lunes, 3 de mayo de 2010

UNASUR

Para algunos es el “Ministerio de Colonias” de Brasil. Para otros, un foro más –de los tantos- que justifican el turismo político y las burocracias inútiles. Para los más optimistas, es una instancia de integración sudamericana. De ese organismo Néstor Kirchner acaba de ser designado Secretario General.

Impulsada por la diplomacia brasileña, la “Unión de Naciones Sudamericanas” tuvo desde el comienzo el objetivo de conformar un espacio de poder en el que el Brasil pudiera respaldarse para su ambición de convertirse en potencia global. En las reglas de juego de la política internacional, no está mal. Todos los países que se precien tienen su “espacio” de influencia destacada: los Estados Unidos tienen la OEA, España la Comunidad Iberoamericana de Naciones, y en algún momento hasta nuestro país soñó con que ese espacio podría ser el desarrollo de la “Cuenca del Plata” o del propio Mercosur. Los demás convocados, un poco por cortesía y otro poco porque son espacios en los que pueden obtener alguna ventaja de la aspiración ajena, suelen concurrir. Siempre son fuentes de trabajo adicionales para la diplomacia y lugares en los que el entramado de las relaciones permite el intercambio de bienes, favores, apoyos o alineamientos en el múltiple colorido del escenario mundial actual.

En el caso del UNASUR, su inutilidad queda patentizado en disposiciones funcionales. Sus resoluciones deben ser tomadas “por consenso”(art. 13, párrafo 3) –para lo cual no se requiere contar con un organismo especial-. Es más: aún lograndose consenso sobre una medida o política, “los Estados miembros pueden eximirse de aplicar total o parcialmente una política aprobada, por tiempo definido o indefinido” (art. 13, párrafo 5), lo que hace inutil cualquier decisión. El financiamiento del organismo estará a cargo de los Estados parte, según su capacidad económica (art. 16). Al contar Brasil hoy con un PBI equivalente al doble de la totalidad de los demás países sudamericanos sumados, será el principal soporte, o sea, el principal decisor sobre la efectividad y vigencia de las medidas que se decidan. En otras palabras, será “el que mande”.

En caso de controversia entre los Estados Miembros, éstas deberán resolverse por “negociaciones directas” (art. 21) y si éstas no fueran resueltas, se elevarán al Consejo de “Delegados y Delegadas” (sic, ésta es la parte que le dejaron escribir a Cristina). Si las diferencias persistieren, se elevarán al Consejo de Ministros de Relaciones Exteriores, para su consideración (art. 21). O sea: igual que si el organismo no existiera.

De acuerdo al articulado del Tratado, difícilmente podría imaginarse un organismo con menor ejecutividad, imperio legal u obligaciones contractuales para la decisión e impulso de políticas concretas. El simbolismo será su única virtualidad, y éste será dado por la respetabilidad de los funcionarios permanentes designados y el uso que decidan darle los países firmantes al “sello” del organismo.

En fin. La Argentina ha sido llevada por Kirchner y su esposa a un grado tal de aislamiento e insignificancia internacional que cualquier espacio que la tenga en cuenta debe ser ocupado, aunque no sirva para nada. Por supuesto, a condición de que ese espacio no conspire para incrementar su aislamiento, por falencias de fondo o forma en el desempeño del compatriota convocado.

Puede ser que el ex presidente aporte a la integración sudamericana. Sin embargo, los intereses argentinos sobre el tema no pasan por priorizar el alineamiento pro-brasileño, sino apuntar a un espacio mayor en el que participe México –cuya dimensión, trayectoria política y puerta de entrada al mayor mercado mundial son claves-; que esté firmemente alineado con los países responsables en incrementar la seguridad internacional y la paz –lo que no coincide con los lazos de Bolivia, ni con las fintas de Chavez y el propio Lula con el Irán nuclear y terrorista-; que refuerce la construcción de una comunidad mundial con mayores cuotas de democracia y normativas económicas homologables –objetivo al que la presidenta adhirió firmando el acuerdo de Londres del G-20, pero se niega a aceptar porque descubriría sus falsedades estadísticas- y en lo más cercano, priorice la región, habida cuenta de que los desafíos mayores pasan por la integración física con todos los países del entorno (el corte del Puente San Martín va para tres años...) y consiga de Brasil una apertura más franca de su mercado para las exportaciones nacionales.

La Argentina, mientras tanto, deberá reescribir su historia oficial de relación con nuestro gran vecino del que, como lo afirmara días atrás el inefable Franco Macri, -aunque “con tristeza” según sus palabras en la Revista La Nación del 2 de mayo- hoy por hoy, apenas somos “una provincia”. Quienes criticaron durante décadas la poco feliz frase del vicepresidente Roca en oportunidad de firmar el tratado con Gran Bretaña en 1933, cuando sostuvo que “desde el punto de vista económico, la Argentina debe ser considerada parte integrante del imperio británico” deberán rever sus lapidarios juicios, claro que esta vez cambiando “Roca” por “Kirchner”, “Runciman” por “Lula” e “Imperio Británico” por “Brasil”. Kirchner es ahora un nuevo funcionario de Lula, quién –como se deduce de su novedoso romance con Pepe Mujica y trascendió en los diferentes medios de prensa- fue el encargado de “destrabar” el veto oriental, a cambio de pasos menos simbólicos que un cargo inservible: la terminación de la interconexión eléctrica brasileño-uruguaya, la reconstrucción de la red ferroviaria de su país, la participación de Brasil en la construcción del puerto de aguas profundas de La Paloma, y el apoyo brasileño para la exlporación del subsuelo marino uruguayo en la búsqueda de hidrocarburos...

Por lo demás, todos contentos...

Como suele ocurrir en las aventuras kirchneristas, poco importan las formas. Entre ellas, una no menor es –como se ha dicho- que la Argentina no ha ratificado el tratado fundacional del UNASUR, por lo que no es socia de pleno derecho del organismo. Un ex presidente argentino está en la nebulosa situación de ocupar un puesto internacional de un organismo semiinexistente, cuyo ejercicio impone la obligación de tener “dedicación exclusiva” (art. 10), de residir en la sede del organismo, fijada en Quito y de ser financiado casi totalmente por Brasil. Cabía preguntarse si el Dr. Kirchner renunciaría a su función como presidente del Partido Justicialista, renunciaría a su banca testimonial de Diputado y se iría a vivir a Ecuador. En realidad, nadie podría imaginar al Secretario General de la ONU o de la OEA ocupando una banca legislativa en su país de origen, o presidiendo un partido político en disputa por el poder en uno de los países miembros...

Pero no. Ya consiguió que Ecuador le “ceda” la sede, no quiere abandonar su banca que le garantiza impunidad, y de dejar la presidencia del PJ, ni hablar. Como es su estilo, comienza su función burlando el tratado que no lo es sin que a nadie le preocupe. Mucho menos a su nuevo empleador, para el que las funciones internas de su novel empleado hasta pueden resultarle de utilidad. Vaya a saber...


Ricardo Lafferriere

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