Afortunadamente, hace varios años que dejé de serlo, luego de algún acierto y muchas equivocaciones. Hoy la edad me permite la licencia de sólo pensar y escribir, sin intentar incidir en nadie ni “dictar cátedra” desde una tribuna.
En esta situación de ciudadano corriente, aún con el pasado
a cuestas -que siempre pesa-, siento la vocinglería de mi “asamblea de neuronas”
discutiendo a los gritos, intentando aclarar lo que pasa y ayudarme a decidir
qué hacer.
En esa Asamblea, están las emotivas y las racionales,
pujando ambas por imponerse. ¿Habrá posibilidad de síntesis, o están
indefectiblemente condenadas al desgarro de la propia identidad? ¿Qué hacer?
Por un instante, una de las más viejas logra un pequeño
momento de silencio y habla, con toda la carga de su sensatez, errores, memoria
y regreso a las fuentes. No es malo escucharla. Total, siempre están las más
nuevas con los aportes del cambio del mundo, de la tecnología, de una sociedad y
un mundo que tienen similitudes, pero también diferencias grandes con los
tiempos jóvenes.
“¿Y si hacemos una incursión por nuestros viejos métodos de
análisis?¿quiénes están detrás y se expresan en uno u otro lado?
Comenzó el ejercicio intelectual. Dejemos de lado a la
vocinglera adjetivación que desde uno u otro protagonista impostan posiciones
de cara a la campaña y aún la personalización de los candidatos y hurguemos en
lo profundo, en las fuerzas sociales que se alinean en ambos lados.
En un lado,
claramente el país que giró durante décadas alrededor de la “corporación de la
decadencia”. Empresarios protegidos y rentistas, gremialistas corruptos, los
intendentes del conurbano donde imperan las mafias narco-delictivas, los
millones de clientelizados que se usan como carne de cañón para defender los
privilegios de la “corporación...”, el entramado de intereses oscuros que
alinea a punteros, policías, fiscales, jueces, jefes de “orgas” piqueteras...
en fin, los que “cobran” por una u otra vía alrededor del esqueleto de un
Estado que han cooptado, han vaciado de sentido ético y social y lo han
convertido en la máxima herramienta del saqueo y la corrupción. El que desde el
poder o desde la oposición mandó en el país en las décadas infinitas de la decadencia
y no quiere perder el botín. Y no son sólo peronistas.
En el otro, las fuerzas productivas. Los del campo,
expoliados hasta el cansancio por la corporación de la decadencia, los jóvenes
con vocación de progreso, los empresarios vinculados a lo más moderno del mundo
en su tecnología y en su producción -audiovisual, telemática, inteligencia
artificial, generación de contenidos, y todo el complejo comunicacional-, los
emprendedores que sufren la hiper-reglamentación estatal usada como herramienta
de clientelización, los que ansían un país en el que sean respetados su
esfuerzo, su patrimonio, su inversión, su educación y su capacitación
productiva. Los que “pagan” y han venido pagando la fiesta desde hace décadas.
Entre estos campos, simpatizo claramente con el segundo y me
siento visceralmente opositor al primero. En estos términos, para mí no existe
una opción de “Massa o Milei” porque la opción Massa ni siquiera puedo
considerarla: lo considero no sólo alineado sino instrumento absoluto de la
primera opción, en las antípodas de la Argentina que sueño. Pero... ¿cuán
nítido es el alineamiento de Milei con la segunda? Y ahí surge mi verdadero
interrogante personal, reducido a otra dimensión: Milei o la “neutralidad”
expresada por la abstención o el voto en blanco. Ese es, para mí, el verdadero
y único dilema subsistente.
Tal vez estos elementos llevaron a Patricia Bullrich a esa
decisión unilateral, que tomó como ciudadana ya liberada de su candidatura y
sin invocar ninguna representación, agotada el día del comicio. ¿Qué considerar
más correcto? ¿Ayudar a consolidar una nueva fragmentación de las clases medias
productivas, ilustradas, democráticas, cosmopolitas, que votaron “el cambio” divididas
entre su candidatura y la de Milei, aún al precio de gran un costo político
personal, o ayudar a evitar esta fragmentación estructural sobre la que
cabalgaría la corporación de la decadencia y específicamente el peronismo, que pugnó
siempre por dividir a ese torrente modernizador de mil maneras y con mil
disfraces, con la pícara utilización de un ideologismo banal y falsario útil
para alinear un rebaño entre ingenuo y desactualizado?
Vuelvo a la asamblea de neuronas. Las más apasionadas, las
que se mueven con el corazón y los sentimientos, insisten fuertemente en la “neutralidad”
apoyadas en el abismo moral que las separa -en lo personal- de uno y otro de
los candidatos en pugna. Sin embargo, es oportuno recordar que la moral no es
un valor heterónomo sino autónomo, personal, íntimo. No responde a dictados ajenos,
sino a su propia pulsión. Y es por definición diferente en cada uno.
Por eso es importante destacar que la decisión de la que
hablamos no responderá a ningún alineamiento o pertenencia, agotados el día del
comicio al ser desplazada de la carrera final la opción en la que cada uno,
voluntariamente, decidió participar para construir en conjunto. El “balotaje”
vuelca en el ciudadano individual, en sus valores, convicciones, análisis y
compromisos una decisión que le corresponde sólo a él, sin opciones colectivas como
las que los movieron en la “primera vuelta” pero que han decidido no jugar en
esta partida.
Las otras, las racionales, se mueven al compás de los
objetivos: responden al imperativo causa-efecto, interpretan la realidad sin
pasiones sino con una mirada fría e insisten en el análisis metódico y
cartesiano. Éstas fueron las que evidentemente se impusieron en la personal
reflexión de Patricia Bullrich.
La decisión de cada uno responderá a sus valores, pero
también a su historia personal, a su manera de ver la vida y de tomar
posiciones. En mi caso, formado en tiempos de la sociedad “sólida” -diría Bauman-
pero también de pasiones fuertes, esas que ayudaron a construir la democracia pero a la vez le quitaron flexibilidad
para responder a los acelerados cambios del mundo y del país y dificultaron la formulación
de acuerdos básicos -a pesar de los buenos discursos- es más posible que
termine imponiéndose la decisión que tomé al día siguiente de la elección,
aferrado al mandato alemnista de no
hacer nada si lo único que se puede hacer es malo.
Pero también soy consciente que no existen acciones absolutamente
puras en la vida real. Cada acción valiosa conlleva un disvalor. Cualquiera sea
la decisión de cada uno, votar a Milei o abstenerse, su espíritu mantendrá una
inquietud, la de que “falta algo”. La forma de sintetizar esa contradicción es
una sola: con la acción posterior. Una acción en la que deberá probarse la
tolerancia, la apertura y la frescura intelectual, más propia de las nuevas
generaciones de la sociedad “líquida”.
Allí, en “qué hacer luego” debiera centrarse entonces la
reflexión. Es en ese “luego” que tengo para mí la misma convicción de antes: la
unidad estratégica de las clases medias, que debe juntar a unos y otros. Sea
votando a Milei, sea votando en blanco o absteniéndose, lo que importa es la
lucha que sigue después, que no se habrá agotado en esta elección, cualquiera
sea su resultado. El sueño de un país moderno, integrado al mundo, cosmopolita,
democrático, con sentido social e inquebrantable adhesión al estado de derecho.
Que grite tres veces “libertad” mientras construye, con la ilusión de los
inicios, “el trono a la noble igualdad"...
Ricardo Lafferriere
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