miércoles, 16 de diciembre de 2009

Gobierno K: El irresistible atractivo de “transferir”

“La sedución por “transferir” del matrimonio K parece no tener límites. La lectura del artículo 7 de su proyecto (“Transfiérense en especie a la ADMINISTRACION NACIONAL DE LA SEGURIDAD SOCIAL los recursos que integran las cuentas de capitalización individual de los afiliados al Régimen de Capitalización del Sistema Integrado de Jubilaciones y Pensiones previsto en la Ley N° 24.241 y sus modificatorias..”) deja abiertas todas las incógnitas.
Si de “transferir” se trata, mañana podríamos encontrarnos con otras leyes, que esta vez ordenaran “transferir” a la administración nacional los saldos positivos en cuenta corriente que existan en los bancos. O los saldos de depósitos a plazo fijo. O los títulos accionarios o valores depositados en bancos o Cajas de Seguridad. O –si se les despertara el atractivo por las operaciones inmobiliarias para las que al parecer son tan afectos en sus pagos- transferir al Ministerio de Infraestructura los títulos de propiedad de los edificios financiados con fideicomisos.... En realidad, no habría ninguna diferencia jurídica entre todas estas hipotéticas transferencias: son todos bienes ajenos “protegidos” por el derecho de propiedad del mismo valor legal y con la misma fuerza jurídica que los depósitos previsionales privados, que según el artículo 82, ley 24241, con la sobriedad de las leyes normales dispone que “El fondo de jubilaciones y pensiones es un patrimonio independiente y distinto del patrimonio de la administradora y que pertenece a los afiliados...” En realidad, la administración K cumple el sueño de Al Capone: poder “transferir” a su patrimonio por su propia decisión, lo que se le ocurra que integre el patrimonio ajeno.”

Así expresábamos, en una nota publicada el 1 de noviembre de 2008 con el mismo título que ésta, nuestra sorpresa por el texto del proyecto –luego transformado en ley- por el cual Cristina Fernández disponía la confiscación de los ahorros previsionales privados para su libre disposición, bajo su exclusiva discrecionalidad.

El proyecto se aprobó, gracias al (¿ingenuo?) apoyo de socialistas, “progresistas” y algunos socios menores, que lo hicieron luego de “imponerle” a la mayoría una comisión de control que mantendría esos fondos a buen recaudo.

Ja. Logrado el objetivo, con esos recursos se comenzaron a financiar las ocurrencias presidenciales, sin debate ni control, rematando el futuro de los ahorristas previsionales, que terminaron siendo estafados por el kirchnerismo, un sector de la “oposición” y la vista cómplice de un Poder Judicial que deshonra su función.

No fue una “transferencia” excepcional. Se suman a las de los fondos del PAMI, de los fondos fiduciarios, de la AFIP, de la Lotería, y las propias “retenciones”. Pero en ese caso abrieron una ventana delictiva que trascendía a la simple reasignación de fondos públicos para avanzar sobre fondos ajenos.

Ahora hay de nuevo una “transferencia”. Esta vez, de recursos que no son del gobierno, como lo establece la ley vigente, sino del Banco Central, cuya función no es financiar al Estado sino custodiar el valor de la moneda, y cuyos recursos no son fiscales, de libre disponibilidad por el poder, sino de los argentinos que tienen pesos en sus bolsillos. Casi Siete mil millones de dólares son “transferidos” (sic) a la discrecionalidad presidencial. Sin controles, como los recursos de la ANSES.

Es curiosa la “positiva reacción” de algunos agentes económicos por la medida. Curiosa, pero explicable. Porque para ellos significa que cobrarán, aunque sea a cambio de agregar una gigantesca incertidumbre sobre la ya endeble credibilidad del país y no tienen por qué preocuparse si para pagarles, el deudor le roba a otro. Los acreedores cobrarán e incluso hasta el posible que le presten de nuevo: no son los responsables de velar por el futuro. El país habrá avanzado hacia el precipicio que implica vivir sin leyes, con el gobierno apropiándose alegremente de fondos ajenos, destrozando instituciones y oscureciendo aún más el horizonte. El efecto en las personas comunes de arrebatarle al Central esas reservas es debilitar la moneda. Los pesos que tenemos en el bolsillo valdrán menos. O dicho más crudamente, las cosas costarán más.

De sus viejos socios de andanzas, van quedando las hilachas. Y más quedarán luego de la vigencia, lograda también con su apoyo, de la ley de “reforma política” con la que el kirchnerismo quiere –una vez más, con una ley a su medida- lograr su eternización en el poder. Perdónese esta digresión, incluida en esta nota al sólo efecto de recordar lo que conlleva asociarse con delincuentes.

