martes, 1 de abril de 2014

Linchamientos: ¿es “la sociedad”?

Los conmocionantes episodios de grupos de personas frustrando delitos o tomando en sus manos la tarea de apresar y castigar a quienes considera sus autores han convocado una sucesión de valoraciones, la mayoría de las cuales son de una fuerte condena a la actitud de estos ciudadanos.

Curiosamente, y aunque sea comprensible, en esas mismas condenas no suele incluirse el comportamiento delictivo que les da origen, lo que segmenta de tal forma el análisis que lo termina convirtiendo en parcial, porque analiza la mitad del fenómeno y no su totalidad.

Más aún: en las condenas, salvo excepciones, no suele incluirse la falencia estatal en garantizar la seguridad ciudadana, la que tiene dos grandes huecos: la ausencia de promoción de una escala de valores que condene la rapiña –más aún: su reemplazo por la impunidad de la megacorrupción del poder, fuertemente “contraejemplar”- y la desatención o hasta la desarticulación de las fuerzas de seguridad ciudadana, mediante las cuales “la sociedad” civiliza su convivencia al apoyarla en leyes con el adecuado respaldo a los organismos especializados a fin de garantizar su cumplimiento. Pero que, al estar contaminadas –ellas mismas- con el delito, no cumplen la función para la que fueron conformadas.

A pesar de todo ello, resulta también parcial considerar a las personas que reaccionan en forma violenta frente a un delito como una expresión de “la sociedad”. Son muchos más, aún, los ciudadanos de “la sociedad” que siguen reclamando la vigencia del estado de derecho, desmantelado sistemáticamente por el kirchnerismo, y que no actúan ni actuarían de manera similar ante situaciones parecidas.

La “sociedad”, en la Argentina, sigue siendo ejemplar, muchísimo más ejemplar que su gobierno. Es milagroso que pueda seguir existiendo un país que se ha desentendido de la seguridad pública, la defensa nacional, la educación general, la justicia imparcial, y hasta la garantía del más básico derecho de propiedad. No la ideologizada propiedad “de los medios de producción”, sino las más elementales y primarias: el haber de un jubilado, los ahorros de una persona para garantizar su futuro, el sueldo de un empleado, o sus pequeños activos logrados con esfuerzo, trabajo y sacrificio, sea una bicicleta, un par de zapatillas, un auto o una moto.

No es bueno, frente a estos dramas, el atajo de la hipocresía. La desaparición del Estado produce esto. Es una pulsión antropológica básica defenderse y defender lo propio. La civilización nos ha llevado a organizar en leyes y en poderes públicos la garantía de esa convivencia básica. Pero si alegremente aceptamos su desmantelamiento, o lo justificamos con sesudas elucubraciones contranatura, no podemos impostar la indignación ante lo que es el fruto de nuestras propias decisiones. O de quienes hemos elegido para que legislen y gobiernen.

Quien escribe prefiere creer que ante un hecho similar tendría, posiblemente, la actitud del portero que protegió al delincuente en Palermo para evitar su linchamiento, y entregarlo a las autoridades. Digo “posiblemente” porque ante situaciones como ésa, cercanas a las reacciones instintivas, nunca se sabe cuál será la reacción primaria de nadie, ni siquiera de quien piensa en su propia actitud.

Lo que también es posible es que si ese portero ve en unos días al mismo delincuente en una situación similar, porque lo entregó al “sistema” y éste se desentendió devolviéndolo a “la sociedad” sin sanción, probablemente piense dos veces antes de actuar de la misma forma.

La “sociedad” sin leyes es la selva. No parece inteligente rezongar por la selva cuando se han desarticulado las leyes. Son éstas las que le dan fuerza a los “valores” civilizados, las que dan “garantías” a todos de respetar sus derechos básicos, las que delegan la venganza o la autosupervivencia en autoridades que deben garantizar su cumplimiento.

Si las leyes no rigen, si las autoridades se alzan de hombros, si los pensadores oficiales justifican la selva, si se renuncia en suma a la decisión de “civilizar” cada vez más la convivencia, el resultado no puede ser diferente al que estamos viviendo. Porque “la sociedad” está integrada por individuos, que actuarán por la pulsión primaria de cualquier animal de la selva: preservar su vida, su familia, su territorio, sus cosas. Solos, o con el apoyo de su tribu. Aunque para ello tenga que matar.



