionamiento del Estado y dónde se gastarán. Termine con estas improvisaciones discursivas rudimentarias que dañan al país, y gobierne, de una vez por todas, antes del 2011 que es cuando le toca hacerlo.
Pero la presidenta invierte los términos. Le pide a la oposición que le dé ideas de gobierno ahora –cuando tendría que tenerlas ella- y, a la vez, anuncia medidas para cuando ella ya no esté –lo que debiera, en realidad, hacer la oposición-.
El mundo del revés.
Y la cara más dura que una bigornia.
A propósito: la bigornia es una herramienta destinada a marcar el enroscamiento en los extremos de los caños. Como debe realizar un trabajo extremadamente fuerte, están confeccionadas por lo general con aceros especiales. Muy duros. Como la cara de Pichetto, y de Cristina.
Ricardo Lafferriere
miércoles, 17 de marzo de 2010
Tupamaro "neoliberal"
“Haremos una política económica ortodoxa y prolija”, fue la contundente afirmación del presidente del Uruguay, José Mujica, en su discurso de asunción de mando. Este hombre de 70 años ha luchado durante toda su vida por una política de “izquierda”, fue guerrillero Tupamaro en los años de plomo y pertenece al ala más dura del Frente Amplio, que derrotó en las elecciones internas de su agrupación al moderado Danilo Astori, a quien ofreció la Vicepresidencia.
El matrimonio presidencial argentino presenció la ceremonia y aplaudió el discurso. No visitó a Mujica en su granja, como estaba programado, seguramente para evitar las comparaciones obvias que realizaría la prensa entre la modesta explotación y vivienda rural del presidente uruguayo con las multimillonarias infraestructuras del Calafate, “lugar en el mundo” de la inefable presidenta argentina.
Consecuente con su llamado a la unidad, los primeros pasos de Mujica fueron de confluencia. Se recuerda aún su exposición en Punta del Este, junto a los ex presidentes Sanguinetti y Lacalle y a su ex rival colorado Bordaberry, convocando a los empresarios a invertir en el Uruguay, donde “no se les romperá el lomo con impuestos y no se les expropiará nada”.
Antes, cuando le tocó desempeñarse como Secretario de Agricultura, impulsó fuertemente la producción agropecuaria uruguaya, provocando la conocida afluencia de productores entrerrianos, santafecinos, cordobeses y bonaerenses, que ha revolucionado el campo uruguayo con un boom productivo de alta tecnología. Más del 65 % de la producción de soja uruguaya es generada por estos argentinos que pueden trabajar tranquilos, sin el peligro constante de las chifladuras del gobierno. Sin subsidios y sin retenciones, sin privilegios y sin castigos. Con la cuarta parte del rodeo que tiene la Argentina, exporta más carne que su vecino y provee al mercado interno uruguayo de cortes más baratos que al otro lado del río, donde otra vez el matrimonio gobernante ha resuelto profundizar su ofensiva persiguiendo el exterminio del sector ganadero, al disponer en forma grosera e inconstitucional la prohibición de exportar.
Ahora Mujica va más allá. “Soldados de mi patria: aquí no hay ni vencedores ni vencidos”, ha expresado a las Fuerzas Armadas del Uruguay. En su búsqueda obstinada de unidad nacional, impulsa un cambio en la situación jurídica de los jerarcas militares condenados por delitos cometidos durante la última dictadura. “No quiero viejos presos”, ha afirmado Mujica, seguramente recordando que contra esos “viejos” él peleó cuando había que hacerlo, tiempos en los que los muertos eran de ambos bandos. Ahora que a él le toca ser presidente, prefiere mirar hacia adelante y escaparle a los recuerdos de épocas sangrientas, tanto como a los coletazos que sólo reciclan odios.
Curioso que los intelectuales de Carta Abierta, la Faraona o su cónyuge, no hayan puesto el grito en el cielo ante este “tupamaro neoliberal”, democrático y honesto, de quien, lamentablemente para los argentinos, no toman ningún ejemplo.
Ricardo Lafferriere
El matrimonio presidencial argentino presenció la ceremonia y aplaudió el discurso. No visitó a Mujica en su granja, como estaba programado, seguramente para evitar las comparaciones obvias que realizaría la prensa entre la modesta explotación y vivienda rural del presidente uruguayo con las multimillonarias infraestructuras del Calafate, “lugar en el mundo” de la inefable presidenta argentina.
Consecuente con su llamado a la unidad, los primeros pasos de Mujica fueron de confluencia. Se recuerda aún su exposición en Punta del Este, junto a los ex presidentes Sanguinetti y Lacalle y a su ex rival colorado Bordaberry, convocando a los empresarios a invertir en el Uruguay, donde “no se les romperá el lomo con impuestos y no se les expropiará nada”.
