miércoles, 18 de marzo de 2015

La marcha del “Gran Juego”

El triunfo de Benjamin Netanyahu en las elecciones israelíes del martes agrega una complicación más a la ya de por sí delicada propuesta de Obama de avanzar en el acuerdo con Irán, en el que se conviene congelar por diez años su desarrollo nuclear pero, de hecho, se lo habilita una vez vencido ese plazo. En el ínterin, se acepta el desarrollo nuclear “pacífico” persa, con salvaguardas que están lejos de dejar tranquilos a los Israelíes.

Israel, a través de su primer ministro, protagonizó un hecho sin precedentes en la historia de las relaciones con Estados Unidos: habló en el Congreso norteamericano, invitado por las autoridades republicanas de la casa, oponiéndose en forma dura y hasta descomedida a la política exterior de ese país, específicamente a la propuesta del acuerdo con Irán impulsada por Obama.

Una coincidencia táctica, que puede parecer desconcertante para quienes no siguen de cerca el enredo del oriente medio, ha eclosionado en estos días con las declaraciones del Ministro de Relaciones exteriores de Arabia Saudita, el príncipe Turk Al Faisal. Ha expresado que, en el caso de avanzarse en el acuerdo, su país también impulsará nuevamente su programa nuclear, para mantener el equilibrio estratégico en la región.

Es que, en realidad, existen realidades subyacentes de raíz milenaria que en estos años están eclosionando por sus expresiones integristas. Ellas conforman lo que hemos dado en llamar la “guerra civil multidimensional” en el mundo musulmán, cuyos actores protagonizan juegos de alianzas cruzadas y cambiantes alterando la posición relativa de los demás.

La más profunda y permanente es la que confronta a los defensores de la fe tradicionales, los sunitas, cuyo “hermano mayor” es la Casa de Saúd, Arabia Saudita, custodia de los lugares santos de La Meca y Medina, con los rebeldes del Shia, los shiítas, liderados por Irán. Esta grieta no ha solido ser violenta, pero se ha mantenido con la profunda diferencia de visiones religiosas. Cuando no eclosionan en enfrentamientos abiertos, los fieles musulmanes sunitas y shiítas no tienen grandes problemas de convivencia e incluso suelen rezar en las mismas mezquitas. Pero una cosa distinta es la interpretación del Corán y las estructuras religiosas y políticas.

El segundo choque es interno del mundo sunita y enfrenta al “establishment árabe” – las monarquías del golfo- con los Jidahístas –Al Qaeda, Al Nusra, Boko Haram y, últimamente y en forma más destacada, el Estado Islámico o ISIS-. Éstos cuestionan al reino saudí su alianza con Estados Unidos, aunque los jidahistas también combatieron junto a Estados Unidos en ocasión de la resistencia a la invasión soviética a Afganistan.

El tercer choque se produce entre las diferentes fracciones del mundo musulmán contra Israel. Al generar una adhesión general en la opinión pública del Islam, el ataque a Israel es un catalizador al que ninguno de los sectores en pugna renunciaría, a pesar de las diferentes magnitudes con que es presentado. Entre los musulmanes “anti-israelíes” –que son virtualmente todos-, los que significan una mayor amenaza para el estado judío son los iraníes, que consideran como un objetivo permanente la destrucción del Estado de Israel y su “expulsión al mar”.

El cuarto choque es el que enfrenta a las diferentes fracciones Jidahistas entre sí. Aunque la de mayor conocimiento por parte del mundo occidental era Al Qaeda –pasó a la “fama” con su atentado a las Torres Gemelas, que provocó casi tres mil muertos-, a ellas se suman los Talibanes –derrotados por Estados Unidos que los expulsó del gobierno de Afganistán-, Al Nusra –su “sucursal” en Siria, rebelde frente a la dictadura shiíta “alawita” de Al Assad-, el Estado Islámico –desprendimiento de Al Nusra y rebelde ante la propia estructura de su generadora Al Qaeda-, Boko Haram –grupo terrorista con actuación principal en Nigeria- y otros grupos menores en diversos países del mundo árabe.

El quinto, es el que se produce en Siria como rebelión frente a la dictadura fuertemente represiva de Al Assad. Eclosionó con la utilización de gases venenosos por parte del gobierno sirio contra la oposición, hecho generador de una reacción norteamericana que respondió a la presión del ala progresista de la opinión pública yanqui y a la condición de garante del Tratado de Prohibición de armas Químicas y Bacteriológicas, que detenta Estados Unidos. Este conflicto “entrampa” la política exterior norteamericana con Al Assad, ya que la obliga a administrar su condición de enemigo –por su utilización de armas químicas- y a la vez de aliado táctico contra ISIS.

