Quedan pocas dudas: en algún tiempo –más cerca o más lejos, pero no muy separado de los próximos 90 días- los argentinos sufriremos de lleno el brutal ajuste a que nos condujo la alegre irresponsabilidad de estos años. Tarifas, precios e impuestos, se dispararán –a igual que el dólar, refugio de valor al que se han acostumbrado los argentinos a fuerza de experiencia-, aplastando los ingresos de aquellos que durante cinco años fueron bombardeados por esperpénticas inconsistencias, y deberán soportar ahora el peso de la verdad. Es imposible no prever fuertes reclamos de trabajadores, comerciantes, desocupados, hombres de campo y hasta de los empresarios protegidos que recibieron las prebendas. Poco importará el volumen del grito: se acabó lo que se daba. Y habrá que empezar de nuevo.
Está llegando el ajuste y con él los consabidos rezongos: los intelectuales de Carta Abierta seguramente elaborarán herméticas sentencias achacando el infierno al neoliberalismo, al Fondo Monetario y a los terratenientes de la pampa húmeda. O sea, se lavarán las manos sobre su responsabilidad. Los esposos Kirchner, huidos o desencajados, inventarán algún nuevo enemigo, quizás el “Congreso reaccionario” que se elegirá en las urnas. O sea, se lavarán las manos sobre su gestión. Economistas que aplaudieron los dislates creyendo que desde el poder se puede hacer cualquier cosa, tomarán distancia reclamando haber avisado antes y no haber sido escuchados. O sea, se lavarán las manos sobre sus culpas.
Quedará, desguarnecida una vez más, la gente. Que, pobrecita, quiso creer en que –esta vez- no le estarían ofreciendo otro novedoso relato de palabras huecas utilizadas como escudos intelectuales de un nuevo ciclo de saqueo.
Al final, eso terminó siendo el “modelo productivo con inclusión social”.
Después de los cinco años más excepcionales de la economía argentina –Cristina “dixit”- hay más pobreza, más deuda pública, menos seguridad, menos justicia, menos educación, menos salud y menos bienestar que durante cualquier gobierno anterior, incluso el denostado de su correligionario, Dr. Carlos Saúl Menem, que comparado con la gestión “K” parece merecedor de un Nóbel. Creció –eso sí, y fuertemente- el patrimonio personal de la cúpula del poder y sus amigos.
El ajuste pinta terrible, pero como todo, al final, pasará. Y habrá que empezar de nuevo. Quizás esta vez podremos aprovecharlo para renacer sobre otras bases, sin recomenzar el ciclo corto de corporaciones sindicales, gremiales y políticas lucrantes del atraso sino comenzando una larga etapa virtuosa, como la que tuvimos de 1880 a 1930 comenzada por los conservadores y completada por los radicales, la que a pesar de sus altibajos, comenzó con un país-desierto y terminó con una Argentina protagonista importante del concierto internacional, nuevo hogar de millones de inmigrantes esperanzados en los bienes que prometía la Constitución, sin distinción de orígenes, “a todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”.
El mundo por su parte, superada la actual crisis global, recomenzará su marcha. Coincidirá con el recomienzo de la marcha de los argentinos, terminada la pesadilla K y pasado el ajuste que viene. La inteligencia de los argentinos deberá orientar entonces los esfuerzos para imbricarse virtuosamente en el nuevo paradigma global, una economía cosmopolitizada, un intercambio creciente y un nuevo diseño normativo mundial asentados en la acelerada revolución científico-técnica, el creciente protagonismo de las personas –que se sumarán a los Estados y las corporaciones- y la vigencia universal de los derechos humanos entendidos no como una revancha sesgada de un tiempo de sangre en las calles por culpas recíprocas acaecido hace décadas, sino como un piso de dignidad que deberá garantizarse a todos, cualquiera sea su nivel social o económico.
En ese escenario debe escribirse la nueva agenda argentina, que estará condicionada por limitaciones infranqueables para todos, vivan en el lugar del planeta donde vivan: agotamiento de recursos energéticos y necesidad de nuevas fuentes primarias renovables y amigables; cambio climático que obligará a rigurosas exigencias de eficiencia y sustentabilidad; y crecientes masas de seres humanos incorporados a la vida social y de consumo, que impondrán claros marcos normativos homologables en los que no habrá cabida para la discrecionalidad de los poderes políticos, el “neoanarquismo” contra el que alertara Alfonsín en su último discurso en el Luna Park, los caprichos ideológicos o las decisiones públicas sin consenso ciudadano.
La Argentina que viene, pasado el ajuste y mirando al futuro, puede volver a ser una protagonista de prosperidad y bienestar para su gente... a condición de que decida serlo. Su especialidad económica –la producción alimentaria- le hubiera permitido pasar la crisis global casi indemne, si no hubiera sido por la injustificable gestión kirchnerista: cabe recordar que los precios internacionales de nuestros productos de exportación han encontrado su aparente piso, en un nivel similar al de fines de 2007, al iniciarse el segundo período “KK”, cuando se les ocurrió la idea de incrementar la confiscación de su rentabilidad con nuevas retenciones. Muy poco de la dramática situación mundial hubiera –hasta ahora- golpeado al país, si no estuviera su producción agredida y asfixiada por una administración incompetente y su fiscalidad sometida al saqueo de subsidios, corrupción y prebendas. Simplemente con haber evitado la sangría de 20 mil millones de dólares (más de 80.000 millones de pesos) que se fueron del país en el último año por los dislates económicos y políticos, sin relación alguna con la crisis global, el escenario actual sería otro.