Antes, cuando le tocó desempeñarse como Secretario de Agricultura, impulsó fuertemente la producción agropecuaria uruguaya, provocando la conocida afluencia de productores entrerrianos, santafecinos, cordobeses y bonaerenses, que ha revolucionado el campo uruguayo con un boom productivo de alta tecnología. Más del 65 % de la producción de soja uruguaya es generada por estos argentinos que pueden trabajar tranquilos, sin el peligro constante de las chifladuras del gobierno. Sin subsidios y sin retenciones, sin privilegios y sin castigos. Con la cuarta parte del rodeo que tiene la Argentina, exporta más carne que su vecino y provee al mercado interno uruguayo de cortes más baratos que al otro lado del río, donde otra vez el matrimonio gobernante ha resuelto profundizar su ofensiva persiguiendo el exterminio del sector ganadero, al disponer en forma grosera e inconstitucional la prohibición de exportar.
Ahora Mujica va más allá. “Soldados de mi patria: aquí no hay ni vencedores ni vencidos”, ha expresado a las Fuerzas Armadas del Uruguay. En su búsqueda obstinada de unidad nacional, impulsa un cambio en la situación jurídica de los jerarcas militares condenados por delitos cometidos durante la última dictadura. “No quiero viejos presos”, ha afirmado Mujica, seguramente recordando que contra esos “viejos” él peleó cuando había que hacerlo, tiempos en los que los muertos eran de ambos bandos. Ahora que a él le toca ser presidente, prefiere mirar hacia adelante y escaparle a los recuerdos de épocas sangrientas, tanto como a los coletazos que sólo reciclan odios.
Curioso que los intelectuales de Carta Abierta, la Faraona o su cónyuge, no hayan puesto el grito en el cielo ante este “tupamaro neoliberal”, democrático y honesto, de quien, lamentablemente para los argentinos, no toman ningún ejemplo.
Ricardo Lafferriere
viernes, 12 de marzo de 2010
Descarriló Lula...
La notable perfomance económica del Brasil en la última década –iniciada durante la presidencia de Fernando Henrique Cardoso y continuada prácticamente sin cambios durante las dos gestiones de Luis Ignacio “Lula” da Silva- ha sido motivo de análisis encomiables de prácticamente todo el arco político latinoamericano y hasta mundial.
Brasil ha llegado a acercarse al grupo de los países de mayor producto bruto interno del mundo, con las perspectivas ciertas de acceder al “top ten” en breve tiempo. Ese crecimiento ha sido acompañado de una adecuada articulación interna, que sacó de la pobreza a decenas de millones de personas, y amplió su clase media a un porcentaje que supera a su tradicional vecino, la Argentina, cuyo deterioro durante los últimos lustros no ha cambiado su rumbo de decadencia iniciado en 1930.
Brasil tiene energía, alimentos, industrias, mejoramiento social, reducción de la miseria, reservas internacionales, política ambiental. Cierto es que el azote del narcotráfico aún asola regiones muy pobladas de Rio de Janeiro, San Pablo y otras ciudades importantes, pero también lo es que el combate contra esta lacra ha sido constante, y está alejado de las complicidades políticas que muestra, por ejemplo, en el conurbano de Buenos Aires.
Su política interna ha sido, por lo que se sabe, democrática. El parlamento tiene un funcionamiento plural con un colorido diverso que no le ha impedido contar con el respaldo suficiente para su gestión de gobierno, y no existen denuncias serias por violaciones de libertades públicas –como en otros países del continente- o de presiones a la prensa, como en Venezuela, Bolivia o Argentina.
Por eso causaron tanto asombro sus últimas afirmaciones sobre la reiteración de la “doctrina Estrada” aplicada en su interpretación más extrema, reaccionando contra la saludable tendencia, iniciada luego de la segunda guerra mundial, de ubicar a los derechos humanos como un conjunto de derechos que supera en importancia a la soberanía de los estados, en razón justamente de la prioridad que la dignidad de las personas merece en el actual estadio del desarrollo de la civilización.
Los derechos humanos no tienen patria: son de todos. Su intento de limitar la protección a los derechos humanos tras las barricadas nacionalistas, que levantó con tanto énfasis el proceso militar argentino con el apoyo de la dictadura castrista y de la ex Unión Soviética es una antigualla repudiada por toda la opinión democrática del mundo.
La argumentación de Lula, de que “Cuba tiene sus propias leyes, que deben ser respetadas” ignora la ausencia no sólo de justicia independiente, de elecciones periódicas y competitivas para elegir gobierno, de prensa libre, de respeto a los derechos humanos establecidos en la Carta Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas -a la que Cuba está obligada- y de los derechos a los derechos más elementales a juicio imparcial, defensa confiable y neutralidad judicial: niega la jurisdicción supraestatal contra los delitos aberrantes, que la Argentina ha impulsado como política de Estado desde tiempos de Alfonsín, sostenida por Menem, De la Rúa, Duhalde y la propia gestión kirchnerista, impulsando el Tratado de Roma y la Corte Penal Internacional.
Y atacar a luchadores por la democracia cubana que se ponen en riesgo inminente de vida comparándolo con los narcotraficantes, asesinos y violadores de su país es indigno de alguien que, antes de ser presidente, compartió trincheras, movilizaciones y esfuerzos para que su patria recuperara la democracia, que tan buenos frutos le ha dado en sucesivas gestiones, incluso en la suya.