Ricardo Lafferriere

Burbuja

Está raro el mundo.

Las protestas y represión en España con las connotaciones violentas de nuestros países del sur; Rusia actuando como si hubiéramos retrocedido a la primera mitad del siglo XX; los Estados Unidos reaccionando frente a la agresión rusa sobre un aliado al que había garantizado su integridad territorial en 1992 con ¡el retiro de sus visas de ingreso a EEUU a siete nacionales del país agresor!...

En nuestro país no nos va mejor. Sin comenzar las clases en el principal distrito argentino, la administración responsable prefiere jugar a la interna oficialista, en lugar de buscar un acuerdo que honre su afirmación de que “la educación es la prioridad básica del gobierno”. 

No logra ese acuerdo, pero aumenta los gastos de Fútbol para Todos como herramienta política de publicidad oficial, sigue alegremente el déficit de Aerolíneas de dos millones de dólares diarios que financian los viajes de los ricos, y lleva ya ciento cincuenta mil millones de pesos sin respaldo volcados en el mercado para financiar el Estado, provocando una inflación que inmediatamente trata de transformar en recesión al retirarlos con tasas leoninas y reducir el consumo.

La ofensiva contra la justicia prosigue. Se remueve a un fiscal que investiga el lavado de dinero del poder y sus amigos, se protege al juez que cubre en forma desvergonzada la corrupción oficial, y se resucita la citación a Jury de un Juez que se anima a investigar los hechos de corrupción con fondos públicos.

Los motochorros dicen su presente asesinando en forma alevosa a personas de trabajo, en ocasiones sin llevarse nada; los narcos planean por teléfono en Santa Fe el asesinato de un Juez, mientras tenían de “che pibe” a un policía corrupto; los barras bravas del “tablón” son detenidos en su kiosco del Estadio vendiendo facas, carnets de socios y entradas; y la violencia ya no es sólo el de una maestra asesinada de un balazo a la espalda al entrar a su casa, o de otro motochorro matando a un jubilado, sino que llega a un procurador judicial que ataca a balazos a la esposa de su locatario, porque se atrasó en el alquiler…

Una cosa sigue igual: la señora se fue a Calafate. Otra vez. Viaje que cuesta un dineral, y que ha convertido en cotidiano a pesar de disfrutar de casa y comida –que pagamos todos- y del sueldo que le queda libre. 

Para los que digan que esto no tiene importancia, les respondo: todo gasto dispendioso es pagado por alguien: un jubilado que no recibe su actualización dispuesta por la justicia, un maestro que no dicta clases por su sueldo miserable, o un empleado que debe comenzar a pagar el impuesto a la riqueza, a pesar de estar en el límite de la línea de pobreza. Nadie le pide que no viaje. Sólo que se pague ella sus viajes particulares, como cualquier vecino.

Es uno de esos períodos en los que parece mejor desenchufarse del mundo, ante la proliferación inmanejable de desórdenes. Y rogar al destino que haga transcurrir con rapidez el año y medio que falta para que, al menos en el país, finalice la pesadilla terminando de una vez por todas esta burbuja.



Ricardo Lafferriere

Ajuste y verdad

“Los que reclamaban el ajuste, ahora se oponen” (J. Capitanich, Jefe de Gabinete de Ministros)

Hubiera podido decir, con la misma veracidad: “Los que negábamos el ajuste, ahora reconocemos que ellos tenían razón”.

Toda verdad a medias rayan en el engaño.

El ajuste es necesario por el desajuste previo, que fue advertido por la oposición por lo menos en el último lustro. Desde esta columna lo dijimos antes, ya en el 2004.

Un mega-ajuste como el que corona “la década ganada” tiene poco que ver con sorpresas ajenas. No hubo caída de precios internacionales –como le pasó a Alfonsín-, no hubo crisis sistémicas que nos alcanzaran, como la de Rusia, México o la devaluación de Brasil que golpearon a Menem en los 90. No hubo tampoco una suba exponencial de tasas de interés en el mundo que castigara a los deudores, como ocurrió con de la Rúa, en el 99.

