jueves, 25 de septiembre de 2014

Alguien a cargo, por favor…

El tour por Vaticano y Nueva York significó ubicar en la escena a los jóvenes invitados de La Cámpora y aliados cercanos. La agenda, por el contrario, fue desconectada de la realidad cada vez más dura de la situación nacional.

La valoración del reclamo presidencial puede ser discutible, poniendo el tema en perspectiva. Sin embargo, poco tiene que ver con el acelerado deterioro de la situación interna, que no está pidiendo involucrarnos en luchas globales de largo plazo sino en la solución de problemas crecientes en lo inmediato.

“Crecientes” significa “dirigiéndonos rápidamente hacia una mega-crisis”, que, a diferencia del año 2001, no tiene causas externas sino fundamentalmente internas, como es diagnóstico de la gran mayoría de los analistas políticos y económicos objetivos.

La convención internacional para las reestructuraciones de deuda es un viejo y justo reclamo del “poder político” frente a la tendencia libertina de la globalización financiera. Ni siquiera es propio de los países en desarrollo, en tanto la influencia negativa del tornado financiero global afecta a las economías más desarrolladas. Los últimos años, desde el 2008 hasta hoy, lo han demostrado.

 No es, sin embargo, un tema declamatorio, ni adecuado para la “diplomacia del megáfono”, usualmente dirigida a quienes los viejos políticos de Comité caracterizaban como “el zonzaje” o “la gilada”.  O sea, a nosotros, los ciudadanos de a pié.

Quienes tenemos algunos años recordamos estos “mega-proyectos” que ayudan a adornar las tribunas (como el “Nuevo Orden Económico Internacional”, o las “Metas del Milenio”) pero poco efecto tienen en los episodios calientes de coyuntura, como el que atraviesa Argentina.

Hoy, la urgencia del país no es internacional, sino interna. Una febril inflación que se ha despertado y comienza a desperezarse anuncia que aquel pronóstico que desde esta humilde tribuna hiciéramos en enero de 2014 de una divisa  norteamericana alcanzando los $20 pesos en diciembre no merece ya ridiculización –como entonces- sino que hasta puede ser superada. Y detrás de ese derrumbe del valor de nuestra moneda, lo que sigue: precios desbordados, angustiantes situaciones sociales, desocupación, disolución del salario, y decenas de miles de compatriotas lanzados por la borda de la línea de pobreza.

Tal vez por haberse formado en tiempos lejanos en de la historia reciente, quien esto escribe recuerda que el centro de análisis de los grupos políticos –y gremiales, empresarios y universitarios- de los 60/70 del siglo pasado era el país, su coyuntura y su salidas. Muy pocas veces, si alguna, éstos incluían en la agenda el posicionamiento electoral o partidario. Hoy, esa reflexión retumba por su ausencia.

¿Alguien se está haciendo cargo de lo que pasa, o sigue cada uno privilegiando los símbolos de su imagen en la opinión pública, impostando batallas épicas para la tribuna, elaborando inteligentes frases de marketing o “posicionando” eventuales candidatos con recorridas efectistas?

La sensación que campea entre los argentinos es que pocos tienen al país en su agenda. Ni en el gobierno, pero tampoco en la oposición. 

No se siente que nadie se “ponga al hombro” la crisis que se acerca. Y eso asusta, más que el dólar que se dispara, la inflación que excluye, la desocupación que angustia, o algún imprevistamente famoso motochorro circunstancial que –hasta él…- está “pensando seriamente en irse del país porque ya no se siente contenido” por una dirigencia indiferente ante la angustia de su gente.


Ricardo Lafferriere


miércoles, 24 de septiembre de 2014

Cambio

En una definición que generó muchas esperanzas, la presidenta expresó hace ya varios años, en su diálogo con Ángela Merkel, que Alemania era el modelo que le gustaría tomar para nuestro país.

Pasó agua bajo el puente. Y varios años de gestión. Hoy, las definiciones son otras.

Entrevistarse con George Soros, en lugar de ser recibida por Barak Obama. Enorgullecerse porque en el mundo se está diciendo que la Argentina se parece a Arabia Saudita. Reemplazar a su orgullo de pertenecer al G-20 junto a los países más avanzados, por la íntima amistad con Venezuela, país con el que compartimos el discutible mérito de encabezar la mayor tasa de inflación mundial. Mientras, su Jefe de Gabinete declara que “Alemania siempre fue hostil con nosotros”…

¿Qué pasó en estos años? La respuesta puede ser variada, tan variada como las coyunturas atravesadas que han sido acompañadas de novedosos y sucesivos enemigos virtuales –ya que no reales-: el campo, el “imperio”, la prensa, la justicia, “la oposición”, dirigentes gremiales díscolos, empresarios “concentrados” que dejaron de ser dóciles, bancos, y otros fungibles enemigos tan coyunturales como los arranques presidenciales.

Sin embargo, una constante se ha mantenido invariable: el desmantelamiento institucional. En cada uno de los conflictos anteriores hubo avances y retrocesos, idas y vueltas. En el creciente raquitismo del estado de derecho la dirección ha sido unívoca.

Ahí está, sin dudas, la causa de los principales males argentinos, desde la inflación a la inseguridad, desde el estancamiento hasta la insignificancia internacional. Un poder indiferente a la ley, para el que los derechos ciudadanos existen sólo si la política los reconoce, la división de poderes reemplazada por el omnímodo poder presidencial y el federalismo sólo un recuerdo simbólico de aspiraciones pasadas. Su patético apoyo a la gestión feudal del gobernador de Formosa es apenas una muestra.