El giro dado por el presidente del Brasil en los ultimos tiempos es preocupante. Recibió al represor Amadinejah, viajó a Irán invitado por la dictadura fundamentalista y criminal de los Ayatollahs, y ahora condena con todo el peso político que implica la declaración nada menos que del presidente de la principal nación sudamericana a heroicos luchadores que enfrentan en forma desigual una dictadura indigna de la vocación libertaria de Martí.
Sería de desear que el presidente del Brasil recapacite urgentemente y comprenda el peligro para la democracia latinoamericana y para la causa de los derechos humanos que implican sus inexplicables declaraciones, sus acercamiento a dictaduras como las que en otros tiempo él combatió y su adhesión a teorías soberanistas propias del mundo de hace décadas, cuyas consecuencias lamentables fueron las guerras más atroces y las matanzas más sangrientas de la historia de la humanidad.
Ricardo Lafferriere
Brasil ha llegado a acercarse al grupo de los países de mayor producto bruto interno del mundo, con las perspectivas ciertas de acceder al “top ten” en breve tiempo. Ese crecimiento ha sido acompañado de una adecuada articulación interna, que sacó de la pobreza a decenas de millones de personas, y amplió su clase media a un porcentaje que supera a su tradicional vecino, la Argentina, cuyo deterioro durante los últimos lustros no ha cambiado su rumbo de decadencia iniciado en 1930.
Brasil tiene energía, alimentos, industrias, mejoramiento social, reducción de la miseria, reservas internacionales, política ambiental. Cierto es que el azote del narcotráfico aún asola regiones muy pobladas de Rio de Janeiro, San Pablo y otras ciudades importantes, pero también lo es que el combate contra esta lacra ha sido constante, y está alejado de las complicidades políticas que muestra, por ejemplo, en el conurbano de Buenos Aires.
Su política interna ha sido, por lo que se sabe, democrática. El parlamento tiene un funcionamiento plural con un colorido diverso que no le ha impedido contar con el respaldo suficiente para su gestión de gobierno, y no existen denuncias serias por violaciones de libertades públicas –como en otros países del continente- o de presiones a la prensa, como en Venezuela, Bolivia o Argentina.
Por eso causaron tanto asombro sus últimas afirmaciones sobre la reiteración de la “doctrina Estrada” aplicada en su interpretación más extrema, reaccionando contra la saludable tendencia, iniciada luego de la segunda guerra mundial, de ubicar a los derechos humanos como un conjunto de derechos que supera en importancia a la soberanía de los estados, en razón justamente de la prioridad que la dignidad de las personas merece en el actual estadio del desarrollo de la civilización.
Los derechos humanos no tienen patria: son de todos. Su intento de limitar la protección a los derechos humanos tras las barricadas nacionalistas, que levantó con tanto énfasis el proceso militar argentino con el apoyo de la dictadura castrista y de la ex Unión Soviética es una antigualla repudiada por toda la opinión democrática del mundo.
La argumentación de Lula, de que “Cuba tiene sus propias leyes, que deben ser respetadas” ignora la ausencia no sólo de justicia independiente, de elecciones periódicas y competitivas para elegir gobierno, de prensa libre, de respeto a los derechos humanos establecidos en la Carta Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas -a la que Cuba está obligada- y de los derechos a los derechos más elementales a juicio imparcial, defensa confiable y neutralidad judicial: niega la jurisdicción supraestatal contra los delitos aberrantes, que la Argentina ha impulsado como política de Estado desde tiempos de Alfonsín, sostenida por Menem, De la Rúa, Duhalde y la propia gestión kirchnerista, impulsando el Tratado de Roma y la Corte Penal Internacional.
Y atacar a luchadores por la democracia cubana que se ponen en riesgo inminente de vida comparándolo con los narcotraficantes, asesinos y violadores de su país es indigno de alguien que, antes de ser presidente, compartió trincheras, movilizaciones y esfuerzos para que su patria recuperara la democracia, que tan buenos frutos le ha dado en sucesivas gestiones, incluso en la suya.
El giro dado por el presidente del Brasil en los ultimos tiempos es preocupante. Recibió al represor Amadinejah, viajó a Irán invitado por la dictadura fundamentalista y criminal de los Ayatollahs, y ahora condena con todo el peso político que implica la declaración nada menos que del presidente de la principal nación sudamericana a heroicos luchadores que enfrentan en forma desigual una dictadura indigna de la vocación libertaria de Martí.
Sería de desear que el presidente del Brasil recapacite urgentemente y comprenda el peligro para la democracia latinoamericana y para la causa de los derechos humanos que implican sus inexplicables declaraciones, sus acercamiento a dictaduras como las que en otros tiempo él combatió y su adhesión a teorías soberanistas propias del mundo de hace décadas, cuyas consecuencias lamentables fueron las guerras más atroces y las matanzas más sangrientas de la historia de la humanidad.
