domingo, 8 de junio de 2014

Coordinación. Pensamiento. Nacional

El pensamiento es, por definición, individual, personal, fruto de un misterioso conjunto de procesos químicos producidos en el cerebro humano.

Atribuirlo a un "colectivo", como la Nación, es siempre un simbolismo. Por lo pronto, necesita un supuesto: definir con claridad los límites de ese colectivo. Ha sido uno de los problemas del marxismo, con el concepto de "clase obrera" y pretender infructuosamente para sus integrantes una sola forma de entender el mundo.

La Nación, como concepción política, es una creación relativamente moderna. Su auge se dio a mediados del siglo XIX, interpretando los procesos de unidad de países europeos antes fragmentados. Se llegó a ella por varias vías. Los pueblos germanos, por la raza. Los latinos, por la cultura. Otros, por la lengua o la religión. Siempre frente a "otros", generalmente vecinos.

¿Cómo lo hicimos los argentinos? Raza, cultura, lengua, religión, no marcan "límites" y mucho menos los marcaban en tiempos de la Constitución Nacional, que instituyó el concepto adoptando el pensamiento político más avanzado de la época. Nuestros vecinos, ahora y mucho más antes, tienen las mismas raza, cultura, religión y lengua.

Nuestra idea nacional, nuestro "patriotismo"', fue territorial. La imagen de la Argentina es la forma que tiene el territorio en el mapa.

Es lo común en América, pero no en el mundo. Ha sido distinto en países conformados alrededor de linajes monárquicos, por ejemplo para la identidad británica derivada de un imperio universal o para un ruso que concibe a su país con fronteras siempre móviles. Tampoco el territorio ha sido central para la autopercepción de otros, por ejemplo para un polaco que ha oscilado en poco más de dos siglos de ser uno de los países más extensos y poderosos de Europa, desaparecer, renacer en un pedazo de su viejo territorio, desaparecer nuevamente absorbido por dos de sus vecinos -que además, mataron todos sus sectores dirigentes intelectuales, empresarios, políticos, obreros, culturales en un infructuoso propósito de extirpar su memoria- para luego renacer en otro territorio, con otras fronteras, pero con los mismos vecinos, aunque en otra circunstancia histórica.

Otros surgieron de guerras en las que ellos no participaron, ya que ni siquiera existían como tales, por ejemplo países del Oriente Medio. O los israelíes, sin territorio durante dos mil años. 

Las formas, en síntesis, son tan diversas como países existen. El "pensamiento" que los "identifica" tiene en consecuencia, también justificaciones diversas. La religión, guerras históricas, la lengua compartida, su ubicación geopolítica, etc. etc.

Nuestro sentido de pertenencia es territorial. ¿Significará ésto que la nueva Secretaría "coordinará" el "pensamiento" de todas las personas que convivimos en este territorio? La sola idea es absurda. Porque tampoco podemos ignorar que entre nosotros, la expresión "pensamiento nacional" expresa no a todos, sino a una de las construcciones ideológico conceptuales que se ha definido también por su "contrario", tradicionalmente identificado con ideas liberales.

El nuevo Secretario, en sus primeras declaraciones, ha hablado de "convocar" a todas las "corrientes" y eso es tranquilizador para quienes sospecharon, con fundados motivos, de un intento de profundizar la manipulación desde el espacio estatal de la interpretación "oficial" de la historia y de las ideas.

La nación es una categoría histórica, decíamos, de factura relativamente reciente. Su tendencia actual es diluirse en otros espacios a medida que avanza a ritmo acelerado el cambio de paradigma universal hacia estadios crecientemente globalizados. El nuevo desafío para quienes "con-vivimos" en este territorio es abordar esa reflexión, so peligro de ser arrastrados en forma acrítica en una corriente avasallante y con importantes aspectos desconocidos.

La humanidad ha entrado en un proceso -iniciado luego de la 2a Guerra y acelerado al terminar la Guerra Fría- de universalización de valores -derechos humanos-, problemas globales -energía, deterioro ambiental- y reconversión económica -desarrollo tecnológico y globalización de fuerzas productivas- cada vez más alejado de los que motivaron las elaboraciones conceptuales y alineamientos ideológicos de tiempos de las "naciones" y más cerca de la humanidad en su conjunto y de los seres humanos en su dimensión esencial, más que nacional.

Hay -y habrá- coletazos, asincronías y amenazas de regresos a la geopolítica de otros tiempos. El futuro, sin embargo, que es el espacio natural de la política en su papel de conducción de los procesos sociales, requiere otra cosa. Coordinación, si. Pensamiento, si. ¿Nacional? Tal vez, aunque concentrada en la complicada imbricación de los argentinos en el mundo.

Humanidad, casa común planetaria y seres humanos, justamente los grandes ausentes de las ideologías del siglo XX, siguen reclamando que los argentinos les abramos siquiera un pequeño espacio en nuestro pensamiento reflexivo. No queda por ahora la sensación que la nueva Secretaría ayude en esa tarea, la mayor que deben abordar las personas en esta etapa histórica.


Ricardo Lafferriere

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