martes, 4 de marzo de 2014

Crimea, Ucrania, Rusia...y el mundo que viene



Al caer la tarde del 18 de mayo de 1944, miles de efectivos de la NKVD (la policía militar soviética de Stalin) entraron en cada una de las aldeas tártaras que formaban la gran mayoría de la población de Crimea.

Entre uno y dos millones de personas, desde ancianos inválidos hasta niños de pecho, fueron ingresados por la fuerza en camiones de transporte, abandonando al saqueo de las tropas rusas sus propiedades y pertenencias.

La población de toda una etnia fue conducidas a Uzbekistán. Allí fueron arrojadas al desierto, donde murieron cientos de miles por desnutrición, sed, falta de alimentos, frío y enfermedades.

De la deportación no se salvó nadie. Desde los dirigentes del Partido Comunista de cada localidad, hasta héroes de guerra e integrantes de los “partisanos” –guerrilleros contra la ocupación nazi-. Todos, por el sólo hecho de ser tártaros, fueron objeto de la “limpieza étnica” estalinista que dejó a la península de Crimea liberada para su repoblación. 

La excusa fue la colaboración que un pequeño sector de la población tártara, según el convencimiento de Stalin y Beria –mandamás de la NKVD- , había realizado con los nazis durante la ocupación alemana de Crimea. La realidad fue la histórica ambición rusa de integrar definitivamente la península de Crimea a su territorio nacional para fortalecer su dominio del Mar Negro y posicionarse estratégicamente frente a los estrechos de Bósforo y Dardanelos.

El genocidio se mantuvo en un relativo ocultamiento hasta la caída de la Unión Soviética y la liberación de la documentación y el arribo de la libertad de expresión sobre los crímenes estalinistas. Al igual que la tragedia polaca de Katlin, cometida también por Stalin y Beria, la realidad temina por salir a la luz, en este caso regresando a Crimea en la memoria de los pocos sobrevivientes tártaros y sus descendientes que volvieron desde la lejana Uzbekistán buscando su viejo hogar en los últimos años.

Crimea, ya libre de tártaros sobre el fin de la guerra, fue repoblada por Stalin con rusos de sangre. Son sus descendientes los que ahora han reclamado la protección de Rusia ante la decisión del parlamento ucraniano de destituir al déspota y corrupto presidente Yanukóvich, quien huyó refugiándose en Moscú, desde donde incita a la ocupación rusa de toda Ucrania y su reinstalación en el poder.

Es bueno recordar estos hechos ante la evidente intención de muchos –y no sólo rusos- de terminar con el tema que interpela la conciencia democrática occidental, levantando el argumento de que “después de todo, la mayoría son rusos”. Falaz afirmación a la que los argentinos, especialmente deberíamos resistir por su extraña similitud con el trasplante poblacional realizado por Gran Bretaña en las Malvinas, luego de su ocupación militar.

No podemos mirar para otro lado ante esta vergonzosa, agresiva y patoteril ocupación militar rusa de una porción del territorio ucraniano y mucho menos aceptar el argumento.

Putin sabe que la “realpolitik” le permitirá salirse con la suya. Ucrania está débil, por su crisis económica y política. La Unión Europea tiene su yugular –los gasoductos que alimentan sus industrias y llevan energía a sus hogares- atenazada por las decisiones del Kremlin. Estados Unidos ha resuelto replegarse hacia la defensa de sus intereses estratégicos más directos, lejanos del contencioso del Mar Negro y los Balcanes. Las Naciones Unidas están neutralizadas de cualquier acción, por el poder de veto –en este caso, de la propia Rusia-.

Ucrania está sola, acompañada exclusivamente por la sensación de impotencia y humillación de la opinión libre y democrática del mundo, la que resiste el cinismo, la hipocresía y los discursos exculpatorios de los diferentes escalones y factores del “poder” mundial.

En todo caso, es un adelanto del mundo que viene. Y una advertencia para quienes alegremente juegan con el futuro, banalizan el debate estratégico, atan al infantilismo ideológico las alianzas nacionales y debilitan a conciencia la capacidad defensiva del país con argumentos “munichistas”.

Seguramente, el futuro ucraniano será resuelto en alguna reunión como la de Munich, donde el Reino Unido, Francia, Italia y Alemania resolvieron en 1938, sin la presencia ni consulta de los checoeslovacos, la secesión de una parte de su país –los Sudetes- y su entrega a Alemania, para “calmar” las ambiciones de Hitler. 

Sería bueno que no ocurra, pero la intuición indica que algo similar pasará en este caso, con las grandes potencias acordando una virtual secesión de Crimea y su caída en la esfera de influencia rusa, con alguna forma jurídica que implique de hecho su segregación de Ucrania.

De ser así, tal vez se habrá logrado “la paz” y se habrán “tranquilizado los espíritus”. Sin embargo, se habrá abierto un antecedente de retroceso hacia un mundo que habrá renunciado a su pretensión de ser regido por el derecho y aceptado el regreso al puro poder, a la fuerza militar y a la subordinación a los intereses crudos de las potencias más fuertes.

Un mundo, en suma, que estará trayendo al siglo XXI lo peor del siglo que pasó.

Ricardo Lafferriere


lunes, 24 de febrero de 2014

Dilma, Cristina y Nicolás

Durante la última década las exportaciones brasileñas a Venezuela se dispararon un 533%  hasta 5.056 millones de dólares, convirtiendo a la nación petrolera en el segundo mayor mercado latinoamericano de Brasil después de Argentina.

Además, los economistas calculan que las inversiones brasileñas en Venezuela rondan en realidad los 20.000 millones de dólares, o tres veces más que en México, la segunda economía de América Latina. Todas se hicieron durante el chavismo.
(Leer más en: http://www.elmundo.com.ve/noticias/economia/politicas-publicas/empresarios-brasilenos-apuestan-a-maduro-para-prot.aspx#ixzz2u6zL0wIi)

En vida de Néstor Kirchner, Chávez desembolsó en préstamo 1.000 millones de dólares a favor de Argentina. Al recibirlos, la República Argentina le entregó a la República Bolivariana títulos de la deuda pública Argentina--Boden 2015--, pagaderos en 2015, por valor nominal de ¡1461,9 millones de dólares! O sea que la República Argentina se comprometió a devolver, sólo de capital, un 46% más de lo que recibió.

A ello cabe adicionar una tasa anual de intereses sobre el monto recibido de Venezuela que oscila entre un 14,86% y un 15,60%. Cabe recordar que el FMI, en ese momento, nos cobraba por la deuda pendiente, el 4,596 %. Claro, sin espacio para "negocios adicionales"...

Para hacerlo más claro: de entrada, al recibir el préstamo, Argentina se comprometió a pagar, por capital, U$S 462 de más por cada U$S 1.000 recibidos y, además, desembolsará aproximadamente un 15% anual de intereses. Esto y no otra cuestión es lo que significa que Venezuela le presta a la Argentina recibiendo en cambio títulos de la deuda pública argentina al valor de su cotización en el mercado. ¿Está CK preparando el terreno para que Nicolás renueve el crédito a su vencimiento?