Ricardo Lafferriere
Sensatez... o rapiña
Conocemos ya los argentinos, por la lamentable experiencia de 1975 y aún de 1989 el efecto vertiginoso de los vórtices pre-hiper-inflacionarios. Por eso, al escuchar los cantos de sirena de quienes echan nafta al fuego con la vieja cantinela de la “redistribución del ingreso” como los vociferados por el expresidente en su discurso de reasunción, no surge la alegría de aquel al que le va bien, sino la preocupación de salvar lo que sea posible de sus ingresos, sean estos pocos, regulares o muchos ante la tormenta que se avecina. Desde el jubilado hasta el empresario están con su cabeza pensando cómo atenuar los daños inminentes.
No es necesario ser economista para darse cuenta de lo que está pasando en el país. Los argentinos “huelen” la inflación y para atenuar sus consecuencia en sus finanzas personales consumen hasta el último centavo de sus ingresos para evitar que se le licúen frente a los precios desatados. Pero no sólo eso: también se endeudan en cuotas eternas en la ilusión de que de esa forma accederán a bienes durables que, luego de ser golpeados por la inflación, se harán inaccesibles. Los precios “fijos a 30 meses”, por su parte, han incluido ya gran parte de la inflación prevista, por lo que implican una fenomenal estafa a los compradores pero generan un “virtual efecto riqueza” similar a la orquesta del Titanic, tocando las alegres melodías de los “años locos” mientras la nave se va a pique.
Dichos planes de venta eternizados son financiados con dinero extraído de la caja previsional y del Banco Central a través de mecanismos engañosos y en todo caso concentran el escaso crédito privado. Pero como la inversión no existe debido a la inestabilidad de reglas de juego y la incertidumbre generada por la inexistencia del estado de derecho, no hay mayor producción y sí provocan mayores precios.
Los datos sobre el nivel de actividad son elocuentes: la industria está trabajando a menos del 70 % de su capacidad instalada, y los niveles físicos de venta no superan los de hace un año a pesar de que se ha volcado en el mercado un adicional de más de 10.000 millones de pesos desde octubre a febrero últimos. Las encuestas a empresarios muestran que no existe ninguna predisposición a incrementar los niveles de producción y mucho menos a ampliar el equipamiento o los planteles. Prefieren ganar subiendo precios y luego convertir sus ganancias a divisas, en la espera de lo que ocurra. En otras palabras: estamos viviendo el jolgorio de liquidar el capital, como el heredero pródigo del estanciero que vende la estancia y se dedica a difrutar sin trabajar. Sabemos que eso dura lo que tarde el dinero en acabarse. Y quedarán las deudas... y dinero nacional convertido una vez más en papel pintado.
La incertidumbre la indica otro dato: 1.500 millones de dólares de “fuga” en el mes de febrero, configurados por particulares, empresarios, jubilados, autónomos y todo a quien le sobra algún saldo, comprando divisas por el temor a las chifladuras del gobierno. Si el oficialismo logra obtener la carta blanca para el financiamiento con fondos del Banco Central, que le permitiría en principio disponer de 50.000 millones de pesos extra en el corriente año, el incendio sería catastrófico, y eso la gente lo intuye, aumenta su prevención y acelera su evasión del sistema comprando dólares. Sólo queda en los bancos el dinero imprescindible para las transacciones urgentes.
“Las reservas no están para adorarlas”, dijo en otra frase de antología el ex presidente. Ocurre, sin embargo, que las reservas no son de él, ni del gobierno. Su rapacidad sin límites le impide frenarse ante bienes ajenos, como lo hiciera antes con los ahorros previsionales privados y luego con las cajas públicas de la ANSES, la AFIP, el Ministerio del Interior y cuanto fondo del sector público esté a su alcance. Con ese singular razonamiento, ninguna riqueza del país estaría fuera de su alcance: los depósitos bancarios, los encajes de depósitos privados en el BCRA, los fideicomisos, las acciones que cotizan en Bolsa, las Cajas de Seguridad, los cereales guardados por los productores en silos siembra, los lotes de hacienda, los bienes que estén en las estanterías de los comercios... todo lo que se le ocurra. Habría que preguntarse quién producirá algo en el país luego de liquidarse el capital...
Es tan demencial esta línea de razonamiento que resulta imposible entender que sea seguida por dirigentes políticos, aún del peronismo. Aunque los Kirchner puedan permanecer en sus puestos por el sostén brindado por el peronismo de todo el país, sus gobernadores, diputados, senadores, gremialistas, piqueteros y hasta algún intelectual retroprogresista, también es cierto que el peronismo conforma una fuerza con experiencia de gobierno que conoce las consecuencias de lo que hace. Y que, como el radicalismo, ha sufrido en carne propia la hiperinflación a que lleva una política de esta clase. A los peronistas les ocurrió en 1975. A los radicales, en 1989. Difícilmente los dirigentes responsables de una u otra fuerza estén tranquilos con el rumbo tomado por el oficialismo porque ya la probaron y saben dónde conduce.