Esa desarticulación es la que ha abierto las puertas a que políticas decisivas para el futuro estratégico del país se decidan en el secreto de los despachos. Las grandes obras de infraestructura con sobreprecios notables, la (inexistente) política educativa, los contratos secretos con empresas petroleras, las múltiples líneas de clientelismo presentadas como “políticas sociales inclusivas”, la (inexistente) lucha contra el narcotráfico durante toda la década que ha eclosionado en la imbricación de las redes delictivas con escalones importantes del poder, la impostura de la impunidad ante el delito invirtiendo los términos de cualquier sociedad civilizada, la indiferencia ante la angustiante vida cotidiana por el exponencial crecimiento de la inseguridad retrocediendo a tiempos ya olvidados y la degradación ética de la función pública. Ese es el resultado del desmantelamiento institucional.

Alemania logró lo que logró y entusiasmó entonces a la presidenta porque dejó en el pasado su pasado, edificando sobre sus ruinas un sistema político ejemplar, un respeto sacrosanto a las libertades públicas, políticas de solidaridad social escrupulosamente separadas del clientelismo, una vocación de integración que la llevó a liderar la unidad continental sin cerrar sus mercados desde su derrota en la 2ª. Guerra Mundial hasta hoy, y en los últimos tiempos por liderar una reconversión energética dirigida a sustituir las fuentes primarias hidrocarburíferas por renovables, que ya aportan más de un tercio de la capacidad generadora germana.

Hoy, la presidenta no habla más de Alemania. Ha cambiado. No ha sido, sin embargo, un cambio en la dirección del futuro. Su orgullo es parecerse a Arabia Saudita, ser amiga del régimen venezolano, reunirse a solas con un especulador global, trasladarse medio siglo hacia atrás en la historia y seguir, como don Quijote, peleando contra molinos de viento que no existen, a pesar de los esfuerzos por revivirlos que oscilan entre lo tierno y lo grotesco.

El país, mientras tanto, prepara su futuro. Lo hace la oposición y lo hace su propio partido. Cada uno desde su respectivo posicionamiento. Un candidato presidencial anunciando la anulación del corralito aduanero que nos impide exportar y la racionalización del sistema impositivo. Otro candidato 
presidencial, recorriendo el Silicon Valley para impregnarse de la revolución científica y técnica. El mayor frente opositor definiendo con claridad su compromiso institucional y la finalización de la corrupción sistémica. Hasta el candidato oficial destaca su decisión de “recuperar el camino del crecimiento” sin ocultar que sólo se puede recuperar lo que se ha perdido.

Todos, sin embargo, coincidiendo en que ese futuro tiene muy poco que ver con el que la presidenta se empeña en intentar revivir. No quieren conflictos sino coincidencias; no quieren corrupción generalizada, sino escuchan el reclamo general por la honestidad en la función pública; no quieren ser rehenes de los delincuentes, sino políticas coherentes de seguridad; no quieren aislarse del avance del mundo, sino sumarse a la portentosa revolución científica y técnica con la gigantesca capacidad transformadora de los argentinos. No pretenden liderar hacia el pasado, sino que anuncian que su meta está en el futuro, el de un mundo en paz, abierto y democrático, ese que no existe en el “relato” oficial de incertidumbres, conflictos y mentiras.

Todos anuncian un cambio. Pero otro, que justamente marcha en una dirección exactamente opuesta al relato, aunque en algunos casos lo disimule.

Ricardo Lafferriere


lunes, 8 de septiembre de 2014

Alternativa o testimonio, el dilema radical

Hace un par de años, más precisamente en el 2011 comenzó a profundizarse el reacomodamiento electoral de la sociedad, como grandes placas tectónicas que se movían en lo profundo de la opinión pública. Sostuvimos entonces que la opción “izquierda-derecha” (o si se prefiere, de “progresistas-moderados”) no expresaba ya –si es que alguna vez lo hizo- la contradicción predominante entre los argentinos.

Decía también que el fundamento último  del juego político no es ni fue el conflicto ideológico –que suele calificar las alternativas sólo en contadas excepciones- sino una pulsión antropológica. Las sociedades necesitan la existencia del “poder” como campo ordenador de la convivencia. No existe en el mundo, ni en la historia, ni una sola sociedad en la que el poder no exista.

Sobre estas dos afirmaciones y la observación del país sostenía que en las sociedades democráticas, en las que el poder deriva de la decisión ciudadana, las miradas ideológicas sólo “califican” el debate político, el que, sin embargo, se resuelve por otras percepciones, más vinculadas a la capacidad de gobernar que al preciosismo ideológico.

Esta cualidad, en la intuición de los votantes, es plurivalente. Incluye la capacidad de conformar coaliciones amplias, de disciplinar a la mayoría detrás de una gestión, de contar con un entramado de relaciones más o menos confiables con los distintos sectores que otorguen al gobierno la necesaria empatía ciudadana, la creencia en la existencia de equipos de gobierno más o menos capacitados, y, en fin, las características personales de quien ejerce el liderazgo. Ninguna de estas cualidades solas, sino la conjunción de ellas, es lo que define la decisión final y solitaria del ciudadano frente a la urna, que puede decidir votar una oferta con la que no termina de identificarse, pero que siente que está en mejores condiciones para gobernar.

Desde esa perspectiva, la Argentina ha elegido coaliciones de gobierno “de facto” con estas características siempre. Así fue el “alfonsinismo”, el “menemismo”, la “Alianza” y el kirchnerismo.
Desde la implosión del 2001, el espacio antropológico del poder ha sido paulatinamente ocupado en su totalidad por la última de las coaliciones mencionadas. Frente a ella, el error opositor fue creer que lo adjetivo, lo “ideológico”, era lo que interesaba a los ciudadanos, y descuidaron la formación de la coalición alternativa.

