Los aniversarios remueven recuerdos y afectos.
Tres décadas atrás, el autor tuvo la suerte de conformar,
junto a Edison Otero, las primeras autoridades formales de la transición
democrática.
Por ser el Senador más joven debía actuar como Secretario
del Senado, acompañando al de mayor edad, hasta la elección de las autoridades
definitivas del cuerpo. El mayor era don Francisco Gil, del Partido Bloquista
de San Juan.
El Senado se constituyó con los Senadores electos de
inmediato (el 29 de noviembre de 1983) y eligió presidente provisional a Edison
Otero. Se postergó la elección del resto de la mesa hasta terminar las
difíciles negociaciones para la integración de las comisiones y sus autoridades,
en razón de la extrema paridad de las diferentes fuerzas. En consecuencia, el
autor, como Secretario provisorio acompañó al primer Presidente Provisional,
convertidos en los primeros funcionarios de la transición, coexistiendo con la
administración militar en retirada.
El centro de atención política no pasaba por allí sino por
los pasos del presidente electo y sus equipos, pero esas dos personas, en los
siguientes diez días, y como autoridades de la Asamblea Legislativa
constitutiva, serían las encargadas y responsables que el proceso formal de
transición se desarrollara sin alteraciones.
Quedaban pocos días pero muchos temores. Debíamos organizar
dos Asambleas Legislativas: la del escrutinio definitivo de las Actas de los
Colegios Electorales provinciales -que se efectuó el 7 de diciembre- y la
Asamblea Legislativa para tomar juramento a la fórmula elegida. Además, preparar el
edificio del Congreso que durante todo el proceso había estado a cargo de la
"Comisión de Asesoramiento Legislativo" de la dictadura y participar
como anfitriones de un acto que contaría con presencias nacionales e
internacionales notables, con las grandes dificultades protocolares que eso
implicaba.
El temor a la aparición de cualquier imprevisto o trampa de
último momento estuvo presente en cada minuto de esa semana en la que se
edificaron los cimientos del edificio institucional que vendría. No
necesariamente provendría de las autoridades salientes. Había grupos fanáticos
cuyos actos eran imprevisibles. Podían ser los ultras más recalcitrantes de la
dictadura en retirada, o incluso también imprevisibles actos terroristas que
volvieran a encender alguna mecha. Unos y otros sabían que Alfonsín había
anunciado la apertura de juicios a las cúpulas guerrilleras y a las cúpulas
militares, como en definitiva lo hiciera en su primer acto de gobierno.
Fue Edison Otero quien tuvo la idea que Alfonsín aceptó de
inmediato: invitar formalmente al acto a los ex presidentes democráticos. Nunca
en la historia se había dado el hecho de dos ex presidentes izando formalmente
la bandera nacional del recinto al iniciar un período de sesiones del Congreso,
como lo hicieron Arturo Frondizi e Isabel Martínez de Perón ese día.
Durante su
vida política el nuevo presidente había sido fuerte rival de ambos. Pero la democracia
debía iniciarse con una muestra de convivencia superior, la misma que le había
llevado a ofrecer días antes al Dr. Italo Luder, candidato derrotado, la
presidencia de la Corte Suprema de Justicia, que éste declinó.
Luego de infinidad de detalles materiales y protocolares,
llegó el día. Algunas insignificancias debieron ser sorteadas. A la distancia,
resulta graciosa la alarma provocada por el espontáneo levantamiento de varios
mosaicos del piso del Salón Azul, producido sin causa aparente la noche del 9
de diciembre.
“Seguro que nos metieron una bomba de acción retardada para
hacernos volar a todos en la Asamblea” –sugería alarmado un Senador oficialista
norteño, agregando un dramatismo que mostraba el estado de nervios con que se
vivía el momento-.
El eficiente trabajo del personal de mantenimiento durante
la noche del 9 disipó cualquier duda: todo estaba normal y se debió sólo a una
curiosa expansión de la cerámica del piso, tal vez por el fuerte calor
ambiental.
Y también el simpático debate sobre el orden del juramento.
"-Usted, Edison, me toma juramento a mí y me cede la
presidencia de la Asamblea para que yo continúe conduciéndola, como dice la
Constitución, y le tome el juramento al presidente electo.
-No, Víctor. Yo, como única autoridad constitucional
existente, le tomo juramento a la fórmula electa y después le paso la
presidencia a usted."
Ninguna razón política. Tan sólo la íntima satisfacción,
para el viejo dirigente de Avellaneda de ser él quien entronizara a su querido
amigo.
Y luego, la organización física de la Mesa de la Asamblea.
"-Vos, Ricardito, no te muevas de mi lado y sentate a
mi derecha"
"-Pero...Edison... ¿y Pugliese? Es el presidente de
Diputados, donde se va a desarrollar la Asamblea...
"-Que se ubique al otro lado, a la izquierda de
Víctor...la Constitución dice que en este acto, las autoridades somos nosotros.
A las 8 en punto del 10 de diciembre de 1983, Raúl Alfonsín
y Víctor Martínez llegan al edificio del Congreso. A las 8 y 12 minutos, el
primer presidente de la democracia recuperada prestaba el juramento del
artículo 80 de la vieja Constitución Nacional. Dos minutos después lo haría
Víctor Hipólito Martínez, haciéndose cargo de la Asamblea.
Edison Otero conservaría la Presidencia Provisional del
Senado durante todo el periodo de gobierno de su amigo. Se la transmitiría a
Eduardo Menem luego de la elección en la que fuera electo su hermano Carlos.
Como Senador raso, sin embargo, no quiso dejar su lugar en
la Comisión Revisora de Cuentas hasta que fuera aprobado el último ejercicio
fiscal de la administración de su amigo Raúl Alfonsín. "Podrán decir
cualquier cosa de nosotros, pero nunca que no fuimos un gobierno decente".
Vivió en Avellaneda, en su casa de siempre, hasta su muerte,
el 7 de agosto de 1999.
http://www.diariodecuyo.com.ar/home/new_foto.php?foto_id=387400¬icia_id=596545
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De izquierda a derecha: Ricardo Lafferriere, Edison Otero,
Raúl Alfonsín, Leonardo Palomeque, Víctor Martínez.