El gobierno nos están llevando a una implosión y a un estallido que afectará principalmente a los menos favorecidos. Implosión económica hacia la pobreza, estallido social por la desocupación, la inflación y la desigualdad, que cuando la economía anda mal se incrementa en forma exponencial. Quienes les faciliten las cosas liberándoles recursos ficticios, perforando la seguridad jurídica de los bienes extra-fiscales y abriéndoles el camino para lubricar la marcha hacia el caos, perderán autoridad política para ofrecer una alternativa en el próximo turno, sean oficialistas u opositores, peronistas, socialistas, radicales o liberales.
Ningún cálculo por el posicionamiento electoral futuro, así sea legítimo, podrá exculpar a quien no cumpla con su deber de frenar esta afiebrada marcha hacia el abismo. Todo esfuerzo que se realice para lograrlo, aún a costa de circunstanciales derrotas en el “escenario”, serán patrióticos aportes a la recuperación de un país sensato.
Ricardo Lafferriere
No es necesario ser economista para darse cuenta de lo que está pasando en el país. Los argentinos “huelen” la inflación y para atenuar sus consecuencia en sus finanzas personales consumen hasta el último centavo de sus ingresos para evitar que se le licúen frente a los precios desatados. Pero no sólo eso: también se endeudan en cuotas eternas en la ilusión de que de esa forma accederán a bienes durables que, luego de ser golpeados por la inflación, se harán inaccesibles. Los precios “fijos a 30 meses”, por su parte, han incluido ya gran parte de la inflación prevista, por lo que implican una fenomenal estafa a los compradores pero generan un “virtual efecto riqueza” similar a la orquesta del Titanic, tocando las alegres melodías de los “años locos” mientras la nave se va a pique.
Dichos planes de venta eternizados son financiados con dinero extraído de la caja previsional y del Banco Central a través de mecanismos engañosos y en todo caso concentran el escaso crédito privado. Pero como la inversión no existe debido a la inestabilidad de reglas de juego y la incertidumbre generada por la inexistencia del estado de derecho, no hay mayor producción y sí provocan mayores precios.
Los datos sobre el nivel de actividad son elocuentes: la industria está trabajando a menos del 70 % de su capacidad instalada, y los niveles físicos de venta no superan los de hace un año a pesar de que se ha volcado en el mercado un adicional de más de 10.000 millones de pesos desde octubre a febrero últimos. Las encuestas a empresarios muestran que no existe ninguna predisposición a incrementar los niveles de producción y mucho menos a ampliar el equipamiento o los planteles. Prefieren ganar subiendo precios y luego convertir sus ganancias a divisas, en la espera de lo que ocurra. En otras palabras: estamos viviendo el jolgorio de liquidar el capital, como el heredero pródigo del estanciero que vende la estancia y se dedica a difrutar sin trabajar. Sabemos que eso dura lo que tarde el dinero en acabarse. Y quedarán las deudas... y dinero nacional convertido una vez más en papel pintado.
La incertidumbre la indica otro dato: 1.500 millones de dólares de “fuga” en el mes de febrero, configurados por particulares, empresarios, jubilados, autónomos y todo a quien le sobra algún saldo, comprando divisas por el temor a las chifladuras del gobierno. Si el oficialismo logra obtener la carta blanca para el financiamiento con fondos del Banco Central, que le permitiría en principio disponer de 50.000 millones de pesos extra en el corriente año, el incendio sería catastrófico, y eso la gente lo intuye, aumenta su prevención y acelera su evasión del sistema comprando dólares. Sólo queda en los bancos el dinero imprescindible para las transacciones urgentes.
“Las reservas no están para adorarlas”, dijo en otra frase de antología el ex presidente. Ocurre, sin embargo, que las reservas no son de él, ni del gobierno. Su rapacidad sin límites le impide frenarse ante bienes ajenos, como lo hiciera antes con los ahorros previsionales privados y luego con las cajas públicas de la ANSES, la AFIP, el Ministerio del Interior y cuanto fondo del sector público esté a su alcance. Con ese singular razonamiento, ninguna riqueza del país estaría fuera de su alcance: los depósitos bancarios, los encajes de depósitos privados en el BCRA, los fideicomisos, las acciones que cotizan en Bolsa, las Cajas de Seguridad, los cereales guardados por los productores en silos siembra, los lotes de hacienda, los bienes que estén en las estanterías de los comercios... todo lo que se le ocurra. Habría que preguntarse quién producirá algo en el país luego de liquidarse el capital...
Es tan demencial esta línea de razonamiento que resulta imposible entender que sea seguida por dirigentes políticos, aún del peronismo. Aunque los Kirchner puedan permanecer en sus puestos por el sostén brindado por el peronismo de todo el país, sus gobernadores, diputados, senadores, gremialistas, piqueteros y hasta algún intelectual retroprogresista, también es cierto que el peronismo conforma una fuerza con experiencia de gobierno que conoce las consecuencias de lo que hace. Y que, como el radicalismo, ha sufrido en carne propia la hiperinflación a que lleva una política de esta clase. A los peronistas les ocurrió en 1975. A los radicales, en 1989. Difícilmente los dirigentes responsables de una u otra fuerza estén tranquilos con el rumbo tomado por el oficialismo porque ya la probaron y saben dónde conduce.