No puede olvidarse el conflicto entre los grupos Jidahistas “anti-Al Assad” y el resto de la oposición siria, que aunque poco numerosos, configuran un mosaico de culturas ancestrales –como los cristianos acadios, los cristianos de Mosul, los yazidíes –milenaria civilización sincretista de la herencia persa, sunita, etc- y aún de los sirios “modernos y occidentales” en su visión del mundo y en sus valores, tal vez los que más sufren la persecución, asesinato y pillaje.

La última dimensión es la protagonizada por los kurdos –pueblo milenario, emplazado en tres Estados (Siria, Turquía e Irán), con una población de más de 30 millones de personas y un territorio ancestral de cerca de 300.000 km2- que lucha en esos tres países para conseguir su secesión y su reconocimiento internacional. Han sido en estos últimos años los aliados más confiables de Estados Unidos, agregando un elemento latente de tensión frente a los Estados de la región que resisten renunciar a parte de sus territorios para el eventual nuevo estado kurdo.

Turquía, por su parte, que ha sido un país “occidental” desde la segunda posguerra –no olvidemos que fue sede de los primeros emplazamientos misilísticos de la OTAN apuntando a la ex URSS- tiene una rivalidad histórica con Irán. Aunque de población sunita, es el país más “laico” de la región, pero ante la nueva estrategia norteamericana está girando su alineamiento hacia un acercamiento con Rusia, de la que ha logrado el redireccionamiento del Gasoducto Sur, que proveerá gas a Europa sin necesidad de atravesar Ucrania, hoy tan complicada para cualquier cálculo geopolítico.

Este escenario es del que Estados Unidos desea evidentemente liberarse, retirando su presencia militar y su interés estratégico hacia donde considera que están los riesgos mayores a su seguridad nacional en el horizonte próximo, el Asia Pacífico. Está en el umbral de conseguir su autoabastecimiento energético, no puede sostener el papel de sheriff global y debe priorizar. En el fondo de la obsesión de Obama por llegar al acuerdo con Irán está este objetivo, que aunque es compartido en términos estratégicos por los republicanos, éstos aprovechan el desgaste que causa ante la opinión pública para montar sobre él una crítica despiadada.

Pero los perdedores son claramente los tradicionales aliados de Estados Unidos en la región: Israel y Arabia Saudita. Éstos se encuentran, de pronto, con que su principal rival, Irán, está en camino de convertirse en una potencia regional nuclear y hegemónica en el mundo árabe. Y expresan sus alertas, las que agregan nafta al fuego.

Un juego que sigue abierto. Por lo pronto, el Secretario de Estado ha debido reconocer el cambio de política con respecto a Siria. El apoyo de Al Assad es fundamental en la lucha contra ISIS, que hoy por hoy es la principal “piedra en el zapato” para  EEUU, por la repercusión de sus alevosos crímenes en la opinión pública. Sin embargo, ello implica facilitar aún más a Irán –con su brazo armado, Hezbollah, aliados de Siria- su despliegue en la región. Ya prácticamente dominan el gobierno de Irak, donde la presencia norteamericana es poco más que simbólica. Y mantienen la simpatía de Hamas y los hermanos Musulmanes en Gaza y Egipto, que aunque no son shiítas reiteran cada vez que pueden su admiración por Hezbollah.

“El gran juego”, decían los ingleses a fines del siglo XIX, en la frase popularizada por Rudyard Kipling en “Kim”. “El gran juego está de vuelta”, dijo Henry Kissinger hace una década. Juego que ante la letalidad del armamento actual, la interrelación del mundo,  la facilidad de transmisión de los mensajes, la rápida difusión de las ideas y el vacío político del mundo global puede escalar hasta recordarnos a todos que no hay conflicto en el mundo del que podamos escaparnos y que se hace cada vez más urgente la organización de un poder global en condiciones de garantizar los derechos humanos, encarrilar la economía, el crecimiento equitativo y el estado de derecho en todo el planeta.

 Antes que todo se escape de las manos…


Ricardo Lafferriere

lunes, 16 de marzo de 2015

Un paso adelante

Hace un par de semanas, en nuestra habitual columna semanal, sosteníamos a propósito de la elección de la ciudad de Mendoza, en la que triunfó una alianza liderada por el candidato radical:

… las placas tectónicas de la sociedad, en lo profundo de la opinión pública, están configurando los espacios políticos de los tiempos que vienen. Seguramente serán –como ha pasado en los  dos siglos de vida independiente- proyecciones de las improntas originarias, que todos esperamos puedan convivir, de una vez por todas, en una Argentina madura definiendo las bases de sus acuerdos estratégicos.
“Los grandes agrupamientos de la opinión pública comienzan a expresarse. Lo han hecho en Mendoza, donde –a diferencia del 2001- esta vez la fragmentación le toca a la corriente populista. Y, al contrario, la corriente democrática-republicana está logrando definir comunes denominadores atractivos para los ciudadanos, que están jerarquizando nuevamente su afecto al estado de derecho, a la Constitución, a la República.