El opositor Capriles ya adelantó que exigirá a la Argentina el pagos de 13.000 millones de dólares que -alega- el gobierno chavista ha facilitado al kirchnerismo. Y que aquí, al parecer, no figuran.

Estos números son sólo un ejemplo de lo que es imposible cuantificar por el secreto de todas las operaciones con Venezuela, proveedora permanente de petróleo y gasoil para la sedienta cuenta energética del kirchnerismo, que por su desastrosa gestión convirtió al país en fuertemente dependiente de las importaciones de hidrocarburos.

En el caso brasileño, es imposible no ver detrás del silencio de Dilma el consejo de Itamaratí, resultado de un frío cálculo sobre el riesgo de los capitales del vecino país volcados a la economía venezolana. El mismo que la llevará a tolerar la represión de la dictadura cubana, con la que ha formalizado también importantes acuerdos de inversión en infraestructuras (La última noticia fue la inauguración, hace pocas semanas, de la mayor instalación portuaria de la isla, construida y financiada íntegramente por capitales brasileños).

Curioso que la reprimida oposición cubana sólo fuera recibida por Piñera. La "derecha" defendía los derechos humanos, mientras las "progresistas" presidentas de Argentina y Brasil confraternizaba una con Fidel en visita cholula, y cumplía la otra con sus empresarios inaugurando obras de infraestructura hechas por ellos en Cuba.

En el caso argentino, el nuevo acuerdo con Venezuela anunciado en enero comprende un original "canje" de alimentos por petróleo. El negocio para la administración argentina es arbitrar entre alimentos adquiridos a precios internos (o sea, reducidos en el 35 % de retenciones) y el precio internacional, al que debieran tasarse para la operación de canje.

No se han informado detalles de los precios acordados, lo que deja en un gran estado de duda qué pasa con esa diferencia. Si todo fuera transparente, no debieran existir motivos para el secreto, en lugar de seguir con el sospechado procedimiento de cláusulas secretas usado para el acuerdo con Chevrón. O los oscuros negocios gerenciados por De Vido que están siendo investigados por la propia justicia venezolana.

Maduro es un gran negocio para Brasil, para el kirchnerismo y para Cristina. No lo es ni para el saqueado pueblo venezolano, ni para el argentino, que heredará del kirchnerismo deudas económicas y políticas de largo aliento que ya comenzaron a visualizarse. Tal vez el único ganancioso sea Brasil y sus empresarios, aunque difícilmente Dilma, cuyo prestigio de antigua luchadora por la democracia quedará sin dudas seriamente deshilachado después de su deslucida actitud en esta crisis. Cristina, si alguna vez lo tuvo, lo perdió hace rato.

Ricardo Lafferriere

lunes, 17 de febrero de 2014

Venezuela y Argentina

Es difícil para los argentinos no verse reflejados –o sentirse conducidos- a una situación como la que atraviesa hoy Venezuela.

La similitud de diagnósticos y la identidad de políticas han conducido a consecuencias también muy parecidas en ambos países. Altísima inflación, recesión intolerable, desabastecimiento, huida de la moneda nacional, crecimiento desbordante del narcotráfico, violencia cotidiana al nivel de una creciente estadística de asesinatos, polarización social y destrucción del sentimiento de unidad nacional por el grave enfrentamiento político.

Hay, sin embargo, una diferencia: en la Argentina, la violencia concita el inmediato y rotundo rechazo de la mayoría ciudadana. Se acentúa la discusión política, se polarizan los debates en la calle, sube el nivel despectivo de los epítetos, pero a pesar de todo eso el pasado del que surgió la democracia pesa demasiado en la conciencia ciudadana como para abrir las compuertas de la violencia desbordada.
Ya tuvimos por acá la triple A. Sabemos lo que son los grupos parapoliciales masacrando manifestantes por el salario o por las libertades. Y también tenemos demasiado tomado el pulso a las impostaciones discursivas, que ofrecen relatos de izquierda o de derecha pero que, en realidad, sólo son escudos que ocultan el patrimonialismo predominante en la política desde hace años, con pocas y saludables excepciones.
Sería necio negar que hay “ultras” y no sólo discursivos. Hasta hemos escuchado a un conocido provocador decir en esto s días que habría que levantar “paredones” para fusilar a quienes se oponen a Maduro y su dicta-cracia en Venezuela. Tan necio como no advertir que se lo toma más con sorna que con miedo.
La propia señora, tan engolada con su imagen en el espejo y tan predispuesta a ironizar y humillar a quien no le haga la reverencia, ha advertido el dislate de su gestión desde el 2007, y está intentando –tarde- de cambiar de rumbo. Por supuesto que diciendo lo contrario –como es su estilo- pero marchando en un rumbo exactamente inverso al de su discurso.
La gente ya lo advirtió y comenzó a sufrirlo, pero parece entenderlo. Le dará la espalda, pero no deja la sensación de una rebelión indignada. Tal vez porque también advierte que “se comió el amague”  y que algo de culpa tiene al haber creído que se podía llegar al cielo sin recorrer el camino. ¡Era tan lindo creer que se podía vivir más allá de las posibilidades! ¡si lo decía nada menos que la señora... ¡cómo no creerle!... ¡aprovechemos, que no sabemos lo que vendrá!...
Ahora el salario cae al valor de lo que produce. El PBI por habitante se ubicará detrás del de Uruguay, Chile, Brasil, y tal vez Perú –luego de haber sido el más alto de la región, apenas poco más de una década atrás-. Sin petróleo y sin reservas, nos iremos acostumbrando a cortes constantes de energía –como en Cuba…- y al precio de la Nafta cada vez más cerca del real –a dos dólares el litro, por lo menos-. El gobierno culpará a la Shell y a Aranguren. La gente escuchará, pero también con sorna. Sabía que esto llegaría, porque se estaban comiendo el capital, porque pocos producían y porque se robaba demasiado. Pues el fin llegó. Como en Venezuela.
Claro que, a diferencia de Venezuela, los argentinos están ya preparando lo que sigue, que será inexorablemente diferente, cualquiera sea el presidente elegido, o la mayoría legislativa que venga. Es esta diferencia lo que trae la esperanza que no lleguemos al extremo de Venezuela: muertes en las calles, parapoliciales y civiles armados masacrando estudiantes,  grotescos exabruptos presidenciales –aunque de eso, mejor no hablar…- … ¡ya lo vivimos!...
Y que podamos continuar nuestro proceso democrático votando. Quizás eligiendo mejor, pero seguramente bloqueando cualquier intento –oficialista u opositor- de sacar la política del marco de la Constitución. Porque nos costó mucho encarrillarla y no queremos tener, otra vez, miles de muertos, desaparecidos, exilados y odios irreversibles que dividan otra vez por varias décadas al país de los argentinos.

domingo, 2 de febrero de 2014

"El principal problema es..."

"La pérdida de reservas..." "El tipo de cambio..."  "El cepo cambiario..." "La inflación..."...