Ese papel lo había cumplido históricamente el peronismo –cuando el radicalismo era gobierno- y el radicalismo –cuando quien gobernaba era el peronismo-. La implosión radical, en la crisis del 2001/2002, no fue seguida de su reconstrucción como partido de poder, sino por el vano intento de forzar a la sociedad a una polarización ideológica que no la representa.

Decíamos entonces, ubicados en el lugar de un ciudadano argentino preocupado: el radicalismo debe decidir si retoma su papel en el sistema político argentino de articular una coalición alternativa de poder, con todo lo que ello implica y demanda, o si opta por convertirse en un partido testimonial. Ambas alternativas son posibles y respetables. Pero son diferentes.

En el primer caso, debía “abrir sus brazos” para incluir al gran abanico de las clases medias republicanas, rivales naturales del modelo populista. Fue su papel tradicional, incluyendo a los más “progresistas” y los más “moderados”, los “Yrigoyen” y los “Alvear”, en su juego interno democrático. En términos prácticos de la política de hoy, esos pilares son, en sus flancos, el PRO y el socialismo, que junto a los radicales expresan las tres grandes expresiones de las clases medias argentinas no populistas.

Si elegía el segundo, se reduciría forzosamente hasta su insignificancia. Sus restos pasarían a convertirse en el ala derecha del socialismo y en el ala izquierda del PRO, dando riqueza de matices a proyectos ajenos. Pero desaparecería como “partido de poder”.

Lo que debe también decirse es que si abandona el papel que la sociedad imaginaba de él, ese papel será ocupado por otro. Los sistemas políticos reemplazan sus eslabones faltantes. Los partidos no son eternos, sino apenas categorías históricas que subsisten mientras son útiles para representar su papel en el juego grande de la política.

Quienes fueron y podrían ser aún votantes radicales mayoritariamente esperan y les gustaría que el viejo partido reasuma su papel histórico, sirviendo de columna vertebral articuladora de la coalición alternativa. Quienes aspiran a reemplazarlo en este papel están satisfechos con su dureza ideológica y consecuente desgranamiento, medrando con los restos de su viejo prestigio.

Curiosamente, muchos de sus cuadros y dirigentes nacionales radicales parecieran preferir un presente híbrido que reduce los espacios de justificación para actitudes contradictorias en su geografía, cargadas de un dogmatismo esclerosado en su discurso nacional  coexistiendo con una pragmática vitalidad que se resiste a morir en los distritos en los que conserva vocación de poder.

También decíamos entonces que al radicalismo se le abría una oportunidad de volver a entrar en la historia, pero que la historia no se detendría esperando al radicalismo. Tal vez todavía tenga tiempo, aunque no mucho.

Ha aparecido en el escenario una fuerza que pareciera recorrer el camino inverso: desde su originaria identidad testimonial como heredero del antiguo pensamiento liberal ha ampliado sus límites hacia una fuerza de gobierno con vocación de poder, incluyendo en su seno testimonios del arco de pensamiento democrático republicano que antes canalizaba el radicalismo, sin los “límites” marcados por la adjetivación ideológica. Es decir, con una potencialidad de desarrollo más eficaz, desde la perspectiva de la funcionalidad de la democracia de alternancia.

Sin embargo, es probable que no alcance, salvo el dramatismo de situaciones traumáticas. Hacen falta todos. Una construcción que no abarque esa amplitud abre la seria chance de que la alternativa a la actual gestión termine desplazada al interior del propio bloque populista, del que la sociedad presume que, pasado el chisporroteo electoral, volverán al mismo cauce sosteniendo al gobierno que resulte elegido. Como en 1989 y en 2003. Una vez más los ciudadanos habrán elegido a quien puede gobernar, desechando a quienes ven la política como mero un testimonio.


Ricardo Lafferriere

domingo, 7 de septiembre de 2014

Un ajuste insoportable

Ya llegamos. Como lo veníamos advirtiendo desde hace tiempo –no sólo nosotros, sino numerosos especialistas que saben más- el rumbo económico asumido por CK conducía inexorablemente a ésto: un gigantesco desajuste estructural, en cuya base estuvo el fogoneo artificial de la demanda y cuyo epifenómeno es la inflación, retroalimentada por un gigantesco déficit público.

Ese desajuste, como todos, condujo al ajuste que el kirchnerismo se resiste a reconocer y que, en consecuencia, la realidad económica impone por su propio peso a través del proceso inflacionario también creciente.

Los datos económicos marcan quienes no pierden con la inflación. El único sector que muestra ganancias extraordinarias es el financiero. En la otra cara, sufren son los salarios, y con ellos la producción industrial que se retrae, arrastrando al comercio y los servicios. Los locales cerrados, la reducción de horas extra, los despidos, la desesperación por defender el valor del salario refugiándose en la divisa, son hechos que ya hemos conocido en el país y que –lamentablemente- sabemos cómo terminan. Todos son el resultado de la irresponsabilidad y de la desconfianza.

La semana pasada hablábamos del horizonte optimista de los próximos años. Ahora, aunque sea menos entusiasmante, enfocamos el horizonte difícil de los próximos meses. En ellos chocarán las recetas del “mejor ajuste”, frente al intento oficial de ocultarlo con medidas policiales cada vez más amplias que profundizarán la tensión económica, social y delictiva.

Cualquier ajuste es antipático, tanto como lo fue la falsa simpatía que llevó al desajuste. Gastar más de lo que se puede conduce, en algún momento, a reducir los gastos para nivelar las cuentas. Lo primero es lindo. Lo segundo es feo, pero es consecuencia de lo primero. Hoy deberíamos poner en reflexión en tono maduro los mejores caminos para evitar innecesarios costos sociales y volver a crecer, luego de doce meses consecutivos de caída en la producción industrial, del comercio, de los salarios y de la recaudación real.