La Convención de la UCR realizada en Gualeguaychú ratificó este rumbo.

Superando incluso la decisión final, no debe olvidarse que las posiciones en pugna –que, sumadas, lograron el virtual 100 % de los convencionales de todo el país, salvo una abstención- sostenían ambas el impulso a una política de alianzas alrededor de las convicciones democráticas y republicanas. O, en otras palabras, de priorizar la recuperación  del estado de derecho.

Desde la perspectiva de esta columna, fue el saldo más importante. Los radicales militantes pueden apasionarse en una u otra de las alternativas que se enfrentaron, ambas con sus posibilidades y dificultades. Obviamente, tienen todo el derecho de hacerlo y está bien que reflexionen, opinen y voten con los matices diferentes. En política, toda verdad es relativa.

Pero desde la perspectiva de un ciudadano independiente con vocación patriótica la decisión del radicalismo deja un saldo más amplio: observar que esta fuerza centenaria y equilibrante de la política argentina ha recuperado su vocación de poder, su papel articulador de una opción al populismo y la superación de una vieja tendencia al aislamiento que, revirtiendo las opciones de 1983 y de 1999 hacia frentes sociales amplios, se había adueñado del espíritu de muchos dirigentes y militantes llevándola al borde de convertirse en mero testimonio de una épica de pasado, sin chances de protagonismo en el escenario que viene.

Ambas alternativas consideradas en la Convención, con sus respectivos matices, rompían el auto-cerco y se abría a alianzas con compatriotas con la misma vocación neo-constituyente,  para terminar con la década de dislates institucionales y banalización del estado de derecho.

No corresponde abrir juicios, desde afuera, sobre la conveniencia o no para el radicalismo de las opciones en danza. Sólo saludar que este cambio ayude a conformar el reagrupamiento de la gran mayoría de los ciudadanos que creen en la Constitución y la ley como Biblias de la convivencia nacional. 

Lo hemos dicho alguna vez: aún desde la puerta de entrada del liberalismo se puede avanzar hacia formas socialdemócratas con protagonismo y lucidez. Por la puerta de entrada del populismo, por el contrario, sólo se derivan escenarios neofascistas, sean “bolivarianos”, “indigenistas”, "islamistas" o sencillamente autoritarios o dictatoriales.

El sentido común aconsejaría ahora definir los puntos centrales de un acuerdo programático a defender por el mega-espacio que confluirá en esta alternativa. Poner en blanco sobre negro las prioridades de la próxima etapa será un examen de madurez a la política argentina, que deberá tener la sabiduría de saber diferenciar los principios –o fines últimos- de cada fuerza, que corresponden exclusivamente al debate interno de cada una, de los objetivos programáticos acotados para los próximos cuatro años, en los que los participantes aunarán esfuerzos bajo la conducción de quien resulte triunfador en las PASO. Seguramente girarán alrededor de la recuperación de la centralidad constitucional y la reconstrucción del sistema político "representativo, republicano y federal", con todas sus implicancias expresas e implícitas de orden legal y respeto a los derechos ciudadanos.

El tiempo dirá cómo siguen las cosas. La realidad ha sido demasiado dura con los argentinos y ha dejado saldos que todos han asumido, al punto de entender que el país debe encontrar su rumbo en la imbricación con las corrientes avanzadas del escenario global sin descuidar los efectos polarizantes que todo cambio suele traer acarreado. Modernización consciente, dirían los politólogos, para una sociedad que sin dejar a nadie afuera o atrás, potencie su dinámica transformadora y su visión de futuro.

Desde esta página hemos dicho más de una vez que no creemos que la única opción de convivencia sea la fragmentación. Al contrario creemos en la necesidad de los grandes acuerdos que en nuestro caso argentino deberían darse entre los dos grandes espacios fundacionales, que han sido motores de nuestra historia y seguramente lo seguirán siendo de nuestro futuro, cualquiera sea su nomenclador partidario.

Para ello, deben desprenderse de sus aristas más intransigentes y potenciar sus perfiles dialoguistas. Hacia adentro de ambos, para lograr unificar alternativas de gobierno con posibilidades de gestión. Hacia afuera, porque aún en los aspectos de su política agonal contra el respectivo adversario deben recordar que forman parte del mismo país, del que todos somos ciudadanos. Com-patriotas…

Populistas y demócratas-republicanos, peronistas y radicales, PRO’s y socialistas, deben comprender que se deben a los ciudadanos, dueños últimos del país de todos, y que la acción política sólo encuentra su legitimidad si se interpretan las necesidades y aspiraciones del maravilloso colorido que conforma la pluralidad del pueblo argentino.

