“Los partidos políticos agrupan a personas que tienen una
similar ideología”, se podía leer –palabras más, palabras menos- en los
manuales que abordaban la política en tiempos de la modernidad, en que las
ideologías, elaboradas por las lógicas, reinaban en el mundo reflexivo.
La crisis de las ideologías y las cosmovisiones puso en
fuerte conmoción esta afirmación. No hay ya ideología que pueda sostener su
vigencia con pretensiones de verdad absoluta. Siguen existiendo, pero cada vez
más recluidas en el fuero íntimo de las personas, que elaboran sus mapas de
vida y de valores tomando “de aquí y de allá” las creencias sobre los temas que
antes conformaban los gigantescos edificios ideológicos del liberalismo, el
socialismo, el comunismo, el nacionalismo, el desarrollismo o el propio
nacionalismo popular.
Las ideologías no han muerto. Están más vivas que nunca,
pero se han multiplicado por tantas personas como existen en el mundo. Lo que
ha muerto es la posibilidad de imponer la propia ideología a los demás y con
menos razón desde el poder. Subsisten valores, creencias, opiniones, pero no ya
las sesudas articulaciones conceptuales colectivas que movieron pasiones.
¿Qué reemplaza a las ideologías en este mundo fragmentado de
la modernidad tardía?
La pregunta no es banal. Si las ideologías, al retraerse al
fuero íntimo, dejan seriamente de conformar la argamasa de los partidos
políticos, es necesario buscar su reemplazo. La política como actividad humana
sigue existiendo. Es el esfuerzo moderno por tomar las riendas de la realidad en
lugar de resignarse a que ésta siga el rumbo señalado por Dios, el destino o la
suerte. La respuesta al agotamiento de la modernidad “dura” no puede ser el
regreso a la premodernidad plagada de creencias irracionales, temores ancestrales,
dogmas o supersticiones.
Los partidos son los instrumentos modernos que permiten el
funcionamiento de la política sobre bases racionales. Simplemente es necesario
buscar la lógica que los haga nuevamente funcionales en tiempos del mundo global,
el paradigma cosmopolita y la creciente autonomía ciudadana.
La invocación a la solidaridad ideológica no sólo es
antigua: es disfuncional con la agenda que debe enfrentar la política de estos
tiempos. Los alineamientos, herramientas y creencias utilizadas para los
problemas del siglo XIX y XX tienen escasa conexión con los de hoy, entre otros
la interdependencia e inestabilidad económica, la polarización social extrema, el
desarrollo tecnológico, el debilitamiento de los Estados Nacionales, el cambio
climático, la violencia cotidiana, la enorme cantidad de excluidos, el delito
global.
Es probable que la solución para estos problemas no se
encuentre en uno u otro de los conocidos mapas ideológicos, sino que tome
herramientas de diferentes espacios. Tal vez el ejemplo de EEUU, líder del
capitalismo, saliendo de la crisis financiera con herramientas estatistas sea
tan elocuente como lo fuera China, dando su gran salto adelante sobre las
recetas neoliberales de Milton Friedman, adoptadas por el Tercer Plenario del
XI Congreso de su Partido Comunista.
Los partidos deben darse nuevos argumentos convocantes. Por
supuesto que el proceso no será lineal. Sus adhesiones emocionales superan
normalmente sus elaboraciones racionales. Pero los electorados modernos no se
atan con la misma solidez a identidades emotivas y requieren funcionalidad.
Pueden apasionarse, pero en convocatorias eficaces para solucionar sus
problemas. Y allí está, tal vez, el meollo de la reflexión: quién define la
agenda.
En los viejos tiempos lo hacían los cuerpos partidarios
sobre la base de la “ideología” compartida, trás un “proyecto de país” que
unificaba anhelos y utopías. Eso ya pasó. Ningún Estado Nacional –herramienta suprema
de la política- ha logrado construir una sociedad utópica, porque los seres
humanos en su libre albedrío conciben a la política tan sólo como un capítulo
de su existencia, a la que no les delegan pacíficamente los demás: religión,
proyectos de vida, economía, libertad de elegir, planificación familiar,
gustos, deseos, aspiraciones. Las personas custodian su autonomía y terminan
definiendo su propia biografía. Son ellas, y no ya los partidos, quienes
deciden la agenda de lo público.
Las personas esperan de la política que les facilite el camino.
No que les absorba su derecho a decidir su cosmovisión, sino que les reduzca
los temores de sufrir la violencia personal, perder su trabajo, ser privadas
del fruto de su esfuerzo, se les envenene su agua, polucione su aire, destruya
su entorno o anule su futuro. En otras palabras, que les “prevea los riesgos” y
si se producen, las ayude a atenuar sus efectos.
Ese es el gran cambio: la relación entre las personas y el
poder. La agenda hoy está en manos de los ciudadanos. Seguir razonando con la
lógica de las “ideologías” movilizará a las nomenclaturas respectivas pero seducirá
cada vez menos a los electores, que aspiran a superar el circo romano de
Schmidtt y de Laclau para reemplazarlo por la construcción de la convivencia
cooperativa de Hannah Arendt, Ulrich Beck y Zygmund Baumann.
La nueva lógica implica el “fin de lo obvio”, pero también
abre la gigantesca posibilidad de “empezar de nuevo”. Viejos rivales podrán
sumar esfuerzos para enfrentar riesgos y problemas sin las ataduras ancestrales
de los dogmas y sin la exigencia de coincidencias finalistas, entre otras cosas,
porque éstas ya no existen sino que se renuevan en cada paso, no ya para los
grupos sociales sino para cada persona, dueña de su biografía.
Liderazgos frescos y creativos deben abrir espacio al nuevo
estilo, cambiando “lo obvio” de la vieja
lógica político-cultural. Será muy difícil sin el duro “trabajo de topo” de los
movimientos sociales, que allanan el camino entusiasmando a los ciudadanos en
las nuevas causas. Pero no advertirlo neutralizará en luchas estériles los
esfuerzos recíprocos terminando de convertir en impotente a la política por no
entender la lógica de época, que no acepta ya más presuntuosos “legisladores”
de la sociedad ideal sino apenas –pero nada menos- que perspicaces “intérpretes” de seres con
infinidad de miradas diferentes cooperando para hacer más llevadera la vida.
Ricardo Lafferriere