Acá hubo buenos precios, buenas exportaciones, no se pagó deuda, existió récord de recaudación, y hubo salarios en dólares ínfimos durante una década. Lo que también hubo fue una pésima gestión que desajustó la economía cuando había excedentes, y debe ajustar cuando se acabaron las reservas.

Las diferentes oposiciones alertaron sobre la inviabilidad de esta política desde el comienzo y fueron acentuando las alertas en los últimos años. Las respuestas fueron soberbias, intemperantes y condenatorias. Y en lugar de reconocer ese error y convocar con humildad a la unidad nacional, imprescindible para corregirlo generando confianza, se persiste en la misma soberbia autista.

Así se hizo en el tema energético, en el del congelamiento de tarifas de servicios públicos que llevaban a la crisis de todos los sistemas, en la megacorrupción del transporte, en el vaciamiento del BCRA y en la virtual liquidación de la ANSES.

Mientras el gobierno no reconozca su error, su mensaje no será creíble. En lugar de ayudar a la comprensión general de la situación económica, prefiere seguir manipulando estadísticas, ocultando datos y escondiendo el crecimiento real de la pobreza al dejar de elaborar las estadísticas que, con los números más cercanos a la verdad a que son obligados por aquellos a los que pasa el sombrero, queda a la luz.

El propio escandaloso grotesco del cálculo del PBI es otro baldón. Por supuesto que es mejor pagar poco que mucho. Pero a condición de ser honesto. Decidir la evolución del PBI por un capricho presidencial en lugar de mostrar en forma transparente los números en los que se basa puede rendir en el corto plazo como una mentira fraudulenta, pero será un nuevo baldón que se le facturará al país.

Tal vez a la Señora y al “mundo K” vivir trampeando le parezca sólo una picardía sin contenido moral. Para la gente normal que nos mira y tiene negocios con Argentina, la conclusión es otra: otra vez mintiendo. Otra vez en las andanzas. Otra vez trampeando. 

Como diría Battle: “…del primero al último”…



Ricardo Lafferriere

lunes, 17 de marzo de 2014

Los habitantes de Crimea quieren ser rusos

Como lo habíamos pronosticado hace algunas semanas en esta misma columna, el desemboque del contencioso ruso-ucraniano estaba “cantado”: en un corto lapso, por una u otra forma jurídica, Rusia lograría anexarse la península de Crimea arrebatándosela a Ucrania.

Al parecer, las reacciones del resto de las potencias no pasa de algunos rezongos formales. Un par de decenas de dirigentes rusos no podrán ingresar a Estados Unidos –seguramente, por un tiempo-, y están estudiando “si siguen invitando a Putin al G 8”.

Rusia, por su parte, ha dejado trascender que aspira a otros territorios del este de Ucrania, con los que linda y en los que existe mayoría de población de habla rusa.

¿Es el mundo que viene, como en forma visceral lo afirmábamos en una nota anterior? ¿o en realidad, son los estertores del mundo que se resiste a morir? ¿O ambas cosas?

Aún sin adscribir dogmáticamente a las interpretaciones marxistas de la sociedad y de la historia, es nuestra convicción que la conformación y funcionamiento de la economía condiciona fuertemente el rumbo de los procesos sociales. La economía, a su vez, encuentra su motor en los avances tecnológicos, que por definición son incrementales y suelen escapa a la voluntad del poder.

La formidable revolución tecnológica que el mundo protagonizó durante el siglo XX, acelerada dramáticamente en las últimas tres décadas del siglo pasado, tienen un sector predominante: las comunicaciones. Éstas crearon una red envolvente en el planeta, que sostuvo y potenció -con el surgimiento de Internet-, el último proceso globalizador.

La característica principal de este proceso es la conformación de un sistema económico encadenado, en el que los sectores más dinámicos –y por lo tanto, ciertamente hegemónicos- de la economía mundial han escapado a los marcos nacionales y se referencian con el mundo como un todo. Producen globalmente, se financian globalmente, abastecen el mercado global y están ciertamente mucho más emancipados de los países que les sirvieron como base de desarrollo en el siglo XX.

Los mercados globales son la característica del nuevo sistema económico, del nuevo “paradigma”. La nueva economía no puede funcionar encerrada en el marco nacional, por razones de escala, y la revolución de las comunicaciones le permitió consolidar su morfología universal.

