El cambio que está atravesando el mundo, parcialmente eclipsado
por los episodios que ocupan los impactantes titulares de violencia y
desbordes, nos está instalando inexorablemente en una sociedad planetaria con
significativas rupturas. Tal vez no se vean tan claras desde nuestra
conflictiva vida cotidiana, tomada por una tensa coyuntura de fin de ciclo,
pero serán la agenda que se instalará apenas la Argentina vuelva a la
civilización. Es ya la agenda del mundo.
Viejas prácticas, creencias y certezas son sustituidas por
la aparición de nuevas tendencias crecientemente afianzadas que inician, a su
vez, de nuevos caminos de convivencia. Tal el claro diagnóstico de Jeremy
Rifkin en su último libro “The Zero Marginal Cost Society: The Internet of Things,
the Collaborative Commons, and the eclipse of Capitalism”, lamentablemente sin
versión aún en español pero accesible en inglés, en formato ebook, en la tienda
Itunes.
La tesis principal: la evolución de la economía capitalista
está llegando a su fin. Sin embargo, a diferencia de los pronósticos de sus
acérrimos críticos ideológicos, la visión de este fin es el de un exitoso “punto
de llegada”. El éxito del capitalismo en impulsar el desarrollo, la ciencia y
la técnica, “aterriza” en ramas destacadas de la economía incorporando
mecanismos que recuerdan al “socialismo”. Importantes sectores de la producción
abandonan el “mercado” para revalorar conceptos como “cooperación”, “bienes
comunes” y “solidaridad”. Otros siguen utilizando el mercado, imbricado
positivamente con los nuevos en un funcionamiento virtuoso.
Costo “cercano a cero”
Varios son los fenómenos que lo anuncian. La gigantesca acumulación
de capital y la portentosa evolución tecnológica es el primero. Lleva a
numerosas ramas económicas a funcionar con un costo marginal cercano a cero, haciendo
accesibles sus productos a mayor cantidad de personas.
Los teléfonos celulares, la televisión por cable, los
receptores de pantalla plana, las tabletas, las consolas de juegos, los equipos
de audio, las cámaras fotográficas y de filmación incorporadas a los teléfonos,
son apenas algunos de los difundidos artefactos que se han instalado como
paradigmas de la nueva sociedad atravesando sectores sociales, ideologías, étnicas
y géneros.
Este fenómeno se suma a la masiva impregnación de Internet
en la vida cotidiana, que sirve de base a actividades de servicios con alto
contenido virtual, de reducido consumo energético y escaso uso de materias primas.
Internet de las cosas
La “Internet de las cosas” anuncia un escenario de miles de
millones de artefactos de confort (televisores, heladeras, hornos,
calefactores, refrigeración, etc.), de producción (máquinas de fábrica,
equipamiento de oficina y hasta de transporte) y de servicios interconectados y
decidiendo en forma automática su funcionamiento más eficiente, sin necesidad
de la intervención de sus dueños luego de la configuración inicial. Permite la
recolección de datos para prever y anticipar tendencias (“big data”), facilita
la democratización del conocimiento, ayuda a la salud pública, mejora la
comunicación entre personas y sociedades y libera potencialidades.
A la “Internet de las cosas” se suma el crecimiento
exponencial de la autogeneración energética.
Internet de la energía
La superación del debate entre “energías fósiles” y “renovables”
se saldará por la reducción sistemática y persistente del costo de la energía
solar. Los países de vanguardia en la reconversión –Alemania es el
paradigmático- están incorporando esta reducción a su red. El 40 % de la
generación solar (que llega ya a 33 Gvh de capacidad instalada, el 25 % del
total) es producida en los hogares, que la “venden” a la red, liberándose del
principal cuello de botella de esa fuente que era la necesidad de baterías. El
costo de los equipos generadores hogareños ha perforado el piso de la tarifa
eléctrica. Se amortizan en menos de un año por el ahorro de la factura de
energía no subsidiada.
La energía solar
generada en cada hogar es volcada durante el día al sistema, que paga por ella
la tarifa establecida, y le factura a su vez su consumo. El balance reduce el
costo, permite ampliar el potencial generador y convierte a cada hogar en una
pequeña empresa energética. El resultado es una especie de “Internet de la
energía”, en la que el viejo paradigma de “usinas gigantescas-millones de consumidores”
se transforma en “millones de generadores cooperativos – Consumidores inteligentes”.
Menos consumo de petróleo. Menos plantas
gigantescas. El sistema avanza en Europa, se adopta en Estados Unidos. En la
región, ya se ensaya en Chile.
El costo de los generadores solares ha mantenido durante tres lustros la tasa de reducción del 20 % cada duplicación en la producción industrial de los equipos. No es
aventurado predecir que en una década, el petróleo habrá sido desplazado por la
realidad económica, al no poder competir –por sus precios crecientes - con equipos
generadores que utilizarán la energía solar como fuente primaria, limpia y
económica.
Renacimiento de los “bienes comunes”
La tecnología hace revalorar varios “bienes comunes”,
propios del sistema precapitalista, abriéndoles una nueva y gigantesca
perspectiva. Un ejemplo: las comunicaciones. Los métodos de compresión y
paquetización de señales están convirtiendo al espectro radioeléctrico –considerado
desde el surgimiento de la radiodifusión como un bien limitado y por lo tanto,
sujeto a la reglamentación estatal- en un bien común.
La reciente iniciativa de la FCC norteamericana de crear un
espacio del espectro sin licencia para construir una red nacional de WIFI
gratuito en USA va en esa dirección. Los sistemas de distribución de datos y señales
por cable y la masificación de las redes inalámbricas (WIFI) permiten imaginar
en pocos años una conectividad gratuita. Hay ciudades que ya ofrecen ese
servicio libremente –en zonas de la Capital Federal ya se cuenta con él- .