La nueva marcha deberá asentarse en una política de franco consenso, generadora de credibilidad a fin de volver a inyectar entusiasmo productor en los hombres de campo, en los emprendedores y en los industriales. Y deberá apoyar la complejización productiva del sector agroalimentario, base fundamental de cualquier renacimiento argentino. Esa piedra basal generará fuentes de crecimiento en el interior del territorio, comenzando a revertir esta aberración de que en los 4000 kms. cuadrados de Buenos Aires y alrededores vivan 13 millones de personas, el 33 % de la población del país, en una densidad de casi 4.000 habitantes por km2 y en los 2.800.000 kms2 restantes viva 28.000.000 de argentinos ...¡a una de 10 habitantes por km2!...
Esto no lo podrá hacer el populismo, generador de pobreza para lucrar con las necesidades de los necesitados del “conurbano” convertido en una fábrica de pobres al precio de su hacinamiento, su clientelización, su sometimiento a la violencia y al delito, su subordinación a las redes delictivas en muchos casos diseñadas desde los propios poderes –políticos, judiciales y policiales- locales. Eso sólo lo puede lograr un consenso nacional, democrático y federal, ni más ni menos que como lo dispone el art. 1 de la olvidada Constitución Nacional.
Como en toda lucha política, habrá resistencias, rivalidades y conflictos. Resistirán el cambio quienes lucran hoy con la pobreza: estamentos corporativos privilegiados gremiales y empresariales prebendarios, dirigencias corrompidas y complicidades parasitarias del estado burocratizado serán su base estructural, mientras los reproductores de ecos ideológicos del pasado serán su cobertura intelectual. Son los enemigos de la liberación de los millones de compatriotas humillados por la clientelización, del país pujante protagonista del mundo, del crecimiento económico y la prosperidad apoyada en el esfuerzo creador de cada uno.
Esa nueva marcha , alineada con el nuevo estadio de desarrollo de la humanidad, deberá custodiar, respetar y proteger la naturaleza, los recusos no renovables, el agua dulce, la biodiversidad. Deberá ser cuidadosa en el consumo energético, que no puede ser dispendioso y debe hacer crecer su generación sobre nuevas fuentes primarias no contaminantes y amigables con el ambiente. Nunca más centrales térmicas, como las que varias veces se han inaugurado en estos años –afortunadamente, siempre las mismas, que además no funcionan- sino basadas en las nuevas tecnologías de hidrógeno, solar, eólica y nuclear, para las cuales los científicos y técnicos argentinos están en condiciones de proveer desarrollos tecnológicos no sólo para nuestro país, sino para todo el mundo en desarrollo.
La reconstrucción debe contemplar desde el comienzo el piso de ciudadanía para todos, herramienta insustituible para proyectar la ética de la solidaridad y erradicar el clientelismo. Afortunadamente tenemos un país que está en condiciones, sin afectar sus excedentes para el crecimiento, de proveer alimento, educación, salud y vivienda a todos los compatriotas, sin la indignante humillación de la expropiación de la autonomía de cada ciudadano. Y debe garantizar que sobre este piso de ciudadanía que brinde igualdad de oportunidades a todos, exista libertad económica para que cada uno labre su futuro confiando en su fuerza y capacidad, en su inversión y su riesgo y en la protección legal y jurídica garantizada por un Estado democrático y una justicia independiente, imparcial y celosa en su función de última defensa de los derechos ciudadanos. Cualquier referencia o invocación al estado de excepción debe ser erradicado para siempre de la argumentación política y judicial.
Esa nueva marcha argentina incorporará lo mejor de su historia, de sus tradiciones y sus valores. Rescatará el impulso fundacional que inspiró la decisión de su autonomía política, hace casi dos siglos y lo proyectará hacia los años que vienen. Se imbricará con el portentoso mundo en formación, con sus corrientes tecnológicas, con su mercado global, con sus normas legales, con su combate a la delincuencia y el terrorismo y con su garantía jurídica de absoluto respeto a las reglas de juego y a la palabra empeñada.
Será amiga de la región y de todas las personas y países de buena voluntad. Integrará su infraestructura con todos sus vecinos, su comercio con todo el mundo con que sea posible, sus productos virtuales con el mundo hispanohablante, su defensa y seguridad con los organismos plurales y regionales de garantización de la paz, su ciencia y tecnología con los más avanzados centros de investigación, desarrollo y producción del planeta, y su política con las democracias más sólidas y transparentes.
Delinear esa agenda y construir ese país será apasionante.
Leandro N. Alem, el procer argentino fundador del radicalismo, hubiera dicho que la tarea “pertenece principalmente a las nuevas generaciones”. Indudablemente deberán ser las que levanten la bandera y marchen al frente. Pero deben hacerlo sabiendo que detrás están todas las generaciones de argentinos respaldando el sueño de la marcha común, retomando la meta de quienes empezaron el país y supieron darle una buena política, que no es otra cosa que una buena conducción en el marco del respeto y el consenso interno, para colocarlo entre las naciones respetadas. A tal fin, necesitamos reconstruir los partidos políticos, representativos del amplio colorido del pensamiento libre, articulando consensos estratégicos desde sus diferentes enfoques para alinear las fuerzas de las personas, que en última instancia son la fuente y el objetivo de todo el esfuerzo común.
Para eso nació la patria, hace casi doscientos años. Y quienes hoy la vivimos no podemos dejar de escuchar aquellos ecos, ni mucho menos desviar nuestra mirada del horizonte o dejar de pensar en lo que viene.
Ricardo Lafferriere
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