El próximo paso es la construcción política global, que va ciertamente con retraso a la marcha de la economía. La política debe reformular un entramado legal que ponga coto a los desbordes financieros, que edifique un piso de dignidad universal para evitar la superexplotación de los más débiles -mano de obra esclava, de niños, mujeres o ancianos-, que regule con la fuerza necesaria las emisiones de gases de efecto invernadero y otros tóxicos contaminantes de la atmósfera de todos, que proteja los recursos naturales no renovables, que ponga coto al delito global….y otros temas no menos importantes inherentes al control humano del mundo globalizado.

Ésa es la agenda positiva de futuro. Frente a ella, aparecen los estertores del pasado. Quienes resisten la marcha de la humanidad y añoran los Estados policíacos y autoritarios. Que sueñan con volver al mundo de las economías cerradas, los juegos geopolíticos y militares, los Estados como únicos protagonistas importantes, la indiferencia frente a los derechos de las personas, a la protección ambiental o a la superexplotación de los recursos naturales y la convivencia cómplice con las redes delictivas globales.

Esa es la línea de choque que está atravesando hoy Ucrania. Un sector del país, añorando los tiempos del Estado planificando todo, quiere volver atrás. Otro, el más dinámico, el que aspira a la convivencia en el marco de la ley –nacional e internacional-, que cree en las instituciones democráticas como mejor método de convivencia, en la libertad creadora de las personas, en la condición cuasi-sagrada de sus derechos y fundamentalmente en  un futuro globalizado y libre, quiere seguir avanzando. Lo que da originalidad al proceso ucraniano es que este conflicto, que virtualmente se da en todos los países, allí se junta por sus particularidades históricas y vecindad geográfica con las aspiraciones neoimperiales de la arcaica oligarquía rusa post-soviética.

Por supuesto que –como todos los análisis sociales- los párrafos anteriores rozan la caricatura. Hay oligarquías corruptas en Ucrania que aspiran a hacer negocios oscuros con el petróleo y los oleoductos, y hay decenas de miles de ciudadanos rusos condenando el peligroso expansionismo de Putin, manifestándose en Moscú en estos días contra la anexión de Crimea y luchando por una Rusia libre, democrática, integrada al mundo que viene. Pero no son aún los predominantes.

El precio de esta tensión entre pasado y futuro parece ser la fragmentación. El peligro es que esa fragmentación –que no significa otra cosa que el renacer de los juegos geopolíticos y militares del siglo XX- continúe marcando la agenda diaria, desplazando a la agenda de futuro. Que en lugar de energías renovables, potenciemos nuevamente el petróleo. Que en lugar del derecho hablen las armas. Que en lugar de un mundo en paz volvamos al reinado de las banderas de guerra.

Por lo pronto, Putin logró lo que buscaba: agregar una pieza a la reconstrucción del imperio soviético, a contramano de la economía, la tecnología, la libertad, la democracia y la política. Hace pocos días un lúcido analista argentino, Carlos Perez Llana, sostenía “Rusia ganó Crimea, pero perdió a Ucrania”. Agregaría que Ucrania pierde territorio pero gana libertad. Los habitantes de Crimea quieren volver a ser ciudadanos rusos. Los ucranianos quieren ser ya ciudadanos del mundo.

Pero mucho más importante que Rusia o que Ucrania –al fin y al cabo, “marcas” políticas temporales propia del mundo de Estados-Nación, ambas de disímil suerte en el pasado e impreciso futuro-, es que frente a la impotencia ante los pasos de Putin, los seres humanos que vivimos en este planeta, en pleno siglo XXI, tengamos que volver una vez más a prepararnos para la violencia si queremos construir en paz el mundo que viene. Y ese es, tal vez, el saldo más dramático y preocupante de la crisis de Crimea.


Ricardo Lafferriere

lunes, 10 de marzo de 2014

La geopolítica y los derechos humanos

                En décadas de auge de la guerra fría, cuando las dictaduras militares con simpatía de Washington azotaban la región como reacción ante la acción insurgente de la “Tricontinental” y los movimientos guerrilleros, quienes detentaban el poder y la “hegemonía cultural” solían descalificar a los reclamos por los derechos humanos imputándoles ser instrumentos del “comunismo internacional” y de “proyectos extranjerizantes”.