Superar la “grieta”, tender puentes, debatir sin descalificar, diferir sin agredir y, en última instancia, definir dentro del juego institucional libre y respetuoso, es la hermosa perspectiva que podría surgir de este comienzo de reconstrucción política de la que los radicales han decidido ser “punta de lanza” y que los argentinos debemos agradecerles.


Ricardo Lafferriere

lunes, 23 de febrero de 2015

"...la noble Igualdad..."

Los argentinos advertimos el creciente enrarecimiento del clima político.

Era previsible. El acercamiento del fin desata ansiedades y desesperación. Aparecen las cuentas sin saldar. Quienes recibieron un agravio tras otro y los soportaron en silencio, muestran el tenor del desquite, que hoy recién asoma pero que –¡qué duda cabe!...- se profundizará luego de entregado el poder a quien los argentinos decidan que sea el sucesor.

El fenómeno es viejo como la historia, y en el país tiene una vigencia demostrada por estas poco más de tres décadas de democracia.

Aún están en prisión, tras juicios amañados por el poder, numerosos argentinos a los que les alcanzó el estigma de la “lesa humanidad”, repartida sin mesura por el kirchnerismo cuando le parecía que su historia sería eterna: junto a verdaderos responsables de los ríos de sangre, hay en las cárceles “chivos emisarios” alegremente mandados a prisión por hechos que, en numerosos casos, son inferiores en gravedad a los cometidos por funcionarios en ejercicio del actual gobierno.

Lo vimos también al terminar la gestión peronista anterior, que –como es su estilo genético-, creyó igualmente que era imposible gobernar sin una justicia “amiga”. Sus jueces “amigos” terminaron actuando con más inflexibilidad que los de la “familia judicial”, para demostrar su “independencia”. La detención de Carlos Menem fue dispuesta por uno de “sus” jueces, que actuó aplicando la ley tal como está escrita y era jurisprudencia entenderla.

Difícilmente luego del 10 de diciembre las cosas sean distintas. Por eso hace mal la señora en declararles la guerra a los funcionarios judiciales que, justamente, son los que pueden garantizarle que la justicia no sea mezclada con la revancha. Los que seguramente aplicarán la ley, pero no animados por una sobreactuada independencia –como le pasó a su predecesor Carlos Menem- como ésta está escrita, por los procedimientos que le garanticen debido proceso como a cualquier ciudadano, sin otra pasión que la vigencia del estado de derecho esencial a una República madura.

Su alegato es de tiro corto. ¿Hasta cuándo puede durar la imputación de haber conformado un “partido judicial” porque los magistrados avancen en causas de corrupción que han inundado su gobierno? ¿ocho meses? ¿y después? ¿pretende que los procesos judiciales se paralicen hasta que su administración termine, para pasar de la Casa Rosada a Comodoro Py, privada ya hasta del privilegio elemental –que como Presidenta tiene- de declarar por escrito sin presencia en el Juzgado? ¿Qué gana con esto?

Al contrario. Pierde ella y pierde el país, empujado aún más al borde de su normalidad republicana.

¿Quiere forzar un conflicto de poderes, que en el mejor de los casos tiene plazo fijo, fin inexorable al terminar su poder? ¿O pretende sólo un atajo moral, para poder seguir repitiendo su malhadado “relato” luego de los –largos o cortos- procesos que la esperan?

La tensión que está instalando, en todo caso, achica cualquier espacio de benevolencia porque encrespa los ánimos ciudadanos, que serán más intransigentes que nunca al observar a las próximas autoridades y a los pasos de la justicia luego de diciembre.

La agresión puede servirle para endurecer su “propia tropa” con la ilusión de una –más- conspiración inexistente con la perversa e imaginaria intención de diluir su épica. O para hablarle al espejo. Pero la democracia no será detenida ni afectada por sus dislates, porque no lo permitirá la sociedad, en ninguno de sus estamentos, ni la realidad regional, ni la realidad internacional, ni siquiera su propia fuerza política. No está ya el mundo para tolerar rupturas institucionales y mucho menos para encubrir propósitos crudamente patrimonialistas.

Ya está. Ya fue. Por supuesto que el país estará alerta hasta el último día –y después…- Pero lo que diga la señora no afecta ya a la mayoría, que ha decantado su opinión sobre su gestión y sobre su persona. Puede doler advertirlo, pero ya nadie la escucha. Hasta los más acérrimos opositores prefieren leer al día siguiente la información sobre sus discursos que escucharlos en directo, por elementales razones de salud mental. Los ratings de la TV durante las cadenas nacionales son más que elocuentes.

Hoy los argentinos están dirigiendo su mirada a la sucesión. Están evaluando alternativas, escuchando candidatos, observando propuestas, reacciones, gestos, intuiciones. Su mirada ya no se siente atraída por los aullidos a la luna. Quieren ver futuro. Analizarlo. Definir bien.

