lunes, 17 de febrero de 2014

Venezuela y Argentina

Es difícil para los argentinos no verse reflejados –o sentirse conducidos- a una situación como la que atraviesa hoy Venezuela.

La similitud de diagnósticos y la identidad de políticas han conducido a consecuencias también muy parecidas en ambos países. Altísima inflación, recesión intolerable, desabastecimiento, huida de la moneda nacional, crecimiento desbordante del narcotráfico, violencia cotidiana al nivel de una creciente estadística de asesinatos, polarización social y destrucción del sentimiento de unidad nacional por el grave enfrentamiento político.

Hay, sin embargo, una diferencia: en la Argentina, la violencia concita el inmediato y rotundo rechazo de la mayoría ciudadana. Se acentúa la discusión política, se polarizan los debates en la calle, sube el nivel despectivo de los epítetos, pero a pesar de todo eso el pasado del que surgió la democracia pesa demasiado en la conciencia ciudadana como para abrir las compuertas de la violencia desbordada.
Ya tuvimos por acá la triple A. Sabemos lo que son los grupos parapoliciales masacrando manifestantes por el salario o por las libertades. Y también tenemos demasiado tomado el pulso a las impostaciones discursivas, que ofrecen relatos de izquierda o de derecha pero que, en realidad, sólo son escudos que ocultan el patrimonialismo predominante en la política desde hace años, con pocas y saludables excepciones.
Sería necio negar que hay “ultras” y no sólo discursivos. Hasta hemos escuchado a un conocido provocador decir en esto s días que habría que levantar “paredones” para fusilar a quienes se oponen a Maduro y su dicta-cracia en Venezuela. Tan necio como no advertir que se lo toma más con sorna que con miedo.
La propia señora, tan engolada con su imagen en el espejo y tan predispuesta a ironizar y humillar a quien no le haga la reverencia, ha advertido el dislate de su gestión desde el 2007, y está intentando –tarde- de cambiar de rumbo. Por supuesto que diciendo lo contrario –como es su estilo- pero marchando en un rumbo exactamente inverso al de su discurso.
La gente ya lo advirtió y comenzó a sufrirlo, pero parece entenderlo. Le dará la espalda, pero no deja la sensación de una rebelión indignada. Tal vez porque también advierte que “se comió el amague”  y que algo de culpa tiene al haber creído que se podía llegar al cielo sin recorrer el camino. ¡Era tan lindo creer que se podía vivir más allá de las posibilidades! ¡si lo decía nada menos que la señora... ¡cómo no creerle!... ¡aprovechemos, que no sabemos lo que vendrá!...
Ahora el salario cae al valor de lo que produce. El PBI por habitante se ubicará detrás del de Uruguay, Chile, Brasil, y tal vez Perú –luego de haber sido el más alto de la región, apenas poco más de una década atrás-. Sin petróleo y sin reservas, nos iremos acostumbrando a cortes constantes de energía –como en Cuba…- y al precio de la Nafta cada vez más cerca del real –a dos dólares el litro, por lo menos-. El gobierno culpará a la Shell y a Aranguren. La gente escuchará, pero también con sorna. Sabía que esto llegaría, porque se estaban comiendo el capital, porque pocos producían y porque se robaba demasiado. Pues el fin llegó. Como en Venezuela.
Claro que, a diferencia de Venezuela, los argentinos están ya preparando lo que sigue, que será inexorablemente diferente, cualquiera sea el presidente elegido, o la mayoría legislativa que venga. Es esta diferencia lo que trae la esperanza que no lleguemos al extremo de Venezuela: muertes en las calles, parapoliciales y civiles armados masacrando estudiantes,  grotescos exabruptos presidenciales –aunque de eso, mejor no hablar…- … ¡ya lo vivimos!...
Y que podamos continuar nuestro proceso democrático votando. Quizás eligiendo mejor, pero seguramente bloqueando cualquier intento –oficialista u opositor- de sacar la política del marco de la Constitución. Porque nos costó mucho encarrillarla y no queremos tener, otra vez, miles de muertos, desaparecidos, exilados y odios irreversibles que dividan otra vez por varias décadas al país de los argentinos.

domingo, 2 de febrero de 2014

"El principal problema es..."

