“Estoy preocupada, sorprendida y dolida” por lo que le han hecho. “Realmente le brindamos todo nuestro apoyo.” Por supuesto que ésto "no significa inmiscuirse en asuntos internos españoles", declaró muy suelta de cuerpo la presidenta Fernández de Kirchner luego de entrevistarse con el Juez Garzón, sancionado por las autoridades judiciales máximas de España por intentar aplicar en ese país una ley inexistente. Cabría preguntarse qué hubiera ocurrido si Rodríguez Zapatero trajera su solidaridad con un Juez argentino sancionado por el Consejo de la Magistratura o la propia Corte Suprema.
“Einstein decía que un índicio de la locura es creer que con los mismo métodos se van a alcanzar resultados difrentes”, afirmó al ser consultada por las fuertes medidas económicas que su amigo Rodríguez Zapatero se ve obligado a tomar para compensar los serios desajustes que cometió en años anteriores, gastando por encima de las posibilidades de la economía española al punto de llevar su deuda pública a cerca de un billón de euros.
Estas dos primeras declaraciones indican la falta de percepción por parte de la presidenta argentina de los juicios críticos que ha producido su estilo confrontativo, que la lleva a sentirse en la obligación de opinar sobre cualquier cosa –incuso sobre lo que no sabe nada- en tono admonitorio. El aislamiento de la realidad le impide advertir que no está hablando en el “país Jardín de Infantes” creada por su “relato” voluntarista apoyado en las estadísticas que fabrica y las afirmaciones al vacío, sin debate ni cotejo con la prensa, sino en un país que practica la democracia con un nivel de calidad institucional alejado de los caprichos kirchneristas.
Pero eso no es todo. Luego de avalar en forma expresa las actitudes patoteriles de su Secretario de Comercio, prohibiendo por teléfono y sin ninguna resolución o norma escrita la compra de alimentos importados, declaró desahogadamente en España que “no hubo restricciones de ninguna manera” sobre esas importaciones y que no tenía conocimiento de las medidas restrictivas por las que se le preguntaba.
En este tema, las opciones son dos: o la señora presidenta vive en una burbuja y no conoce lo que pasa en su país, donde las medidas ocuparon durante la semana la tapa de todos los diarios –incluso los panfletariamente oficialistas- y noticieros de radio y televisión al punto que provocaron una presentación de todos los embajadores de la Unión Europea en el Congreso Nacional –primera vez en la historia que se da un acontecimiento de esta significación política-; o ha asumido el cinismo como conducta permanente, al negar lo evidente con plena conciencia de su falsedad.
Los argentinos hemos aprendido a no tomar en serio lo que dice, y no solemos ya escandalizarnos –y ni siquiera preocuparnos- por los inefables discursos presidenciales, que nadie escucha. Ocurre, sin embargo, que fuera de nuestras fronteras lo que dice un presidente suele ser escuchado y es percibido como medianamente serio. Quizás el Canciller debiera advertirle esto, para cuidar más su incontinencia opinadora, máxime cuando ya el mundo conoce el crecimiento de la pobreza, el desborde inflacionario, la reaparición de los déficits públicos y la renovada marcha del endeudamiento que fue la condena de Argentina en los últimos ochenta años, y es hoy impulsado a vela desplegada por la gestión de la inefable “maestra de Siruela”.
Y también comenta el inexplicable enriquecimiento de la sociedad conyugal presidencial, inversamente proporcional al crecimiento de los índices de pobreza de la población argentina.
Ricardo Lafferriere
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