Hasta en eso erra la señora. En lugar de ayudar al surgimiento de una sucesión madura, seria, de su propio espacio político, se encarga de dinamitar cualquier posibilidad de acumulación exitosa. Si hasta el milagro de Scioli, que había atravesado todas las locuras de la década relativamente indemne, empezó su inmersión arrastrado por el barco que se hunde sin remedio y que en su implosión pretende llevar todo lo que esté cerca.

Hoy las placas tectónicas de la sociedad, en lo profundo de la opinión pública, están configurando los espacios democráticos de los tiempos que vienen. Seguramente serán –como pasado en los dos siglos de vida independiente- proyecciones de las improntas originarias, que todos esperamos puedan convivir, de una vez por todas, en una Argentina madura definiendo las bases de sus acuerdos estratégicos.

Los grandes agrupamientos de la opinión pública comienzan a expresarse. Lo han hecho en Mendoza, donde –a diferencia del 2001- esta vez la fragmentación le toca a la corriente populista. Y, al contrario, la corriente democrática-republicana está logrando definir comunes denominadores atractivos para los ciudadanos, que están jerarquizando nuevamente su afecto al estado de derecho, a la Constitución, a la República.

Desde esta página hemos dicho más de una vez que no estamos convencidos de la fragmentación, sino que creemos en la necesidad de los grandes acuerdos entre los dos grandes espacios fundacionales, que han sido motores de nuestra historia y lo seguirán siendo de nuestro futuro. Para ello, deben desprenderse de sus aristas más intransigentes y potenciar sus perfiles dialoguistas. Hacia adentro, para lograr unificar alternativas de gobierno con posibilidades de gestión. Hacia afuera, porque aún en los aspectos de su política agonal contra el respectivo adversario deben recordar que forman parte del mismo país, del que todos somos ciudadanos.

Y que cada argentino, piense como piense, es ni más ni menos que un com-patriota. Compartimos la misma patria, su historia y su destino.

Lo lograremos si aceptamos todos las reglas de juego de la democracia republicana, con las que nació este país, que nos incluye a todos y que nos exige, como regla de oro, sea cual fuera el lugar que ocupamos en la sociedad, la igualdad ante la ley. La “noble igualdad”, –como dice el Himno, desde 1812 y lo cantamos desde entonces- es el único trono ante el que estamos obligados a postrarnos.


 Ricardo Lafferriere

miércoles, 18 de febrero de 2015

Emociones

Quienes, con algunos años, recordamos nuestros primeros pasos en la escuela pública, tenemos algunas imágenes grabadas en el inconsciente.

Una de ellas es el retrato serio de San Martín en su vejez. Otra, el rostro adusto de Sarmiento, ejerciendo la presidencia. Pero la que seguramente revivió en estas horas en la memoria ancestral de millones de argentinos, es el grabado del 25 de mayo de 1810, donde la histórica plaza se llenó de patriotas con paraguas escuchando la noticia de la jura de la Primera Junta de Gobierno Patrio.

Hoy fuimos muchos más. Sus herederos. Que cubrimos sin dejar ningún espacio libre la histórica Avenida desde el Congreso hasta la Plaza de Mayo, donde frente al viejo edificio del Cabildo estaba la Oficina del Fiscal desaparecido.

Demasiadas emociones.

Cantar el himno en colectivo y a capella, sintiendo el significado de cada una de sus frases.

Y, ante el atroz acontecimiento que motivó la convocatoria, terminar la canción patria con la frase en ritmo marcial que nos compromete desde niños: “Coronados de gloria vivamos, o juremos con gloria morir”.

Seguramente Alberto Nisman no se sentía un héroe al momento de su muerte. Mucho menos un prócer.

Sin embargo, si alguien ha cumplido el juramento que tantas veces debe haber entonado desde su niñez, es este compatriota. Que, cumpliendo su deber, murió con gloria.

Alberto Nisman ha entrado al martirologio nacional.

Seguramente en este año no habrá plazas ni calles con su nombre. Tampoco barrios, ni represas, ni centrales nucleares, ni Colegios, escuelas u hospitales. No lo necesita. Hoy su ejemplo visitó el corazón y la conciencia de todos los argentinos de bien, aquellos que recordamos el impulso señero de nuestros mayores que nos legaron la patria, republicana, democrática y libre.

Pero además –estoy seguro- apenas recuperemos la dignidad de nuestro respeto colectivo, su nombre, su rostro y su estatua serán un recordatorio constante de lo que significa “afianzar la justicia”, dejando si es necesario, la vida en el cumplimiento de su deber.

Como Fiscal, sí. Pero principalmente, como ciudadano cabal del país de los argentinos.


