Tal
habría sido la exhortación con que la presidenta de la Nación terminó su descalificación
a Papá Noel, según ella una “creación ajena a nuestra cultura”. Así lo afirma
Susana Viau en su nota periodística, al mencionar la crónica de la inauguración
del pesebre navideño enviado por el Vaticano, realizada por Cristina Fernández
días atrás.
El tema
de la “identidad” cultural es, a esta altura del mundo, una cuestión de muy
difícil abordaje. No lo es menos el de la identidad “nacional”. Como diría
Bauman, “cada vez que escucho hablar de “identidad”, me ´pongo en guardia”. Es
que en nombre de la identidad se han realizado las discriminaciones más
atroces, que han llegado hasta genocidios que aún pesan en la conciencia de la
humanidad.
Es
conocida la anécdota de Einstein al llenar su formulario de inmigración, en
ocasión de ingresar a los Estados Unidos y encontrarse frente al casillero que
le demandaba definir su identidad racial. Luego de un instante de reflexión,
escribió de su puño y letra “humana”. Más o menos así es la
cultura, y la identidad nacional, con mucha más razón en países
multiculturales, de orígenes diversos, como el nuestro –o los propios Estados
Unidos-.
El
propio Bauman cuenta en su libro sobre identidad su historia personal.
Distinguido profesor universitario en su Polonia natal, fue privado de su
nacionalidad por el régimen comunista por su condición de judío –a pesar de
ser, en su juventud, simpatizante del partido comunista-.
Emigrado a Inglaterra, donde
recibió la ciudadanía británica, era conocido por sus alumnos como “el profesor
polaco” y él mismo sentía su duda, al ser requerido por su identidad, de
mencionar la ciudadanía británica –que tenía por ley- en lugar de la polaca –de
nacimiento, y la que sentía internalizada en su formación, lengua, costumbres y
cultura, pero de la que estaba privado por la decisión de quienes estaban
legalmente autorizados para administrarla-.
La conformación
de la Unión Europea le ayudó a encontrar un colectivo mayor que definiera una
pertenencia. Al recibir su doctorado “Honoris Causa” en la Universidad de Praga,
pudo encontrar al fin una “identidad”
que lo abarcara, y escuchar la Novena Sinfonía –himno de Europa- en homenaje a
su pertenencia “nacional”. Allí descubrió que, ampliando los marcos de
contención, al final todos tenemos la identidad invocada por Einstein.
La
llegada del tercer milenio encuentra a la humanidad en pleno proceso de redefinición
de sus conceptos identitarios. El cosmopolitismo parece avanzar como el marco
de pertenencia más solidario, avanzado y humanista, superando a los viejos “nacionalismos”
e “internacionalismos”, ambos atravesados por exclusiones e intolerancias.
Cada persona es una identidad
diferente, constituida por sus herencias y pertenencias originarias pero
también por las adquisiones e influencias recibidas a lo largo de su vida, y
mucho más lo son las identidades colectivas –concediendo provisoriamente que
éstas fueran aún posibles-. Siempre ha sido así, pero en este mundo
hiper-super-conectado, es ya la norma.
¿Qué identidad cultural acreditan
los Reyes Magos? Sin dudas, la católica, recibida de españoles e italianos. No
parece una tradición –pongamos por caso- muy ligada a las costumbres de los
pueblos originarios, tan presentes en el “relato”. Los festejamos, porque
configuran una de las ocasiones de renovación anual de afectos y vínculos
familiares, tanto como Navidad con la tradición del “pesebre” y la llegada de
Papá Noel, que se incorporó más tarde pero es celebrado con alegría por los
niños, que lo intuyen como lo misterioso, alegre y festivo. Nadie –ni para
Reyes, ni para Navidad- relaciona esos símbolos con banderas de combate,
político o cultural.
Cada aspecto de la realidad
conforma un “orden” que tiene sus propias creencias, afirmaciones y reglas. La
religión, la cultura, el derecho, la economía, la política, la ética, son
campos de la conducta humana con sus propios mecanismos intelectuales y
epistemológicos.
Por supuesto que están
imbricados, interactúan, se impregnan recíprocamente, en cuanto todos son
expresiones de la conducta humana. Cada uno de ellos, sin embargo, ha elaborado
en los miles de años de civilización un plexo de reglas que lo rigen, sin cuya
existencia y funcionamiento la propia
vida civilizada sería incomprensible.
Compte Sponville, filósofo
francés contemporáneo, aconseja adoptar el lema pascaliano de no confundirlos.
La consecuencia de hacerlo –dice, recordando a Pascal- es caer en la “tiranía”.
Pero, bueno. La tolerancia cosmopolita, la que
muestra lo propio aceptando lo diverso, lo novedoso y lo que permite abrir
diálogos con otros, no es uno de los
fuertes de la visión kirchnerista. Hasta las fiestas de fin de año ha llegado
la obsesión por encontrar causas reivindicativas “nacionales y populares”,
aunque rocen lo grotesco.
Los Reyes Magos se sentirían seguramente en terreno más
conocido con Papá Noel que con la Pacha Mama –bien “propia”, y tan “nacional y
popular” como el Gauchito Gil y la Difunta Correa- a la que los condenaría una
identidad caprichosa, convertida en bandera épica en lugar de punto de
encuentro de afectos, culturas, historias y lenguajes, como fuera el sueño
cosmopolita de los próceres y de los constructores del país que tenemos.
Una vez más, los argentinos viven,
festejan y sueñan a pesar de su gobierno. Con los Reyes, con Papá Noel, con el
Dios de la Tora y con Alá, con la Pacha Mama, con la Difunta Correa, con el
Gauchito Gil, y con tantos otros en los que creen, con los que se emocionan y
sin cuyos afectos se sentirían vacíos.
A todos ellos, felices fiestas y
un año nuevo en paz y prosperidad.
Ricardo Lafferriere