A pesar del acelerado retroceso ordenado que intenta gestionar el oficialismo con pasos políticos impensables hace apenas poco más de un mes, la pendiente por la que se desliza el país está lejos de ser lineal y tranquila. Por el contrario, el equilibrio social pende de un hilo y alcanzaría que uno sólo de los sectores que están sufriendo el salvaje ajuste kirchnerista se “desmadre” para que el país entero se convierta en un maremagnum de consecuencias insospechadas.
Paulatinamente la presidenta va tomando conciencia del pedestal de barro en el que se encuentra, pero en lugar de asumirlo insiste en su rumbo. El empresariado de amigos, otrora calificado con un dejo intelectualoide como “burguesía nacional”, se aleja al mismo ritmo que la terminación de la caja. El “movimiento obrero”, como ampulosamente se autocalifica el conjunto de burocracias sindicales de diverso pelaje, cobra cada vez más caro mantener adormecidas a sus bases. Los “movimientos sociales”, como se calificaba a varias patotas financiadas ilícitamente con dineros públicos, no toleran el raquitismo implacable de los subsidios. Los “jefes distritales y provinciales” del peronismo entran en estado de asamblea para buscar sucesor en el liderazgo, sin que a nadie se le pase por la cabeza ni remotamente consultar al otrora “capomafia” indiscutido de la banda gobernante.
Hasta el jefe mayor de la patota “bolivariana”, único sostén internacional del régimen kirchnerista, ha entrado en una declinación tal que tiene que pedir al “imperio” que intervenga en un pobre país centroamericano que se atrevió a birlarle el golpe de Estado trabajosamente preparado durante meses por su delegado local, y manda a sus segundas líneas –incluyendo a nuestra presidenta- a cometer papelón tras papelón olvidando sus verdaderas obligaciones como mandataria del país, con problemas infinitamente más graves que servir de vocera de las obsesiones de Chávez. A tal punto llega su aislamiento y desprestigio internacional que, a seis meses de la asunción del nuevo presidente de los Estados Unidos, no ha logrado siquiera una entrevista o una foto con el nuevo mandatario, a pesar de sus repetidos intentos.
El poder se diluye. El dinero se acaba. La gente sin recursos se acerca a los límites de su desesperación. La gente con recursos aprendió por experiencia la vocación cleptómana del régimen y los ha puesto a buen reguardo, fuera o dentro del país. Cada vez más argentinos se dan cuenta del desnudo presidencial, instalando crudamente una realidad crecientemente advertida: no hay salida con los Kirchner gobernando, porque el motivo fundamental de la crisis es de credibilidad. La del régimen se ha derrumbado y no hay forma de recuperarla, mucho menos con la obsesión enfermiza por la mentira que implica insistir en la falsificación de las estadísticas, fraguar las verdaderas reservas del Banco Central, negar cualquier autocrítica que al menos abra una esperanza de un cambio de rumbo e insistir en la soberbia autosuficiencia del “maestro de Siruela” –“que no sabía leer, y puso escuela”-.
Sin embargo, hay que soportarla aún dos años y medio. Cómo hacerlo, tal es la cuestión.
En situaciones como las presentes, los países serios conforman gobiernos responsables de amplia coalición. Nuestra Constitución, fuertemente presidencialista, deja en manos del Jefe del Estado demasiadas facultades como para pensar que sin abrir el poder, el país no estalle.
Hoy la Argentina circula por un estrecho desfiladero. De un lado, el autismo oficial. Del otro, el país acercándose al límite de la tolerancia. En el medio, la oposición, que ha recibido la mayoría abrumadora de la representación política del país y que debe asumir el desafío de encontrar un camino para ejercer esa representación sin alterar el juego institucional, pero sin desligarse de la responsabilidad que le ha sido atribuida. Si lo logra, puede construir un pedestal sólido para décadas de renacimiento argentino. Pero si no lo logra, el riesgo –más cerca, cada día que pasa...- es que el torrente de desesperación de gente al borde de la sobrevivencia puede generar que vuelvan los reclamos de “que se vayan todos”. Unos y otros. Y eso puede ser fatal, como ya lo sabemos.
Es cierto que el 2011 es apetecible y que no pueden reclamarse actitudes que olviden ese gran desafío a partidos y dirigentes que tienen su razón de ser en la lucha por el poder. Pero también lo es que si se comienza gestando crecientes políticas de consenso en el arco opositor –donde hay radicales y peronistas, Cívicos y Pros, “neo-peronistas”, provinciales y progresistas-, al que le toque en el 2011 no se verá obligado a asumir una brasa ardiendo, sino un país en marcha. Porque de cara al país y a los ciudadanos, la razón de ser de la política no es el poder sino la adecuada gestión de los problemas de todos.
La Constitución permite ese camino, vía la potestad parlamentaria de remoción del Jefe de Gabinete de Ministros (art. 101) que abre la posibilidad de un gabinete de base parlamentaria, conviviendo con una presidencia que deberá acostumbrarse a ser cada vez más protocolar –aunque para ello deba aprender puntualidad...-. Alguna vez le tocó tal situación a políticos tan prestigiosos como Mitterrand y el propio Chirac, a quienes no se les cayeron los anillos cogobernando con sus opositores que habían recibido de los ciudadanos la mayoría electoral, en el medio de su mandato presidencial. Y es sencillo: la democracia no permite gobernar en nombre del pueblo sin tener su respaldo.
La gravedad de la situación indicaría la conveniencia que, tanto gobierno como oposición, se preparen para ese camino, el único que podría recuperar la confianza perdida, comenzar a reconstruir el pedestal del futuro y sentar las bases de un relanzamiento nacional. De lo contrario, las alternativas no parecieran ser halagüeñas, ya que quedarían reducidas a´la apertura de Juicio Político a la señora presidenta por incapacidad manifiesta de gobierno, lo que culminaría con su destitución, o el peligro de una conmoción social general de resultados insospechados y final aún más incierto.
Ricardo Lafferriere
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