Es ya un deporte nacional debatir si el kirchnerismo “llega”
o “no llega” a diciembre de 2015. El debate es acompañado por la aceleración de
las campañas electorales, que a pesar de lo dispuesto en la ley respectiva se
encuentran en pleno desarrollo.
En efecto: han “lanzado” sus candidaturas presidenciales
Sergio Massa, Daniel Scioli, Mauricio Macri, Julio Cobos, Florencio Randazzo,
Hermes Binner, Agustín Rossi, Pino Solanas, Elisa Carrió y esta semana lo hará
Ernesto Sanz.
El rumbo de crisis en el país, mientras tanto, sigue su
marcha rampante. Para percibirlo alcanza con observar los datos “de campo” –la
relación entre precios y salarios, la desocupación, el valor del dólar paralelo
y las tarifas- y los datos “de segundo piso” –el déficit fiscal creciente, el
desequilibrio de la balanza comercial, la crisis de la balanza de pagos y la
emisión monetaria sin respaldo-. Todos muestran una progresión crecientemente
acelerada.
El rebote social no es menor. Se nota en las calles una
agresividad en ascenso, igual que los delitos contra la propiedad y una
creciente violencia en estos hechos delictivos. Se ven cada vez más negocios
con persianas cerradas en forma permanente, y compatriotas viviendo en la
calle, en una cantidad que no se observaba desde hace al menos tres años.
Políticamente, la desorientación del gobierno frente a la
crisis que él mismo provocó es incremental. Debiera asumir la actitud madura de
respaldarse en una convocatoria honesta a la unidad nacional sin preconceptos
invitando a las fuerzas políticas más representativas a cambiar ideas y acordar
políticas destinadas a atravesar la crisis atenuando sus efectos en las
personas más necesitadas. Eso se haría en cualquier “país serio”. Acá se lo
impide su vanidad.
En cambio, el kirchnerismo acentúa sus reflejos autoritarios
y busca un nuevo arsenal de enemigos a quienes responsabilizar por una
situación que es de su exclusiva responsabilidad. Se aísla más del mundo,
anuncia un incremento de su persecución sobre quienes quieren defender sus
ingresos del manotazo inflacionario refugiándose en la divisa, persigue con
represión la protesta social mientras se muestra impotente ante la delincuencia
común, a la que termina justificando, y amenaza con dejar al Estado cooptado
por su sector fundamentalista desplazando a los funcionarios que no son
absolutamente verticalizados a sus caprichos más esotéricos.
Alguna vez hemos dicho que la política es como un eje en
cuyos extremos se encuentra la lucha por acceder al poder (que es lo que interesa
a los políticos “profesionales”) por un lado y la lucha por los intereses de
aquellos que invoca representar (que es lo que interesa a los ciudadanos) por
el otro. La sana política es el arte de encontrar el punto de equilibrio entre
ambos propósitos.
La percepción que se siente hoy es que nadie se pone “el
país al hombro” y que el centro de gravedad de la acción política se ha
desplazado totalmente al primer extremo. El gobierno, preparando su vuelta al
llano luego del 2015 y la oposición construyendo su “posicionamiento” de cara a
la sucesión son los propósitos marcan la agenda, mientras la crisis avanza
raudamente ante un gobierno autista y una oposición alegremente indiferente.
Los argentinos, entre tanto, observan azorados la displicencia
con que el poder trata su presente. Mientras los ciudadanos cargan
preocupación, el país acumula tensión.
Ricardo Lafferriere
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