“No quiero que
le digamos más Vaca Muerta;
de ahora en
adelante la llamaremos Vaca Viva”
Cristina
Fernández de Kirchner
Los informes científicos no discrepan: la presencia de moléculas de CO2 en la atmósfera atravesó la barrera de las 400 partes por millón. Hace tres millones de años que el planeta no llegaba ese nivel.
Al
comenzar la revolución industrial, esa concentración era de 280 ppm. Si
continúa el actual incremento, llegará a
las 500 ppm en tres décadas. En ese momento, todo será impredecible, ya que
atravesaremos un umbral que jamás la humanidad vivió en sus cientos de miles de
años de existencia. La elevación de la temperatura promedio del planeta será de
entre 4 y 5 grados.
La
generación de CO2 tiene fuentes diversas, varias de origen natural. Una de
ellas, sin embargo, está en nuestras manos controlar: la quema de combustibles
fósiles –carbón, petróleo y gas-.
Hasta
hace una década, el peligro era grande pero en última instancia, restringido a
las existencias conocidas de hidrocarburos, que se pensaba que habían llegado a
su límite.
Sin
embargo, el desarrollo de técnicas novedosas –como el “fracking”- permite
buscar nuevos yacimientos, más profundos. Las arenas bituminosas de Canadá, el
“shale” en Estados Unidos, Rusia, China y Argentina, y el “pre-sal” en Brasil,
lanzan nuevamente la carrera.
El
planeta está nuevamente en las puertas del “corredor de la muerte”. Y no se
trata de un destino inexorable, sino que responde a decisiones humanas.
Sin
embargo, así como se cuenta ya con tecnologías para ir más profundo a buscar
más petróleo, también las hay para obtener energía de fuentes renovables, sin
perjudicar el ambiente, ni la geología.
“Me
gustaría que la Argentina se pareciera a Alemania”, le expresó la presidenta
argentina Cristina Fernández a la Canciller Angela Merkel en ocasión de su
visita a dicho país. Esa expresión de anhelos seguramente refleja la aspiración
íntima de la mayoría de los argentinos en el caso de la energía.
No ha sido, sin embargo, el rumbo
que Fernández de Kirchner ha impreso a la política energética durante su
gestión. Frente a los 32.509 Mwh de generación de energía solar en Alemania, la
Argentina muestra, en el 2012, una capacidad de generación de energía solar de
apenas 6,2 Mwh .
Curiosamente, el gran salto en
generación solar se produjo en Alemania en la misma época en que el presidente
Kirchner se hacía del poder en la Argentina. En ese momento, la capacidad de
generación solar instalada en Alemania apenas alcanzaba a 100 Mwh. Es bueno
recordar que tampoco se trata de que ese país que tenga mucho sol: su
emplazamiento entre los paralelos 51 y 55 equivale en nuestro hemisferio al sol
que puede captarse entre Rio Gallegos y Ushuaia.
En los diez años siguientes,
Alemania llevó su parque solar de 100 a 32.000 Mwh. y su capacidad total de generación
a más de 120.000 Mwh. Argentina sólo agregó a su parque generador 6 Mwh. (seis)
de energía solar, y dos centrales térmicas, pasando en total de 17.000 Mwh a
19.000.
Su proyección de largo plazo se
orienta a la puesta en valor de las reservas de “shale” del yacimiento de Vaca
Muerta. Es decir, a quemar más
hidrocarburos fósiles.
Ninguna proyección de necesidades
energéticas para las próximas décadas requiere recurrir al saqueo del subsuelo.
Todas son previsibles con el desarrollo de fuentes renovables. La sistemática
reducción de costo de las energías renovables hoy la hacen las fuentes normales
por excelencia.
Por el contrario, insistir en las
sofisticadas y costosas técnicas del nuevo impulso hidrocarburífero mediante
técnicas no convencionales sólo responde a intereses del “statu-quo”, el que
resiste el cambio y prefiere seguir la marcha hacia el suicidio.
Vaca Muerta no es una fuente
energética indispensable. Es, en todo caso, una fuente de nuevas rentas. No es
una respuesta energética, sino un objetivo económico, de dudosa ética ambiental.
“Vaca Muerta” es el equivalente
energético de un campo con “solo soja”. Por el contrario, “energías renovables”
es el equivalente a la “diversificación” de los cultivos.
Vaca Muerta es profundizar la
dependencia, apuntar a las rentas rápidas, creer que se solucionan los
desequilibrios generados por la incapacidad de gestión y de la propia
organización económica y social cargándolos en la cuenta del planeta –es decir,
de nuestros hijos y nietos, de su aire y de su agua-.
Es ignorar el daño a las próximas
generaciones, pero también a nosotros mismos en los próximos y cercanos años.
Es conspirar contra el desarrollo tecnológico, la sofistificación y progreso
social.
Es abrirnos al riesgo de una de
las consecuencias de las rentas petroleras en las sociedades que viven de
ellas: democracias inexistentes o reducidas, políticas corruptas, indiferencia
por el progreso humano, creación de clientelismo, estratificación de la
pobreza, aparición del terrorismo y la intolerancia.
“Sólo soja” es destrozar el suelo
con su agotamiento y erosión. Vaca Muerta es destrozar el subsuelo con su
ruptura y contaminación.
Por supuesto que es “lindo” tener
rentas. Pero deja de serlo si implica ser cómplices en el deterioro del
planeta, de su atmósfera, de su biodiversidad. Es mucho más lindo convivir con
el entorno en armonía, desarrollarse sin dañarlo, cuidar el delicado equilibrio
que nos permite disfrutar del tesoro de la existencia en el maravilloso
escenario de un planeta vivo.
Esto, que hasta hace pocas
décadas hubiera parecido un utópico escapismo filosófico, deja de serlo con sólo
mirar lo que está ocurriendo diariamente con tormentas, mega-inundaciones y tsunamis,
tornados gigantes y glaciares que desaparecen, hielos polares que se derriten,
especies que se extinguen, aire que se envenena y agua potable que se agota.
No necesitamos Vaca Muerta, ni
shale, ni fracking, ni pre-sal. Tampoco lo necesita el planeta. No es allí
donde está nuestro lugar, sino compartiendo ilusiones con quienes creen que es
posible un futuro emancipado de las nuevas alienaciones y compatible con la
vida en libertad, en una democracia sofisticada y tolerante, con seres humanos
educados en el dialogo cuya vida no requiera la dilapidación de rentas que no
nos pertenecen, aunque nos permitan en lo inmediato seguir con la fiesta.
Mejor que compartir con EEUU,
China, Rusia, Canadá o Brasil el discutible honor de ser los nuevos verdugos del
planeta sería, coincidiendo con la presidenta -en otros tiempos-, tratar de “parecernos a Alemania”.
Ricardo Lafferriere
No hay comentarios:
Publicar un comentario