Informaciones que cobraron estado público este fin de semana indican que el ANSES habría dejado de contar ya con superavit operativo, y estaría destinando a gastos decididos por el gobierno fondos de su capital de reserva.
El secreto con que son manejados estos fondos impide verificar las informaciones, pero las colocaciones de titulos públicos que ha realizado la Secretaría de Hacienda en el organismo sólo durante lo que va del corriente año 2010 ascienden a Cuatro mil Setecientos ochenta y nueve millones de pesos ($ 4789).
Las autoridades de la ANSES, por su parte, interrogadas al respecto en la Comisión de la Cámara de Diputados, expresaron que los fondos previsionales se habían acrecentado desde que están administrados por la gestión oficial. Lo que no aclararon debidamente es que ese incremento contabiliza como fondos reales los títulos de deuda que ha recibido de la Secretaría de Hacienda como contrapartida a su asistencia financiera al gobierno nacional.
Y eso es una burla.
Decir que el capital está porque se cuenta con papeles sin valor que les ha entregado a cambio el fisco, es la misma broma de mal gusto de las autoridades del Banco Central, cuando contabilizan como “reservas” los títulos públicos que les ha dado también el gobierno por la transferencia de recursos que le ha realizado al Estado. La Secretaría de Finanzas informó que sólo en el 2010 emitió ya deuda por Diecisiete mil novecientos diez millones de pesos ($ 17.910 millones), colocadas todos en entes estatales.
El jubileo es total. Y el daño es doble.
Por un lado, el efecto “droga”que va adormeciendo en un sopor de felicidad a millones de argentinos. Se inunda el mercado de papel pintado, que da la sensación en el corto plazo que la economía anda a pleno. Se reciben recursos fáciles y muchos prefieren ni siquiera enterarse de dónde salen. Y la mentalidad inflacionaria se va instalando nuevamente, en una cultura popular con clara tendencia al individualismo en la que cada persona siente que podrá ganarle a la inflación con compras a plazos, con endeudamiento bancario, con adelanto de consumos, con compra de divisas, con aumentos salariales conseguidos por la presión sindical por encima de la inflación pasada y apuntando a la imaginada inflación prevista, o con cualquier otra maniobra que le permita la ilusión de estar a salvo. Como con la experiencia argentina todos han aprendido algo, desempolvan recuerdos y vuelven a la lucha, olvidando a dónde nos condujo empezar con “un poquito de inflación” y jugando alegremente a gastar lo que no teníamos.
La otra consecuencia es la creciente debilidad institucional. Esos recursos fáciles que el fisco absorbe de la ANSES, del Banco Central o del PAMI, no pasan por el debate ni la decisión parlamentaria. Su destino se decide discrecionalmente por parte de la pareja presidencial, quien los utiliza en todos los casos –aún en los que tienen una base justa, como el ingreso universal a la niñez- bastardeando la función estatal, construyendo clientelismo y subordinando en forma humillante a quienes les ha tocado en suerte ser pobres. Reciben recursos los gobernadores que se alinean, los intendentes que responden al llamado oficialista, las organizaciones sociales que se disciplinan servilmente ante el kirchnerismo, los pobres que aceptan formar parte de alguna de las redes clientelares. No los reciben por disposición de la ley, sino por designio del poder. Y así, por ejemplo, cerca de tres millones de niños argentinos quedan marginados del pomposo “ingreso universal a la niñez” a pesar que sus necesidades son iguales o mayores de las que sufren quienes sí lo reciben.
La contradicción con lo prometido es patético. Cristina Kirchner había prometido en su campaña electoral que lograría el 4 % del PBI de superávit fiscal, frente al 2,7 % con que recibía el país de manos de su marido. En este momento, no sólo que el superávit desapareció, sino que tenemos ya el 3,4 % de déficit. O sea, una bomba de tiempo.
Y ahora, una palabra sobre los argentinos. Estamos marchando directamente hacia una crisis. Lo decimos con claridad, para que cuando estalle no pueda decirse que no fueron advertidos. La misma crisis que sufren inexorablemente quienes comienzan a consumir narcóticos y se sienten felices y eufóricos en los primeros pasos. Eso es la inflación, alimentada con la ficción de recursos inexistentes.
Va a llegar un momento en que esos recusos se acaben. No pasará mucho tiempo: apenas uno o dos años. No se diga entonces que la culpa es de otros. No es más que de cada uno. Y aunque no esté en manos de nadie individualmente cambiar el rumbo, aunque la responsabilidad central y exclusiva es hoy de quienes teniendo la obligación de administrar bien cometen dislates, cada uno debe tomar las medidas para ir preparándose para el derrumbe. Ahorrar, no endeudarse, resistir la tentación de las tramposas cincuenta cuotas que enriquecen a pocos pícaros, no desesperarse porque el vecino consume lo que no tiene. Y pensar cuando se vota. Recordar que nada es gratis, mucho menos ser cómplice del robo a los jubilados, de la trampa a los asalariados, o de la complicidad con los cleptómanos.
A doscientos años de la fundación de la patria, los argentinos deberíamos recordar que no es así como se hizo grande el país, sino trabajando, convocando inmigrantes y capitales, educando a sus jovenes, cuidando a sus viejos y respetando a quienes trabajan e invierten pensando en su futuro. Porque el país, amigos, no es nada más ni nada menos que la suma de los esfuerzos personales de cada uno de sus habitantes.
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