En el centro del desequilibrio está el descomunal déficit público. Los caprichos van desde agregar alegremente erogaciones financiadas por emisión sin respaldo hasta desinteresarse por la calidad de lo gastado. Son injustificados, en esta situación, el subsidio a los que vuelan en avión a través del déficit de Aerolíneas, el dispendio en compromisos innecesarios como el reconocimiento de intereses punitorios en la renegociación con el Club de Paris por la esclerosis ideológica que atrasa medio siglo de negar la intervención del FMI, el subsidio a consumos innecesarios desmotivando la austeridad como lo son las mega-transferencias a la energía, el transporte y demás servicios, y el festival de billetes de $ 100 por el otro capricho, el de no imprimir moneda de $ 1000 y $ 500 –que reduciría el precio de fabricar moneda, porque cada billete cuesta lo mismo, sea de $ 2 o de $ 1000-, los gastos ocultos en la nueva “cadena de la felicidad” para alinear periodistas, artistas, jueces, sindicalistas y legisladores o la vergonzosa actitud de recorrer el mundo pasando el sombrero ante los nuevos “amigos” de costosas contrapartidas.

Este desajuste golpea más cuando la economía retrocede, ante la enorme desconfianza producida por decisiones de escasa legalidad que han llevado a todos a una actitud defensiva, al enfrentarse a los dislates cleptocráticos de la administración.

Ahora hay que ajustar. Ocultarlo es cínico y lleva a no discutir cómo hacerlo. Reconocerlo, sin embargo, obliga a extremar la sensibilidad y el compromiso con la gestión para evitar males mayores.

Desde esta columna y sin compromisos con la política agonal debemos decirlo. Porque una cosa es conducir ese ajuste con racionalidad, y otra es que lo imponga la realidad, como está ocurriendo, castigando inexorablemente a los más débiles. O acercarnos a la hiperinflación…

Al ajustar, se debe optar. No parece justo hacerse eco de quienes alegremente levantan la bandera de los despidos, aun concediendo que el personal del sector público ha crecido sin justificación de eficiencia. Un momento de recesión no es el mejor para corregir esa distorsión. No lo es para la economía, y no lo es para los miles de compatriotas posiblemente afectados.

Sí parece adecuado terminar con los mega-subsidios a los servicios. Reducirlos nos acercaría al comportamiento de un país consciente de lo que cuestan las cosas y permitirá a los ciudadanos diseñar sus estrategias individuales de sobrevivencia. Para cualquier compatriota, no es lo mismo controlar al máximo el gasto en energía en su casa, optimizar el uso del agua potable y cuidar el consumo  de gas, que carecer de ingresos porque se ha interrumpido el aporte mensual del salario. Y los subsidios en este año prácticamente equivalen al déficit fiscal.

No debiera existir ni un peso más de subsidio para Aerolíneas, reducirse sustancialmente los del transporte de larga distancia y rediseñarse las tarifas de transporte de corta distancia con planes eficaces e inteligentes que no golpeen el presupuesto de los que lo utilizan para trabajar o para concurrir a establecimientos educativos o tarifas especiales para situaciones como discapacitados, jubilados y pensionados. Pero deben reflejar el costo real para el resto de los ciudadanos, porque el servicio cuesta y no es que el subsidio vaya en la cuenta de la Divina Providencia, sino de alguien que, en el otro extremo del circuito económico, está pagando por él.

El “Fútbol para Todos” debe financiarse con ingresos privados. Las contrataciones públicas debieran ajustarse en su transparencia. Informaciones que trascienden a través de empresarios y funcionarios de carrera muestran que la opacidad –como el contrato con Chevrón, o varias obras públicas con destino licitatorio “preacordado”- incluyen ingentes sobreprecios que golpean sobre el gasto. No pueden continuar. No deben continuar.

Para amortiguar la transición hacia el rebote de una economía productiva debe recurrirse al crédito externo. Lo hace el 95 % del mundo. No hacerlo agravará duramente esa transición, entre otras cosas porque necesitaríamos entre 15 y 20.000 millones de dólares adicionales por año hasta el 2020 para pagar los vencimientos externos de los canjes de Néstor y Cristina. Sin fondos externos, ellos golpearán fuertemente aún más el salario y la actividad económica.

Para conseguir financiamiento deben normalizarse las cuentas públicas, las relaciones con el sistema financiero nacional e internacional y la seriedad en la ejecución presupuestaria. El Congreso es quien debe decidir sobre el presupuesto, los impuestos, los gastos y la deuda. No el capricho presidencial, la irresponsabilidad adolescente cargada de un ideologismo de otra época o la tentación de convertir en consigna de lucha una obligación judicial como la chantada del “patria o buitres”.

Llegaremos a una Argentina nuevamente en marcha. Hay consenso sobre ésto en la mayoría de los dirigentes, de las diversas fuerzas políticas. No falta mucho, apenas menos de un par de años. Pero hasta ese momento, deberemos atravesar la condena que los propios argentinos nos auto-impusimos.

Atravesar este período debiera convocar desde ya al acuerdo entre los postulantes presidenciales con más chances, que por encima de su divisa partidaria son “com-patriotas” de un mismo país, para atenuar el temor a lo inmediato con la claridad de un puerto de llegada seguro que anuncie el nuevo tiempo. 

Ésto, entre otras cosas, ayudará también a atravesar la última prueba a que nos somete el destino al fin de la administración K: un ajuste insoportable.