El gobierno nos están llevando a una implosión y a un estallido que afectará principalmente a los menos favorecidos. Implosión económica hacia la pobreza, estallido social por la desocupación, la inflación y la desigualdad, que cuando la economía anda mal se incrementa en forma exponencial. Quienes les faciliten las cosas liberándoles recursos ficticios, perforando la seguridad jurídica de los bienes extra-fiscales y abriéndoles el camino para lubricar la marcha hacia el caos, perderán autoridad política para ofrecer una alternativa en el próximo turno, sean oficialistas u opositores, peronistas, socialistas, radicales o liberales.
Ningún cálculo por el posicionamiento electoral futuro, así sea legítimo, podrá exculpar a quien no cumpla con su deber de frenar esta afiebrada marcha hacia el abismo. Todo esfuerzo que se realice para lograrlo, aún a costa de circunstanciales derrotas en el “escenario”, serán patrióticos aportes a la recuperación de un país sensato.
Ricardo Lafferriere
miércoles, 10 de marzo de 2010
Cinismo presidencial
“Que no vengan a decir que los salarios producen inflación ni le pidan al obrero que le diga al patrón ‘no me aumente el sueldo, porque después me suben el pollo”, se despachó la presidenta en la reunión con gremialistas.
Curiosamente, tiene razón. Como lo sabe cualquier economista –y se encargan de repetirlo a menudo- los salarios son los últimos en recuperar posiciones cuando un proceso inflacionario provoca la desvalorización de la moneda, cuya contracara es la aparente “estampida de precios”. No son precisamente las alzas salariales las generadoras de inflación, sino su tardía consecuencia, previo malestar social y angustia ciudadana. Los salarios siempre se actualizan tarde, entre otras cosas por causa de las burocracias sindicales corruptas que no viven precisamente del salario.
Lo que no dice es que el inicio del proceso han sido sus dislates y el de su marido. Un festival de subsidios y de dispendiosos caprichos en los que dilapida los recursos extraídos del Banco Central con el argumento de que la devaluación genera “ganancias”, y volcados nuevamente a la economía como gastos clientelares, una corrupción ramplona o directamente subsidiando empresarios amigos y testaferros o, sin ir más lejos, el propio jubileo con las obras sociales sindicales involucradas en el tenebroso tráfico de medicamentos falsificados, muchos de cuyos responsables compartieron el amable ágape presidencial, han colocado a la economía en el comienzo de un vórtice implosivo cuyo rumbo está claro: un país cada vez más pobre.
Ni los trabajadores, ni los comerciantes, ni los empresarios, ni los autónomos, ni los hombres de campo son causantes del deterioro económico ni de la inflación. Y ella lo sabe, porque aunque parezca desmentirlo cotidianamente con sus afirmaciones de antología –como que Entre Ríos y Santa Fe tienen como límite la laguna Picasa, que los pollos vuelan, que la carne de cerdo es afrodisíaca, o el maíz tiene tres metros de altura- alguna neurona tiene como para advertir que los 10.000 millones de pesos que volcaron al mercado entre octubre y diciembre fue el causante del “efecto riqueza” que impulsó el fuerte reverdecer inflacionario –o mejor dicho, la fuerte caída de valor de nuestra moneda- producida durante el verano.
Ni que pensar lo que ocurrirá cuando comiencen a volcar a la economía el papel pintado que les está facilitando la nueva presidenta del Banco Central, como nuevas “ganancias”, o si consiguen terminar de apropiarse de los recursos sobre los que se abalanzaron con el último DNU: más de 50.000 millones de pesos entre ambas previsiones...
Cinismo.
Esa es la mejor definición que se extrae, como común denominador, a los pronunciamientos del atril. Un cinismo ya percibido por los argentinos, que no la escuchan aunque se pretenda imponérsela por la antológica “cadena nacional” de rating cero. Un cinismo con el que persigue la construcción de su imagen victimizante, desparramando combustible para dejar el país incendiado y poder después culpar a los bomberos. Nuevamente, con el cinismo que se le conoce.
Serán casi dos años de angustia. Quiera el destino que el resto de los actores políticos tenga la clarividencia y la firmeza necesaria para sostener los límites y achicar los daños. Y que los próximos meses sirvan para gestar desde la oposición ese nuevo comportamiento político que coloque a la Argentina no ya en la plataforma de despegue –que sería lo óptimo- sino, aunque más no sea, en la dinámica de un país más serio para no seguir hundiéndose.
