La vieja parábola de la rana sumergida en agua calentada lentamente para que no reaccione, hasta que el calor la termina matando, es perfectamente aplicable al proceso argentino. En rigor, la comparación más acertada -tal vez, más dolorosa- es la de un caracol o una babosa a la que se le echa sal encima y se va secando sin remedio, hasta su muerte.
Hay que ser
voluntariamente ciego para no advertirlo. El país se va disolviendo lenta pero
inexorablemente, deslizándose hacia la pobreza extrema alcanzando a cada vez
más argentinos. Y no es un ritmo inadvertido, sino persistente y sólido.
Todo lo que significa el país moderno, vital, pujante y
vinculado al mundo está siendo desmantelado y con él, su base productiva.
El campo, la industria, los servicios, los emprendedores ven
cómo se los expropia para ampliar la economía asistencial, sin estímulo alguno
ni compensación que permita continuar generando riqueza.
Repartir lo ajeno, aún a costa de destrozar la actividad
productiva. Esa es la constante.
LOS DATOS DEL DERRUMBE
El símbolo de la relación con el mundo, la moneda nacional,
ha caído en un año a la mitad de su valor real. Los salarios han acompañado
este derrumbe, pero también la rentabilidad empresarial, el valor de los
activos físicos y el valor de las empresas. No por la pandemia, sino por la
mediocridad. Brasil ha sufrido la pandemia con una intensidad sustancialmente
mayor. El valor de su moneda, en un año, pasó de 4,23 a 5,19 reales por dólar[i].
El peso pasó de 77,90 a 166[ii].
Su deterioro ha superado el 50 %. El propio valor “oficial” del peso ha perdido
en dos meses (del 1 de noviembre al 31 de diciembre) casi el 10 % de su valor[iii].
Proyectando este deterioro, a fin de año superará otra caída a la mitad de su
valor, o más.
Los activos inmobiliarios han perdido el 50 % de su valor, y
quien sostenga que sólo lo han hecho en un 30 % simplemente se ilusiona con el
valor que se demanda por quien quiere vender, ignorando que las operaciones no
se hacen porque nadie paga en la Argentina esos montos.
El país no vale. Todos quieren vender y nadie comprar. Irse,
no venir.
El sueldo medio de la economía, que compartía el primer lugar
en América Latina con Uruguay y Chile, que en 2016 llegó a USD 1.400 dólares hoy
es de poco más de USD 400[iv],
sólo superior al de Venezuela. La jubilación mínima -que superaba los 250
dólares hace un año y medio- hoy apenas supera los 100 -Uruguay y Chile nos duplican-. Todos los pasivos, de todos
los niveles, han visto caer su ingreso a la mitad en valores reales.
La capitalización bursátil, que se encontraba hace un año en 9,6
billones de pesos argentinos nominales, hoy apenas supera los 9 billones[v],
lo que en términos de valor real -comparado con el promedio de divisas-
significa que cayó a menos de la mitad: eso es lo que valen hoy las empresas
argentinas, la mitad que hace un año.
La deuda pública, por su parte, ha crecido en 20.000 millones
de dólares en un año y quien le presta a la Argentina demanda una tasa de
interés del 15 % en dólares -se han colocado bonos hasta el 16,4 %, o sea un
riesgo país de 1640 puntos[vi]-
mientras los países del entorno regional pagan por su deuda entre 2 y 3 %
(entre 200 y 300 puntos de riesgo-país)[vii].
Todo eso es fruto de la falta de acuerdo estratégico nacional que inspire confianza
a quien pueda prestarnos. En lugar de perseguir ese acuerdo estratégico para
reducir el peso de la deuda en el presupuesto público, el oficialismo prefiere volcar las presuntas culpas sobre el “gobierno anterior”, convertido en chivo emisario de su incapacidad, y profundizar en lo económico el rumbo decadente.
A la producción agropecuaria, base fundamental del
financiamiento de toda la estructura industrial argentina, se le ha anulado su
rentabilidad y ha perdido más de la mitad de su valor. Cabe sólo observar lo
que significa el nivel de retenciones, aplicadas sobre el valor “oficial” de la
divisa, para entender el empobrecimiento de las empresas agropecuarias, cuyo
capital es carcomido por una presión impositiva desbordada, muy superior a la
ya apabullante presión fiscal que sufre toda la economía[viii].
Se le paga $ 64 por dólar al que exporta ($ 85 menos 32 % de “retenciones”),
pero se le cobran $ 160 cuando debe comprar sus insumos al valor “libre”[ix],
ambos precios al 10/1/2021.
En síntesis, la Argentina se va disolviendo lentamente,
impulsada hacia la insignificancia como país y a la masificación de la pobreza
como sociedad.
UNA DERIVA IMPLOSIVA
En el debate económico, por su parte, concepciones que
atrasan ocho décadas y se imponen con prepotencia impiden cualquier mesa de
diálogo. La obsesiva insistencia en combatir la pobreza fabricando dinero[x]
no es sostenida en ningún lugar del mundo, salvo en la dictadura venezolana, e
impulsa un proceso inflacionario que carcome sueldos, rentabilidades, capitales
instalados, impuestos, jubilaciones y títulos.
