El
desarrollo de la guerra civil en Siria no puede ser más preocupante para quienes creemos en la paz, la democracia
y la posibilidad de convivencia entre pensamientos diferentes.
Como en
todo conflicto a abierto que reemplaza al diálogo
honesto, la tendencia es el desplazamiento de los actores hacia sus componentes
más extremos.
Siria no
es la excepción, acercándose a una guerra cuyos componentes más dinámicos están derivando a ser Hezbollah (apoyando al gobierno) por un
lado, y Jabhat al Nussrah -componente de Al Qaeda- como grupo militar hegemónico de la oposición, por el otro.
Las
simpatías y apoyos externos complican
aún más el escenario.
La
utilización de gases y armas químicas por parte del gobierno de Al-Assad (régimen dictatorial y atrozmente represivo del partido Baas que gobierna con estado de
sitio desde 1963) ha colocado al gobierno de Obama en uno de sus dilemas más complicados, por su compromiso previo de intervenir si
ese extremo llegaba a ocurrir.
Estados
Unidos está obligado a hacerlo, no sólo por sus compromisos internacionales, sino de su propia
palabra, cuando hace pocos meses evitó ayudar a los rebeldes porque
tal extremo (el uso de gases por parte del gobierno) no estaba suficientemente
probado.
Pues
ahora sí lo está. El bombardeo con gases ha provocado ya la muerte de
cientos de civiles en aldeas tomadas por los rebeldes y atacadas por las
fuerzas de Al-Assad, especialmente en la aldea de Hams y en la destrozada
Aleppo, segunda ciudad del país.
Si
Estados Unidos no interviene, su credibilidad internacional quedaría fuertemente dañada. Pero si lo hace, estaría apoyando directa o indirectamente a Al-Qaeda.
Obama
decidió cumplir con su palabra a
medias, haciendo llegar armas a los rebeldes.
Pero esa
decisión motivó la de Rusia y de Irán de apoyar con armamento de última generación a Al-Assad. Es natural. Ni a
Rusia ni a Irán les afecta ninguna pérdida de prestigio internacional apoyar a un régimen que masacra con gases a su propia población, pero sí les afectaría tener en su vecindad un Estado abiertamente terrorista y
hostil.
Consecuente
con esta decisión, Irán ha enviado también un numeroso contingente de
la Guardia Revoluciona (4000 combatientes) para apoyar al régimen de Al-Assad.
El aquelarre
se completa con los temores de Turquía e Israel, por la fuerte
participación de Hezbollah, enemigo de
ambos en el Líbano, con creciente influencia
en Siria debido a su apoyo al régimen de Al-Assad.
Las
vueltas de la geopolítica, por su parte, vuelve a
acercar a los socios anti-rusos de Afghanistan, EEUU y Al Qaeda.
Nadie
puede imaginar cómo terminará ésto. Sí está claro quienes lo sufren. La
guerra ha provocado ya cerca de cien mil muertos, más de un millón de refugiados y cuatro
millones en situación de crisis humanitaria.
Obviamente, la inmensa mayoría corresponde a población civil.
La
comunidad internacional -especialmente las Naciones Unidas- debiera seguir
intentando potenciar a los actores racionales de este conflicto, alimentando
los islotes de tolerancia democrática que subsisten, para
encauzar una salida que recupere la paz en este sufrido país del oriente medio sobre la base del respeto a los
derechos humanos, la independencia nacional y la convivencia democrática de sus ciudadanos a pesar de sus diferencias
religiosas, étnicas o ideológicas.
Ricardo
Lafferriere
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