Los debates económicos disputan la jerarquía del problema principal. Sobre su conclusión sobre este "primer interrogante" sugieren las respectivas "salidas".

Curiosamente, todas son racionales y coherentes, desde la perspectiva de la economía. Nadie puede oponerse sensatamente a recomponer reservas, mantener un tipo de cambio homologable con las demás variables económicas, volver a la libertad cambiaria que fuimos limitando crecientemente en los últimos dos años, y terminar con la inflación que carcome ingresos potenciando la incertidumbre...

Imaginemos que tenemos que hacer un viaje. "Vamos en tren" opinan unos. "No, mejor en avión..." sugieren otros. "A mí me gusta el auto..." tercia uno. "¿Y si vamos en barco?" Propone el último. Sin embargo, falta algo: definir a dónde se quiere viajar. Sin esa información, difícilmente pueda tomarse una decisión correcta porque no es lo mismo viajar a Nueva York que a Lanús, a Montevideo que a Europa o a Sydney que a Rosario.

Enfoquemos ahora los interrogantes económicos. La economía en un país democrático tiene dos tipos de actores, cuya orientación es necesario alinear para conseguir una marcha exitosa. Esa alineación deberá, por supuesto, tener en cuenta las posibilidades reales del país, sus condicionantes y sus potencialidades.

Esos dos actores son por un lado la política, que debe fijar el rumbo interpretando la voluntad mayoritaria y estableciendo las reglas de juego que regirán el juego; y por el otro los actores privados, empresas, familias y personas, que harán sus apuestas -de ahorro, inversión, consumo, créditos, endeudamientos- para participar del juego buscando llegar a la meta. Para ello, usarán sus conocimientos mayores o menores de economía y las normas establecidas por el Estado.

El papel de la política tiene algo de arte y mucho de ciencia. Debe detectar cuál es el rumbo posible que la mayoría desea, y lo hará con la intuición, las herramientas de análisis de opinión pública y su percepción del entorno regional y mundial. Y debe elaborar con capacidad y oficio, según los principios legales y los conceptos de la ciencia económica, las reglas de juego a aplicar que regirán el comportamiento de los actores privados.

La sociedad es como un cuerpo vivo (perdonando el organicismo, sólo didáctico) que seguirá funcionando cumpla o no la política con su función rectora. La ausencia de rumbo -es decir, la incapacidad de la política para con su responsabilidad- dejará un vacío a llenar por algún actor más poderoso, o por el propio caos o anarquía.

Entonces...¿cuál es el problema principal, en el estado actual del país?

Contra la opinión de muchos, desde esta columna venimos sosteniendo que no es la economía, en la que las mentes argentinas más lúcidas del pensamiento económico, de todo el "arco ideológico", viene repitiendo que no hay problemas dramáticos, o al menos del dramatismo que percibimos en la situación que vivimos.

El problema es político, en el sentido grande y trascendente del término. No hay respeto ni contención de la opinión mayoritaria, no hay percepción de la realidad regional y global, no hay objetivos nacionales -ni los discutidos democráticamente en el Congreso a través de la Ley de Presupuesto, ni con un liderazgo lúcido sugiriendo a dónde vamos-. En síntesis no hay rumbo.

En este marco, no hay solución económica posible . Los argentinos son empujados hacia el reflejo defensivo de defender su ingreso, de la forma que sea. El país se desliza hacia una selva de todos contra todos, en la que todo vale.

Ningún economista ni plan económico puede salvar ésto, que no es un problema cuya solución esté al alcance de Kicilloff ni de Capitanich. Tampoco de Blejer, Melconián o Cavallo. Es de la presidenta, de su partido y hasta de los liderazgos opositores.

Es lo que significa que "el problema es político". Ni la pérdida de reservas, ni el tipo de cambio, ni el déficit fiscal, ni el cepo cambiario, ni la inflación.  Es esta sensación que impregna todo de no saber hacia dónde vamos, qué perseguimos, que rumbo tomará la nave del país y en consecuencia, cuál es el papel de cada uno en ese colectivo que es la Nación, no sólo ahora sino incluso, ante un eventual recambio del poder.

 Definido éso, las cosas comenzarán a alinearse nuevamente. No antes.

Ricardo Lafferriere

jueves, 30 de enero de 2014

230.000 millones de pesos

Tal sería la cuenta de equilibrio que relacione la base monetaria con las reservas en oro y divisas -tal como las cuenta el gobierno-, en un dólar de ocho pesos.

Kici respondería: no estamos en la convertibilidad. Esa cuenta no corresponde. Y sería cierto.

Pero también lo es que ante tantas incertidumbres -sobre la tasa de inflación, el monto efectivo del PBI, el nivel de endeudamiento real, los objetivos concretos de la política económica (que, en otros tiempos, eran definidos por la ley de presupuesto), etc., quienes realizan operaciones económicas y financieras terminan recurriendo como referencia a las únicas cifras ciertas con las que cuentan: el circulante vs. las reservas.

Pues bien. Esta relación para "confluir" -diría Kici- surge de una cuenta sencilla: 29.000 millones x 8. Las reservas en divisas multiplicadas por el tipo de cambio. 230.000 millones.

Pero he aquí que el balance del BCRA nos informa que la base monetaria alcanza a 371.442 millones de pesos. Curiosamente, si realizamos la operación inversa -es decir, si dividimos la base monetaria por la cantidad de divisas-, el número que obtenemos es ... 12,80. (¿Les suena?). Ese número irá variando cuando bajen (o suban) las reservas, o cuando suba (o baje) el circulante.

El BCRA acaba de subir la tasa de interés emitiendo bonos -"pidiendo prestado"- al 26 %, para "absorber" 9.000 millones de pesos de la base monetaria y "aliviar la presión sobre el dólar".

Ese nivel de tasas provocará la retracción de la economía, con un efecto insignificante en el mercado cambiario. Retirar 9.000 millones cuando han emitido casi 100.000 es sólo un estertor con consecuencias negativas. El encarecimiento del crédito y la retracción de la demanda afectarán el nivel de actividad y por ende, del empleo. Pero es lo único que pueden hacer... en este marco político.

La contracara de la medida será mayor desocupación, y la "yapa" es cambiar el déficit fiscal por el cuasi fiscal, porque el BCRA deberá hacerse cargo de pagar esas tasas y a la larga no puede hacerlo de otra forma que emitiendo más dinero aún.

La presión sobre el dólar terminará cuando cambie la política, no sólo la económica sino la integral, es decir cuando un gobierno creíble -éste, u otro- respaldado y representativo, establezca por consenso un programa de crecimiento coherente, con cifras transparentes y verificables.

Ese programa podrá tener las metas más diversas, reflejando el colorido democrático de la opinión nacional y el juego natural de los intereses y las ideologías que conviven en el país. Lo que no podrá es suponer que 2 + 2 sean 5, aunque al final, si es exitoso, termine siendo.