No hay, por lo demás, señal alguna que siembre optimismo. No
existe un apoyo público a la actividad económica -todo lo contrario- por lo que
sería voluntarista imaginar la reversión de la tendencia. El aislamiento
creciente anula cualquier posibilidad de financiamiento y la estrábica política
exterior incrementa la desconfianza, junto a iniciativas que señalan la
anulación de la seguridad jurídica ante la presión constante del oficialismo
sobre el poder judicial.
La proyección de la tendencia nos indica que a fines del año
que se inicia, la divisa argentina habrá perdido otro 50 % de su valor real
-según los cálculos de economistas independientes-[xi].
Y en un par de años más, para el 2023, su nivel de paridad será similar al de
la moneda venezolana. O sea, cercana a cero. Al terminar el período de gobierno
de Alberto Fernández, Argentina será Venezuela y sólo podrán sobrevivir los que
acepten la lógica del rebaño recibiendo las limosnas de un Estado en manos del
autoritario populismo cleptómano.
Y UNA POLÍTICA QUE NO RESPONDE
Las fuerzas políticas y sociales que sostienen este rumbo no
se caracterizan por lo ideológico, sino que conforman un conglomerado
heterogéneo cuya línea unificadora es la destrucción del estado de derecho y la
instalación de la ley de la selva. Rentistas autodefinidos “empresarios”,
mafias de diverso tipo nuevas y viejas, corporaciones gremiales putrefactas,
financistas sin escrúpulos, caciques de tolderías varias disciplinadas por
planes y bolsones de comida, logias políticas sin ningún compromiso con el país
que sólo ven al Estado como un botín de guerra, todas ellas bendecidas por el
“pobrismo” de la línea hoy hegemónica de la iglesia católica, para la cual la
pobreza extrema es preferible a cualquier “desigualdad”, aún aquella resultado
del esfuerzo de trabajo, de la inversión productiva y del compromiso con el
progreso económico. Desigualdad que, por supuesto, no se exige a los -y “las”-
sátrapas, que exhiben sin pudor su ambiciosa angurria burlándose de las leyes,
de la moral y de la miseria.
Existe un solo camino de reversión y hoy aparece como
imposible: un consenso estratégico entre los argentinos más cercanos a los
niveles de decisión. La polarización impulsada por la mafia corporativa del
populismo la hace imposible. La banalidad con que es mirada la política por
gran cantidad de ciudadanos hace el resto.
La generalización descalificadora hacia el espacio público de
quienes debieran aportar racionalidad al debate por su nivel cultural, su
preparación y sus conocimientos desalienta a quienes toman al compromiso
público como lo que debiera ser: un servicio a la sociedad. Y un coro de
repetidores-operadores desde los medios masivos hacen el resto, quitando nivel
al debate nacional del que se ha ausentado toda reflexión de futuro o mirada
estratégica.
LOS QUE RESISTEN
Quedan y son importantes los que luchan, y luchan, y luchan,
peleando contra la montaña. Cual Quijotes contra molinos de viento, su prédica
es comprendida por el país democrático con visión de futuro, pero no alcanza
ante la apabullante presencia mediática de la banalidad comprada. Pero,
fundamentalmente, por la ingenua -y voluntarista- actitud de una dirigencia
timorata, cuando no acomodaticia, que podría incidir fuertemente en la construcción
de una unidad de los que importan pero que, sin embargo, privilegia la perspectiva
del “botín” por sobre el interés nacional.
El país, mientras tanto, se sigue disolviendo lentamente. Y
los argentinos, empobreciéndose, aún aquellos que conforman la carne de cañón
de la corporación de la decadencia.
Ricardo Lafferriere
[ii]
https://www.cotizacion-dolar.com.ar/dolar-blue-historico-2020.php
[iii]
https://www.cotizacion-dolar.com.ar/dolar-blue-historico-2020.php
[iv]
https://www.infobae.com/economia/2020/08/23/los-salarios-y-las-jubilaciones-cayeron-a-los-niveles-mas-bajos-en-15-anos-y-se-ubican-entre-los-minimos-de-la-region/
[v]
https://www.bolsar.com/vistas/investigaciones/PaginaCapitalizacionBursatil.aspx
[vi]
https://www.utdt.edu/ver_nota_prensa.php?id_nota_prensa=19139&id_item_menu=6
[vii]
https://www.puentenet.com/cotizaciones/riesgo-pais
[viii]
https://ruralnet.com.ar/desde-enero-de-2021-las-retenciones-a-la-soja-seran-del-33/
[ix]
https://www.cronista.com/MercadosOnline/dolar.html
[x]
https://www.pagina12.com.ar/288064-el-mito-que-la-emision-genera-inflacion
[xi]
https://www.infobae.com/economia/2020/09/19/a-cuanto-va-a-llegar-el-dolar-en-2021-guerra-de-pronosticos-entre-el-gobierno-y-las-consultoras/