Entre los records indiscutibles de la década (ganada,
perdida, desperdiciada o robada) hay varios que nadie podrá rebatir y que
constituyen las contradicciones más notables para una gestión que recibió el
apoyo mayoritario del electorado argentino.
Cinco hitos: Los actos más masivos de la historia contra un
presidente en ejercicio, a saber
1) primer acto del campo, en el Monumento Nacional a la
Bandera, en Rosario
2) segundo acto del campo, en el Monumento de los Españoles,
en la Capital Federal.
3) Primer marcha autoconvocada, en setiembre de 2012, en la
Capital Federal.
4) Segunda marcha autoconvocada, en noviembre de 2012, en la
Capital Federal.
5) Tercera marcha autoconvocada, en abril de 2013, en la
Capital Federal.
Sin embargo, lo curioso es que entre las dos primeras y las
tres últimas se produjo otro fenómeno también innegable: el triunfo del
oficialismo en las elecciones de renovación presidencial, obteniendo una clara
mayoría electoral que osciló en el 50 % -54 %, en la contabilidad oficial, y
más del 35 % en la contabilidad de los más intransigentes opositores. La
diferencia es la base de cálculo: para el gobierno y como dice la ley, el
porcentaje se calculó sobre el total de votos válidos emitidos. Para la
oposición, sobre el total de los ciudadanos inscriptos en condiciones de votar.
La diferencia no empaña un triunfo electoral claro, que significó una
recuperación notable sobre el deterioro que había sufrido la administración
kirchnerista desde el 2008 hasta el 2010.
La causa de esta oscilación en la opinión pública no es
ningún secreto, y fue slogan de campaña en ocasión del enfrentamiento entre
Bush (padre) y su desafiante, Bill Clinton: “Es la economía, estúpido”.
La crisis que alcanzó a la Argentina entre 2008 y 2010 fue
la consecuencia del agotamiento del “colchón” generado por la hiperdevaluación
del 2002 y la suspensión de pagos de la deuda. Tal agotamiento se intentó
recuperar con un gigantesco manotazo al campo, que resistió con uñas y dientes
logrando congelar la ya de por sí exorbitante presión fiscal existente hasta
entonces, que quedó establecida en el mismo nivel que tenía.
La “lucidez” de Amado Boudou descubriendo la caja oculta de
los ahorros previsionales privados, confiscados de un solo arrebato a sus legítimos
ahorristas, le permitió comenzar la recuperación de su imagen y salvar la
propia presidencia de CK, fortalecida luego con la apropiación de las reservas
del Banco Central y por último con la resucitada técnica de la máquina de
fabricar billetes sin respaldo.
La inflación, sin embargo, no es gratis y ha provocado un
deterioro de la convivencia y un hastío generalizado con la incapaz gestión
oficial. En un manotazo desesperado ha decidido inclinar todas sus banderas,
afortunadamente para el país aunque con la misma falta de profesionalidad que
en casos anteriores. Un ajuste descarnado de una dimensión similar al de Isabel
Perón conocido como Rodrigazo, en 1975,
el intento de regreso al endeudamiento externo en condiciones
desventajosas a raíz de la urgencia, y a instar el ingreso de divisas para
inversiones bajo cláusulas a las que no se atrevió ni siquiera Perón en su
contrato con la California, en 1952. Tan leoninas que no se atreven darlas a
conocer.
El bienio que falta será angustiante. En enero sostuvimos en
esta columna que sólo podría revertir esta declinación de fin de ciclo una
convocatoria amplia a la unión nacional, una rectificación total del rumbo
seguido y un reconocimiento de los errores cometidos –no por un infantil deseo
de revancha, sino para generar aunque más no sea algo de credibilidad en
quienes están en condiciones de ayudar para que el ajuste no sea tan
lascerante, y a quienes el relato kirchnerista ha tratado con un infantilismo
grotesco en la última década, mientras liquidaba todo lo que teníamos-.
Por supuesto, no se hizo. Se insiste en que lo realizado
–que nos llevó a esto- fue lo correcto y se persiste en el ataque a todos los
que, desde el sentido común, vinieron alertando desde hace años sobre la
inexorable desembocadura en una nueva crisis si se continuaba el jubileo.
Algo está bueno: se terminará por fin esta pesadilla. Pero
mucho otro está mal: el precio que deberá pagar el país, su gente más humilde,
sus industriales, sus productores, sus jubilados y retirados, es decir, lo
mejor de Argentina, será demasiado. Tal vez el error del 2011 no merecía el
sufrimiento que se viene.
Sólo alimenta el espíritu la ilusión del renacimiento que,
sea cual fuera el resultado electoral, pareciera que comenzará en diciembre de
2015.
Ricardo Lafferriere