Hace exactamente doscientos años, en 1809, Mariano Moreno presentaba ante el Virrey Cisneros, en nombre de “veinte mil labradores y hacendados de estas campañas de la Banda Oriental y Occidental del Río de la Plata” uno de los documentos precursores del movimiento revolucionario que eclosionaría un año después y comenzaría el proceso independentista con la formación de la Primera Junta de Gobierno Patrio. El documento pasaría a la historia con el nombre de “Representación de los Hacendados” y no hay argentino que no lo haya conocido y estudiado al pasar por la escuela primaria.
Ese documento ha sido considerado fundacional por todo el arco historiográfico argentino. Moreno, el patriota con más encendidas ansias de libertad, el inspirador de la corriente más avanzada en el proceso revolucionario, solicitaba no sólo el libre comercio frente al ahogante monopolio oficial, sino que demandaba limitar totalmente los gravámenes a los productos agropecuarios, expresando en la “súplica” sexta: “Sexta: Que los frutos del país, plata, y demás que se exportasen paguen los mismos derechos establecidos para las extracciones que practican en buques extranjeros por productos de negros; sin que se extienda en modo alguno esta asignación por el notable embarazo que resultaría las exportaciones, con perjuicio de la agricultura, a cuyo fomento debe convertirse la principal atención.” Ese punto estaría llamado a transformarse para los tiempos en la llave de oro del progreso del nuevo país.
Aún hoy, los “labradores y hacendados” que producen la mayor riqueza del país, deben seguir enfrentándose a los herederos de la colonia, que en demasiadas oportunidades han encontrado en la exacción al trabajo rural la forma de limitar los derechos políticos de los ciudadanos, construir humillantes subordinaciones clientelistas, convertir el detentamiento del Estado en un botín de guerra y mantener limitadas las posibilidades de libertad individual, apoyadas en la vocación pionera y transformadora de los emprendedores.
La señora presidenta de la Nación ha condenado en La Rioja las “políticas agroexportadoras de hace 200 años” como “enemigas del país profundo”. Debiera aclarar si se ha referido a la política que aplicaba el gobierno colonial ahogando el comercio con impuestos y sosteniendo el cerrado monopolio con la metrópoli, o si se refiere al reclamo revolucionario de Moreno y los “labradores y hacendados” que representaba, pidiendo su derogación.
Es ella quien ha instalado la incógnita, con su discurso. Si lo aclara, sabremos si ratifica su toma de partido por el país clientelar, por el vaciamiento de los derechos fundamentales de los ciudadanos cristalizados en la Constitución Nacional, por una concepción autoritaria y antidemocrática del ejercicio del poder –al estilo colonial-, y en última instancia, por preferir al país sometido anterior a la Revolución de Mayo; o si ha preferido sentirse la heredera de Moreno en la construcción de un país pujante y abierto, confiado en la potencialidad de sus ciudadanos e inserto en las corrientes de comercio, inversión, tecnología, finanzas que eligió como camino en las horas fundacionales de nuestra autonomía política.
Sería una buena noticia si la opción fuera la segunda. Es lo que ha firmado en el G-20, hace pocos días en Londres. Pero no es lo que hasta ahora había constituido el discurso oficial de su marido, del Secretario de Comercio y de ella misma.
Ricardo Lafferriere
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