También de actividades como el “software libre” (Linux),
educación gratuita (tipo “Coursera”), información abierta (tipo “Wikipedia”) y
creación artística colectiva, o/y difundible gratuitamente (tipo “Creative
Commons”), las señales de TV y radio, millones de canciones en “streaming”
gratuito (Spotify), los videos “online” y la distribución audiovisual (Vimeo),
todo por Internet, expanden ilimitadamente la educación en todos los niveles,
lleva el entretenimiento en tiempo real y abre camino a la producción por
impresoras 3D en las zonas más alejadas, reduciendo enormemente el abismo de
posibilidades entre regiones propio de las sociedades industriales y
preindustriales. La política educativa no puede seguir encerrada en la
educación formal e ignorar la potencialidad de las nuevas herramientas para el
adiestramiento continuo de la población, emprendedores, trabajadores,
productores y empresarios.
Colaboración, no más “sólo competencia”
La propiedad de bienes durables como característica de la
sociedad de consumo está derivando en actitudes de colaboración (“Collaborative
Commons”). El propio automóvil, símbolo icónico de la civilización del siglo XX
y del “status” social está siendo objeto en países industriales de iniciativas
que han dejado ya de ser testimoniales para asentarse como prácticas cotidianas,
como el uso compartido, la organización para el uso común de vehículos
intercambiables y el uso-cuando-se-necesita, al estilo del uso compartido de
bicicletas en muchas ciudades del mundo.
El intercambio y el uso común ha avanzado sobre espacios
inimaginados. El tan conocido como usual alquiler de ropa de fiesta o de
protocolo se ha extendido al uso intercambiable de objetos de lujo –joyas, carteras de mujer, hasta corbatas de marca-,
turismo –intercambio de casas- ¡y hasta de huertas: “yo aporto el terreno y las
herramientas, usted el trabajo y vamos a medias”!-
Producción, trabajo e inclusión
La producción total anual del mundo de hace dos siglos se realiza hoy en una
semana: se multiplicó por más de cincuenta. La población, sólo lo hizo por
siete. La automatización hizo la diferencia. En esa producción, que deberá
adecuarse al soporte material de recursos naturales limitados, tienen un lugar
destacado bienes inexistentes dos siglos años atrás. No sólo no había radio, ni
televisión, ni automóviles, ni aviones, ni trenes. Tampoco había Internet, ni
celulares, ni música grabada –mucho menos en la red-, ni audiovisuales, ni
diseño de sistemas, ni procesamiento de datos.
Las actividades más dinámicas del mundo actual agregan valor
pero requieren de suyo menos recursos naturales que el mundo industrial. Y
aunque la diferencia entre los extremos de los niveles de ingreso se ha
acrecentado, especialmente en las últimas décadas, las comodidades de un hogar
trabajador –con agua potable, saneamiento, educación gratuita, medicamentos
antes inexistentes, acceso al conocimiento sin limitaciones ni costo a través
de la red, entretenimientos, juegos, música- es mayor al nivel de confort de una familia rica de hace doscientos años.
El proceso seguirá. Un mundo en el que la producción será cada vez mayor, pero el trabajo será cada vez menos al ser reemplazado por las máquinas, requerirá estudiar la redistribución de ese trabajo y las formas del apropiamiento social del avance tecnológico, que tapoco debe frenarse ni desalentarse. Entre esos extremos deben encontrarse los mecanismos adecuados.
Un mundo más rico debe incluir a más personas, no a menos. Ello
abrirá nuevos capítulos en el debate político sobre los pisos de dignidad
socialmente garantizados, la nivelación de las sociedades menos
industrializadas con las de mayor desarrollo para evitar el dumping social que
desarticule todo el sistema, el adecuado encuadre normativo del flujo
financiero y, por último – pero más importante- el diseño de un nuevo sistema
de poder y de gobierno, de alcance universal.
Reingresar al mundo para construir el futuro
Ese mundo está entre nosotros. Llegó ya de la mano de los
jóvenes interesados por el ambiente y la defensa de los recursos, de los millones
de participantes de las redes sociales, del enorme movimiento solidario de las
ONGs unidas por la cooperación y no por el conflicto, por el vehículo
democratizador del acceso a la información y el conocimiento que es Internet y
por la natural disposición de los argentinos a adoptar rápidamente lo nuevo que
surge en el mundo.
Quedan en el país coletazos del mundo viejo que debemos
corregir. Una política más transparente y honesta, aislar el delito y la
violencia cotidiana y decidirnos a un fuerte impulso de inclusión que termine
en poco tiempo con los testimonios injustos del país antiguo. Derechos humanos. Estado de derecho. Respeto institucional. Viviendas, salud pública, saneamiento y
educación. Una sociedad libre y plural, solidaria y dinámica, sana y
democrática.
El nuevo tiempo nos abre inesperadamente una oportunidad
histórica para retomar la marcha. Ella está alejada del dilema “patria o
buitres” o de la decisión de aislarnos cada vez más del escenario global.
Requiere abrir la cabeza, actualizar los marcos de reflexión, reducir la práctica confrontativa y asumir una actitud cooperativa, fijar
objetivos y alinear esfuerzos para lograrlos. Tal vez, en lo profundo, esté la
exigencia de una política que se referencie en el país y las personas, más que
en los partidos, los candidatos, las imposturas ideológicas y las divisas. Que piense
en los problemas, más que en el posicionamiento electoral.
Sobre estos pilares, la Argentina construirá su plataforma
de participación en la agenda de hoy sumándose sin complejos y con madurez a los
nuevos y apasionantes paradigmas globales, de los que no podremos excluirnos.
Ricardo Lafferriere