Ricardo Lafferriere

sábado, 30 de agosto de 2014

Nuevos paradigmas globales

El cambio que está atravesando el mundo, parcialmente eclipsado por los episodios que ocupan los impactantes titulares de violencia y desbordes, nos está instalando inexorablemente en una sociedad planetaria con significativas rupturas. Tal vez no se vean tan claras desde nuestra conflictiva vida cotidiana, tomada por una tensa coyuntura de fin de ciclo, pero serán la agenda que se instalará apenas la Argentina vuelva a la civilización. Es ya la agenda del mundo.

Viejas prácticas, creencias y certezas son sustituidas por la aparición de nuevas tendencias crecientemente afianzadas que inician, a su vez, de nuevos caminos de convivencia. Tal el claro diagnóstico de Jeremy Rifkin en su último libro “The Zero Marginal Cost Society: The Internet of Things, the Collaborative Commons, and the eclipse of Capitalism”, lamentablemente sin versión aún en español pero accesible en inglés, en formato ebook, en la tienda Itunes.

La tesis principal: la evolución de la economía capitalista está llegando a su fin. Sin embargo, a diferencia de los pronósticos de sus acérrimos críticos ideológicos, la visión de este fin es el de un exitoso “punto de llegada”. El éxito del capitalismo en impulsar el desarrollo, la ciencia y la técnica, “aterriza” en ramas destacadas de la economía incorporando mecanismos que recuerdan al “socialismo”. Importantes sectores de la producción abandonan el “mercado” para revalorar conceptos como “cooperación”, “bienes comunes” y “solidaridad”. Otros siguen utilizando el mercado, imbricado positivamente con los nuevos en un funcionamiento virtuoso.

Costo “cercano a cero”

Varios son los fenómenos que lo anuncian. La gigantesca acumulación de capital y la portentosa evolución tecnológica es el primero. Lleva a numerosas ramas económicas a funcionar con un costo marginal cercano a cero, haciendo accesibles sus productos a mayor cantidad de personas.

Los teléfonos celulares, la televisión por cable, los receptores de pantalla plana, las tabletas, las consolas de juegos, los equipos de audio, las cámaras fotográficas y de filmación incorporadas a los teléfonos, son apenas algunos de los difundidos artefactos que se han instalado como paradigmas de la nueva sociedad atravesando sectores sociales, ideologías, étnicas y géneros.

Este fenómeno se suma a la masiva impregnación de Internet en la vida cotidiana, que sirve de base a actividades de servicios con alto contenido virtual, de reducido consumo energético y escaso uso de materias primas.

Internet de las cosas

La “Internet de las cosas” anuncia un escenario de miles de millones de artefactos de confort (televisores, heladeras, hornos, calefactores, refrigeración, etc.), de producción (máquinas de fábrica, equipamiento de oficina y hasta de transporte) y de servicios interconectados y decidiendo en forma automática su funcionamiento más eficiente, sin necesidad de la intervención de sus dueños luego de la configuración inicial. Permite la recolección de datos para prever y anticipar tendencias (“big data”), facilita la democratización del conocimiento, ayuda a la salud pública, mejora la comunicación entre personas y sociedades y libera potencialidades.

A la “Internet de las cosas” se suma el crecimiento exponencial de la autogeneración energética.

Internet de la energía

La superación del debate entre “energías fósiles” y “renovables” se saldará por la reducción sistemática y persistente del costo de la energía solar. Los países de vanguardia en la reconversión –Alemania es el paradigmático- están incorporando esta reducción a su red. El 40 % de la generación solar (que llega ya a 33 Gvh de capacidad instalada, el 25 % del total) es producida en los hogares, que la “venden” a la red, liberándose del principal cuello de botella de esa fuente que era la necesidad de baterías. El costo de los equipos generadores hogareños ha perforado el piso de la tarifa eléctrica. Se amortizan en menos de un año por el ahorro de la factura de energía no subsidiada.

 La energía solar generada en cada hogar es volcada durante el día al sistema, que paga por ella la tarifa establecida, y le factura a su vez su consumo. El balance reduce el costo, permite ampliar el potencial generador y convierte a cada hogar en una pequeña empresa energética. El resultado es una especie de “Internet de la energía”, en la que el viejo paradigma de “usinas gigantescas-millones de consumidores” se transforma en “millones de generadores cooperativos – Consumidores inteligentes”.  Menos consumo de petróleo. Menos plantas gigantescas. El sistema avanza en Europa, se adopta en Estados Unidos. En la región, ya se ensaya en Chile.

El costo de los generadores solares ha mantenido durante tres lustros la tasa de reducción del 20 % cada duplicación en la producción industrial de los equipos. No es aventurado predecir que en una década, el petróleo habrá sido desplazado por la realidad económica, al no poder competir –por sus precios crecientes - con equipos generadores que utilizarán la energía solar como fuente primaria, limpia y económica.

Renacimiento de los “bienes comunes”

La tecnología hace revalorar varios “bienes comunes”, propios del sistema precapitalista, abriéndoles una nueva y gigantesca perspectiva. Un ejemplo: las comunicaciones. Los métodos de compresión y paquetización de señales están convirtiendo al espectro radioeléctrico –considerado desde el surgimiento de la radiodifusión como un bien limitado y por lo tanto, sujeto a la reglamentación estatal- en un bien común.
La reciente iniciativa de la FCC norteamericana de crear un espacio del espectro sin licencia para construir una red nacional de WIFI gratuito en USA va en esa dirección. Los sistemas de distribución de datos y señales por cable y la masificación de las redes inalámbricas (WIFI) permiten imaginar en pocos años una conectividad gratuita. Hay ciudades que ya ofrecen ese servicio libremente –en zonas de la Capital Federal ya se cuenta con él- .

