¿Menem 2.0?
Imposible no
sentir remembranza de aquel tiempo. La economía del primer turno democrático se
había desbocado, pasando su factura por no haber tomado nota del cambio que ya
se había producido en el mundo y en el país entre el derrocamiento de Arturo
Illia en 1966 y los nuevos aires que comenzaron a campear a partir de la crisis
del petróleo y el comienzo de la nueva globalización y expansión financiera.
Alfonsín
tuvo una prioridad, que trascendía la economía: reconstruir el tejido
institucional cuyo deterioro llevaba muchas décadas. Lo logró, con una singular
épica democrática de la que aún disfrutamos, aunque el precio de la
desactualización económica -más que del propio Alfonsín, de la sociedad
argentina y su sistema político y económico- pasó factura. Llegó la
hiperinflación, que Menem sufrió también a comienzos de su gestión.
La llegada
de Cavallo comenzó a ordenar la economía. La situación internacional lo ayudó,
así como el predicamento del nuevo presidente ante los gremios, el éxito de la
lucha contra la inflación y -a pesar de llegar con una historia y una
experiencia larga en el sistema- una presentación de “outsider” taquillero con
los medios que le facilitó su llegada al gran público. Su hegemonía duró una
década.
Se ha
escrito mucho sobre su final. Alguna vez he sostenido que los errores de su
gestión no fueron ajenos a la falta de oposición, no porque el radicalismo de
esos tiempos no la hiciera, sino porque la hacía desde el pasado, creyendo que
era posible regresar al país de Illia, sin tomar nota de los cambios -que al
final de su mandato, el propio Alfonsín había advertido cuando realizó su
convocatoria de Parque Norte e impulsó las privatizaciones de Entel, Aerolíneas
y lanzó el Plan Houston- producidos en el mundo luego de la crisis del
petróleo, de la deuda y de la globalización financiera.
De la Rúa y
Macri intentaron retomar el camino modernizador pero chocaron con una sociedad
que aún estaba atada a los conceptos de mediados del siglo XX y no había
asumido los cambios del mundo. Estructuras que alguna vez he conceptualizado
como la “coalición de la decadencia” impidieron los tres esfuerzos
modernizadores de la democracia, cada uno con sus particularidades y matices.
La situación
que deja el kirchnerismo es mucho peor que la que recibió Menem, más grave que
la recibida por de la Rúa y muchísimo más grave que la que recibió Macri. La
impresión que dejan los primeros pasos de Milei es que busca retomar aquel
rumbo, reinsertando al país en el mundo económico global.
Sus ejes son
similares al intento del peronismo de Menem: fuerte alineamiento occidental,
reducción sustancial del aparato estatal, apertura económica unilateral,
reconstruir la economía sobre las bases liberales de la Constitución y buscar
homologar el costo argentino -incluidos los salarios, que en una economía
abierta con paritarias libres es previsible que acrecienten notablemente su
valor- con la competitividad global.
Esas bases
debieran ser un punto de encuentro, no de divergencias.
Los debates virtuosos
debieran centrarse en reducir los costos sociales de la transición, organizar
un sistema previsional y de salud pública de excelencia al alcance de todos,
reconstruir la educación de calidad en la que nadie quede afuera, integrar al
país en su dimensión continental con una infraestructura que llegue a todos y relanzar
la economía sobre la base de la estricta vigencia del estado de derecho. Esos
temas son los que sería esperable de una oposición “desde el futuro”, que no
reniegue del mercado ni de la modernidad, sino que sobre ella garantice un piso
generalizado de dignidad. Así logró Europa, en un juego virtuoso de
socialdemócratas y populares, recuperarse de la destrucción de la guerra.
Si en lugar
de esa línea que busca el centro se reproducen los discursos opositores que
vimos durante la década de los 90 cuestionando la necesidad de un cambio e
ignorando lo que realmente es necesario custodiar y propugnar, la historia
puede volver a repetirse. Y sabemos lo que significa.
Ricardo
Lafferriere
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