¿Debatir es tiempo perdido? ¿Cualquier debate lo es?
El desorden de los conceptos con los que se expresaba la
realidad en el mundo que conocimos se patentiza al seguir por unos días los
diarios internacionales.
Los tiroteos en Estados Unidos, sí. Pero también el crimen
cometido en el consulado de Arabia Saudita en Estambul, en que un periodista
opositor fue asesinado y su cuerpo seccionado en pedazos con una sierra, para
luego diluirlo en ácido.
Las inundaciones en España, Francia e Italia,
indudable expresión del cambio climático. Se derrite el Ártico, ante el horror
de los preservacionistas, pero produciendo un gran cambio geopolítico al
permitir abrir una ruta marítima de verano a través del Océano Ártico, sueño de
los exploradores del siglo XVI. Y potenciando la disputa por la explotación del
Ártico que profundiza la depredación del planeta pero abre a Rusia una vía
marítima de acceso a los mares templados, eterna ambición desde tiempos de
Catalina la Grande.
La obtención de una micro teletransportación cuántica en un
escenario concreto conmociona a la ciencia básica. Varios miles de
centroamericanos marchan pacífica pero inexorablemente hacia el norte, mientras el presidente
norteamericano manda a la frontera a cinco mil soldados, anuncia diez mil más y
emplaza un muro ¡de alambres de púas! para detener al grupo de migrantes que
quiere ingresar a Estados Unidos, recuerdo del enfrentamiento bíblico de David
contra Goliat. Estos centroamericanos son un recordatorio que el planeta es una
originaria propiedad del género humano, y no sólo de quienes viven dentro de
determinadas fronteras artificiales.
La posibilidad de utilizar células de la piel para
convertirlas en pluripotentes y eventualmente producir órganos para
trasplantes, evitando el rechazo, abre horizontes impensados a la vida.
China inaugura el puente más largo del mundo, sobre el Mar
de la China, y continúa su esfuerzo por la conectividad global tomando las
banderas del comercio libre, que abandonaron los Estados Unidos de Trump.
España se ve crecientemente desorientada e impotente ante la avalancha de
refugiados africanos, que ante la prohibición italiana de desembarcar en sus
costas y la ingenua debilidad del gobierno español, desembarcan desde las
pateras buscando no ya mejorar su vida, sino algo más elemental: sobrevivir. Mientras,
su dirigencia “debate” con el tono alzado si se removerán los restos de Franco
de su tumba para llevarlos a … no se sabe bien dónde; y se entretiene con una
discusión propia del siglo XVIII sobre la eventual “independencia” de una de
sus regiones históricas.
Brasil -el de Lula y Dilma- elige con contundencia un
liderazgo personalista, a tono con la moda de los tiempos: liberal en lo
económico, autoritario en lo político, pero con la originalidad del mayoritario
respaldo del pueblo brasileño hastiado de la corrupción. Venezuela sigue
expulsando su mejor gente y su gobierno acentúa la represión sangrienta mientras
profundiza la cleptocracia.
Japón -el gran derrotado de la 2ª. Guerra- conmueve la
investigación espacial: logra hacer aterrizar una nave exploratoria en un
meteorito. China -nuevamente China…- apresa a un funcionario internacional de
máximo nivel y lo hace “desaparecer legalmente”, sin que el mundo se inmute,
mientras aparecen restos de una persona desaparecida hace tiempo ¡en una sede
eclesiástica, en Roma!
Las dos Coreas
acentúan su minué buscando las formas de articular los dos sistemas en un solo
país, lo que la convertiría en la gran potencia del sudeste asiático, la única
en la región en poseer bombas atómicas además de China -aporte del Norte- pero
además con un avance tecnológico, comercial e industrial de vanguardia en el
mundo -que es la contribución del Sur-. Y los “locos” que estuvieron a punto de
una confrontación letal -a estar a sus acusaciones cruzadas hace apenas unos
meses- se prodigan cotidianamente ponderaciones floridas: Trump y Kim Jong-Un
ahora son amigos…
El planeta marcha impertérrito hacia su deterioro vital, de
la mano de la macabra indiferencia carnavalesca de sus principales actores.