                Muchos de quienes hacíamos política en aquellos tiempos recibíamos esas acusaciones como simples argumentos de la lucha. Era cierto que en los diarios existían pronunciamientos de los organismos más cercanos a las posiciones de izquierda, fundamentalmente los relacionados con la ex URSS.

Pero también sabíamos que esos argumentos se desdecían con los hechos, cuando en los espacios internacionales decisivos –como la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas- los gobiernos del ex bloque socialista –la URSS y la propia Cuba- hacían causa común con la dictadura militar sosteniendo la tesis que los reclamos por los derechos humanos debían detenerse ante la “soberanía nacional” de cada país. Fidel y Videla coincidían, en los hechos, en reconocerse legitimidad para hacer dentro de sus países lo que se les antojara con los derechos de las personas.

En la Argentina quienes defendíamos los derechos humanos y reclamábamos el retorno a la democracia debíamos organizar las luchas en relativa soledad, y los éxitos o retrocesos de su vigencia dependían de la situación interna, más que de los caprichos o intereses de la geopolítica.

Sufrir esa experiencia nos llevó, recuperada la democracia, a privilegiar el trabajo por el reconocimiento de los derechos humanos como un valor universal prioritario a cualquier otro, en especial al de la soberanía de los Estados. La Argentina hizo de esta causa una política de Estado. La Corte Penal Internacional fue un logro del que nuestro país se enorgullece de haber participado desde su inicio, atravesando administraciones diferentes –desde Alfonsín hasta Kirchner, pasando por Menem y obviamente Fernando de la Rúa-. El tratado aún no fue ratificado por Estados Unidos, ni por Cuba.

El respeto a la dignidad humana es un elemento esencial a cualquier convivencia civilizada. A pesar de los duros enfrentamientos políticos y aún de casos específicos de violencia investigados por los tribunales, el relato político de la democracia incorporó ese valor a todas las ideologías participantes en el escenario nacional. El asesinato político, la desaparición de personas, el destierro, la confiscación de bienes, la tortura, tal vez puedan ocurrir, pero recibirán no sólo la condena social sino el vacío argumental. Nadie levanta –salvo alguna voz marginal, como la de Luis D’Elía, de nula representatividad política o social- la defensa de estos crímenes.

Por eso la declaración de Gloria Ramírez, Defensora del Pueblo de Venezuela, justificando la tortura a estudiantes detenidos no puede dejarse pasar. La afinidad política o la conveniencia estratégica no puede llevar a los argentinos a olvidar lo que sufrimos, a justificar la tortura porque el que la aplique sea un gobierno que se considera amigo, o porque estemos negociando con ellos la renovación de algún crédito.

Con los derechos humanos no se juega. El gobierno, y las fuerzas políticas democráticas de la Argentina no deben dejar pasar ese gesto, que no es una “propaganda del imperio” ni una “simple denuncia infundada distribuida por las redes sociales”, sino el pronunciamiento de una funcionaria pública cuya responsabilidad primaria es, justamente, defender los derechos de los ciudadanos de su país.



Ricardo Lafferriere

martes, 4 de marzo de 2014

Crimea, Ucrania, Rusia...y el mundo que viene



Al caer la tarde del 18 de mayo de 1944, miles de efectivos de la NKVD (la policía militar soviética de Stalin) entraron en cada una de las aldeas tártaras que formaban la gran mayoría de la población de Crimea.

Entre uno y dos millones de personas, desde ancianos inválidos hasta niños de pecho, fueron ingresados por la fuerza en camiones de transporte, abandonando al saqueo de las tropas rusas sus propiedades y pertenencias.

La población de toda una etnia fue conducidas a Uzbekistán. Allí fueron arrojadas al desierto, donde murieron cientos de miles por desnutrición, sed, falta de alimentos, frío y enfermedades.

De la deportación no se salvó nadie. Desde los dirigentes del Partido Comunista de cada localidad, hasta héroes de guerra e integrantes de los “partisanos” –guerrilleros contra la ocupación nazi-. Todos, por el sólo hecho de ser tártaros, fueron objeto de la “limpieza étnica” estalinista que dejó a la península de Crimea liberada para su repoblación. 