Quienes toman decisiones económicas realizarán así otras cuentas, no ya defensivas de su ingreso sino asociadas a las metas nacionales. Los acreedores querrán volver a prestarnos y los empresarios -pequeños, medianos y grandes- querrán volver a invertir. No se preocuparán más por la relación entre reservas y circulante, sino por cómo sumarse a la oleada de crecimiento.

Esto no es de izquierda ni de derecha, no es socialdemócrata o neoliberal. Es la verdad de perogrullo que aplica el 95 % del mundo, desde USA hasta China, desde Uruguay hasta Chile, desde Perú hasta Vietnam. Es, sencillamente, gobernar, en lugar de dejar esa tarea estratégica al mercado como se ha hecho en los últimos años.

Hasta que no asumamos esa realidad, seguiremos a los tumbos, de crisis en crisis. Como la que -desgraciadamente- se acerca a pasos acelerados, avisando que viene mientras nos divertimos cruzándonos intolerancias. Y la responsabilidad será, una vez más, de la política.

Ricardo Lafferriere

miércoles, 29 de enero de 2014

Examen general de matemáticas - O el fin del dinero como herramienta económica

El Administrador General de Ingresos Públicos (que agrega a su cargo, de facto, el de Comisario Político de Acceso y Uso de Divisas) especificó que la moneda extranjera adquirida con fines de ahorro podrá ser utilizada para gastos de turismo sin que sea alcanzada por el anticipo de 35% a cuenta de Ganancias o Bienes Personales, respecto del 20% que pagó si no lo dejó depositado en el sistema bancario, o si luego lo usa a través de tarjeta de débito para cubrir gastos en el exterior.

Dio a conocer además la tablita que utilizará para "autorizar" la compra de divisas a aquellos que deseen ahorrar en moneda fuerte. La alternativa sólo estará al alcance de quienes tengan un ingreso superior a dos salarios mínimos -los jubilados parece que no podrán, a pesar de la intención del Ministro de Economía dijo ser ¨guardar los dólares para los que menos tienen¨-

De esta forma, los valores de la divisa recorren un abanico que comienza en $ 5,20 y llegan hasta los  $ 12/13, según oportunidad, destino y contactos de quienes participan en una operación.

Comienzan el recorrido con el reconocido a los productores agropecuarios. El "dólar soja"  (35 % de retención sobre $  8) quedaría en $ 5,20. Sería el dólar más barato de la economía, sólo al alcance del Estado -beneficiario de la retención a la exportación-. La curiosidad de este precio consiste en que funciona sólo en un sentido, ya que si el productor necesita adquirir insumos importados o con componente importado, deberá abonarlo con la divisa que consiga en el Mercado "Único¨ de Cambios.

A partir de allí, empieza a subir según la clase de retención, hasta llegar a los $ 8, número mágico que según el equipo "Coki-llof" sería el verdadero "nivel de convergencia" (¿?).

Ese dólar estará al alcance de quien necesite importar y obtenga la autorización respectiva de la Secretaría de Comercio, luego de los trámites correspondientes, y del BCRA haciendo lo propio. Deberá realizar, obviamente, los trámites de importación, y obtener los dólares en el "Mercado Único de Cambios". Mejor dicho, en el mercado "Único" de cambios.

En punto comienzan a aparecer los dólares para "particulares".

Quien adquiera dólares para "atesoramiento", previa autorización de la AFIP en su papel de Comisariato Político de Acceso y Uso de Divisas, lo hará a dos precios diferentes: $ 8 si los compra y los deja depositados en un Banco por más de un año (ja); a $ 9,60 si se los lleva físicamente haciéndose responsable de su guarda y cuidado, o se los gasta.

Quien adquiera pasajes internacionales y realice compras en el exterior, el precio que deberá pagar será de $ 10,80. El mismo precio deberá abonar quien adquiera bienes por correo internacional, hasta un máximo de dos compras y un total de 25 dólares al año.

Quien desee quedar al margen del Comisariado Político de Acceso y Uso de Divisas, deberá abonarlo a $ 12/13, según la cotización que obtenga de la negociación en cada momento en el mercado libre denominado "blue".

Este último precio regirá también para quienes quedan por fuera del control del Comisariado Político de Acceso y Uso de Divisas. Integrarán ese grupo desde "quienes menos tienen" (es decir, aquellos cuyos ingresos no alcancen el mínimo de dos salarios mínimos) hasta quienes los necesiten para cambiar su vivienda, realizar una compra de medicamentos en el exterior sin ser exportador o necesiten ahorrar en moneda fuerte para cualquier objetivo personal, sea instalar un negocio, organizar una microempresa, adquirir un bien al contado o simplemente tener la tranquilidad de un ahorro fuera del alcance de las decisiones arbitrarias de cualquier funcionario.

Algo bueno, para quienes buscamos siempre encontrar la "mitad medio llena" del vaso: nos obligará refrescar los conocimientos de Matemáticas, especialmente las ecuaciones compuestas, las que regirán cada vez más nuestra relación con el dinero. Porque -no olvidemos- a los valores mencionados deberemos cotejarlos con la evolución de los precios, de nuestros salarios, de las tasas de interés y de las perspectivas de cambio de cada una de ellas ante los cambios horarios de las disposiciones vigentes. El "arbitraje", mecanismo utilizado usualmente en los negocios y en el sector financiero para los diversos cálculos que debe realizar el sector, deberá ser incorporado a la vida cotidiana para comprar tomates, ponerle valor a un servicio -gasista, electricista, plomero, albañil-, animarse a financiar una bicicleta o cambiar la plancha porque la que teníamos se quemó.

Claro que todo eso, y no tener ya más dinero, será virtualmente lo mismo. De hecho, es volver a antes de la invención de la moneda, en Libia, hace 2600 años...


Ricardo Lafferriere

martes, 28 de enero de 2014

Los límites del país de Kicilloff

"Si alguien me quiere explicar el mecanismo que hace que un cambio en el valor del dólar afecte de manera inmediata, directa y proporcional a todas las variables económicas que también me explique por qué la Argentina no es Estados Unidos" (Ministro Kicilloff, reportaje difundido por la agencia DyN, 26/1/2014).

La frase testimonia el mundo mental dentro del cual funcionan los razonamientos económicos del Ministro, y por qué le va así.

Esta visión extrema del "vivir con lo nuestro" supone posible -y lo que es peor, cree que existe- una economía argentina cerrada a los intercambios comerciales, financieros y tecnológicos globales. Esa realidad nunca existió, pero aún admitiendo que fuera discutible en otros tiempos, en el mundo actual es equivalente a una visión esquizofrénica.

La Argentina vende su principal riqueza, la producción agropecuaria, en dólares. Son alrededor de 25.000 millones al año, con los que financia sus dislates internos. Allí, en el mercado mundial, "realiza su ganancia" -utilizando términos marxistas- el principal sector excedentario de la economía argentina. No los tendríamos, si el mundo y el país fuera como los concibe Kicilloff.