Ricardo Lafferriere
Curiosamente, tiene razón. Como lo sabe cualquier economista –y se encargan de repetirlo a menudo- los salarios son los últimos en recuperar posiciones cuando un proceso inflacionario provoca la desvalorización de la moneda, cuya contracara es la aparente “estampida de precios”. No son precisamente las alzas salariales las generadoras de inflación, sino su tardía consecuencia, previo malestar social y angustia ciudadana. Los salarios siempre se actualizan tarde, entre otras cosas por causa de las burocracias sindicales corruptas que no viven precisamente del salario.
Lo que no dice es que el inicio del proceso han sido sus dislates y el de su marido. Un festival de subsidios y de dispendiosos caprichos en los que dilapida los recursos extraídos del Banco Central con el argumento de que la devaluación genera “ganancias”, y volcados nuevamente a la economía como gastos clientelares, una corrupción ramplona o directamente subsidiando empresarios amigos y testaferros o, sin ir más lejos, el propio jubileo con las obras sociales sindicales involucradas en el tenebroso tráfico de medicamentos falsificados, muchos de cuyos responsables compartieron el amable ágape presidencial, han colocado a la economía en el comienzo de un vórtice implosivo cuyo rumbo está claro: un país cada vez más pobre.
Ni los trabajadores, ni los comerciantes, ni los empresarios, ni los autónomos, ni los hombres de campo son causantes del deterioro económico ni de la inflación. Y ella lo sabe, porque aunque parezca desmentirlo cotidianamente con sus afirmaciones de antología –como que Entre Ríos y Santa Fe tienen como límite la laguna Picasa, que los pollos vuelan, que la carne de cerdo es afrodisíaca, o el maíz tiene tres metros de altura- alguna neurona tiene como para advertir que los 10.000 millones de pesos que volcaron al mercado entre octubre y diciembre fue el causante del “efecto riqueza” que impulsó el fuerte reverdecer inflacionario –o mejor dicho, la fuerte caída de valor de nuestra moneda- producida durante el verano.
Ni que pensar lo que ocurrirá cuando comiencen a volcar a la economía el papel pintado que les está facilitando la nueva presidenta del Banco Central, como nuevas “ganancias”, o si consiguen terminar de apropiarse de los recursos sobre los que se abalanzaron con el último DNU: más de 50.000 millones de pesos entre ambas previsiones...
Cinismo.
Esa es la mejor definición que se extrae, como común denominador, a los pronunciamientos del atril. Un cinismo ya percibido por los argentinos, que no la escuchan aunque se pretenda imponérsela por la antológica “cadena nacional” de rating cero. Un cinismo con el que persigue la construcción de su imagen victimizante, desparramando combustible para dejar el país incendiado y poder después culpar a los bomberos. Nuevamente, con el cinismo que se le conoce.
Serán casi dos años de angustia. Quiera el destino que el resto de los actores políticos tenga la clarividencia y la firmeza necesaria para sostener los límites y achicar los daños. Y que los próximos meses sirvan para gestar desde la oposición ese nuevo comportamiento político que coloque a la Argentina no ya en la plataforma de despegue –que sería lo óptimo- sino, aunque más no sea, en la dinámica de un país más serio para no seguir hundiéndose.
Ricardo Lafferriere
viernes, 5 de marzo de 2010
Argucia victimizante
“Hay un intento evidente de destitución”, proclamó la señora presidenta, desde su atril, al referirse a la conformación de autoridades de las comisiones del Senado de la Nación y al cuestionamiento realizado por la oposición a su apropiación de fondos en poder del Banco Central.
No es la primera vez que recurre a esa afirmación. En rigor, desde que asumió su cargo ha aludido a una presunta intención “destituyente” de quienes no coinciden con su particular forma de enfocar los problemas nacionales. Los argentinos recuerdan su vehemente acusación al gobierno de Estados Unidos cuando, a pocas semanas de haber asumido, la justicia de ese país descubrió el caso de contrabando de dólares destinados a su campaña electoral, luego confirmado, y luego a la hiperutilización del mismo argumento en oportunidad de pretender alzarse con la totalidad de la rentabilidad agropecuaria mediante las “retenciones móviles” aplicadas por decreto.
Más tarde, quienes resistieron ser despojados de sus ahorros previsionales se integraron al mismo propósito “virtual” en la visión presidencial, y posteriormente fueron sumados a la maligna legión los medios independientes y ciudadanos que se opusieron a su inefable ley de medios audiovisuales, cuyo objetivo fue disciplinar a la prensa independiente, desmantelar la producción audiovisual nacional y convertir en un vocinglerío inentendible el debate nacional, al que atenazaron con la cadena nacional cotidiana, por un lado, y la multiplicidad de medios gratuitos con financiamiento estatal –o sea, con fondos de todos- difusamente distribuidos en los lugares de concentración masiva, por el otro.