También de actividades como el “software libre” (Linux), educación gratuita (tipo “Coursera”), información abierta (tipo “Wikipedia”) y creación artística colectiva, o/y difundible gratuitamente (tipo “Creative Commons”), las señales de TV y radio, millones de canciones en “streaming” gratuito (Spotify), los videos “online” y la distribución audiovisual (Vimeo), todo por Internet, expanden ilimitadamente la educación en todos los niveles, lleva el entretenimiento en tiempo real y abre camino a la producción por impresoras 3D en las zonas más alejadas, reduciendo enormemente el abismo de posibilidades entre regiones propio de las sociedades industriales y preindustriales. La política educativa no puede seguir encerrada en la educación formal e ignorar la potencialidad de las nuevas herramientas para el adiestramiento continuo de la población, emprendedores, trabajadores, productores y empresarios.

Colaboración, no más “sólo competencia”

La propiedad de bienes durables como característica de la sociedad de consumo está derivando en actitudes de colaboración (“Collaborative Commons”). El propio automóvil, símbolo icónico de la civilización del siglo XX y del “status” social está siendo objeto en países industriales de iniciativas que han dejado ya de ser testimoniales para asentarse como prácticas cotidianas, como el uso compartido, la organización para el uso común de vehículos intercambiables y el uso-cuando-se-necesita, al estilo del uso compartido de bicicletas en muchas ciudades del mundo.

El intercambio y el uso común ha avanzado sobre espacios inimaginados. El tan conocido como usual alquiler de ropa de fiesta o de protocolo se ha extendido al uso intercambiable de objetos de lujo –joyas,  carteras de mujer, hasta corbatas de marca-, turismo –intercambio de casas- ¡y hasta de huertas: “yo aporto el terreno y las herramientas, usted el trabajo y vamos a medias”!-

Producción, trabajo e inclusión

La producción total  anual del mundo de hace dos siglos se realiza hoy en una semana: se multiplicó por más de cincuenta. La población, sólo lo hizo por siete. La automatización hizo la diferencia. En esa producción, que deberá adecuarse al soporte material de recursos naturales limitados, tienen un lugar destacado bienes inexistentes dos siglos años atrás. No sólo no había radio, ni televisión, ni automóviles, ni aviones, ni trenes. Tampoco había Internet, ni celulares, ni música grabada –mucho menos en la red-, ni audiovisuales, ni diseño de sistemas, ni procesamiento de datos. 

Las actividades más dinámicas del mundo actual agregan valor pero requieren de suyo menos recursos naturales que el mundo industrial. Y aunque la diferencia entre los extremos de los niveles de ingreso se ha acrecentado, especialmente en las últimas décadas, las comodidades de un hogar trabajador –con agua potable, saneamiento, educación gratuita, medicamentos antes inexistentes, acceso al conocimiento sin limitaciones ni costo a través de la red, entretenimientos, juegos, música- es mayor al nivel de confort de una familia rica de hace doscientos años.

El proceso seguirá. Un mundo en el que la producción será cada vez mayor, pero el trabajo será cada vez menos al ser reemplazado por las máquinas, requerirá estudiar la redistribución de ese trabajo y las formas del apropiamiento social del avance tecnológico, que tapoco debe frenarse ni desalentarse. Entre esos extremos deben encontrarse los mecanismos adecuados.

Un mundo más rico debe incluir a más personas, no a menos. Ello abrirá nuevos capítulos en el debate político sobre los pisos de dignidad socialmente garantizados, la nivelación de las sociedades menos industrializadas con las de mayor desarrollo para evitar el dumping social que desarticule todo el sistema, el adecuado encuadre normativo del flujo financiero y, por último – pero más importante- el diseño de un nuevo sistema de poder y de gobierno, de alcance universal.

Reingresar al mundo para construir el futuro

Ese mundo está entre nosotros. Llegó ya de la mano de los jóvenes interesados por el ambiente y la defensa de los recursos, de los millones de participantes de las redes sociales, del enorme movimiento solidario de las ONGs unidas por la cooperación y no por el conflicto, por el vehículo democratizador del acceso a la información y el conocimiento que es Internet y por la natural disposición de los argentinos a adoptar rápidamente lo nuevo que surge en el mundo.

Quedan en el país coletazos del mundo viejo que debemos corregir. Una política más transparente y honesta, aislar el delito y la violencia cotidiana y decidirnos a un fuerte impulso de inclusión que termine en poco tiempo con los testimonios injustos del país antiguo. Derechos humanos. Estado de derecho. Respeto institucional. Viviendas, salud pública, saneamiento y educación. Una sociedad libre y plural, solidaria y dinámica, sana y democrática.


El nuevo tiempo nos abre inesperadamente una oportunidad histórica para retomar la marcha. Ella está alejada del dilema “patria o buitres” o de la decisión de aislarnos cada vez más del escenario global. Requiere abrir la cabeza, actualizar los marcos de reflexión, reducir  la práctica confrontativa  y asumir una actitud cooperativa, fijar objetivos y alinear esfuerzos para lograrlos. Tal vez, en lo profundo, esté la exigencia de una política que se referencie en el país y las personas, más que en los partidos, los candidatos, las imposturas ideológicas y las divisas. Que piense en los problemas, más que en el posicionamiento electoral.

Sobre estos pilares, la Argentina construirá su plataforma de participación en la agenda de hoy sumándose sin complejos y con madurez a los nuevos y apasionantes paradigmas globales, de los que no podremos excluirnos.

Ricardo Lafferriere

jueves, 21 de agosto de 2014

Otra peligrosa bufonada

La última iniciativa kirchnerista cambiando la jurisdicción de pago de los bonos emitidos bajo ley norteamericana a fin de eludir la sentencia en el juicio que el Estado perdió con los bonistas “holds out” en las cortes de Nueva York avanza un paso más en la descomposición del régimen.