Para obtener esa producción agropecuaria hay numerosos insumos que deben abonarse en dólares: semillas, fertilizantes, agroquímicos, algunas partes sofisticadas de las maquinarias agrícolas. Y el gasóil, sin el cual no puede haber ni siembra ni cosecha y que es cada vez más dependiente de la importación de petróleo -gracias, entre otras cosas, a la desastrosa gestión energética del gobierno al que pertenece Kicilloff, que se desentendió del tema energético hasta quedarnos sin petróleo-.

Nuestro país le compra al mundo -en dólares- el 70 % de los componentes de cada automóvil que se "fabrica" en nuestros pagos y más del 95 % -también en dólares- de los "componentes" de la industria electrónica de Tierra del Fuego.

Recibió -en dólares- los préstamos que solicitó a los organismos internacionales para obras y programas públicos (rutas, puentes, viviendas, reformas institucionales, y hasta planes sociales) y en dólares debe devolverlos. Y también recibió -en dólares- las inversiones privadas externas, desde las automotrices a las mineras, desde las petroleras hasta las dirigidas a proyectos inmobiliarios. En todos los casos, está obligada a dejar retirar a sus dueños -en dólares-, si así lo decidieran, las ganancias y la amortización del capital invertido, según lo dispuesto en las leyes locales y convenios internacionales vigentes y que Argentina ha firmado.

Los componentes importados -y eventualmente, las patentes y royalties externos- de todo el sistema industrial deben ser abonados en divisas. Medicamentos, óptica, perfumería, juguetes, maquinaria pesada, sistemas informáticos, química, hasta los royalties de la industria indumentaria, textil y hasta alimentaria. Y también las importaciones transitorias de componentes de bienes intermedios que, una vez elaborados, reexportará -en dólares-. En dólares debe abonar también los fletes y seguros internacionales.

No necesita el Ministro que nadie le explique que Argentina no es Estados Unidos. Con dar un vistazo a la economía que teóricamente gestiona, observará por qué el valor del dólar está imbricado en todo el proceso económico.

Y también advertirá por qué la preocupación de aquellos que a pesar de vivir en un país tan imbricado con la divisa, sólo cuentan para su sobrevivencia con recursos nominados en una moneda que es el único activo del 90 por ciento de los argentinos: el peso.

Éste es el signo monetario cuyo valor debiera ser cuidado por el Banco Central -que para eso está- y por el gobierno que integra.

Es ésta, la única "riqueza" de millones de argentinos, la moneda bastardeada por la emisión espuria de papel pintado y el descontrol hasta el dispendio de los recursos públicos por una administración cuyo desinterés por la solidez monetaria está sumergiendo a la mayoría de sus compatriotas en una pobreza creciente.

Ricardo Lafferriere



miércoles, 22 de enero de 2014

Reservas e inflación: síntomas de la enfermedad terminal del "modelo"

Entre el martes y el miércoles, las reservas cayeron 280 millones de dólares.

¿Adónde conduce ésto?

Se han perdido 23.000 millones de dólares en dos años, 13.000 millones en un año, 1000 millones en veinte días y 200 millones en un día. La aceleración es obvia para cualquier observador imparcial. La fuga de divisas se acelerará, a medida que disminuya la cantidad de reservas y en consecuencia aumente la propensión del público a acceder a divisas antes que se agoten.

Cuando ello ocurra se detendrán las importaciones, y con ellas la actividad industrial y la capacidad de pago de la cuenta de energía. Escaseará el gas, los combustibles y la electricidad.
La caída de valor del peso (inflación) reducirá los salarios a un nivel insostenible, incompatible con la paz social. 

La recesión generará, por su parte, un incremento abrupto de la desocupación. 
La situación no responderá al estímulo monetario. Aunque se acelere la emisión, chocará con la falta de productos para comprar. La consecuencia será bordear o desatar la hiperinflación.

Los pesos presionarán más fuertemente aún sobre las divisas, que se considerarán de hecho como la única moneda con valor. Todo en un escenario ya impregnado de violencia, redes narcos, indisciplina policial y una "burbuja joven" de millón y medio de jóvenes "ni-ni" (no estudian ni trabajan).

¿Cuándo ocurrirá todo ésto?

Está empezando a ocurrir. Todos lo vemos. Si este ritmo no se revierte, en pocos meses estaremos al límite. La esperanza de la liquidación de la cosecha y que comiencen a entrar dólares en marzo difícilmente se convierta en realidad si no se reconoce el valor esperado del dólar, con una fuerte devaluación, que por su parte volcará combustible a la inflación. Lo ocurrido hoy miércoles 22 es una muestra del duro dilema oficial: no intervenir para no perder divisas se refleja inmediatamente en el derrumbe del peso.

En marzo comienza también la discusión de las paritarias. Los trabajadores no aceptarán ser "el pato de la boda" de un robo gigantesco que empezó el gobierno al falsificar dinero, y tendrán razón. No aceptarán hacerse cargo, con el derrumbe de sus salarios, de la corrupción, negociados e incapacidad del gobierno.

La recesión, por su parte, se traducirá en mayor caída de la recaudación. En términos reales, es decir como porcentaje del gasto, ha caído en un año un 20 % -subió nominalmente un 20 %, pero el gasto subió el 40 %-, habrá dificultades en pagar los subsidios a la energía y el transporte, los sueldos al personal del Estado, las cuentas a los proveedores, las transferencias a las provincias y tal vez las jubilaciones y pensiones.

En síntesis: estaremos en problemas.

Cada día que pasa sin reaccionar, disminuyen las posibilidades de incidir en el manejo de la crisis, porque se esfuman las herramientas monetarias, económicas, simbólicas y políticas.
Seguir sin reaccionar conducirá inexorablemente al ajuste salvaje, porque el desemboque será, al final, la implosión del Estado y la liberación de hecho todas las variables.

¿Qué significará la implosión?

El dólar por las nubes, ante el derrumbe de valor del peso. Una inflación acorde a esa devaluación. Salarios caídos a la mitad en su poder de compra. Tarifas recuperando el valor real (entre 300 y 500 % de aumento, en electricidad, gas y transporte, y 100 % en nafta y gasóil), desocupación creciendo al compás de la recesión, e inundación de monedas provinciales. La tensión social llegará a un extremo que no será controlable ni siquiera con represión.

¿Hay tiempo todavía?

Parece improbable con el actual gobierno, aunque sería deseable. Lamentablemente cada medida que toma profundiza los problemas y marchan exactamente a la inversa de la dirección necesaria.
La única forma de atenuar los efectos de la crisis es la ayuda externa, y ella no llegará si no hay un muy fuerte consenso interno sobre medidas coherentes y homologables con el sentido común y un programa consistente, en negro sobre blanco y sin trampas. 

El descrédito y la falta de credibilidad del kirchnerismo son una barrera para lograrlo, como lo adelantan las dificultades del Ministro Kicilloff para avanzar en un acuerdo rápido con el Club de Paris. Sin ayuda externa ni confianza interna, la caída será extremadamente dolorosa. Recordemos el 2002.

