El tour por Vaticano y Nueva York significó ubicar en la
escena a los jóvenes invitados de La Cámpora y aliados cercanos. La agenda, por
el contrario, fue desconectada de la realidad cada vez más dura de la situación
nacional.
La valoración del reclamo presidencial puede ser discutible,
poniendo el tema en perspectiva. Sin embargo, poco tiene que ver con el
acelerado deterioro de la situación interna, que no está pidiendo involucrarnos
en luchas globales de largo plazo sino en la solución de problemas crecientes
en lo inmediato.
“Crecientes” significa “dirigiéndonos rápidamente hacia una
mega-crisis”, que, a diferencia del año 2001, no tiene causas externas sino
fundamentalmente internas, como es diagnóstico de la gran mayoría de los
analistas políticos y económicos objetivos.
La convención internacional para las reestructuraciones de
deuda es un viejo y justo reclamo del “poder político” frente a la tendencia
libertina de la globalización financiera. Ni siquiera es propio de los países
en desarrollo, en tanto la influencia negativa del tornado financiero global
afecta a las economías más desarrolladas. Los últimos años, desde el 2008 hasta
hoy, lo han demostrado.
No es, sin embargo,
un tema declamatorio, ni adecuado para la “diplomacia del megáfono”, usualmente
dirigida a quienes los viejos políticos de Comité caracterizaban como “el
zonzaje” o “la gilada”. O sea, a
nosotros, los ciudadanos de a pié.
Quienes tenemos algunos años recordamos estos
“mega-proyectos” que ayudan a adornar las tribunas (como el “Nuevo Orden
Económico Internacional”, o las “Metas del Milenio”) pero poco efecto tienen en
los episodios calientes de coyuntura, como el que atraviesa Argentina.
Hoy, la urgencia del país no es internacional, sino interna.
Una febril inflación que se ha despertado y comienza a desperezarse anuncia que
aquel pronóstico que desde esta humilde tribuna hiciéramos en enero de 2014 de
una divisa norteamericana alcanzando los
$20 pesos en diciembre no merece ya ridiculización –como entonces- sino que hasta
puede ser superada. Y detrás de ese derrumbe del valor de nuestra moneda, lo
que sigue: precios desbordados, angustiantes situaciones sociales, desocupación, disolución del salario, y decenas de miles de compatriotas
lanzados por la borda de la línea de pobreza.
Tal vez por haberse formado en tiempos lejanos en de la
historia reciente, quien esto escribe recuerda que el centro de análisis de los
grupos políticos –y gremiales, empresarios y universitarios- de los 60/70 del
siglo pasado era el país, su coyuntura y su salidas. Muy pocas veces, si
alguna, éstos incluían en la agenda el posicionamiento electoral o partidario.
Hoy, esa reflexión retumba por su ausencia.
¿Alguien se está haciendo cargo de lo que pasa, o sigue cada
uno privilegiando los símbolos de su imagen en la opinión pública, impostando
batallas épicas para la tribuna, elaborando inteligentes frases de marketing o
“posicionando” eventuales candidatos con recorridas efectistas?
La sensación que campea entre los argentinos es que pocos
tienen al país en su agenda. Ni en el gobierno, pero tampoco en la oposición.
No se siente que nadie se “ponga al hombro” la crisis que se acerca. Y eso
asusta, más que el dólar que se dispara, la inflación que excluye, la
desocupación que angustia, o algún imprevistamente famoso motochorro
circunstancial que –hasta él…- está “pensando seriamente en irse del país
porque ya no se siente contenido” por una dirigencia indiferente ante la
angustia de su gente.
Ricardo Lafferriere
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