"La pérdida de reservas..." "El tipo de cambio..."  "El cepo cambiario..." "La inflación..."...

Los debates económicos disputan la jerarquía del problema principal. Sobre su conclusión sobre este "primer interrogante" sugieren las respectivas "salidas".

Curiosamente, todas son racionales y coherentes, desde la perspectiva de la economía. Nadie puede oponerse sensatamente a recomponer reservas, mantener un tipo de cambio homologable con las demás variables económicas, volver a la libertad cambiaria que fuimos limitando crecientemente en los últimos dos años, y terminar con la inflación que carcome ingresos potenciando la incertidumbre...

Imaginemos que tenemos que hacer un viaje. "Vamos en tren" opinan unos. "No, mejor en avión..." sugieren otros. "A mí me gusta el auto..." tercia uno. "¿Y si vamos en barco?" Propone el último. Sin embargo, falta algo: definir a dónde se quiere viajar. Sin esa información, difícilmente pueda tomarse una decisión correcta porque no es lo mismo viajar a Nueva York que a Lanús, a Montevideo que a Europa o a Sydney que a Rosario.

Enfoquemos ahora los interrogantes económicos. La economía en un país democrático tiene dos tipos de actores, cuya orientación es necesario alinear para conseguir una marcha exitosa. Esa alineación deberá, por supuesto, tener en cuenta las posibilidades reales del país, sus condicionantes y sus potencialidades.

Esos dos actores son por un lado la política, que debe fijar el rumbo interpretando la voluntad mayoritaria y estableciendo las reglas de juego que regirán el juego; y por el otro los actores privados, empresas, familias y personas, que harán sus apuestas -de ahorro, inversión, consumo, créditos, endeudamientos- para participar del juego buscando llegar a la meta. Para ello, usarán sus conocimientos mayores o menores de economía y las normas establecidas por el Estado.

El papel de la política tiene algo de arte y mucho de ciencia. Debe detectar cuál es el rumbo posible que la mayoría desea, y lo hará con la intuición, las herramientas de análisis de opinión pública y su percepción del entorno regional y mundial. Y debe elaborar con capacidad y oficio, según los principios legales y los conceptos de la ciencia económica, las reglas de juego a aplicar que regirán el comportamiento de los actores privados.

La sociedad es como un cuerpo vivo (perdonando el organicismo, sólo didáctico) que seguirá funcionando cumpla o no la política con su función rectora. La ausencia de rumbo -es decir, la incapacidad de la política para con su responsabilidad- dejará un vacío a llenar por algún actor más poderoso, o por el propio caos o anarquía.

Entonces...¿cuál es el problema principal, en el estado actual del país?

Contra la opinión de muchos, desde esta columna venimos sosteniendo que no es la economía, en la que las mentes argentinas más lúcidas del pensamiento económico, de todo el "arco ideológico", viene repitiendo que no hay problemas dramáticos, o al menos del dramatismo que percibimos en la situación que vivimos.

El problema es político, en el sentido grande y trascendente del término. No hay respeto ni contención de la opinión mayoritaria, no hay percepción de la realidad regional y global, no hay objetivos nacionales -ni los discutidos democráticamente en el Congreso a través de la Ley de Presupuesto, ni con un liderazgo lúcido sugiriendo a dónde vamos-. En síntesis no hay rumbo.

En este marco, no hay solución económica posible . Los argentinos son empujados hacia el reflejo defensivo de defender su ingreso, de la forma que sea. El país se desliza hacia una selva de todos contra todos, en la que todo vale.

Ningún economista ni plan económico puede salvar ésto, que no es un problema cuya solución esté al alcance de Kicilloff ni de Capitanich. Tampoco de Blejer, Melconián o Cavallo. Es de la presidenta, de su partido y hasta de los liderazgos opositores.