Ricardo Lafferriere

martes, 17 de febrero de 2015

No hay espacio para la verdad

Los últimos meses del kirchnerismo difícilmente transcurran con la placidez de quien se prepara para disfrutar del deber cumplido y organizar los faustos de la transferencia del poder a quien los ciudadanos encarguen la nueva etapa.

Los analistas y los ciudadanos esperaban turbulencias. Sin embargo, muy pocos –si alguno- podría haber imaginado un episodio tan conmocionante como el regreso de las muertes políticas al país.

Aunque la reacción polarizante del gobierno no mostró cambios con respecto a su matriz ante hechos similares –borrarse, primero y tratar de forzar una falsa polarización en caso que el olvido no resulte-, la diferencia en este caso no fue cuantitativa, sino cualitativa.

No es lo mismo polarizar ante una determinada política pública, que ante una muerte política. No lo es porque en el primer caso, los debates y las diferencias de opinión, aún deformadas en su presentación, son la esencia de la democracia, de sus polémicas y de su pluralismo.

En el segundo, sin embargo, la diferencia entre la vida y la muerte no es “interna” de la democracia, sino lo que lo separa de la idea del ejercicio del poder como la suma de la decisión de lo público, ante lo cual hasta las vidas de las personas deben ser ofrendadas en la dinámica de la lucha política. Negar la solidaridad frente a una muerte es lo que hizo el país en los años de plomo.

Al leer en estos días la dureza de quienes se sienten afectados puede observarse alguna voz más alta que lo que a algunos gustaría. Sin embargo, como en los velorios, es de personas civilizadas entender los llantos de los deudos, los reclamos de los amigos y disimular las explosiones injustas de temperamentos desbordados.

Advertir, sin embargo, el alineamiento acrítico con las insólitas reacciones del poder por parte de quienes debieran tener un pensamiento señero, prudente y articulado muestra el profundo daño al tejido de la solidaridad nacional que ha provocado el kirchnerismo en esta década de dislates y ficciones.

Curioso escenario el que nos ofrece el tratamiento de la muerte del fiscal. Sus deudos, conteniendo su dolor, dan lecciones de templanza, prudencia y madurez. Sus amigos y quienes sienten que su muerte no puede ser entendida como una casualidad, desde el primer momento resistieron la tentación de imputar crudamente a quienes en su intimidad están convencidos que tienen la mayor cuota de responsabilidad, simplemente porque la justicia aún no ha hablado.

Y, enfrente, quienes debieran quedarse callados frente al irreversible absoluto que la muerte instala en los conflictos, se desbordan en su indignación frente al muerto, como si esta fatalidad hubiera sido diseñada por sus enemigos para agredirlos y no –como muchos piensan- por el exceso de celo, grotesco y ancestral, de quienes posiblemente pensaban que con un crimen lo estaban defendiendo.

Difícilmente esta muerte alguna vez se aclare. Quien esto escribe intuye que es uno de esos hechos que sólo podrían ser desmenuzados por una tarea de inteligencia altísimamente profesional, de esa que evidentemente no está al alcance de la justicia ordinaria que investiga el crimen.

Es posible que en los verdaderos laboratorios de la inteligencia global de los diferentes países con instituciones serias ya se sepa sin dudas quienes están en condiciones, en un escalón globalizado que no cuenta con centenares de miles de personas sino apenas con algunos cientos, de ejecutar una operación como la que terminó con la vida de Alberto Nisman, y de entre ellos a quién puede –o debe- achacársele el hecho. Hasta es posible que en algún tiempo se sepa también en el país, de manera informal, qué es lo que pasó.

Lo que la destrucción institucional que sufre el país hará imposible es que sea el Estado argentino, o lo que queda de él, quien pueda desentrañar la verdad. Como no lo hizo con el atentado a la Embajada, ni a la de la AMIA, o la cadena de suicidios sospechosos y homicidios sin esclarecer que hemos visto en estos años.

La marcha, el reclamo, las dudas, debieran ser por eso un llamado a recrear un Estado que nos sirva a todos, en el que “la política” sea apenas un epifenómeno, pero que tenga su peso específico mayor en sólidas instituciones de funcionalidad absoluta –e implacablemente- neutrales con el objetivo mayor de servir a los ciudadanos y no en una cuenta de Twitter o de Facebook de la presidenta o de alguno de sus funcionarios que vean en el Estado un aparato de poder para la autopreservación o, más grosero aún, la facilitación del patrimonialismo.


Ricardo Lafferriere



viernes, 13 de febrero de 2015

La presidenta imputada penalmente

La presidenta, el Canciller, un Diputado Nacional del riñón del régimen, un ex Sub Secretario de Estado y un ciudadano argentino allegado al kirchnerismo y al régimen iraní han sido imputados de los delitos que integraron la acusación del Fiscal Alberto Nisman.

