"Es un espanto que, en un país, el que fuera compañero de fórmula del presidente de la Nación esté jugando en contra".
En otros tiempos, postrimerías del “proceso”, era el general Nicolaides el encargado de expresar las genialidades del gobierno. Hoy, es el Ministro del Interior, aunque al menos, por ahora no producen muertos –y es de esperar que no lleguemos a eso-. Genialidades que apenas motivan ya respuestas opositoras, resignadas a hablar con la pared, esperando que el tiempo pase rápido para que esta pesadilla se convierta en historia y que, en el tiempo que les queda, hagan el menor daño posible.
En gobiernos serios, un pronunciamiento de esa magnitud nada menos que del responsable de la cartera del interior también hubiera producido una conmoción o una crisis política. Las callosidades que han producido en la opinión pública los dislates reiterados de la pareja gobernante hacen que hoy por hoy, ni siquiera llamen la atención.
Un gobierno que mueve doscientos inspectores de la AFIP al estilo de los sueños de estudiantina, o que convierte en un tema épico el debate por el ordenamiento de las comunicaciones que –cualquiera sea el resultado- no tendrá posibilidades de aplicar, no produce ya escozor con declaraciones, cadenas nacionales cotidianas o pedidos de renuncia que sólo causan risa.
El gobierno está solo, apoyado sólo en su residual manejo de los fondos públicos utilizados en forma de chantaje. No lo siguen los trabajadores, ni los industriales, ni los hombres de campo, ni los financistas, ni los pasivos, ni los profesionales, ni los sectores medios, ni los desocupados, ni los militares, ni los intelectuales. No tiene diálogo con la oposición y está aislado de las bases peronistas, que no atinan a hacer propio un discurso que sienten visceralmente ajeno. Sólo los alineados por la chequera que defienden posiciones de gobierno en administraciones locales –por un lado- y el esqueleto del retro-progresismo –por el otro- con esfuerzos sobrehumanos para elaborar frases coherentes con barniz seudointelectual, sostienen un esquema de poder que –también como en sus sueños de estudiantina- le brindan la ilusión de sobremesa de estar transformando el país, al que alegremente conducen al desastre.
Algunos compatriotas, que insisten en tomar en serio las amenazas kirchneristas, se preocupan por lo que pudiera venir. Sin embargo, la mimetización “morales-chavista” de la patota K no pasa, hoy por hoy, más que como una comedia de actores en decadencia, que nadie toma en serio. Su inexorable deterioro muestra la triste imagen de la descomposición, con síntomas fatales como no tener ya el respeto ni de los subordinados, ni la disciplina de los cuadros de la administración. La imagen de los otrora “sabuesos” de la AFIP, sentados en la vereda de Clarín en un operativo que no tenía siquiera directivas que no fueran la de estar allí pensando infantilmente que con eso intimidaban a un medio de prensa, expresa el patetismo de un país sin gobierno, que si sigue funcionando en clave de convivencia es por la madurez profunda de su gente decidida a impedir que el infantilismo de sus gobernantes afecte más aún la vida cotidiana.
Frente a todo este marchito escenario, surge la imagen potente de la Argentina que viene. Plural, pero dialoguista. Diversa, pero madura. Clara en sus disensos y en sus consensos, expresados en clave de unidad de una Nación que busca su futuro.
El “espanto” no es el Vicepresidente conversando con madurez con todo el abanico político y con cualquier compatriota quiera dialogar. Más bien está en el otro extremo de la Avenida de Mayo, diciendo diariamente imbecilidades por la cadena nacional y produciendo el derrumbe del “share” radial y televisivo a mínimos históricos. Lo que no sería más que una anécdota, si no llevara consigo el signo grotesco del desgobierno.
Ricardo Lafferriere
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