Es lo que significa que "el problema es político". Ni la pérdida de reservas, ni el tipo de cambio, ni el déficit fiscal, ni el cepo cambiario, ni la inflación.  Es esta sensación que impregna todo de no saber hacia dónde vamos, qué perseguimos, que rumbo tomará la nave del país y en consecuencia, cuál es el papel de cada uno en ese colectivo que es la Nación, no sólo ahora sino incluso, ante un eventual recambio del poder.

 Definido éso, las cosas comenzarán a alinearse nuevamente. No antes.

Ricardo Lafferriere

jueves, 30 de enero de 2014

230.000 millones de pesos

Tal sería la cuenta de equilibrio que relacione la base monetaria con las reservas en oro y divisas -tal como las cuenta el gobierno-, en un dólar de ocho pesos.

Kici respondería: no estamos en la convertibilidad. Esa cuenta no corresponde. Y sería cierto.

Pero también lo es que ante tantas incertidumbres -sobre la tasa de inflación, el monto efectivo del PBI, el nivel de endeudamiento real, los objetivos concretos de la política económica (que, en otros tiempos, eran definidos por la ley de presupuesto), etc., quienes realizan operaciones económicas y financieras terminan recurriendo como referencia a las únicas cifras ciertas con las que cuentan: el circulante vs. las reservas.

Pues bien. Esta relación para "confluir" -diría Kici- surge de una cuenta sencilla: 29.000 millones x 8. Las reservas en divisas multiplicadas por el tipo de cambio. 230.000 millones.

Pero he aquí que el balance del BCRA nos informa que la base monetaria alcanza a 371.442 millones de pesos. Curiosamente, si realizamos la operación inversa -es decir, si dividimos la base monetaria por la cantidad de divisas-, el número que obtenemos es ... 12,80. (¿Les suena?). Ese número irá variando cuando bajen (o suban) las reservas, o cuando suba (o baje) el circulante.

El BCRA acaba de subir la tasa de interés emitiendo bonos -"pidiendo prestado"- al 26 %, para "absorber" 9.000 millones de pesos de la base monetaria y "aliviar la presión sobre el dólar".

Ese nivel de tasas provocará la retracción de la economía, con un efecto insignificante en el mercado cambiario. Retirar 9.000 millones cuando han emitido casi 100.000 es sólo un estertor con consecuencias negativas. El encarecimiento del crédito y la retracción de la demanda afectarán el nivel de actividad y por ende, del empleo. Pero es lo único que pueden hacer... en este marco político.

La contracara de la medida será mayor desocupación, y la "yapa" es cambiar el déficit fiscal por el cuasi fiscal, porque el BCRA deberá hacerse cargo de pagar esas tasas y a la larga no puede hacerlo de otra forma que emitiendo más dinero aún.

La presión sobre el dólar terminará cuando cambie la política, no sólo la económica sino la integral, es decir cuando un gobierno creíble -éste, u otro- respaldado y representativo, establezca por consenso un programa de crecimiento coherente, con cifras transparentes y verificables.

Ese programa podrá tener las metas más diversas, reflejando el colorido democrático de la opinión nacional y el juego natural de los intereses y las ideologías que conviven en el país. Lo que no podrá es suponer que 2 + 2 sean 5, aunque al final, si es exitoso, termine siendo.

Quienes toman decisiones económicas realizarán así otras cuentas, no ya defensivas de su ingreso sino asociadas a las metas nacionales. Los acreedores querrán volver a prestarnos y los empresarios -pequeños, medianos y grandes- querrán volver a invertir. No se preocuparán más por la relación entre reservas y circulante, sino por cómo sumarse a la oleada de crecimiento.

Esto no es de izquierda ni de derecha, no es socialdemócrata o neoliberal. Es la verdad de perogrullo que aplica el 95 % del mundo, desde USA hasta China, desde Uruguay hasta Chile, desde Perú hasta Vietnam. Es, sencillamente, gobernar, en lugar de dejar esa tarea estratégica al mercado como se ha hecho en los últimos años.

