Se ha dicho hasta el cansancio: los
subsidios indiscriminados son negativos para la economía.
No sólo extraen recursos del sector productivo, restándole competitividad y capacidad de
inversión -y con ello,
fuentes de trabajo, modernización tecnológica, potencialidad
exportadora-. Son asfixiantes y limitan el crecimiento.
Restan capacidad de reinversión para mejorar la cantidad y calidad de
los bienes producidos en el país por quienes los soportan, con la curiosidad que conllevan el
mismo efecto en los bienes subsidiados.
Los usuarios, en cuyo bienestar fueron
establecidos, terminan sufriendo -en lugar de disfrutando- trenes desvencijados
cuando no mortales, cortes de energía con consecuencias muchas veces dramáticas, colectivos hacinados y malestar -en lugar de bienestar-
general.
Estimulan el mal uso y hasta el dispendio de
bienes escasos, fomentando el despilfarro y desalentando el uso racional.
Aunque alguien tuviera la vocación de uso racional, su premio es ínfimo y ni compensa la mínima molestia de apagar una luz innecesaria, reducir en uno o dos
grados el termostato del aire acondicionado o caminar hasta la ventanilla para
adquirir el pasaje en un tren en lugar de viajar gratis. Tales actitudes
agregan molestias sin contraprestación alguna: no reducen la cuenta de energía, ni se viaja mejor en tren, ni se estimularía la renovación de las unidades de colectivos.
Entre ambos extremos, hay grados. Los mismos
que el pensamiento binario del "bueno o malo" no concibe en muchas otras
áreas. Para
encontrar esos grados, no es necesario inventar la pólvora. Se aplican en la mayoría de los países, donde se
persigue la expansión y excelencia de
los servicios sin alejarlos de los consumos populares.
Las tarifas eléctricas segmentadas que, partiendo del costo real, fijen precios
especiales para consumos básicos y sólo a ellos subsidien ayudan al
autocontrol de los usuarios no subsidiados -y aún a los subsidiados-, que son estimulados a valorar lo que
consumen y a desarrollar comportamientos ahorrativos.
Si se sumara la posibilidad de la
autogeneración y venta de energía hogareña a la red se multiplicaría la capacidad de generación de fuentes renovables con el aporte inversor masificado de
hogares populares. Alemania ha desarrollado en diez años una red de energía solar de 33 gv/h equivalente a una vez y media la generación total argentina.
En el mismo sentido, los cuadros tarifarios
discriminados por horarios, periodicidad, rutina, zona geográfica o actividad inducen a un adecuado
uso del transporte público, donde las
tarifas parten del costo real pero prevén mecanismos -como boletos semanales, combinaciones de dirección para varios medios con tarifas únicas, segmentación horaria, etc.-. Es conocido el caso del
metro de Londres, en el que un ticket individual llega a costar 5 libras (¡100 pesos!...), lo que no impide que un
trabajador utilice el servicio diariamente con su carta mensual por una ínfima parte de su valor.
Lo curioso es que varios de estos mecanismos
alguna vez existieron entre nosotros, cuando los servicios eran sustancialmente
mejores en calidad que los actuales. Sólo la impericia de la gestión pública obstaculiza
implantarlos aprovechando las potentes herramientas informáticas actuales que el Estado ha
incorporado eficazmente en la AFIP.
La economía del país no soporta una
transferencia de ingresos hacia "la nada" tan grotesca como el
desequilibrio creciente del último lustro que ha
arribado a más de 120.000
millones de pesos en 2013. Eso debe ajustarse o perderemos incluso lo que hay,
aún con lo
insuficiente y destartalado. Los cortes de energía, los accidentes de trenes, la falta de combustibles, son un
adelanto de lo que vendrá si no se actúa.
Ese
ajuste, sin embargo, puede y debe hacerse con inteligencia y sentido solidario.
De esa forma, no necesariamente dolerá. Aún más: si se realiza insertándolo en un plan económico y social coherente, puede
convertirse en el punto de inicio del gran salto adelante de un nuevo período exitoso.
Ricardo Lafferriere