Megahuracanes superdestructores no rompen la indiferencia de la carrera por los
hidrocarburos que aún fogonea las decisiones políticas de los que más mandan,
aún frente a los airados aullidos a la luna de los que más sufren, y de los más
lúcidos. La desaparición de especies es ya una gran “Sexta Extinción Masiva”,
en manos de una de ellas, la humana, que se comporta como dueña exclusiva y
excluyente de lo que va quedando del planeta. Especie que mientras está a punto
de “vencer la muerte” con sus avances científicos, se acerca más a su propio
extermino por sus decisiones globales.
En Hawaii anuncian la desaparición de una isla, por la
sucesión de terremotos, preanunciando el hundimiento de dos islas-países
(Tuvalu y Vanuatu) que vienen reclamando inútilmente en los foros
internacionales la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, que
en pocos años las dejarán totalmente bajo las aguas del Pacífico, en ascenso
inexorable.
Hasta el infinito podríamos seguir. El mundo está revuelto. Mao
repetiría su apotegma confuciano “Hay un gran desorden bajo los cielos”, que
nuestra Mafalda traduciría al más criollo “Paren el mundo, me quiero bajar”.
Pero no hay adonde ir. Solo tratar de
entenderlo, con todas sus contradicciones, tendencias fuertes, matices y
potencialidades.
Hace algún tiempo decíamos, repitiendo a los que de veras
saben, que la globalización económica está convirtiendo a la humanidad
progresivamente en un solo espacio y ha logrado sacar de la pobreza a cerca de
mil millones de personas, ha reducido el hambre en el mundo al más bajo
porcentual la historia, ha logrado avances científico-técnicos exponenciales y
ha construido una economía de una dimensión y potencialidad como no se tiene
memoria. Pero también que todos estos logros admirables no han sido acompañados
hasta ahora por una contención política global. Decíamos que esa falencia era
peligrosa y nos alegramos cuando el G20 creció en importancia, luego de su
exitosa presentación en sociedad con el control de la gigantesca crisis del
2008, desatada cuando la “financiosfera” -una especie de atmósfera virtual de
capital simbólico equivalente a varias veces el PBI mundial que rodea al
planeta entero- se salió de cauce poniendo a la economía global en peligro
explosivo.
El cambio político en el mundo tiene también sus
características. Los partidos que protagonizaron el siglo XX están siendo
superados, en algunos casos en sus estructuras, y en otros en sus conductas
históricas, por el notable empoderamiento de los ciudadanos comunes. Liberales
y socialdemócratas “ya no son lo que eran”. Se mixturan, se copian, se apropian
de reclamos rivales y en cada país realizan mezclas diferentes. Están superados
diariamente por la realidad, que presenta un sincretismo impensable hace pocos
años. Este cambio aconsejaría “barajar y dar de nuevo”, tras un debate
desapasionado sobre los graves temas de la agenda actual. Sin embargo, gran
parte de los actores políticos de más experiencia se niegan a abandonar la zona
de confort de sus viejas verdades, dejando el espacio reflexivo sobre lo
público en manos del destino, o de la vocinglería de las redes, en la que
ciudadanos nóveles en los grandes temas combaten -más que debaten- con juicios
más cercanos a lo gutural que al pensamiento lógico. Como en los tiempos
oscuros, la razón es reemplazada por los puros instintos. Por abajo. Porque por
arriba, la “financiosfera” y los mega-actores económicos siguen actuando, sin
otras reglas de juego que las propias, con la más fría lógica de la ganancia
rápida.
“Murieron las ideologías”, proclaman unos, ante la indignada
reacción de quienes las consideran eternas. Y más de siete mil millones de
nuevas ideologías construidas por cada habitante del planeta con los fragmentos
de las viejas creencias, sincretizadas como cada uno puede, protagonizan el
nuevo “debate de lo público”, vocinglería interminable en la que los partidos
-obviamente- no pueden participar por sus contradicciones internas debido a la
desactualización de su agenda.
Como pasó en varias etapas de la historia humana, todo entró
en cuestionamiento: las configuraciones político-territoriales, las jerarquías
religiosas e ideológicas, los equilibrios de relaciones de poder existentes, y
-obviamente- las geometrías políticas. Entre todas estas cosas, una
reconfiguración del poder se gesta en forma anárquica y diacrónica, en forma
diferente según cada cultura, cada realidad y cada “set de problemas” que deben
enfrentarse.