El primer análisis de procedencia, realizado por el fiscal, no ha desestimado la denuncia sin más trámite, sino que ha ordenado la realización de medidas probatorias y considerado “imputados” a los denunciados, lo que implicará la necesidad de designar abogados defensores y su participación en la instrucción de la causa.

La primera consecuencia de este paso procesal es que los hechos denunciados, “prima facie”, se consideran delitos –ya que de no ser así, la denuncia debió ser desestimada “in limine”, lo que no ocurrió-. La instrucción determinará si las pruebas son suficiente para acreditarlos.

La segunda, es que los imputados deberán estar a derecho, ser citados oportunamente a indagatoria, designar abogados defensores y participar como partes en un proceso penal.

La magnitud de los delitos podría ser discutida de tratarse de un ciudadano común. Sin embargo, la posición institucional de los imputados los agrava a un extremo que carece de antecedentes en la historia política argentina. Tal vez sólo la causa por el cheque de la “Cruzada de la Solidaridad”, que se instruyera alguna vez contra María Estela Martínez de Perón pueda ser considerado un antecedente, pero la gravedad en este caso es sustancialmente mayor. 

El delito que se imputa no consiste en una corruptela administrativa, y ni siquiera uno de los conocidos hechos de megacorrupción, sino del encubrimiento de un delito de lesa humanidad –así lo ha declarado la justicia- que costó la vida a ochenta y cinco personas, más la del Fiscal que lo investigaba.

Triste destino el de la democracia argentina. Una década de provocadoras decisiones inconstitucionales, de indiferencia ante los límites que las leyes imponen al poder, de actuar como si gobernar significara detentar la suma del poder público para caprichos, ocurrencias y dislates, llegarán a su fin por la sana reacción de la última trinchera de la constitución republicana: el poder judicial.

El cinismo con que se pretende enfrentar el proceso desde el gobierno parece seguir insistiendo en la misma matriz. La declaración del Secretario General de la imputada en el sentido de que una investigación judicial significaría un alzamiento contra el gobierno peca del mismo defecto genético del kirchnerismo, que a esta altura poco contacto mantiene con la visión de un peronismo democrático integrado al sistema institucional, y que ha preferido retroceder hacia los peores defectos históricos de esa fuerza política, que varias generaciones de peronistas de la democracia trataron de erradicar, lamentablemente sin lograrlo hasta hoy.

El kirchnerismo está ya mostrando su esencia desnuda. Es triste por el país, porque esa simbiosis con la verticalidad acrítica –tal vez, el mayor vicio del peronismo histórico- está llevando al país a una tensión sólo compensada por la enorme madurez ciudadana, producto de su dramática experiencia en las últimas décadas.

Hoy, la mayoría ciudadana respalda la acción de la justicia. Por la Constitución, por la convivencia, por el derecho a la vida, por un país decente. Mirando el vaso “medio lleno”, es quizás la única herencia –como reacción ante lo intolerable- que una década de decadencia dejará como mensaje a la historia grande de la Argentina.


Ricardo Lafferriere

lunes, 9 de febrero de 2015

Europa: dos idiomas

“Grecia no debería asumir que Europa ha cambiado al punto que la zona Euro endorse sin limitaciones la agenda completa de Mrs. Tsipras” (Presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker).

“Queremos dejar claro la dirección en que no negociaremos. No negociaremos nuestra soberanía nacional” (Alexis Tsipras, Primer Ministro Griego).

El primero es claro: no es posible modificar las cosas como las pretende Grecia, porque significaría cambiar la estructura económica de la Unión Europea, o sea comenzar todo desde cero. Habla en clave económica.

El segundo también lo es: Si no se efectúa un cambio como se pide, Grecia estallará. Habla en clave política.

El drama es que ambos tienen razón.

¿Puede la Unión Europea acceder a las nuevas reducciones de deuda requeridas por Grecia? 

Económicamente, tal vez sí. Los números griegos son gigantes para su escala, pero mínimos en relación a los números europeos. Grecia vs. la Unión Europea, en términos económicos, es –salvando las distancias- como Formosa frente a la Nación Argentina. No alcanza al 1 %.

Sin embargo, su consecuencia no es económica sino política. Si se abriera esa “ventana”, el antecedente podría derrumbar todo el sistema. El desequilibrio griego no es una excepción sino que se da en varios países con economías más grandes: España, Portugal, Italia.

Aceptar la reducción que pide Grecia “rebotaría” en estos países, que muestran ya fenómenos similares al del oficialismo helénico. Nuevos partidos, nuevos relatos, nuevos dirigentes, expresando que la disciplina económica exigida por los acreedores –fundamentalmente alemanes- genera tensiones sociales desequilibrantes. Si estos países, invocando el antecedente griego, reclamaran el mismo tratamiento para sus países, el sistema económico-financiero europeo con su actual arquitectura se derrumbaría en un caos financiero generalizado.

