Se está convirtiendo en un lugar común el juicio negativo sobre la oposición porque, al parecer, no habría actuado de acuerdo a los resultados electorales del 28 de junio logrando poner un freno a los dislates de la pareja gobernante. Algunos hasta llegan a razonar en términos del “fortalecimiento” del gobierno y del propio ex presidente Kirchner, del que interpretan que “ha pasado a la ofensiva” y está “más fortalecido que antes”.
Sin embargo, al contrario de lo que surgiría de esa valoración, la oposición está actuando como debe. Ha votado en conjunto contra el proyecto kirchnerista de renovar los superpoderes reduciendo claramente su alcance y con su resistencia ha logrado limitar a un año la pretensión de delegación legislativa hacia el Ejecutivo, que el equipo gobernante pretendía llevar hasta el fin de su mandato constitucional. Y lo ha hecho ahora, antes de la incorporación al Congreso de los diputados y senadores que establecerán una nueva mayoría. Esta confluencia hace avizorar un escenario post kirchnerista en la que la política habrá recuperado su capacidad de generación de consensos y la recreación de espacios de diálogo cuya ausencia fue la característica central del actual período.
Por su parte, los pretendidos “avances” del kirchnerismo no evidencian fortaleza, sino debilidad. Sólo un débil busca tablas salvadoras tragicómicas, como hacer populismo transmitiendo partidos de fútbol, comparar frívolamente los goles que se veían por Cable con el drama de los desaparecidos, armar la puesta en escena de un simulacro de diálogo que duró menos de un mes o recurrir a un nuevo ridículo internacional parecido al del ex presidente en la selva colombiana, esta vez con la actual presidenta haciendo tiempo en el aeropuerto de San Salvador integrada como soldadito a la claque “bolivariana” manejada a distancia por su jefe venezolano y sin que el presidente anfitrión se digne siquiera saludarlos en el aeropuerto.
Cada paso aparentemente “fuerte” del kirchnerismo le agrega nuevos abismos con sectores políticos y sociales o profundiza los abismos ya existentes. No adquiere con ellos más respaldo sino más aislamiento, que intenta compensar con la repercusión mediática de las medidas. Pero ni trabajadores, ni empresarios, ni estudiantes, ni intelectuales, ni comerciantes, ni docentes, ni policías, ni militares, ni cartoneros, ni desocupados, ni “sin techo”, ni marginales, ni jóvenes, ni viejos, ni mujeres, ni hombres han incrementado su simpatía, su respaldo o su adhesión al kircherismo que gobierna. Los apoyos que tenía se hacen –aún ahora- cada vez más tenues, vaporosos y dispersos, y los movimientos que se notan en su “propia tropa” no son precisamente de acercamiento, sino de creciente lejanía. Esto no sólo se nota en los gobernadores “amigos” como Scioli, Das Neves, Urtubey, Closs o el propio Peralta, sino en su base sindical más cercana –como Moyano-, en sus aliados empresarios –que virtualmente, ya no existen- y hasta en el mundo “piquetero”, desgranándose al compás del abroquelamiento de Kirchner con sus enemigos históricos, los burócratas intentendentes clientelistas del conurbano.
Todo esto ha pasado, además, antes de producirse el recambio legislativo y cuando era de suponer que el gobierno no habría alterado el fuerte predominio del que disfrutaba en el Congreso. Pues si. Se alteró. No pudo seguir como estaba. Debió retroceder institucionalmente al limitar facultades que les eran omnímodas. El estilo K comenzó a ceder.
El gobierno, sin embargo, sigue allí. Y es oportuno hacer entonces la pregunta, a quienes demandan más “firmeza” a la oposición: ¿no quieren que siga allí? Porque lo curioso de la situación es que, paralelamente al cuestionamiento de la acción opositora, se reclama la intangibilidad del mandato presidencial y se califica de altamente condenable cualquier intento de acortar el mandato de la Sra. Kirchner, única forma de cambiar el rumbo de fondo del deterioro nacional. Y aquí hay que ser claros: la pretensión de interrumpir el mandato presidencial o de limitar sus poderes, que la Constitución habilita tanto por el mecanismo del artículo 101 como por el del juicio político por incapacidad manifiesta del presidente para ejercer su cargo, no ha sido hasta ahora reclamado absolutamente por ningún factor de poder, ni político partidario, ni comunicacional, ni empresarial, ni obrero, ni ruralista, ni intelectual, ni internacional. ¿Por qué dejar flotando el supuesto de que “la oposición” debiera impulsar este recambio, cuando nadie en el escenario argentino lo está siquiera sugiriendo, y por el contrario, en la mayoría de los casos están condenando de antemano?