El peronismo tiene hoy una responsabilidad central, tanto al permitir que ésto siga pasando, como en no preparar una alternativa nacional, democrática y patriótica antes que el caos generalizado se adueñe de las calles. La mayoría parlamentaria no sirve sólo para pavonearse. Conlleva la responsabilidad de hacerse cargo de los problemas y de gobernar.

Esa alternativa difícilmente sea ya posible sin un amplio acuerdo político y social, un programa de emergencia y un gobierno de coalición nacional con amplio respaldo ciudadano en condiciones de presentarse ante el mundo como auténticamente representativo de la Nación para normalizar las relaciones externas y romper el aislamiento construido en los últimos años. Antes o después de las elecciones generales y cualquiera sea el resultado, porque el calendario de la economía no depende del calendario político, ni del color del gobierno.

Es una lástima para todos que, ante lo obvio, se prefiera cerrar los ojos. Pone en cuestión la inteligencia humana y la propia utilidad de la política como acción colectiva virtuosa para solucionar los problemas y disminuir los riesgos que amenazan la convivencia.

Ricardo Lafferriere

lunes, 20 de enero de 2014

Salir del populismo, entrar al mundo

                El retroceso en el debate público se ha marcado a fuego en la última década. Las turbulencias del cambio de siglo se proyectaron en la vuelta de un esquema de país que se resiste a morir, a pesar de pertenecer al estilo de otros tiempos. Se agotó simbólicamente a fines de la década del 80, cuando concluyó el mundo bipolar, la pretensión de autarquía, el aislamiento comunicacional y el predominio de las grandes “estructuras”.

                En el mundo, pero no acá. Montado en el sacudir de los sepulcros de los caídos en tiempos de la orgía de sangre en las calles, la crisis de cambio de siglo permitió renacer el sistema de la vieja Argentina. Dejamos de bucear en el futuro y preferimos referenciarnos de nuevo en el ayer.

                Pareció más seguro porque convocaba certezas ancestrales. En lugar de enfrentar los problemas nuevos, preferimos reciclar los que ya conocíamos y en gran medida estaban superados. El golpe fue fuerte y cual un aprendiz infantil de ciclista, preferimos volver a la seguridad de los brazos paternos en lugar de insistir, aprendiendo del error.

                Ese ha sido, tal vez, el mayor peso negativo de la herencia kirchnerista: el renacer del populismo. A su compás se ha destrozado el país que quedaba, su infraestructura, sus reservas, sus instituciones, su capacidad de convivir. Todo fue volcado a la fiesta del consumo y la corrupción. Y su consecuencia: seguir razonando como niños.

                Cierto que han existido, cual los intervalos lúcidos de los dementes, chispazos de sentido común. Entre ellos un reflejo ancestral de parciales decisiones justicieras. Pero aún éstas fueron distorsionadas por la manipulación clientelar, la soberbia autoritaria y la apropiación del sentir colectivo. No fueron montadas en la construcción de una ciudadanía madura, sino en la grosera apropiación de banderas ajenas. No crearon ciudadanía sino clientelismo.

                El regreso populista impregnó el centro de gravedad de la conciencia política nacional. El peronismo fue arrastrado a sus perfiles menos democráticos, de los que había logrado alejarse desde 1983. El radicalismo dejó de hablar de Parque Norte, cada vez más aturdido por la marea del regreso al pasado. El “Frente Renovador”, invocando juventud, se sumerge de cabeza en la visión arcaica de la economía, al anunciar su iniciativa de enfrentar la desocupación con herramientas de la más pura cepa populista.

                Cierto es que la Argentina moderna subyace en todas partes. Hay peronistas que saben lo que pasa y radicales que prefieren sostener su mirada en el horizonte, resistiendo la fuerte presión facilista. Hay liberales que comprenden la diferencia entre la libertad y la deformación monopólica o delictiva de las corporaciones, y socialistas que también perciben la ausencia de las visiones modernas de sus cofrades europeos, o regionales de Chile, Brasil o Uruguay, que han acertado en la articulación virtuosa de un Estado responsable y respetuoso del mercado. Debe reconocerse sin embargo que su tarea no es sencilla, ni mayoritaria.

                 Enfrentar un paradigma dominante, con mucha más razón en el campo de la política, no es gratis. Las figuras conceptuales del pasado son muy funcionales al debate cuando la crisis aún no se ha desatado en plenitud y las mentes lúcidas sufren al comprender que por no mirar lo que pasará –y que ellas saben- serán arrastradas a un torbellino del que será cada vez más difícil salir sin sufrimientos.

                 Sin embargo, de eso se trata la política.

                 Aun crecientemente acelerados en el tobogán, queda la sensación que el rumbo correcto sería una especie de rendición culposa, no un triunfo. Está claro que así es para el populismo, que llegó a su límite y depende hoy de sus rivales simbólicos: que el salvaje enemigo financiero externo –y aún los repudiables “fondos buitres”- le faciliten salir de la autoencerrona, que los monopolios petroleros extranjeros acepten invertir para extraer petróleo, que la vil oligarquía del campo le adelante algunos dólares de la cosecha que viene a cambio de un premio de tasas generosas…

                  En cambio, no se advierte una reflexión potente de la imbricación virtuosa con el escenario global, obvio camino de superación inteligente del encierro en el que nos metió descaradamente el populismo. Alternativa que ya no tiene secretos, porque seremos casi los últimos en llegar si es que también hasta Cuba y Corea del Norte nos ganan de mano.

                    Un Estado democrático y respetuoso de la ley. Una justicia independiente. Un mercado trabajando libremente en el marco de reglas de juego fijadas por la Constitución y la soberanía popular, a través del Congreso. Provincias autónomas. Contratos que se respeten, especialmente por los organismos públicos. Construcción franca y sólida de ciudadanía, dando poder a los ciudadanos y limitando sustancialmente la discrecionalidad de los funcionarios. Un Congreso que discuta con creatividad y pluralismo los objetivos de cada momento. Organizaciones estatales con funcionamiento transparente y responsable, con información abierta, gastando lo que hayan decidido los cuerpos legislativos y cobrando los impuestos que allí se hayan establecido. Sin delegaciones, sin trampas, sin palabras con doble sentido –o sin ningún sentido-.

                     Reingresar al mundo teniendo claros nuestros objetivos nacionales.  Ni más, ni menos. Esa es la salida. No, por supuesto, para los que recitan de memoria sino para quienes conservan la mente abierta, la actitud dialoguista y la vocación de cambio.

Ricardo Lafferriere

viernes, 10 de enero de 2014

Sueño y pesadilla

30 de diciembre de 2014. ¡De la que escapamos! 

Todavía resulta increíble, pero podemos contarlo.

La inflación controlada, las reservas recomponiéndose, la actividad económica acentuando su recuperación iniciada seis meses atrás, al compás de una lluvia de inversiones internas y externas. Paulatinamente va extendiéndose un entusiasmo emprendedor desatado a partir de la mitad del año, asentado en una liberalización total de la actividad productiva y una reforma fiscal fuertemente defensora –e inductora- de la actividad inversora.

