El gobierno kirchnerista ha comenzado a recorrer la última
parte de su mandato, con el plazo fijo e irrevocable fijado por la
Constitución. En menos de dos años, el país comenzará otra etapa que, a estar
por las características de los candidatos presidenciales de mayor
representación actual, tendrá cambios importantes en el estilo político.
Lo que no cambiará con el cambio de presidente son los
problemas, que estallarán en el presente año y el que viene con mayor
virulencia que lo que hemos visto hasta ahora. No sería mala idea revistarlos
para que la campaña electoral sea el ámbito en el que podamos escuchar las
diferentes propuestas, no ya alrededor de la “agenda electoral” de fechas,
plazos y alineamientos, sino sobre la del país. Entre otros:
Reconstruir los equilibrios constitucionales y la
convivencia. No será sencillo, pero sin ello difícilmente logre instalarse el
clima de confianza que estimule inversiones, propias y ajenas. El federalismo
destrozado necesita el dictado de la Ley de Coparticipación Federal, sin la
cual las provincias seguirán su marcha hacia la insignificancia, trasladándola
a los municipios. La justicia colonizada requerirá un máximo esfuerzo de
sintonía fina y madurez para separar “la paja del trigo” y recuperar la
dignidad de un poder independiente. Y la violencia instalada en la convivencia
no es ya la del escenario público (como en los 70) sino que ha hundido sus
raíces en el estilo de vida de la sociedad. Asesinatos de ancianos, asaltos con
muertes y hasta niños con instintos agresivos desbordados son el resultado de
una polarización impulsada desde el poder durante una década, convirtiendo en
enemigo al que piensa diferente o que, simplemente, no hace lo que alguien con
más poder espera que haga.
Relanzar la actividad económica. Requerirá volver a “fondear”
el Estado saqueado por la corrupción ramplona y el populismo irresponsable.
Está desfinanciada la ANSES, pero también quedará vacío el BCRA, pero a los
jubilados habrá que seguir pagándoles y a la industria brindándole insumos
importados para su funcionamiento. La presión impositiva impide –en los
actuales niveles- cualquier renacimiento productivo, pero el fuerte
endeudamiento interno del Estado dificultará su reducción. Una economía cuya
única diferencia con “los 90” ha sido la fuente de endeudamiento -antes externo
y ahora interno- no ha cambiado la esencia del problema: el Estado sigue
exactamente igual de inútil y saqueador de la economía productiva.
La inflación
que dejará el kirchnerismo, a pesar de la insinuación de cambios en los últimos
tiempos, se encontrará entre el 50 y el 100 % anual, y con esa tasa es
absolutamente imposible pensar en créditos, inversiones y estabilidad. Pero
reducir esa tasa requerirá esfuerzos fiscales extraordinarios, en un momento en
que, por el contrario, la necesidad de inversión pública para recuperar lo
destrozado en esta década será singularmente demandante.
Rehacer la infraestructura. El transporte ferroviario, la
hidrovía, las rutas, las comunicaciones, las redes de agua potable y cloacas,
la vivienda, se encuentran en un deterioro insoportable, insuficientes para las
demandas de los ciudadanos e incompatible con un proceso de crecimiento. Pero
el mayor desafío es el energético, en el que se necesitarán entre 6.000 y
10.000 millones de dólares por año para recuperar lo perdido y proveer a las
necesidades de una economía que retome su marcha. Es mucho dinero y será
imposible sin fuertes inversiones internacionales, las que vendrán sólo a un
escenario de estado de derecho, imparcialidad de la justicia y erradicación de
la discrecionalidad.
Impulsar nuevamente la masificación y la excelencia
educativa. Cualquiera de los dos desafíos sólos son muy costosos. Ambos a la
vez lo serán aún más. Pero tanto la convivencia como la posibilidad de un
desarrollo inclusivo requieren ciudadanos educados y capacitados, así como un
sector científico-técnico imbricado con el mundo y con un sólido desarrollo
interno.
Reconstruir la defensa. El país ha liquidado sus sistemas
defensivos, en un mundo que está abandonando el período de paz que había
parecido instalarse para siempre. El “monstruo grande que pisa fuerte”, la
guerra, anda rondando motivada por las razones más diversas. La Argentina
necesita desarrollar un sistema defensivo profesional altamente calificado y
tecnológicamente avanzado. Cuesta dinero, pero no hacerlo es un peligro, porque
obligará a depender de otros para nuestra propia seguridad. El ejemplo de
Ucrania, como ayer de Georgia, son alertas sobre la indiferencia con que los
terceros países observan las agresiones cuando no afectan sus directos
intereses nacionales.
Y por último, recuperar la dignidad y el respeto
internacional. Nuestro país ha caído en la consideración global a uno de los
escalones más bajos. La Argentina se ha desplazado en esta década hacia una
especie de “hazmerreír” del mundo y de la región.
La urgencia de recomponer
nuestras relaciones con todos los países del mundo abandonando las actitudes
impostadas para adoptar comportamientos maduros será una condición para poder
imbricar nuestra economía en las cadenas de valor, volver a ser protagonistas
en la construcción del entramado legal de la globalización y participar en las
iniciativas hacia un mundo en paz, con mayor seguridad e incluyéndose en los
esfuerzos cooperativos contra los riesgos globales: la violación de los
derechos humanos, el cambio climático, las redes delictivas, el libertinaje
financiero, las epidemias, la reconversión energética, la protección de la
biodiversidad y la explotación racional de los recursos naturales.
Los mencionados son algunos de los graves temas de agenda de
los años que vienen. Para enfrentar éstos –y otros- será imprescindible una
política que haya erradicado el “ethos” confrontativo implantado por el
kirchnerismo con consecuencias patéticas, reemplazándolo por el cooperativo, y
ello no cambiará con el resultado electoral del cual, afortunadamente y cualquiera
sea el resultado, surgirán liderazgos que habrán erradicado la pesadilla de
esta década.
Sin embargo, el debate sobre estos temas no ocupa aún la
agenda política. Al contrario, ésta parece estar conducida por el escenario
electoral en formación. Es, por supuesto, un tema apasionante. Los escarceos de
declaraciones cruzadas y pases de dirigentes, en última instancia, afectan a
los protagonistas y van configurando el escenario. Pero sería mucho más apasionante
debatir en forma madura cómo enfrentaremos los problemas del país. Esos que nos
afectan a todos y nos acompañarán por años.
Ricardo Lafferriere