Entonces… ¿sirve el debate? ¿o es tiempo perdido, que
debiera dedicarse a fortalecer los propios músculos para cuando estalle de
verdad todo?
La pregunta parece no tener respuesta terminante. En primera
instancia, pareciera que debiera servir para limar las cuestiones secundarias
entre quienes tienen intereses parecidos de cara al problema principal, la
propia subsistencia.
En el plano global, debería servir para unir esfuerzos en la
preservación del planeta, poner bajo control a la “financiosfera”, asegurar
rápidamente un piso de dignidad a todos los seres humanos que eviten el dolor
de abandonar sus terruños o morir, erradicar la delincuencia global. Se notan
avances, liderados indudablemente por el G20, que ha “intervenido” de hecho a
los organismos internacionales de mayor incidencia a través de sus delegados
nacionales. Algunos grandes traspiés -el Brexit, la elección de Trump, el
resurgimiento espasmódico del nacional-chauvinismo en Europa- lo retrasan, y es
un peligro. Es una batalla abierta e inconclusa, que sin embargo nos benefició
en estos días, habilitando a la Argentina con el mayor paquete de ayuda
internacional recibido por un país. Con el 15 % de esa ayuda, la Alianza no
hubiera caído y el país sería otro. En el medio: la crisis global del 2008 y la
acción del G20.
En el plano nacional, este debate debería darse en el
espacio modernizador. Lo demoran, en este caso, causas más pedestres: la
coalición de gobierno no abre su diálogo interno, su fuerza hegemónica prefiere
dar batallas en soledad debilitando la solidez del espacio, y la ausencia de ese
debate dificulta la construcción del imaginario entusiasmante imprescindible
para cualquier proceso sociopolítico. Su “utopía” se intuye, pero no se
explicita. Y por fuera, la oposición conservadora, aunque desarticulada, apela
no ya a la razón sino a viejas utopías
cuasi-religiosas que flotan en el pasado aprovechando que la dureza del cambio
-que ayudan con tenacidad a dificultar y agravar para las personas que lo
sufren- no permite respuestas mayores, simplemente porque cualquier otro atajo
agravaría los problemas en lugar de solucionarlos. La une el pensamiento
mágico, que oculta la insuficiencia analítica, la impotencia propositiva y la
esclerosis programática.
La afirmación del título, entonces, requiere una doble
respuesta. Debatir es tiempo perdido entre quienes persiguen diferentes
finalidades. Lo hemos visto en las sesiones del parlamento: no son debates, son
luchas. No existe entre quienes luchan ningún acuerdo básico. Los marxistas
dirían que olvidaron el principio dialéctico de la “unidad de los contrarios” y
sólo enfocan la dinámica de “los polos de la contradicción”. Allí sólo cabe
triunfo o derrota y por ahora la lucha sigue abierta.
El espacio conservador
sólo se entusiasma con la vuelta al pasado, aunque lo sepa inviable. El
modernizador, con la construcción del futuro posible, que sabe lleno de
dificultades.
Pero en este espacio modernizador, el debate es más
imprescindible que nunca, porque hay que diseñar caminos desconocidos para un
mundo plagado de incógnitas, que no están en ningún libro. Caminos que no
implican cuestionar el rumbo sino abrirlo a los matices, que son innumerables,
y a la participación de los ciudadanos, fuente inagotable de ideas, entusiasmo,
pasiones y creatividad.
El futuro es opaco, impredecible. No hay, como en otros
tiempos, un “destino inexorable de la historia”. Hay potencialidades, posibles,
enormes. Pero también peligros. Muchas sociedades se han suicidado a lo largo
de la historia, plagada de naciones que ya no existen y de grupos humanos
desaparecidos.
Aunque parezca un “revival” del tiempo de la Ilustración, la
esperanza de que la razón ayude a enfrentar adecuadamente los complejos
problemas de nuestra agenda se mantiene como la gran esperanza de llegar a buen
puerto.
Ricardo Lafferriere