La desocupación bajó por sexto mes consecutivo y está ya a punto de alcanzar el objetivo del 6 % para el primer trimestre del 2015, con la meta del 5 % a fin de año.

El país entrará en el año de renovación presidencial, pero sin el dramatismo de otros tiempos: los principales candidatos han acordado un programa nacional de colaboración recíproca con respaldo parlamentario cualquiera fuere el triunfador, y la participación en un gobierno de relanzamiento nacional de amplio colorido partidario.

Nada de eso hubiera sido imaginable al terminar el 2013, en el medio del caos generado por las rebeliones policiales, la inflación creciente, los cortes energéticos, los piquetes y la desorientación generalizada que instalaba una sensación de impotencia y violencia contenida.

El cambio se produjo a comienzos de año cuando, al finalizar su reposo, la presidenta de la Nación decidió seguir el ejemplo alemán de Angela Merkel y su gobierno de "Gran Coalición". Convocó a todas las fuerzas opositoras y principales sectores sociales para conformar un gabinete de unión nacional.

Acordaron normalizar las cuentas públicas con un equipo técnico multipartidario reduciendo el déficit público, para lo cual conformaron un grupo de trabajo con la finalidad de revertir la recesión reduciendo al máximo los costos sociales.

La seriedad de las cuentas públicas fue un dato central del programa antiinflacionario exitoso, que incluyó evitar la caída salarial, estimular a emprendedores y normalizar las relaciones financieras externas para reinstalar a la Argentina como destino de inversión global evitando el dramático costo social del ajuste salvaje.

Ese gabinete acordó la normalización de las cuentas externas, para lo cual integró un grupo de tareas de composición también plural que encarara la negociación de los temas pendientes, al que se autorizó a la colocación de deuda programada en los mercados internacionales.

A fin de desatar un proceso inversor que a la vez ayudara a la balanza de pagos, se discutió y aprobó un plan de desarrollo energético de emergencia en base a objetivos acotados pero acelerados que asumió la gravedad de la situación existente y diseñó un plan integral que comprendió la generación, transmisión y consumo, dándole fuerza de ley y estableciendo reglas estables con compromiso de invariabilidad durante una década.

El Estado, a través de la Secretaría de Energía, convocó a licitaciones transparentes al capital nacional e internacional para las diferentes etapas del sistema, sobre bases de explotación, precios, tecnologías, áreas y pautas de protección ambiental y consumo discutidas y aprobadas en el Congreso Nacional.

Se concentró el esfuerzo fiscal en los gastos sociales: supervivencia, salud, educación, salubridad, urbanización y vivienda, abandonando todo gasto parasitario o prescindible.

La reversión de la dramática situación de un año atrás está comenzando a rendir sus frutos y nada indica que no llegará a buen fin. Hasta se están formando los grandes agrupamientos de cara a la renovación presidencial, confluyendo en primera instancia en dos grandes contendientes que, sin embargo, integran el gran acuerdo de relanzamiento nacional aún vigente. Cualquiera fuere el triunfador, el rumbo tomado seguirá sin cambios sustanciales.

Un fuerte trueno ubicó la escena: simplemente un sueño. Al llegar la vigilia llega con ella la conciencia de la realidad. La pesadilla.

La inflación había seguido creciendo mes a mes, al compás del desequilibrio fiscal provocado por la recesión –que reducía la recaudación- y la emisión monetaria sin respaldo. Comenzó el año en el 4 % en enero, y llegó en diciembre al 8 % mensual. El dólar libre llegó a veinte pesos. El circulante sin respaldo alcanza al 50 % de la base monetaria. Las reservas internacionales líquidas llegan a pocos cientos de millones de dólares, menos de una semana de importaciones.

El déficit público alcanza el 7 % del PBI, y el dólar oficial, a diez pesos y con minidevaluaciones diarias, continuó y continúa estimulando la reticencia a la liquidación de exportaciones. Las dificultades para adquirir divisas frena cada vez más la actividad inversora, ante el riesgo de no poder luego retirar el capital. El fallo de la Suprema Corte norteamericana sobre el pago a los “Hold  Outs” sumió al país en un nuevo default.

La inflación anualizada hacia atrás alcanzó el 50 % para el 2014 y la proyectada para el 2015 anuncia no menos del 100 %. La recesión ha llevado la desocupación al 15%, creciendo. La sucesión presidencial agrega dramatismo, ante la ausencia de diagnóstico común entre las facciones políticas tanto oficialistas como opositoras.

Durante todo el año las movilizaciones sociales fueron creciendo, al compás de la inflación. A los reclamos policiales se sumaron las fuerzas de Prefectura y Gendarmería, por lo que la presidenta recurrió a la fuerza Ejército, que se ha dividido internamente entre “leales” y “legalistas”. Los “leales” responden al gobierno pero los “legalistas”, cada vez más numerosos, resisten las órdenes de represión interna por carecer de fundamento legal.

La inseguridad ha sido creciente. Las bandas de narcotráfico han impregnado ya los mandos medios de las fuerzas de seguridad y existen en el país zonas dominadas sólo por la ley narco. Hay regiones del país en los que la seguridad estatal ya no llega y están bajo el manejo de hecho de grupos irregulares, algunos delictivos, otros mafiosos, y otros de ciudadanos autoconvocados para su defensa propia. El país es una selva.

El gobierno mantiene el apoyo parlamentario formal, pero el peronismo se ha fragmentado en tres grupos. A la división iniciada en el 2013 por el Frente Renovador, se agrega la motorizada por el “kirchnerismo auténtico” y el “peronismo sin aditamentos”, que disputan la sucesión.

En la vertiente no peronista, la posibilidad de acceder a la segunda vuelta debido a la fragmentación peronista ha desatado la diáspora, caracterizada por una batalla campal de todos contra todos alimentada por denuncias recíprocas de toda clase buscando repercusión mediática y la liquidación de los adversarios. Ninguno advierte la necesidad de los demás para un eventual gobierno de cualquiera de ellos.

Hasta aquí el juego. Sueño y pesadilla están contenidos en el presente, que admite a ambos. Admite, incluso, pesadillas aún más dramáticas, que atemorizan de sólo imaginarlas. El sentido patriótico y los fervientes deseos de ver un país en marcha hacen fuerza por el sueño.

La realidad, sin embargo, apuesta por la pesadilla. Día tras día.

Ricardo Lafferriere

viernes, 3 de enero de 2014

Una alternativa para esta época

El cambio en el mundo en las últimas décadas ha sido gigantesco. Por supuesto, en la tecnología, en la economía, en las comunicaciones.

Pero también en la política. El "empoderamiento" de las personas comunes, que eclosionó con la caída del Muro de Berlín -producido sin intervención de gobiernos ni partidos políticos, sólo impulsado por una multitud de personas comunes desarmadas- no paró de extenderse.

Hoy, multitudes protagonistas cambian la historia de países que parecían fortalezas. La primavera árabe terminó con autocracias consolidadas y legiones de "indignados" y nuevos fenómenos autogestionarios obligan a una nueva interpretación de la sociedad, la política y sus actores.

