¿Cuál es el límite del chantaje nuclear? ¿Existe alguno? ¿O ya debemos asumir que quien tiene una bomba nuclear y amenaza a usarla si no se aceptan sus berrinches será dueño total de conductas, libertades, vidas y muertes de todos los seres humanos sobre la tierra?
Pareciera que éste es el gran interrogante de esta guerra
vergonzosa, indignante, criminal.
Las ayudas a Ucrania llegan... desde lejos. Y el temor de
los países -y no digo los gobiernos, digo claramente los países, los
ciudadanos, los pueblos- que son sus vecinos y amigos, especialmente en Europa,
parecen aconsejar una prudente distancia del conflicto, ante la atemorizante
amenaza de los criminales de guerra.
Sin embargo, esta guerra deberá hacernos asumir, a todos,
que hemos entrado nuevamente en un período negro de la historia que llevará al
límite la propia existencia humana. Rusia -dicen los realistas, con razón- está
dispuesta a todo, aún a usar armas nucleares, si considera que existe un riesgo
para su seguridad. Este riesgo lo define como un ataque a su propio territorio.
En una actitud plena de cinismo ha fraguado consultas populares
amañadas en un territorio que ocupó militarmente y que desea incorporar, a fin
de que pueda considerarse un ataque a su país la defensa que el legítimo
titular de esos territorios robados pueda hacer de ellos. En una actitud de
matón de barrio, ha notificado al mundo que usará armas nucleares para hacerse
de lo que unilateralmente considere que pueda ser peligroso para su seguridad. Lo
ha declarado Mendevev, expresidente ruso y el propio Putin. En esa categoría coloca a la OTAN.
Sin embargo, no existe ni un solo país al que la OTAN, alianza esencialmente
defensiva, haya incorporado por la fuerza, ni siquiera amenazado o insinuado
una amenaza en caso de no hacerlo, a ningún país. Y vista la actitud de Rusia,
menos mal que la OTAN existe.
Por el contrario, ha sido Rusia, exclusivamente, la que ha
decidido que su limítrofe Ucrania podría ser un riesgo para su existencia, a
pesar de su compromiso, en 1994 por el Protocolo de Budapest, de garantizar la
independencia y soberanía de Ucrania dentro de los límites que entonces tenía,
que incluía no sólo a los territorios que ahora desea, sino la propia Crimea, que
incorporó por la fuerza en 2014 robándosela a Ucrania, país cuyos límites y
soberanía estaba comprometida formalmente a defender.
Les toca hoy a los ucranianos sufrir un martirologio que
entrará en la historia. Pero es un anticipo de decisiones que tarde o temprano
deberemos asumir todos. Si a Putin le sale bien su chantaje, no se detendrá
aquí. Y el mundo deberá decidir si acepta en nombre del realismo que un
chantaje nuclear debe aceptarse sin límites y, en todo caso, si un mundo así
vale la pena ser vivido. Debe decidir, en síntesis, cuál es el límite del
realismo aceptado y cuál es el riesgo que está dispuesto a asumir para vivir en
un mundo digno de la condición humana.
Leí de un renombrado intelectual ucraniano que su país está
cumpliendo el papel de las nuevas Termópilas. El sacrificio de Leónidas y sus
300 espartanos permitió ganar el tiempo necesario para que las ciudades griegas
depusieran sus litigios y recelos y se unieran para enfrentar al invasor persa
conducido por Jerjes. Era, para ellos, también una opción de subordinación o
desaparición. Ha habido momentos en la historia que los pueblos han debido
enfrentar esa opción.
Sin Termópilas no hubieran existido Salamina ni Platea y tal
vez no hubiera existido el imperio romano ni occidente tal como lo conocemos.
Sin Termópilas quizás el mundo estaría gobernado hoy por los Ayatollahs asesinos
de mujeres y hablaríamos persa en todo el mundo. No hubiera existido la
democracia clásica ni sus herederas. Ni el arte, los valores, el derecho, la
justicia, ni mucho menos los derechos humanos ni la democracia. No existiría
nuestra propia historia.
Ese proceso se ha
iniciado ya, con una actitud más unida y firme de Europa, que sin embargo no
alcanza para detener la agresión inhumana del criminal de guerra. Y todo indica
que si se da una duda o debilidad de Europa y el mundo democrático en general
en el momento que pueden ayudar -nada más que enviando armas, aviones, tanques-
la suerte de estos héroes ucranianos estaría echada.
El nuevo Jerjes se encuentra frente a la insólita novedad de
que sus atacados le rememoran otro sitio feroz e inhumano: el de los nazis a
Stalingrado, que él conoce bien como conocedor que es de la historia de Rusia. La
otra novedad, correlativa, es que ahora el émulo de Hitler es él y los héroes
que emulan la resistencia del pueblo ruso frente a la invasión nazi son los
ucranianos. Zelenski, el Leónidas del siglo XXI, se está inmolando al frente de
su pueblo, para que todos tengamos tiempo de organizarnos, armarnos para la
defensa y superar nimiedades.
En nada nos consuela, sin embargo, esta convicción. La
masacre se está desarrollando ahora, los héroes están muriendo ahora, la bestia
está asesinando ahora. No ha respetado el derecho internacional, ni los
principios de las Naciones Unidas a los que se obligó con su firma, ni siquiera
los principios elementales de moralidad humana. Es ahora que el mundo
democrático no puede ni debe ceder, por encima de las filigranas filosóficas.
Enfrente no existe un razonamiento compartido, como no lo existía con Hitler y
como no lo existe en los países en los que el populismo utiliza la mendacidad
en las conversaciones y los acuerdos, aún en el plano de las políticas
internas. Así como Hitler fue mendaz en Múnich. Así como lo ha sido Rusia con
su compromiso de garantizar la independencia y seguridad de Ucrania en los protocolos
de Budapest de 1994. Así como lo son el comandante Ortega, Maduro, los Castro y
otros latinoamericanos que bien conocemos.
Mentir y matar, esa es la consigna. Combatientes o no,
hombres y mujeres, viejos y niños. Mentir con hipocresía. Matar a distancia,
para no correr riesgos. Misiles, bombardeos aéreos, bombas racimo y hasta
bombas termobáricas, ese nuevo artefacto infernal que disuelve los cuerpos en
un radio de un kilómetro. Si nada de eso conmueve a los vecinos ni a los
congéneres, si triunfan el miedo, la hipocresía y el cinismo, sería -obviamente-
el fin de Ucrania, pero también el fin del mundo con libertad. Sin perjuicio de tener abiertas siempre las puertas de la diplomacia no pueden
dejarlo triunfar ni retroceder ante el chantaje.
Terrible momento, que pone a prueba valores, racionalidad y
sentimientos de la humanidad entera.
Ricardo Lafferriere