La medida –y todas las que de ahora en adelante se sancionen- no tendrán control judicial, porque la decisición de Aníbal Fernández autodeclarándose intérprete final de la constitucionalidad de las resoluciones judiciales está adelantando que, por más sentencias adversas que tengan, no las obedecerán si no se les antoja. Los jubilados, en este sentido, también fueron los primeros en sufrir el desconocimiento estatal de sus derechos reconocidos, sin lograr que sentencias logradas luego de años de angustiosos procedimienos judiciales sean sencillamente ignoradas, como si no existieran. Son ilusos quienes creen que se trató de una decisón aislada o que obedecía a un problema sindical: abrió un camino, que sirve como antecedente para cualquier otro caso.

El irresistible atractivo de “transferir” va despejando el camino. La asociación ilícita ha logrado el sueño de cualquier banda delictiva: asumir la suma del poder para quedarse con todo lo ajeno que se le ocurra. Sin miedo al parlamento. Sin temor a la justicia. Sin control de la prensa.

Seguir considerando a ésto un “estado de derecho” merecedor de ser sostenido aún por dos años se parece cada vez más una ironía de Elisa Carrió. O a un patológico síndrome masoquista.



Ricardo Lafferriere

domingo, 13 de diciembre de 2009

Debate ministerial

Si algo faltaba para parecernos a Macondo, esa falencia la cubrió el ministro del Interior con su nota en La Nación del sábado, en la que cuestiona el artículo que Abel Posse redactara para dicho medio sin sospechar su designación ministerial y que éste publicara, curiosamente, el día que se conoció su nombramiento.

Quien esto escribe no ve el país de la misma forma que Abel Posse. Reconoce, sin embargo, que su vertiente jerárquica, nacionalista y nostálgica es tan respetable como la de quienes sentimos al país desde su urgencia democrática, cosmopolita, transformadora e inclusiva. Las diferencias que existen no pueden llevar, de ninguna foma, a su descalificación con algunos de los agravios mayores con que se cruzan las dialécticas agonales.

Posse no es nazi, ni fascista. Anotemos, sin embargo, que tampoco pareciera existir sintonía entre su nombre y trayectoria con el anunciado propósito del PRO de desatar una nueva política, que mire al futuro e incorpore a la gestión a jóvenes generaciones. Reemplaza a Nadorovsky, uno de los ministros más progresistas del gabinete porteño que cae víctima de una impiadosa operación de inteligencia evidentemente gestada desde la fuerza policial que comanda el Jefe de Gabinete del gobierno nacional.

A pesar de su innegable prestigio literario, el nuevo funcionario no pareciera seguir la línea del ministro cesante. Es un argentino que dice su visión y que refleja una forma de pensar con un dejo autoritario propio de gran cantidad de compatriotas, la mayoría de los cuales, curiosamente, se identifican políticamente con la misma fuerza -y dentro de ella a la misma vertiente ideológica- a la que pertenece y en la que ha militado toda su vida el propio Jefe de Gabinete de Ministros, ex Ministro del Interior. Que, dicho sea de paso, nos exhibe cotidianamente una fuerte dosis de rudimentaria intolerancia.

Justamente Aníbal Fernández. El mismo que no pasa un día sin destratar en forma guaranga a los opositores. El mismo que ha insultado repetidas veces, con la mayor grosería, a Elisa Carrió. El mismo que sin respetar el cargo que ocupa, descalifica al Jefe de Gobierno de Buenos Aires con calificativos de café de barrio. El mismo que se autoatribuye la condición de suprema instancia de la justicia, al decidir él sólo, por su (¿sano?) juicio, que una sentencia judicial es inconstitucional y que en consecuencia, no la acatará, ordenando a la Policía que no obedezca la orden directa de un Juez.

La afectación por el articulo de Posse, en boca del funcionario mencionado, suena justamente como lo que le achaca: el oportunismo más crudo. Busca la forma de quedar alineado con los sindicatos docentes, disimulando su pertenecia al gobierno que peor ha tratado a la educación desde que se recuperó la democracia, menemismo incluido. Los jóvenes argentinos, a seis años de gestión kirchnerista, han descendido a los escalones más bajos en el cotejo internacional y regional. La educación ha sido marginada de la agenda pública y sufre en forma directa el ahogo financiero extorsivo a que son sometidos los gobernadores para lograr su alineamiento con el poder central.

Los colegios públicos de excelencia han dejado de serlo, y hogares humildes recurren a los pocos ingresos que les quedan para conseguir una plaza en las instituciones privadas, ante el deterioro a que ha sido sometido el sistema educativo estatal. No es aventurado sostener que el crecimiento exponencial de la violencia cotidiana tiene sus raíces en la política educativa iniciada hace tres lustros, que se desentendió de las escuelas y colegios condenando a la exclusión a los niños de entonces, que hoy son los jóvenes sin futuro, horizontes ni valores. Gobierno al que pertenecía, en niveles inferiores, el funcionario que hoy dice horrorizarse por el diagnóstico de su compañero. Funcionario que, en todo caso, es el responsable de que los niños excluidos de hoy inexorablemente estén prefigurando la sociedad cada vez más violenta de los tiempos que vienen.