Hasta que no asumamos esa realidad, seguiremos a los tumbos, de crisis en crisis. Como la que -desgraciadamente- se acerca a pasos acelerados, avisando que viene mientras nos divertimos cruzándonos intolerancias. Y la responsabilidad será, una vez más, de la política.

Ricardo Lafferriere

miércoles, 29 de enero de 2014

Examen general de matemáticas - O el fin del dinero como herramienta económica

El Administrador General de Ingresos Públicos (que agrega a su cargo, de facto, el de Comisario Político de Acceso y Uso de Divisas) especificó que la moneda extranjera adquirida con fines de ahorro podrá ser utilizada para gastos de turismo sin que sea alcanzada por el anticipo de 35% a cuenta de Ganancias o Bienes Personales, respecto del 20% que pagó si no lo dejó depositado en el sistema bancario, o si luego lo usa a través de tarjeta de débito para cubrir gastos en el exterior.

Dio a conocer además la tablita que utilizará para "autorizar" la compra de divisas a aquellos que deseen ahorrar en moneda fuerte. La alternativa sólo estará al alcance de quienes tengan un ingreso superior a dos salarios mínimos -los jubilados parece que no podrán, a pesar de la intención del Ministro de Economía dijo ser ¨guardar los dólares para los que menos tienen¨-

De esta forma, los valores de la divisa recorren un abanico que comienza en $ 5,20 y llegan hasta los  $ 12/13, según oportunidad, destino y contactos de quienes participan en una operación.

Comienzan el recorrido con el reconocido a los productores agropecuarios. El "dólar soja"  (35 % de retención sobre $  8) quedaría en $ 5,20. Sería el dólar más barato de la economía, sólo al alcance del Estado -beneficiario de la retención a la exportación-. La curiosidad de este precio consiste en que funciona sólo en un sentido, ya que si el productor necesita adquirir insumos importados o con componente importado, deberá abonarlo con la divisa que consiga en el Mercado "Único¨ de Cambios.

A partir de allí, empieza a subir según la clase de retención, hasta llegar a los $ 8, número mágico que según el equipo "Coki-llof" sería el verdadero "nivel de convergencia" (¿?).

Ese dólar estará al alcance de quien necesite importar y obtenga la autorización respectiva de la Secretaría de Comercio, luego de los trámites correspondientes, y del BCRA haciendo lo propio. Deberá realizar, obviamente, los trámites de importación, y obtener los dólares en el "Mercado Único de Cambios". Mejor dicho, en el mercado "Único" de cambios.

En punto comienzan a aparecer los dólares para "particulares".

Quien adquiera dólares para "atesoramiento", previa autorización de la AFIP en su papel de Comisariato Político de Acceso y Uso de Divisas, lo hará a dos precios diferentes: $ 8 si los compra y los deja depositados en un Banco por más de un año (ja); a $ 9,60 si se los lleva físicamente haciéndose responsable de su guarda y cuidado, o se los gasta.

Quien adquiera pasajes internacionales y realice compras en el exterior, el precio que deberá pagar será de $ 10,80. El mismo precio deberá abonar quien adquiera bienes por correo internacional, hasta un máximo de dos compras y un total de 25 dólares al año.

Quien desee quedar al margen del Comisariado Político de Acceso y Uso de Divisas, deberá abonarlo a $ 12/13, según la cotización que obtenga de la negociación en cada momento en el mercado libre denominado "blue".

Este último precio regirá también para quienes quedan por fuera del control del Comisariado Político de Acceso y Uso de Divisas. Integrarán ese grupo desde "quienes menos tienen" (es decir, aquellos cuyos ingresos no alcancen el mínimo de dos salarios mínimos) hasta quienes los necesiten para cambiar su vivienda, realizar una compra de medicamentos en el exterior sin ser exportador o necesiten ahorrar en moneda fuerte para cualquier objetivo personal, sea instalar un negocio, organizar una microempresa, adquirir un bien al contado o simplemente tener la tranquilidad de un ahorro fuera del alcance de las decisiones arbitrarias de cualquier funcionario.

