sábado, 4 de noviembre de 2023

Si fuera dirigente, no me animaría a hablar...

Afortunadamente, hace varios años que dejé de serlo, luego de algún acierto y muchas equivocaciones. Hoy la edad me permite la licencia de sólo pensar y escribir, sin intentar incidir en nadie ni “dictar cátedra” desde una tribuna.

En esta situación de ciudadano corriente, aún con el pasado a cuestas -que siempre pesa-, siento la vocinglería de mi “asamblea de neuronas” discutiendo a los gritos, intentando aclarar lo que pasa y ayudarme a decidir qué hacer.

En esa Asamblea, están las emotivas y las racionales, pujando ambas por imponerse. ¿Habrá posibilidad de síntesis, o están indefectiblemente condenadas al desgarro de la propia identidad? ¿Qué hacer?

Por un instante, una de las más viejas logra un pequeño momento de silencio y habla, con toda la carga de su sensatez, errores, memoria y regreso a las fuentes. No es malo escucharla. Total, siempre están las más nuevas con los aportes del cambio del mundo, de la tecnología, de una sociedad y un mundo que tienen similitudes, pero también diferencias grandes con los tiempos jóvenes.

“¿Y si hacemos una incursión por nuestros viejos métodos de análisis?¿quiénes están detrás y se expresan en uno u otro lado?

Comenzó el ejercicio intelectual. Dejemos de lado a la vocinglera adjetivación que desde uno u otro protagonista impostan posiciones de cara a la campaña y aún la personalización de los candidatos y hurguemos en lo profundo, en las fuerzas sociales que se alinean en ambos lados.

 En un lado, claramente el país que giró durante décadas alrededor de la “corporación de la decadencia”. Empresarios protegidos y rentistas, gremialistas corruptos, los intendentes del conurbano donde imperan las mafias narco-delictivas, los millones de clientelizados que se usan como carne de cañón para defender los privilegios de la “corporación...”, el entramado de intereses oscuros que alinea a punteros, policías, fiscales, jueces, jefes de “orgas” piqueteras... en fin, los que “cobran” por una u otra vía alrededor del esqueleto de un Estado que han cooptado, han vaciado de sentido ético y social y lo han convertido en la máxima herramienta del saqueo y la corrupción. El que desde el poder o desde la oposición mandó en el país en las décadas infinitas de la decadencia y no quiere perder el botín. Y no son sólo peronistas.

En el otro, las fuerzas productivas. Los del campo, expoliados hasta el cansancio por la corporación de la decadencia, los jóvenes con vocación de progreso, los empresarios vinculados a lo más moderno del mundo en su tecnología y en su producción -audiovisual, telemática, inteligencia artificial, generación de contenidos, y todo el complejo comunicacional-, los emprendedores que sufren la hiper-reglamentación estatal usada como herramienta de clientelización, los que ansían un país en el que sean respetados su esfuerzo, su patrimonio, su inversión, su educación y su capacitación productiva. Los que “pagan” y han venido pagando la fiesta desde hace décadas.

Entre estos campos, simpatizo claramente con el segundo y me siento visceralmente opositor al primero. En estos términos, para mí no existe una opción de “Massa o Milei” porque la opción Massa ni siquiera puedo considerarla: lo considero no sólo alineado sino instrumento absoluto de la primera opción, en las antípodas de la Argentina que sueño. Pero... ¿cuán nítido es el alineamiento de Milei con la segunda? Y ahí surge mi verdadero interrogante personal, reducido a otra dimensión: Milei o la “neutralidad” expresada por la abstención o el voto en blanco. Ese es, para mí, el verdadero y único dilema subsistente.

Tal vez estos elementos llevaron a Patricia Bullrich a esa decisión unilateral, que tomó como ciudadana ya liberada de su candidatura y sin invocar ninguna representación, agotada el día del comicio. ¿Qué considerar más correcto? ¿Ayudar a consolidar una nueva fragmentación de las clases medias productivas, ilustradas, democráticas, cosmopolitas, que votaron “el cambio” divididas entre su candidatura y la de Milei, aún al precio de gran un costo político personal, o ayudar a evitar esta fragmentación estructural sobre la que cabalgaría la corporación de la decadencia y específicamente el peronismo, que pugnó siempre por dividir a ese torrente modernizador de mil maneras y con mil disfraces, con la pícara utilización de un ideologismo banal y falsario útil para alinear un rebaño entre ingenuo y desactualizado?

Vuelvo a la asamblea de neuronas. Las más apasionadas, las que se mueven con el corazón y los sentimientos, insisten fuertemente en la “neutralidad” apoyadas en el abismo moral que las separa -en lo personal- de uno y otro de los candidatos en pugna. Sin embargo, es oportuno recordar que la moral no es un valor heterónomo sino autónomo, personal, íntimo. No responde a dictados ajenos, sino a su propia pulsión. Y es por definición diferente en cada uno.

Por eso es importante destacar que la decisión de la que hablamos no responderá a ningún alineamiento o pertenencia, agotados el día del comicio al ser desplazada de la carrera final la opción en la que cada uno, voluntariamente, decidió participar para construir en conjunto. El “balotaje” vuelca en el ciudadano individual, en sus valores, convicciones, análisis y compromisos una decisión que le corresponde sólo a él, sin opciones colectivas como las que los movieron en la “primera vuelta” pero que han decidido no jugar en esta partida.

Las otras, las racionales, se mueven al compás de los objetivos: responden al imperativo causa-efecto, interpretan la realidad sin pasiones sino con una mirada fría e insisten en el análisis metódico y cartesiano. Éstas fueron las que evidentemente se impusieron en la personal reflexión de Patricia Bullrich.

La decisión de cada uno responderá a sus valores, pero también a su historia personal, a su manera de ver la vida y de tomar posiciones. En mi caso, formado en tiempos de la sociedad “sólida” -diría Bauman- pero también de pasiones fuertes, esas que ayudaron a construir la  democracia pero a la vez le quitaron flexibilidad para responder a los acelerados cambios del mundo y del país y dificultaron la formulación de acuerdos básicos -a pesar de los buenos discursos- es más posible que termine imponiéndose la decisión que tomé al día siguiente de la elección, aferrado al mandato alemnista de  no hacer nada si lo único que se puede hacer es malo.

Pero también soy consciente que no existen acciones absolutamente puras en la vida real. Cada acción valiosa conlleva un disvalor. Cualquiera sea la decisión de cada uno, votar a Milei o abstenerse, su espíritu mantendrá una inquietud, la de que “falta algo”. La forma de sintetizar esa contradicción es una sola: con la acción posterior. Una acción en la que deberá probarse la tolerancia, la apertura y la frescura intelectual, más propia de las nuevas generaciones de la sociedad “líquida”.

Allí, en “qué hacer luego” debiera centrarse entonces la reflexión. Es en ese “luego” que tengo para mí la misma convicción de antes: la unidad estratégica de las clases medias, que debe juntar a unos y otros. Sea votando a Milei, sea votando en blanco o absteniéndose, lo que importa es la lucha que sigue después, que no se habrá agotado en esta elección, cualquiera sea su resultado. El sueño de un país moderno, integrado al mundo, cosmopolita, democrático, con sentido social e inquebrantable adhesión al estado de derecho. Que grite tres veces “libertad” mientras construye, con la ilusión de los inicios, “el trono a la noble igualdad"...

Ricardo Lafferriere

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