Algunos se resisten a entender los cambios. Reproducen debates y se alinean en posiciones ideológicas que interpretaron el mundo de la primera o la segunda mitad del siglo XX. Obviamente, no pueden comprender cómo es que "la gente" no los entiende.

"La gente" son personas que nacieron cuando ya el mundo no era bipolar, cuando no existía la confrontación ruso-norteamericana y cuando China y Estados Unidos ya funcionaban -igual que ahora- como los grandes partners de la economía y la política global. Un mundo de celulares inteligentes, tabletas y redes sociales, de productos tecnológicos y mercados globales.

El viejo mundo -¨sólido", diría Bauman- alineaba claramente ideologías, clases, partidos y naciones. Las personas eran secundarias. Los temas de conflictos estaban claros, definidos, previsibles. Liberación o dependencia. Proletariado o burguesía. Democracia o dictadura. Socialdemocracia o Liberalismo. Imperialismo o liberación nacional.

Ese mundo acabó, y con él esa forma de alinear voluntades para la acción colectiva, que es de lo que se trata la política. Los ciudadanos han reivindicado una muy fuerte autonomía personal, al punto de llevar al más brillante intelectual neo-marxista contemporáneo, el austríaco Ulrich Beck, a afirmar que hoy, "las contradicciones sistémicas tienen soluciones biográficas", para horror de sus viejos cofrades, aún desorientados por los rumbos que toma la realidad.

La consecuencia principal del cambio, de cara a la acción política, es potente: la posibilidad de empezar de nuevo. La superación de las construcciones intelectuales totalizadoras necesita un reemplazo y Beck lo sugiere: la teoría del riesgo. Ante el agotamiento de los grandes sistemas ideológicos coherentes, sugiere volver a las fuentes de la solidaridad humana: unirse para superar las amenazas y los problemas comunes.

La agenda no derivará ya de las visiones "ideológicas" de largo plazo, los "proyectos de país" o "de sociedad" de unos u otros, sino de los más cercanos y pedestres problemas concretos, originados por los logros de las viejas ideologías de la modernidad. El deterioro ambiental se generó en Occidente y Oriente, los recursos naturales se descuidaron allá y acá, y los derechos humanos se violaron por unos y por otros.
Los riesgos pueden ser globales, como ocurre con el deterioro climático, las consecuencias del nuevo paradigma económico y del encadenamiento productivo habilitado por los mercados abiertos o la acción desenfrenada del capital financiero liberado de los controles estatales.

Pero también pueden ser locales: la inseguridad cotidiana, el deterioro ambiental localizado, la crisis de las fuentes energéticas no renovables, la quiebra de los sistemas previsionales o la desaparición del trabajo estable sobre el que se edificó el contrato de convivencia de las sociedades industriales o en vías de industrializarse del viejo paradigma.

Empezar de nuevo llevó a rusos y norteamericanos, rivales implacables que tuvieron al mundo en vilo durante siete décadas, a unir sus políticas contra el nuevo riesgo del terrorismo global. Chinos y norteamericanos, sólidos contrincantes ideológicos de la segunda posguerra, edifican juntos la simbiosis sobre la que se apoyó el gigantesco salto productivo mundial de las últimas décadas.

Volvamos a lo nuestro. Los problemas argentinos de hoy no tienen raíz ideológica. Desde ya que no tienen relación con el enfrentamiento de peronistas contra radicales de mediados del siglo XX, y muchísimo menos con las discusiones entre radicales y conservadores del primer centenario.

Tampoco con los temas de agenda en los años 70 del siglo pasado, entre insurgencia y contrainsurgencia, como parecían entenderlo Néstor Kirchner y luego su señora.

En esta lógica, creer que es posible, viable o potencialmente exitoso para el país reproducir un alineamiento ideológico propio de mediados del siglo XX es vetusto. O, como diría Talleyrand al cuestionar ante Napoleón la ejecución del duque de Enghien, "peor que un crimen, Sire. Es un error".

La política argentina requiere nuevos alineamientos. Sería necio negarlo. Pero esos alineamientos deben responder a las necesidades de la agenda ciudadana, no a las utopías colectivas de otras épocas que ya no reflejan ni representan a grupos amplios y estables de ciudadanos, aunque sí lo hagan de valiosas y respetables -pero antiguas- nomenclaturas partidarias.

La agenda de hoy no es ideológica. Las respuestas tampoco requieren identidad de objetivos finalistas, devenidos en tan provisorios como la cambiante realidad. Al contrario: el alineamiento ideológico puede hasta ser disfuncional con los problemas que deben enfrentarse. Éstos requieren la gigantesca modestia de trabajar sin anteojeras ni preconceptos ante los riesgos concretos percibidos por los ciudadanos.

Restablecer pautas de convivencia que conformen un piso de seguridad; garantizar a todos el goce de los derechos humanos, tal como los entiende hoy la conciencia universal; dotar a los poderes públicos de una racionalidad homologable con el estado de derecho; marchar hacia fuentes energéticas renovables y modificar las conductas energéticas dispendiosas; abrir la economía a la integración con el encadenamiento productivo del nuevo paradigma mediante una transición que garantice la inclusión social; proteger el entorno y el ambiente; cuidar los recursos naturales; proteger los esfuerzos y el trabajo creador de quienes deseen mejorar su vida. Todos estos reclamos ciudadanos son compatibles con identidades de izquierdas y derechas.

Estos temas de agenda demandan respuestas que "toman prestadas" herramientas de las diferentes viejas ideologías, tal como los comunistas chinos conduciendo a su país al enorme salto de las últimas tres décadas con herramientas de mercado, y los capitalistas norteamericanos saliendo de una crisis que parecía terminal con tradicionales herramientas estatistas. Ni unos ni otros hubieran sido exitosos aplicando sus recetas "ideológicas" puras, que más bien fueron las que provocaron los problemas sufridos por ambos.

Bienvenida, entonces, la apertura a coincidencias. Son un paso adelante. Pero sólo eso: un paso. El verdadero cambio se dará cuando las coincidencias no sean sólo entre viejos cofrades o entre quienes antes han pensado parecidos objetivos finalistas, sino entre quienes aporten hoy miradas diferentes y sean capaces de trabajar sin anteojeras en el tratamiento de la agenda del presente y del futuro. De lo contrario poco ayudará a solucionar los problemas de los argentinos de hoy.

El desafío que se abre es avanzar hacia una gran coincidencia mucho más amplia, o como diría Juan José Sebrellli, hacia una gran "coalición de coaliciones" unida por un programa común explícito y concreto, que avente el peligro de quedar reducida a una alternativa de otra época y como tal, a ser ignorada por los ciudadanos. Éstos, contra lo que pueda pensarse, ya no delegan sus convicciones en ninguna estructura o ideología heterónomas. Reclaman, simple pero firmemente, soluciones concretas y eficaces para reducirles los riesgos y facilitarles la vida.


Ricardo Lafferriere