Algo bueno, para quienes buscamos siempre encontrar la "mitad medio llena" del vaso: nos obligará refrescar los conocimientos de Matemáticas, especialmente las ecuaciones compuestas, las que regirán cada vez más nuestra relación con el dinero. Porque -no olvidemos- a los valores mencionados deberemos cotejarlos con la evolución de los precios, de nuestros salarios, de las tasas de interés y de las perspectivas de cambio de cada una de ellas ante los cambios horarios de las disposiciones vigentes. El "arbitraje", mecanismo utilizado usualmente en los negocios y en el sector financiero para los diversos cálculos que debe realizar el sector, deberá ser incorporado a la vida cotidiana para comprar tomates, ponerle valor a un servicio -gasista, electricista, plomero, albañil-, animarse a financiar una bicicleta o cambiar la plancha porque la que teníamos se quemó.

Claro que todo eso, y no tener ya más dinero, será virtualmente lo mismo. De hecho, es volver a antes de la invención de la moneda, en Libia, hace 2600 años...


Ricardo Lafferriere

martes, 28 de enero de 2014

Los límites del país de Kicilloff

"Si alguien me quiere explicar el mecanismo que hace que un cambio en el valor del dólar afecte de manera inmediata, directa y proporcional a todas las variables económicas que también me explique por qué la Argentina no es Estados Unidos" (Ministro Kicilloff, reportaje difundido por la agencia DyN, 26/1/2014).

La frase testimonia el mundo mental dentro del cual funcionan los razonamientos económicos del Ministro, y por qué le va así.

Esta visión extrema del "vivir con lo nuestro" supone posible -y lo que es peor, cree que existe- una economía argentina cerrada a los intercambios comerciales, financieros y tecnológicos globales. Esa realidad nunca existió, pero aún admitiendo que fuera discutible en otros tiempos, en el mundo actual es equivalente a una visión esquizofrénica.

La Argentina vende su principal riqueza, la producción agropecuaria, en dólares. Son alrededor de 25.000 millones al año, con los que financia sus dislates internos. Allí, en el mercado mundial, "realiza su ganancia" -utilizando términos marxistas- el principal sector excedentario de la economía argentina. No los tendríamos, si el mundo y el país fuera como los concibe Kicilloff.

Para obtener esa producción agropecuaria hay numerosos insumos que deben abonarse en dólares: semillas, fertilizantes, agroquímicos, algunas partes sofisticadas de las maquinarias agrícolas. Y el gasóil, sin el cual no puede haber ni siembra ni cosecha y que es cada vez más dependiente de la importación de petróleo -gracias, entre otras cosas, a la desastrosa gestión energética del gobierno al que pertenece Kicilloff, que se desentendió del tema energético hasta quedarnos sin petróleo-.

Nuestro país le compra al mundo -en dólares- el 70 % de los componentes de cada automóvil que se "fabrica" en nuestros pagos y más del 95 % -también en dólares- de los "componentes" de la industria electrónica de Tierra del Fuego.

Recibió -en dólares- los préstamos que solicitó a los organismos internacionales para obras y programas públicos (rutas, puentes, viviendas, reformas institucionales, y hasta planes sociales) y en dólares debe devolverlos. Y también recibió -en dólares- las inversiones privadas externas, desde las automotrices a las mineras, desde las petroleras hasta las dirigidas a proyectos inmobiliarios. En todos los casos, está obligada a dejar retirar a sus dueños -en dólares-, si así lo decidieran, las ganancias y la amortización del capital invertido, según lo dispuesto en las leyes locales y convenios internacionales vigentes y que Argentina ha firmado.

Los componentes importados -y eventualmente, las patentes y royalties externos- de todo el sistema industrial deben ser abonados en divisas. Medicamentos, óptica, perfumería, juguetes, maquinaria pesada, sistemas informáticos, química, hasta los royalties de la industria indumentaria, textil y hasta alimentaria. Y también las importaciones transitorias de componentes de bienes intermedios que, una vez elaborados, reexportará -en dólares-. En dólares debe abonar también los fletes y seguros internacionales.