La excusa fue la colaboración que un pequeño sector de la población tártara, según el convencimiento de Stalin y Beria –mandamás de la NKVD- , había realizado con los nazis durante la ocupación alemana de Crimea. La realidad fue la histórica ambición rusa de integrar definitivamente la península de Crimea a su territorio nacional para fortalecer su dominio del Mar Negro y posicionarse estratégicamente frente a los estrechos de Bósforo y Dardanelos.

El genocidio se mantuvo en un relativo ocultamiento hasta la caída de la Unión Soviética y la liberación de la documentación y el arribo de la libertad de expresión sobre los crímenes estalinistas. Al igual que la tragedia polaca de Katlin, cometida también por Stalin y Beria, la realidad temina por salir a la luz, en este caso regresando a Crimea en la memoria de los pocos sobrevivientes tártaros y sus descendientes que volvieron desde la lejana Uzbekistán buscando su viejo hogar en los últimos años.

Crimea, ya libre de tártaros sobre el fin de la guerra, fue repoblada por Stalin con rusos de sangre. Son sus descendientes los que ahora han reclamado la protección de Rusia ante la decisión del parlamento ucraniano de destituir al déspota y corrupto presidente Yanukóvich, quien huyó refugiándose en Moscú, desde donde incita a la ocupación rusa de toda Ucrania y su reinstalación en el poder.

Es bueno recordar estos hechos ante la evidente intención de muchos –y no sólo rusos- de terminar con el tema que interpela la conciencia democrática occidental, levantando el argumento de que “después de todo, la mayoría son rusos”. Falaz afirmación a la que los argentinos, especialmente deberíamos resistir por su extraña similitud con el trasplante poblacional realizado por Gran Bretaña en las Malvinas, luego de su ocupación militar.

No podemos mirar para otro lado ante esta vergonzosa, agresiva y patoteril ocupación militar rusa de una porción del territorio ucraniano y mucho menos aceptar el argumento.

Putin sabe que la “realpolitik” le permitirá salirse con la suya. Ucrania está débil, por su crisis económica y política. La Unión Europea tiene su yugular –los gasoductos que alimentan sus industrias y llevan energía a sus hogares- atenazada por las decisiones del Kremlin. Estados Unidos ha resuelto replegarse hacia la defensa de sus intereses estratégicos más directos, lejanos del contencioso del Mar Negro y los Balcanes. Las Naciones Unidas están neutralizadas de cualquier acción, por el poder de veto –en este caso, de la propia Rusia-.

Ucrania está sola, acompañada exclusivamente por la sensación de impotencia y humillación de la opinión libre y democrática del mundo, la que resiste el cinismo, la hipocresía y los discursos exculpatorios de los diferentes escalones y factores del “poder” mundial.

En todo caso, es un adelanto del mundo que viene. Y una advertencia para quienes alegremente juegan con el futuro, banalizan el debate estratégico, atan al infantilismo ideológico las alianzas nacionales y debilitan a conciencia la capacidad defensiva del país con argumentos “munichistas”.

Seguramente, el futuro ucraniano será resuelto en alguna reunión como la de Munich, donde el Reino Unido, Francia, Italia y Alemania resolvieron en 1938, sin la presencia ni consulta de los checoeslovacos, la secesión de una parte de su país –los Sudetes- y su entrega a Alemania, para “calmar” las ambiciones de Hitler. 

Sería bueno que no ocurra, pero la intuición indica que algo similar pasará en este caso, con las grandes potencias acordando una virtual secesión de Crimea y su caída en la esfera de influencia rusa, con alguna forma jurídica que implique de hecho su segregación de Ucrania.

De ser así, tal vez se habrá logrado “la paz” y se habrán “tranquilizado los espíritus”. Sin embargo, se habrá abierto un antecedente de retroceso hacia un mundo que habrá renunciado a su pretensión de ser regido por el derecho y aceptado el regreso al puro poder, a la fuerza militar y a la subordinación a los intereses crudos de las potencias más fuertes.

Un mundo, en suma, que estará trayendo al siglo XXI lo peor del siglo que pasó.

Ricardo Lafferriere


lunes, 24 de febrero de 2014

Dilma, Cristina y Nicolás

Durante la última década las exportaciones brasileñas a Venezuela se dispararon un 533%  hasta 5.056 millones de dólares, convirtiendo a la nación petrolera en el segundo mayor mercado latinoamericano de Brasil después de Argentina.

