Como Argentina en los 90, Grecia vivió por encima de las posibilidades de su economía, financiando su gasto con una deuda a la que no podría hacer frente. Pero al igual que la Argentina actual, para atrapar acreedores incautos, se dedicó a falsificar sus estadísticas buscando mostrar que su economía es más grande de lo que efectivamente es y que sus desajustes son menores a los reales.
Lo que le pasa a Grecia, le pasó a la Argentina. Pero lo que le pasa a Grecia también le puede volver a pasar a la Argentina. En ambos casos, la obsesión de descuidar desde la inversión en infraestructura, la capacitación permanente de su gente para incrementar la productividad y la preservación de estructuras estatales incompatibles con una economía dinámica acompañados con un alegre endeudamiento público, diseñan la tormenta perfecta.
Por eso cuando la Presidenta identifica la crisis helénica con la que sufrió nuestro país a comienzos del siglo, asume un enfoque tan rudimentario como peligroso. Dice la mitad de la verdad y oculta la otra mitad, la que está dentro de su responsabilidad –ya que no puede actuarse sobre lo que pasó antes, pero sí podría sobre lo que es posible que pase-.
Pero eso no es todo. Al comparar las crisis, sólo observa las consecuencias, las que sufrió Argentina y hoy está sufriendo Grecia. Oculta que los “ajustes” son la consecuencia inexorable de los previos “desajustes”. Pronunciarse contra los “ajustes” pero, a la vez, proseguir alimentando la tensión de los “desajustes” como si éstos no existieran, es el mejor camino para reproducir la historia hacia ajustes controlados –que es lo mejor- o impuestos por la realidad –en forma cada vez más traumática-.
La Argentina en el 2001 fue golpeada por una crisis expresada a través de su deuda pública, que se hizo insostenible cuando la situación financiera internacional comenzó a mostrar escasez de crédito y los acreedores comenzaron a ser más exigentes al renovar sus activos. Pero el 2001 no salió de un repollo, sino de varios años previos de dislates hiperconsumistas a través del “súper-peso-dólar” por encima de la capacidad productiva del país, que financió esos dislates pidiendo prestado adentro y afuera. Como ahora.
Por supuesto que es políticamente muy difícil advertir esta situación a quien se encuentra en una situación económica dura y de pronto comienza a ver abundancia de créditos y plazos. Es políticamente más “correcto” dejar pasar las cosas para no aparecer malquistado con los compatriotas que sienten un alivio circunstancial a su pobreza. Pero esta corrección no inhibe la profunda inmoralidad que significa ocultar las consecuencias que acarreará el dispendio de lo que no se tiene y el creciente endeudamiento, que en algún momento mostrará su límite –como en el 2001 entre nosotros, como en Grecia hoy-.
El Euro es para Grecia lo que fue el dólar para la Argentina en nuestra crisis: un indicador del desfasaje. La ayuda de la Unión Europea a Grecia es la ayuda que la Argentina necesitó hace nueve años del FMI, y no la obtuvo –mandaba Bush...-
En ambos casos esa ayuda sólo significa un puente hacia la toma de conciencia de la propia realidad. Si llega, es una oportunidad que puede permitir pasar en limpio las posibilidades reales de la economía y dejar al descubierto las tareas necesarias para retomar el impulso al crecimiento, que en cada país tienen sus propias particularidades. Y si no llega, implica que lo que sí llegará son las fuerzas liberadas de la economía, que son lo más parecido a un fenómeno natural. Y en este sentido, la huelga general convocada por los sindicatos griegos –como el grito de guerra “que se vayan todos”, que tuvimos en el 2001- es como si los chilenos o los haitianos hicieran una huelga general para protestar por sus terremotos.
Esta reflexión está lejos de ser de “izquierda” o de “derecha”, como no lo es la decisión de Moreno de despedir mil empleados de la papelera Masuh como condición de su viabilidad, ni la decisión de Raúl Castro de convocar dramáticamente a un “segundo ajuste” de la economía cubana que incluye la reducción de plazas en las universidades, el cierre de comedores para los cubanos más necesitados y la eliminación de subsidios populares. O como no lo es la del parlamento griego de reformar su sistema de pensiones y reducir gastos estatales. Es que la economía, sea de izquierda o de derecha, usa las mismas matemáticas, en las que dos más dos son cuatro.
Grecia, entonces, significa por cierto un recordatorio sobre lo peligroso que es ignorar los límites, creer que se puede mentir indefinidamente, endeudarse por encima de las posibilidades –y además, para gastar en lugar de para invertir- o engañar con los números estadísticos, como el enfermo que prefiere ignorar la marca del termómetro.
Lo que está ocurriendo en Grecia, entonces, ciertamente tiene relación con lo que nos pasó en el 2001: conmociones sociales y hasta muertes por las protestas. Pero lo más grave es que lo que hizo Grecia para llegar a ésto tiene también una dramática similitud con lo que la Argentina de los Kirchner está haciendo hoy, y está anunciando lo que nos puede pasar mañana si no nos comportamos como un país con sentido común. Y en este sentido, con la experiencia a la vista, ni Cristina ni Néstor Kirchner podrán eximirse de su responsabilidad si llegara a haber de nuevo argentinos muertos en las calles.
Ricardo Lafferriere
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