No necesita el Ministro que nadie le explique que Argentina no es Estados Unidos. Con dar un vistazo a la economía que teóricamente gestiona, observará por qué el valor del dólar está imbricado en todo el proceso económico.

Y también advertirá por qué la preocupación de aquellos que a pesar de vivir en un país tan imbricado con la divisa, sólo cuentan para su sobrevivencia con recursos nominados en una moneda que es el único activo del 90 por ciento de los argentinos: el peso.

Éste es el signo monetario cuyo valor debiera ser cuidado por el Banco Central -que para eso está- y por el gobierno que integra.

Es ésta, la única "riqueza" de millones de argentinos, la moneda bastardeada por la emisión espuria de papel pintado y el descontrol hasta el dispendio de los recursos públicos por una administración cuyo desinterés por la solidez monetaria está sumergiendo a la mayoría de sus compatriotas en una pobreza creciente.

Ricardo Lafferriere



miércoles, 22 de enero de 2014

Reservas e inflación: síntomas de la enfermedad terminal del "modelo"

Entre el martes y el miércoles, las reservas cayeron 280 millones de dólares.

¿Adónde conduce ésto?

Se han perdido 23.000 millones de dólares en dos años, 13.000 millones en un año, 1000 millones en veinte días y 200 millones en un día. La aceleración es obvia para cualquier observador imparcial. La fuga de divisas se acelerará, a medida que disminuya la cantidad de reservas y en consecuencia aumente la propensión del público a acceder a divisas antes que se agoten.

Cuando ello ocurra se detendrán las importaciones, y con ellas la actividad industrial y la capacidad de pago de la cuenta de energía. Escaseará el gas, los combustibles y la electricidad.
La caída de valor del peso (inflación) reducirá los salarios a un nivel insostenible, incompatible con la paz social. 

La recesión generará, por su parte, un incremento abrupto de la desocupación. 
La situación no responderá al estímulo monetario. Aunque se acelere la emisión, chocará con la falta de productos para comprar. La consecuencia será bordear o desatar la hiperinflación.

Los pesos presionarán más fuertemente aún sobre las divisas, que se considerarán de hecho como la única moneda con valor. Todo en un escenario ya impregnado de violencia, redes narcos, indisciplina policial y una "burbuja joven" de millón y medio de jóvenes "ni-ni" (no estudian ni trabajan).

¿Cuándo ocurrirá todo ésto?

Está empezando a ocurrir. Todos lo vemos. Si este ritmo no se revierte, en pocos meses estaremos al límite. La esperanza de la liquidación de la cosecha y que comiencen a entrar dólares en marzo difícilmente se convierta en realidad si no se reconoce el valor esperado del dólar, con una fuerte devaluación, que por su parte volcará combustible a la inflación. Lo ocurrido hoy miércoles 22 es una muestra del duro dilema oficial: no intervenir para no perder divisas se refleja inmediatamente en el derrumbe del peso.

En marzo comienza también la discusión de las paritarias. Los trabajadores no aceptarán ser "el pato de la boda" de un robo gigantesco que empezó el gobierno al falsificar dinero, y tendrán razón. No aceptarán hacerse cargo, con el derrumbe de sus salarios, de la corrupción, negociados e incapacidad del gobierno.

La recesión, por su parte, se traducirá en mayor caída de la recaudación. En términos reales, es decir como porcentaje del gasto, ha caído en un año un 20 % -subió nominalmente un 20 %, pero el gasto subió el 40 %-, habrá dificultades en pagar los subsidios a la energía y el transporte, los sueldos al personal del Estado, las cuentas a los proveedores, las transferencias a las provincias y tal vez las jubilaciones y pensiones.

En síntesis: estaremos en problemas.