Además, los economistas calculan que las inversiones brasileñas en Venezuela rondan en realidad los 20.000 millones de dólares, o tres veces más que en México, la segunda economía de América Latina. Todas se hicieron durante el chavismo.
(Leer más en: http://www.elmundo.com.ve/noticias/economia/politicas-publicas/empresarios-brasilenos-apuestan-a-maduro-para-prot.aspx#ixzz2u6zL0wIi)

En vida de Néstor Kirchner, Chávez desembolsó en préstamo 1.000 millones de dólares a favor de Argentina. Al recibirlos, la República Argentina le entregó a la República Bolivariana títulos de la deuda pública Argentina--Boden 2015--, pagaderos en 2015, por valor nominal de ¡1461,9 millones de dólares! O sea que la República Argentina se comprometió a devolver, sólo de capital, un 46% más de lo que recibió.

A ello cabe adicionar una tasa anual de intereses sobre el monto recibido de Venezuela que oscila entre un 14,86% y un 15,60%. Cabe recordar que el FMI, en ese momento, nos cobraba por la deuda pendiente, el 4,596 %. Claro, sin espacio para "negocios adicionales"...

Para hacerlo más claro: de entrada, al recibir el préstamo, Argentina se comprometió a pagar, por capital, U$S 462 de más por cada U$S 1.000 recibidos y, además, desembolsará aproximadamente un 15% anual de intereses. Esto y no otra cuestión es lo que significa que Venezuela le presta a la Argentina recibiendo en cambio títulos de la deuda pública argentina al valor de su cotización en el mercado. ¿Está CK preparando el terreno para que Nicolás renueve el crédito a su vencimiento?

El opositor Capriles ya adelantó que exigirá a la Argentina el pagos de 13.000 millones de dólares que -alega- el gobierno chavista ha facilitado al kirchnerismo. Y que aquí, al parecer, no figuran.

Estos números son sólo un ejemplo de lo que es imposible cuantificar por el secreto de todas las operaciones con Venezuela, proveedora permanente de petróleo y gasoil para la sedienta cuenta energética del kirchnerismo, que por su desastrosa gestión convirtió al país en fuertemente dependiente de las importaciones de hidrocarburos.

En el caso brasileño, es imposible no ver detrás del silencio de Dilma el consejo de Itamaratí, resultado de un frío cálculo sobre el riesgo de los capitales del vecino país volcados a la economía venezolana. El mismo que la llevará a tolerar la represión de la dictadura cubana, con la que ha formalizado también importantes acuerdos de inversión en infraestructuras (La última noticia fue la inauguración, hace pocas semanas, de la mayor instalación portuaria de la isla, construida y financiada íntegramente por capitales brasileños).

Curioso que la reprimida oposición cubana sólo fuera recibida por Piñera. La "derecha" defendía los derechos humanos, mientras las "progresistas" presidentas de Argentina y Brasil confraternizaba una con Fidel en visita cholula, y cumplía la otra con sus empresarios inaugurando obras de infraestructura hechas por ellos en Cuba.

En el caso argentino, el nuevo acuerdo con Venezuela anunciado en enero comprende un original "canje" de alimentos por petróleo. El negocio para la administración argentina es arbitrar entre alimentos adquiridos a precios internos (o sea, reducidos en el 35 % de retenciones) y el precio internacional, al que debieran tasarse para la operación de canje.

No se han informado detalles de los precios acordados, lo que deja en un gran estado de duda qué pasa con esa diferencia. Si todo fuera transparente, no debieran existir motivos para el secreto, en lugar de seguir con el sospechado procedimiento de cláusulas secretas usado para el acuerdo con Chevrón. O los oscuros negocios gerenciados por De Vido que están siendo investigados por la propia justicia venezolana.

Maduro es un gran negocio para Brasil, para el kirchnerismo y para Cristina. No lo es ni para el saqueado pueblo venezolano, ni para el argentino, que heredará del kirchnerismo deudas económicas y políticas de largo aliento que ya comenzaron a visualizarse. Tal vez el único ganancioso sea Brasil y sus empresarios, aunque difícilmente Dilma, cuyo prestigio de antigua luchadora por la democracia quedará sin dudas seriamente deshilachado después de su deslucida actitud en esta crisis. Cristina, si alguna vez lo tuvo, lo perdió hace rato.

Ricardo Lafferriere