El último manotazo fue su desbordada obsesión de apropiarse de los fondos custodiados por el Banco Central, que –obviamente- no pertenecen al Estado Nacional y que están fuera de sus competencias administrativas. La conmoción que significó esta última medida al afectar fondos que no están ni siquiera de manera eventual o indirecta en manos del Poder Ejecutivo, no sólo evidenció la ausencia de límites de cordura en la gestión presidencial, sino que generó un nuevo capítulo de acusaciones “destituyentes”, sumándole el novedoso “partido judicial”, que según el febril razonamiento de la señora presidenta y de su esposo, se habría conformado, una vez más, para destituirla. La decisión del Juez Oyharbide de sobreseer a Néstor Kirchner por su enriquecimiento ilícito sin investigarlo como lo haría con cualquier ciudadano no atenuaría el lapidario juicio presidencial sobre la intención “destituyente”, también de la justicia.
A esta altura, pocas dudas caben que el libreto destituyente no constituye más que una primitiva argucia victimizante, sin otra base real que su propio deseo de escapar de su función sin pagar el precio político de sus chifladuras. El país sufre las consecuencias con su atraso, su endeudamiento y su creciente inmersión en el estancamiento, polarización social y pobreza. Sin embargo, todos estos males no necesariamente son irreversibles si fueran el precio para que desde el corazón del abanico opositor avance el gérmen de un nuevo “ethos” político que anuncia el pluralismo de la Argentina que viene, una vez finalizado este ciclo de cine barato de terror.
Las actitudes victimizantes de la presidenta están ayudando a gestar el post-kirchnerismo en el que tendrá cabida todo el amplio colorido de una opinión nacional diversa, creativa, plural, democrática. Si en lugar de entretenernos en la patética coyuntura de un poder que claramente no está en sus cabales ponemos nuestra mirada en los tiempos que vienen, tendremos claro que el actual no es un tiempo perdido, sino un tiempo de gestación. Curiosamente, tendremos algo para agradecerles, que florecerá cuando –afortunadamente- ya no estén.
Ricardo Lafferriere
No es la primera vez que recurre a esa afirmación. En rigor, desde que asumió su cargo ha aludido a una presunta intención “destituyente” de quienes no coinciden con su particular forma de enfocar los problemas nacionales. Los argentinos recuerdan su vehemente acusación al gobierno de Estados Unidos cuando, a pocas semanas de haber asumido, la justicia de ese país descubrió el caso de contrabando de dólares destinados a su campaña electoral, luego confirmado, y luego a la hiperutilización del mismo argumento en oportunidad de pretender alzarse con la totalidad de la rentabilidad agropecuaria mediante las “retenciones móviles” aplicadas por decreto.
Más tarde, quienes resistieron ser despojados de sus ahorros previsionales se integraron al mismo propósito “virtual” en la visión presidencial, y posteriormente fueron sumados a la maligna legión los medios independientes y ciudadanos que se opusieron a su inefable ley de medios audiovisuales, cuyo objetivo fue disciplinar a la prensa independiente, desmantelar la producción audiovisual nacional y convertir en un vocinglerío inentendible el debate nacional, al que atenazaron con la cadena nacional cotidiana, por un lado, y la multiplicidad de medios gratuitos con financiamiento estatal –o sea, con fondos de todos- difusamente distribuidos en los lugares de concentración masiva, por el otro.
El último manotazo fue su desbordada obsesión de apropiarse de los fondos custodiados por el Banco Central, que –obviamente- no pertenecen al Estado Nacional y que están fuera de sus competencias administrativas. La conmoción que significó esta última medida al afectar fondos que no están ni siquiera de manera eventual o indirecta en manos del Poder Ejecutivo, no sólo evidenció la ausencia de límites de cordura en la gestión presidencial, sino que generó un nuevo capítulo de acusaciones “destituyentes”, sumándole el novedoso “partido judicial”, que según el febril razonamiento de la señora presidenta y de su esposo, se habría conformado, una vez más, para destituirla. La decisión del Juez Oyharbide de sobreseer a Néstor Kirchner por su enriquecimiento ilícito sin investigarlo como lo haría con cualquier ciudadano no atenuaría el lapidario juicio presidencial sobre la intención “destituyente”, también de la justicia.
A esta altura, pocas dudas caben que el libreto destituyente no constituye más que una primitiva argucia victimizante, sin otra base real que su propio deseo de escapar de su función sin pagar el precio político de sus chifladuras. El país sufre las consecuencias con su atraso, su endeudamiento y su creciente inmersión en el estancamiento, polarización social y pobreza. Sin embargo, todos estos males no necesariamente son irreversibles si fueran el precio para que desde el corazón del abanico opositor avance el gérmen de un nuevo “ethos” político que anuncia el pluralismo de la Argentina que viene, una vez finalizado este ciclo de cine barato de terror.
Las actitudes victimizantes de la presidenta están ayudando a gestar el post-kirchnerismo en el que tendrá cabida todo el amplio colorido de una opinión nacional diversa, creativa, plural, democrática. Si en lugar de entretenernos en la patética coyuntura de un poder que claramente no está en sus cabales ponemos nuestra mirada en los tiempos que vienen, tendremos claro que el actual no es un tiempo perdido, sino un tiempo de gestación. Curiosamente, tendremos algo para agradecerles, que florecerá cuando –afortunadamente- ya no estén.
Ricardo Lafferriere
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