Pero Grecia muestra sus argumentos. Syriza, grupo populista que montó su reclamo en el sentimiento visceral de millones de desocupados y marginalizados por la crisis, es por ahora un fenómeno contenido en el marco institucional. Se organizó, fue a elecciones, y ganó. Respondió a la desesperación de personas que no ven futuro posible para su presente miserable.

Su propuesta no es económicamente viable ni racional, sino arcaica y a contramano de la evolución del mundo. Pero acorralarlo no tendría otro resultado que el retiro griego de Europa, declarando su bancarrota y devaluando su moneda alejada ya de la pertenencia al Euro, provocando una situación caótica cuyo resultado difícilmente pueda imaginarse. Ya anda por ahí Putin ofreciendo su solidaridad…

Europa está enfrentando las consecuencias de haber adoptado las utopías más audaces de sus fundadores, pero actuar con actitudes timoratas en su construcción. Configurar un espacio económico que contemple sólo parte de la gestión económica –la comercial y la moneda-, pero en la que los espacios “duros” –el fiscal, el político, y aún el militar y el estratégico- sigan respondiendo a la soberanía de sus Estados, llevaría indefectiblemente a esta contradicción.

Los problemas no tienen solución mientras acreedores y deudores no conformen un espacio político con los mismos electores. Dicho en otras palabras: mientras Europa no sea un país, con ciudadanos eligiendo un parlamento con poder y autoridades ejecutivas continentales, fuerzas políticas de alcance total y una Constitución aceptada por todos, el peligro de la disgregación continuará. Agravado por un mundo competitivo, con gran dinamismo en sus economías de vanguardia –la norteamericana, con su exponencial agregación tecnológica, y la china, con su formidable capacidad de compra apoyada en su población numerosa- lanzadas en una simbiosis llena de matices pero inexorable a la definición del mundo que viene.

Mientras el primer ministro alemán responda al pueblo alemán, y el primer ministro griego al pueblo griego, difícilmente sus prioridades confluyan. Porque –sabemos- el primer objetivo de cualquier político es ganar las elecciones, para lo cual necesita obtener la mayoría del apoyo de sus conciudadanos. El camino de hacer eficaz la acción política es hablar un mismo idioma: el del interés del conjunto. Eso no será entendido mientras las fuentes de legitimidad política sigan respondiendo al mundo fragmentado en geografías –y economías, e intereses- del siglo que se fue.

Pero…las cosas son como son. Sus idiomas son distintos. Demasiados intereses se juegan en las decisiones de unos y otros. Los bancos acreedores –en su mayoría alemanes- defienden sus intereses, que son los de sus depositantes –también, en su mayoría, alemanes-. Se trata de depositantes que también son ciudadanos que votan en Alemania, y no le perdonarían a Merkel –ni a sus legisladores- una quita en sus ahorros, o en su capital, que debiera ser de más de la mitad para hacer nuevamente viable a la economía griega.

Los demás países deudores, que debieran tal vez tener coincidencias objetivas con el reclamo griego, se encuentran embarcados en procesos de ajuste –no tan duros como Grecia- y sus sistemas políticos parecen haber absorbido aceptablemente hasta ahora ese camino, a costa de reducir sus gastos sociales sustancialmente para poder pagar sus deudas. Un triunfo de la presión del nuevo gobierno griego abriría las compuertas a formaciones políticas que reclamarían trato similar, con lo que implica de conmocionante a los frágiles equilibrios políticos existentes.

Lo saben los acreedores alemanes, que es probable que prefieran perder la sociedad con Grecia dejándola ir y limitando sus pérdidas, antes que ampliarlas a un nivel continental si debieran aceptar ese camino para otros países más grandes con problemas parecidos.

De no encontrarse un atajo –que hoy por hoy, se ve difícil- lo más probable es que presenciemos el comienzo de un desgranamiento de la Unión Europea, volviendo a sus estadios más primitivos.

No se observa en el escenario el verdadero camino de superación hacia adelante: profundizar la unión con mayores cesiones de soberanía hacia una construcción institucional que avance hacia los espacios que, hasta hoy, se han preservado celosamente como reservas de las soberanías nacionales: el poder político real, la unificación de la representación internacional, la política fiscal y la facultad de sancionar normas vinculantes, o sea leyes.

No se trataría, por supuesto, de hablar el mismo idioma en sentido literal. Pero sí se trataría de razonar en la misma clave: la de un espacio territorial con pueblos diferentes unidos por la solidaridad nacional y, en consecuencia, discutiendo su futuro, compartiendo instituciones y eligiendo sus autoridades no como unos contra otros, sino como protagonistas del nuevo escenario global en formación, del que fragmentados y hablando en claves diferentes estarán inexorablemente desplazados, en forma definitiva, hacia un plano secundario.


Ricardo Lafferriere