Seamos entonces claros. Quienes le piden a la oposición más firmeza deben saber que no hay otro camino institucional superior al que hoy ejercitan que la destitución presidencial. Quien quiera eso, debe decirlo. Por lo que se conoce, no es el proyecto de ningún sector opositor institucional, al menos en estos momentos y probablemente ésto sea saludable.
Quizás muchos, en su fuero íntimo, tengan ese legítimo dilema: la evaluación sobre si los daños que los Kirchner están produciendo en el tejido social, en la economía, en la calidad institucional, en el estado de derecho, en la tranquilidad y la paz cotidiana, en derechos esenciales de muchos argentinos y hasta en el idioma y el sentido común, son imaginables por casi dos años y medio más, que parecerán siglos. Hoy por hoy, pareciera que la mayoría de los actores sociales institucionales prefiere todavía aguantarlos suponiendo que una turbulencia política de magnitud, como sería una destitución por incapacidad, no aseguraría una transición mejor.
Claro que eso es hoy, porque también ven con preocupación el crecimiento de la tensión, por la propia dinámica de las cosas y por las actitudes de la pareja presidencial. Es difícil imaginar qué ocurrirá en algún tiempo,cuando la fuga sistemática de divisas por la inseguridad jurídica que generan las ocurrencias del equipo gobernante, la caída de la producción agropecuaria e industrial por la incertidumbre producto de sus dislates, la asfixiante ralentización de los circuitos comerciales y la angustia de no saber hacia dónde quieren ir –con más pobres, más desocupados, más delitos, más droga, más inseguridad, más barbarismos institucionales cada día que pasa- alteren ese balance.
Si es que eso ocurre y los argentinos comienzan a pensar –y a pedir- que se vayan antes de culminar su período, porque es demasiado tiempo para dejar el país sometido a la discrecionalidad de sus ocurrencias, sería otro escenario. Por ahora, ello no ocurre y seguramente tanto Néstor Kirchner como la oposición siguen cotidianamente las reacciones de la sociedad y actúan en consecuencia, el primero utilizando el crecimiento de esa tensión como arma –inescrupulosa- para generar temor al presunto eventual caos y la otra monitoreando cuidadosamente las voces de la sociedad y manteniendo su red de seguridad y contactos para que si ocurre cualquier situación de emergencia, si todo se “sale de madre”, no la tome desprevenida. Obviamente ni una ni otra acción se verbaliza ni se explicita.
Lo propio ocurre con actores institucionales decisivos, como el propio peronismo. A esta altura, la tensión que lo corroe internamente se incrementa con el simple transcurso del tiempo que acerca las elecciones del 2011. Todos saben que en esa fecha se jugarán los “premios mayores” –Presidencia, Gobernaciones e Intendencias, en todo el país- y se angustian pensando que cuanto más se acerquen a ella con Kirchner mimetizado con un peronismo que le sirve de único sustento, mayores posibilidades tienen de perder todo, o, usando los propios términos de su argot, no sólo lo acompañarán hasta la puerta del cementerio sino es probable que bajen con él hasta la tumba. La estrategia kirchnerista de desgastar a cualquier candidato peronista que se ubique fuera de su influencia está esmerilando cotidianamente las posibilidades de recuperación de esa fuerza política, como está ocurriendo con Reutemann según se pudo observar con la grosera cooptación de la Senadora Latorre y las descarnadas ironías dejadas trascender por los voceros kirchneristas, al estilo de “¿y así pretende gobernar cuando no puede disciplinar ni a su compañera de bancada?”
Mientras tanto, no parece propio seguir insistiendo con lo de la falta de firmeza opositora o el presunto renacimiento de Néstor Kirchner. La oposición no peronista está haciendo lo que debe, organizando sus fuerzas para el oportuno relevo, buscando articular sus consensos y disensos, alineando sus componentes, depurando su discurso, poniendo al día sus proyectos, construyendo sus puentes plurales y esforzándose por institucionalizarse luego del ventaval destructor de la funesta acción kirchnerista. No se le pida ni se le impute que tenga ánimo destituyente y a la vez, que no lo tenga, porque sería cínico, o esquizoide.