Pretender eludir la justicia a la que el país se sometió voluntariamente –o, más simplemente, evadir la justicia- no sólo afecta la relación crediticia vigente, objeto del juicio respectivo. Se agrega al historial del país, que de este modo afianzaría su imagen internacional de evasor crónico de sus obligaciones contractuales. Sus efectos se prolongarían en el tiempo, condenando a todos a sufrir un ajuste sin atenuantes proyectado hacia varios años por delante. Golpeará a los argentinos, como una herencia macabra de esta nueva década infame.

Sus consecuencias se proyectan en este caso más allá del propio kirchnerismo. Si el Congreso lo aprobara, sus consecuencias serían patéticas. La gravedad alcanzaría un nivel extremo si  concitara el apoyo de legisladores opositores, porque se demostraría ante el mundo que la enfermedad no alcanza sólo a un sector político –y en consecuencia, tendría remedio cuando este sector fuera desplazado-, sino que se ha extendido más allá de sus límites, hasta la propia oposición.

En cualquier sociedad civilizada, el Estado es quien da el ejemplo. Aunque entre nosotros el valor del compromiso estatal hace tiempo que había entrado en un cono permanente de merecidas sospechas y desconfianzas –como lo podrían testimoniar decenas de miles de jubilados con sentencia firme, ignoradas por la ANSES o de los acreedores internos –proveedores y contratistas- con sentencia contra el Estado, demorados sin fin ni justificación en sus cobros-, en la comunidad internacional la palabra de un Estado todavía tiene la presunción de certeza.

 La actitud de evadir las normas y los compromisos empeñados en un contrato formal –que no otra cosa son los títulos de deuda- y hacer alarde de ello demuele esta presunción, colocando al país en una situación más grave que el default involuntario: el de un deudor mendaz, serial y sistemático.

Poca relación tiene la iniciativa con el interés nacional, al que se quiere recurrir para fundamentarla. Hemos repetido varias veces la sentencia de Samuel Johnson: “El patrioterismo es el último argumento de los bribones”. En eso pretende convertir el kirchnerismo a la Nación Argentina. En un Estado Bribón.

La situación del mundo no admite este atajo. Si era inviable desde hace décadas, hoy es sencillamente atentatorio contra las posibilidades de desarrollo del país, de la generación de empleo genuino, de la imbricación virtuosa con el mercado global de bienes, y con la asociación con los actores comerciales, tecnológicos, financieros y de inversión de la economía global. Por no hablar de los más que desvastadores efectos internos.

No es cierto que el país –ningún país, ni siquiera los más desarrollados- esté en condiciones de desarrollarse aisladamente en el actual momento del mundo. Hoy sólo lo ensaya Corea del Norte, chantajeando con el desarrollo nuclear para conseguir limosnas. Hasta Cuba abre su economía y convoca capitales, respetando las reglas. Si fuera cierta la afirmación presidencial, no se explicaría su obsesión para la aprobación del contrato con Chevrón, ni su pretendida asociación con China modificando legislación local, ni su mega-indemnización a Repsol, o su reconocimiento de insólitos intereses punitorios en la renegociación con el Club de París.

Hasta Cristina necesita del mundo, aunque en una inexplicable calesita de giros sin destino un día entregue lo que al día siguiente niegue.

Afortunadamente, hay quienes tienen el patriotismo suficiente para no ceder a la infantil prédica del nacionalismo bribón. Mauricio Macri fue el primero. Ernesto Sanz luego. Cobos y Binner se han pronunciado en forma similar. Son las voces del sentido común, a las que el estancamiento, la pobreza, la inflación galopante, la disolución de la moneda nacional y la creciente desocupación que sobrevendrá por la “gesta” infantil del kirchnerismo no les parece  “nacional y popular” sino profundamente enfrentada a los intereses de los argentinos, de la nación y de su futuro.

Una nueva y peligrosa bufonada. O una infamia, contra el país y contra nuestra gente.


Ricardo Lafferriere

martes, 19 de agosto de 2014

No es bueno forzar posiciones

No es un secreto para nadie que desde esta columna hemos  visto desde hace varios  años como necesario el regreso a la política argentina del amplio espacio político de las clases medias, que en otros tiempos supo expresarse por el radicalismo para luego desgranarse en dirigentes y espacios de variado origen, algunos radicales, otros socialistas, otros liberales.

Tampoco lo es nuestra convicción que en la dinámica del sistema político argentino, ese espacio, que abarca un colorido abanico de identidades culturales, incluye un amplio espectro de posicionamientos “ideológicos” y está unido culturalmente por comunes denominadores que giran alrededor del respeto absoluto al estado de derecho, a los derechos individuales, a las libertades públicas, a la independencia de la justicia, al pluralismo, la libertad de presa y la madura integración con la marcha del mundo. Su síntesis podría ser la Constitución Nacional.

Algunos pensamos que los dos grandes espacios que alimentan la dinámica política argentina hunden sus raíces en las matrices fundacionales del país, encontrando líneas conductoras que llegan hasta el mismo proceso independentista y aún antes, pero es necesario conceder que esta visión tiene tanto pruebas como contrapruebas, por lo que es mejor dejarla a los historiadores.

Lo que sí está claro es que en el escenario argentino de la democracia recuperada los ciudadanos han oscilado entre dos matrices: una “democrática-republicana” y otra “populista-autoritaria”. Los esfuerzos por trasplantar a la realidad argentina las pautas que dinamizan las opciones en Europa en “izquierdas vs. derechas” no han logrado enraizarse entre nosotros.