Cada día que pasa sin reaccionar, disminuyen las posibilidades de incidir en el manejo de la crisis, porque se esfuman las herramientas monetarias, económicas, simbólicas y políticas.
Seguir sin reaccionar conducirá inexorablemente al ajuste salvaje, porque el desemboque será, al final, la implosión del Estado y la liberación de hecho todas las variables.

¿Qué significará la implosión?

El dólar por las nubes, ante el derrumbe de valor del peso. Una inflación acorde a esa devaluación. Salarios caídos a la mitad en su poder de compra. Tarifas recuperando el valor real (entre 300 y 500 % de aumento, en electricidad, gas y transporte, y 100 % en nafta y gasóil), desocupación creciendo al compás de la recesión, e inundación de monedas provinciales. La tensión social llegará a un extremo que no será controlable ni siquiera con represión.

¿Hay tiempo todavía?

Parece improbable con el actual gobierno, aunque sería deseable. Lamentablemente cada medida que toma profundiza los problemas y marchan exactamente a la inversa de la dirección necesaria.
La única forma de atenuar los efectos de la crisis es la ayuda externa, y ella no llegará si no hay un muy fuerte consenso interno sobre medidas coherentes y homologables con el sentido común y un programa consistente, en negro sobre blanco y sin trampas. 

El descrédito y la falta de credibilidad del kirchnerismo son una barrera para lograrlo, como lo adelantan las dificultades del Ministro Kicilloff para avanzar en un acuerdo rápido con el Club de Paris. Sin ayuda externa ni confianza interna, la caída será extremadamente dolorosa. Recordemos el 2002.

El peronismo tiene hoy una responsabilidad central, tanto al permitir que ésto siga pasando, como en no preparar una alternativa nacional, democrática y patriótica antes que el caos generalizado se adueñe de las calles. La mayoría parlamentaria no sirve sólo para pavonearse. Conlleva la responsabilidad de hacerse cargo de los problemas y de gobernar.

Esa alternativa difícilmente sea ya posible sin un amplio acuerdo político y social, un programa de emergencia y un gobierno de coalición nacional con amplio respaldo ciudadano en condiciones de presentarse ante el mundo como auténticamente representativo de la Nación para normalizar las relaciones externas y romper el aislamiento construido en los últimos años. Antes o después de las elecciones generales y cualquiera sea el resultado, porque el calendario de la economía no depende del calendario político, ni del color del gobierno.

Es una lástima para todos que, ante lo obvio, se prefiera cerrar los ojos. Pone en cuestión la inteligencia humana y la propia utilidad de la política como acción colectiva virtuosa para solucionar los problemas y disminuir los riesgos que amenazan la convivencia.

Ricardo Lafferriere

lunes, 20 de enero de 2014

Salir del populismo, entrar al mundo

                El retroceso en el debate público se ha marcado a fuego en la última década. Las turbulencias del cambio de siglo se proyectaron en la vuelta de un esquema de país que se resiste a morir, a pesar de pertenecer al estilo de otros tiempos. Se agotó simbólicamente a fines de la década del 80, cuando concluyó el mundo bipolar, la pretensión de autarquía, el aislamiento comunicacional y el predominio de las grandes “estructuras”.

                En el mundo, pero no acá. Montado en el sacudir de los sepulcros de los caídos en tiempos de la orgía de sangre en las calles, la crisis de cambio de siglo permitió renacer el sistema de la vieja Argentina. Dejamos de bucear en el futuro y preferimos referenciarnos de nuevo en el ayer.

                Pareció más seguro porque convocaba certezas ancestrales. En lugar de enfrentar los problemas nuevos, preferimos reciclar los que ya conocíamos y en gran medida estaban superados. El golpe fue fuerte y cual un aprendiz infantil de ciclista, preferimos volver a la seguridad de los brazos paternos en lugar de insistir, aprendiendo del error.

                Ese ha sido, tal vez, el mayor peso negativo de la herencia kirchnerista: el renacer del populismo. A su compás se ha destrozado el país que quedaba, su infraestructura, sus reservas, sus instituciones, su capacidad de convivir. Todo fue volcado a la fiesta del consumo y la corrupción. Y su consecuencia: seguir razonando como niños.