Por lo pronto, es el peronismo -que eligió a los Kirchner y los sostiene, y en cuyo nombre gobiernan- quien debe asumir claramente su responsabilidad política. Ya no le será posible lavarse las manos, como en otros tiempos, repitiendo luego que “los K no son peronistas”, como hicieron con Isabel Martínez y con el propio Carlos Menem, según cambiaba el humor social. Los Kirchner son peronistas. Son un problema para los argentinos, pero son un problema del que el peronismo no puede desentenderse, sea para sostenerlos hasta el fin del mandato si así lo decide, sea para tomar distancia y forzarlos a cambiar de rumbo. Porque también sería cínico y esquizoide que el peronismo levante un discurso que sostenga a los Kirchner desde el Congreso, las gobernaciones y los gremios para lucrar con la chequera de sus dislates y a la vez pretenda que los argentinos crean, de cara a los años que vienen, que “el PJ nada tiene que ver con el kirchnerismo”.
Ricardo Lafferriere
queamigos
1 comentario:
Los actores institucionales ya no son representativos de nada ni de nadie. El conflicto obrero en Kraft lo pone en clara evidencia, y los que intentan confundir diciendo que estos trabajadores son los mismos piqueteros que siempre cortan las calles, están poniendo todo en la misma bolsa. Esta estrategia es a la que muchos políticos nos tienen acostumbrados, y que sacan a relucir cuando las papas comienzan a quemar. Ya hizo esto la sangrienta dictadura de Videla cuando igualaba un delegado obrero, u estudiantil, a un guerrillero montonero, asesinando así a todos por igual, bajo la misma sospecha de subversión. Esto es lo que trata de hacer ahora Aníbal Fernández. Pero estos obreros despedidos por la empresa Kraft, no son los mismos vagos pagados por el gobierno para salir a la calle a amedrentar a la gente. Estos obreros no han salido a amedrentar a nadie, sino simplemente a luchar por lo único que tienen para ofrecer a sus familias: un trabajo precario (no tienen sindicato que los defienda, fueron abandonados por todos ellos) a cambio de monedas, pagadas por una gran empresa extranjera a la que le sobra capital, y a la que sugestivamente, esta vez, Moreno no ha ido a apretar.
No me parece que la oposición no tenga la responsabilidad de ir por un gobierno mejor. Es a ella a quien la ciudadanía le ha delegado el poder, votándola y brindándole, una vez más, la confianza, tantas veces traicionada, para ser conducida. El camino opuesto, es que la gente tome las acciones y las iniciativas por su cuenta, y esto es justamente lo que comienza a vislumbrarse y produce tanto terror, tanto en el oficialismo como en el arco de la oposición, como en todas las demás organizaciones y corporaciones adictas al poder. Tanto los partidos políticos, como los sindicatos de trabajadores y demás organizaciones no gubernamentales, no escuchan ni defienden hoy, los intereses de los ciudadanos. La necesidad tiene cara de hereje, decía mi madre, y estas necesidades comienzan a encauzarse a través de aquellos líderes que, equivocados o no en sus ideas, están más cerca de los que los necesitan, escuchando y entendiendo la miseria. No creo que Cristina Fernández ó cualquier líder de la oposición sepa cómo se hace para vivir con dos mil pesos por mes trabajando en una fábrica que más que un lugar de trabajo, parece un campo de concentración comandado por el enemigo.
El 28 de junio pasado, ya nadie esperaba más nada del gobierno. Todos las esperanzas se pusieron en la oposición. Pero a partir de ese día, fue la actitud posterior de todos los sectores que componen el arco opositor, lo que fuellevando a la apatía, la frustración, la bronca y desánimo de la gente. Los argentinos no tenemos conductores, no hay líderes, no hay quien dirija una acción conjunta, y en esto sí coincido, contra tanto atropello por parte del gobierno. No hace falta pensar mucho al respecto. A este escenario, no le falta casi ninguno de los componentes que han alimentado las más sangrientas insurrecciones ciudadanas. No hay más que repasar la historia.
Publicar un comentario