Hay “progresistas” y “moderados” en ambos espacios, como lo demostró Cristina Fernández, en el 2011, al alinear en una misma opción política a un abanico tan amplio que comprendía desde a D’Elía a Daniel Scioli, desde Carta Abierta hasta Boudou , o desde Pacho O’Donnell a Ricardo Forster. También lo había logrado, en la otra vertiente, Alfonsín en 1983, cuando recibió apoyos desde la “familia militar” de entonces –a pesar de su fuerte cuestionamiento a la matriz represora del “proceso”- hasta los intelectuales progresistas del  Centro de Participación Política, desde los partidos provinciales de raíz conservadora hasta los sectores juveniles de la “Coordinadora” de entonces, identificados con las banderas más progresistas de la época.

El turno del populismo organicista que lleva ya diez años se agotó, y no será superado por ninguna construcción ideológica por la sencilla razón de que el relato ideológico no convoca a los ciudadanos reales, que son los que votan y definen el gobierno. Esto es advertido por los protagonistas de la política y está golpeando en uno de los frentes conformados en  el último año, afectado por las diferentes miradas sobre el papel de la dirigencia.

Lo decía Julio Blanck en su lúcido análisis del domingo 17/8 en Clarín. También lo venimos afirmando desde esta columna desde hace tiempo. Los dirigentes políticos opositores deben definir su papel  y a partir de allí establecer sus estrategias. El fuerte conflicto que ha tomado los titulares estos días entre Solanas y Carrió lo expresa con claridad. Si lo principal es el testimonio del compromiso ideológico, el poder será esquivo. Si lo principal es el acceso al poder para administrar la realidad, el testimonio ideológico puro es un obstáculo insalvable.

Ambas posiciones son válidas, legítimas y respetables. Ambas caben en el juego democrático. Ambas son necesarias para enriquecer el debate y la reflexión nacional. Lo que no se puede es pretender articularlas cuando resultan contradictorias de cara al escenario que en cada momento vive la sociedad.

Pino Solanas, Libres del Sur, el socialismo y un sector del radicalismo prefieren privilegiar su papel testimonial. Definen su identidad y razón de ser como mantener vivo el proyecto “socialdemócrata” y el alineamiento “progresista”, aunque no especifican mucho más en cuanto a las pautas programáticas que los unen. Se motivan, seguramente con honestidad, en su aversión a lo que consideran un proyecto “neoliberal”, o “heredero de los 90”, que en su convicción es característica del PRO, lo que por otra parte tampoco se condice con la experiencia de gobierno de dicha fuerza, ratificada varias veces por el electorado capitalino.

Elisa Carrió, Lousteau, y otro importante sector del radicalismo, privilegian construir una alternativa de poder al peronismo. No creen en la rígida polarización ideológica –a la que sienten como disfuncional con el mundo actual- y asumen que los valores que cada uno ha asumido en sus convicciones serán sin dudas un telón de fondo en las decisiones que deban tomar, pero que su obligación de cara a la sociedad en el momento actual es brindarle una alternativa de gobierno signada por la honestidad y la reconstrucción republicana. Perciben que esa es la exigencia ciudadana. Advierten que para ser exitosos deben incluir necesariamente a todo el electorado de las clases medias democráticas republicanas, tanto a la columna vertebral del radicalismo, al PRO y al socialismo.

Aunque no sea políticamente correcto, tal vez sea el momento de asumir el error que significó comenzar la construcción de un frente electoral sin acordar para qué se hacía. La limitación no es  determinante en una elección de medio término,  ya que puede saldarse en la composición plural de las listas de legisladores, pero se torna en decisiva cuando se debe ofrecer a la sociedad una opción de gobierno. La experiencia UNEN incorporó legisladores que ni siquiera se integraron a un bloque propio. Una vez en las Cámaras, cada uno buscó su identidad.

Seguir en ese camino será tan desgastante como prolongar indefinidamente, por falta de decisión, un divorcio inexorable. Tan inexorable como que lo impondrá la propia realidad. Una fuerza política cuya función en la democracia argentina es construir una opción democrática y republicana ante sus tradicionales rivales  peronistas–a los que no necesita ni debe demonizar porque comparte con ellos la condición de “com-patriotas”- se fragmentará en pedazos si se la pretende encorsetar  en límites que le impiden trabajar para cumplir su papel natural en pueblos, municipios, provincias y aún en la gestión nacional.

Los dirigentes que se sienten intérpretes de ideologías, valores y reclamos a los que gobernar no les interese tanto como testimoniar lo que entienden que es la pureza de sus convicciones, estarán a su vez tensionados a cada paso en que deban decidirse alianzas en la búsqueda de la construcción de opciones de gobierno. Su prevención es respetable y legítima.

Lo que no se entiende es por qué esa diferencia de roles debe convertirse en una batalla pública, impostada por los medios, que perjudica a ambos. Los perjudica, incluso, seguir juntos, porque ambos se sienten limitados en sus convicciones. Los unos, porque arriesgan fuertemente sus posibilidades de acumulación exitosa. Los otros, porque sienten ante cada paso que peligra su ideología, que consideran su justificación política.

Sería infinitamente más maduro que unos y otros sigan su camino, respondan a sus pulsiones más auténticas y sus respectivas construcciones, manteniendo la cordialidad y el respeto recíproco que se deben quienes deciden entregar sus ilusiones, convicciones y trabajo al debate sobre los intereses generales.

La historia del país seguirá marchando, incluye a todos y si hay un común denominador que no es ya sólo partidario sino nacional es la necesidad de mantener puentes tendidos, cordialidad en el trato y disposición a la búsqueda de acuerdos. Eso debe preservarse, se integren como se integren las opciones electorales, porque el país es de todos y la responsabilidad de la política ante los ciudadanos exigirá cada vez más esa madurez.

Ricardo Lafferriere