                Cierto que han existido, cual los intervalos lúcidos de los dementes, chispazos de sentido común. Entre ellos un reflejo ancestral de parciales decisiones justicieras. Pero aún éstas fueron distorsionadas por la manipulación clientelar, la soberbia autoritaria y la apropiación del sentir colectivo. No fueron montadas en la construcción de una ciudadanía madura, sino en la grosera apropiación de banderas ajenas. No crearon ciudadanía sino clientelismo.

                El regreso populista impregnó el centro de gravedad de la conciencia política nacional. El peronismo fue arrastrado a sus perfiles menos democráticos, de los que había logrado alejarse desde 1983. El radicalismo dejó de hablar de Parque Norte, cada vez más aturdido por la marea del regreso al pasado. El “Frente Renovador”, invocando juventud, se sumerge de cabeza en la visión arcaica de la economía, al anunciar su iniciativa de enfrentar la desocupación con herramientas de la más pura cepa populista.

                Cierto es que la Argentina moderna subyace en todas partes. Hay peronistas que saben lo que pasa y radicales que prefieren sostener su mirada en el horizonte, resistiendo la fuerte presión facilista. Hay liberales que comprenden la diferencia entre la libertad y la deformación monopólica o delictiva de las corporaciones, y socialistas que también perciben la ausencia de las visiones modernas de sus cofrades europeos, o regionales de Chile, Brasil o Uruguay, que han acertado en la articulación virtuosa de un Estado responsable y respetuoso del mercado. Debe reconocerse sin embargo que su tarea no es sencilla, ni mayoritaria.

                 Enfrentar un paradigma dominante, con mucha más razón en el campo de la política, no es gratis. Las figuras conceptuales del pasado son muy funcionales al debate cuando la crisis aún no se ha desatado en plenitud y las mentes lúcidas sufren al comprender que por no mirar lo que pasará –y que ellas saben- serán arrastradas a un torbellino del que será cada vez más difícil salir sin sufrimientos.

                 Sin embargo, de eso se trata la política.

                 Aun crecientemente acelerados en el tobogán, queda la sensación que el rumbo correcto sería una especie de rendición culposa, no un triunfo. Está claro que así es para el populismo, que llegó a su límite y depende hoy de sus rivales simbólicos: que el salvaje enemigo financiero externo –y aún los repudiables “fondos buitres”- le faciliten salir de la autoencerrona, que los monopolios petroleros extranjeros acepten invertir para extraer petróleo, que la vil oligarquía del campo le adelante algunos dólares de la cosecha que viene a cambio de un premio de tasas generosas…

                  En cambio, no se advierte una reflexión potente de la imbricación virtuosa con el escenario global, obvio camino de superación inteligente del encierro en el que nos metió descaradamente el populismo. Alternativa que ya no tiene secretos, porque seremos casi los últimos en llegar si es que también hasta Cuba y Corea del Norte nos ganan de mano.

                    Un Estado democrático y respetuoso de la ley. Una justicia independiente. Un mercado trabajando libremente en el marco de reglas de juego fijadas por la Constitución y la soberanía popular, a través del Congreso. Provincias autónomas. Contratos que se respeten, especialmente por los organismos públicos. Construcción franca y sólida de ciudadanía, dando poder a los ciudadanos y limitando sustancialmente la discrecionalidad de los funcionarios. Un Congreso que discuta con creatividad y pluralismo los objetivos de cada momento. Organizaciones estatales con funcionamiento transparente y responsable, con información abierta, gastando lo que hayan decidido los cuerpos legislativos y cobrando los impuestos que allí se hayan establecido. Sin delegaciones, sin trampas, sin palabras con doble sentido –o sin ningún sentido-.

                     Reingresar al mundo teniendo claros nuestros objetivos nacionales.  Ni más, ni menos. Esa es la salida. No, por supuesto, para los que recitan de memoria sino para quienes conservan la mente abierta, la actitud dialoguista y la vocación de cambio.

Ricardo Lafferriere