De eso debiera preocuparse el Jefe del Gabinete de Ministros, responsable de la administración del país, en lugar de dedicar su tiempo a frases que cree ingeniosas con las que piensa que deteriora a las oposiciones que, desde todos los ángulos de la amplia opinión nacional, reclaman o esperan que la democracia vuelva a regir en el país. También de eso deberá ocuparse el nuevo Ministro de Educación porteño.

La educación argentina no merece este nivel de debate. Ni los niños, ni los jóvenes, ni los docentes, ni los académicos. Ni los argentinos, que a diferencia de sus funcionarios, observan el despegue del mundo asentado en la incorporación al conocimiento de enormes contingentes de jóvenes de toda la geografía planetaria con los que tendrán que competir quienes quieran ser exitosos, o resignarse a ser el último vagón –en el mejor de los casos- o a la exclusión del futuro –si no reaccionamos a tiempo-.

Los argentinos que sufren estas peleas de “boliche” no piensan en los debates del siglo pasado a los que los convocan funcionarios sin noción de futuro: miran el rumbo del mundo en el siglo que vivimos, cuyas demandas tienen una densidad, una complejidad, una exigencia de tolerancia, respeto, excelencia y frescura intelectual que está –y eso les preocupa- en las antipodas de los toscos debates ministeriales.


Ricardo Lafferriere

miércoles, 9 de diciembre de 2009

10 de diciembre, al Rosedal

La reunión convocada por la Mesa de Enlace en el Rosedal debe ser la culminación de la fuerte expresión popular del 28 de junio.
Cierto: para mi gusto, hubiera sido lindo que las fuerzas políticas opositoras confluyeran orgánicamente allí. Pero de todos modos, estarán. En los corazones, la conciencia y la razón de quienes llegan de todo el país para renovar su decisión de sostener un país democrático y vivir en un estado de derecho.
Los miles de compatriotas que se reunirán el 10 de diciembre votaron todos, en su respectivo distrito, alguna expresión de resistencia, repudio, rechazo o diferencia con el régimen K. Pero también, de reafirmación democrática, de defensa de sus derechos ciudadanos, de reescribir los grandes equilibrios constitucionales entre los ciudadanos, las provincias y el Estado.
Los millones de argentinos que pusieron con su voto una barrera a la prepotencia, la soberbia y la anomia dirán que la calle no tiene dueño, sino que es de todos los argentinos.
La fecha está ya marcada a fuego en el sentimiento colectivo. El 10 de diciembre no es una fiesta partidaria. Le tocó a Alfonsín ser quien puso el hito iniciador, pero pertenece a todos.
Por supuesto que sería bueno que alguna vez los festejos del 10 de diciembre formaran parte oficialmente del calendario de las grandes fechas patrias, y fueran encabezados por la “plana mayor” del país, con sus máximas autoridades del gobierno, el parlamento y hasta la justicia, rodeadas de sus opositores, de los parlamentarios de todos los colores, de las fuerzas sociales y políticas, en fin, de la Nación entera. Desde todo el colorido de las diferencias, unidos férreamente en el marco de la Constitución y el estado de derecho.
Soñando con que ese momento alguna vez llegará, seguiremos festejándola quienes entendemos que la democracia es una lucha inacabada.
Este año, en el Rosedal.


Ricardo Lafferriere

lunes, 7 de diciembre de 2009

Circunstancial...

En un tono despectivo, cual si se refiriera al viejo apelativo de “gorilas” con que supieron alguna vez definir a sus opositores de mediados del siglo XX, el Ministro del Interior y el propio jefe de la bancada oficialista han descalificado a la mayoría de la Cámara de Diputados con el mote de “circunstancial”. No advirtieron, sin embargo, que las propias mayorías con que lograron en los últimos años la aprobación de leyes esotéricas acaban de mostrar, luego del recambio legislativo, su propio carácter de “circunstanciales”, frente a una realidad que ya cambió por decisión de los argentinos.

Pero por encima de la anécdota, no está de más focalizar la mirada en el episodio del 4 de diciembre para comprender lo que significa la discusión parlamentaria.

El parlamento debe reflejar –y de hecho refleja- el amplio colorido de las visiones existentes entre los argentinos sobre su vida en común. Refleja las prioridades que unos y otros dan a diferentes temas, las soluciones distintas que proponen, las aspiraciones que los mueven, los temores que los alertan y hasta los sueños que los ilusionan.

Las mayorías se forman cuando existen comunes denominadores que son capaces de unir, en una determinada coyuntura, a toda esa diversidad. Que es, justamente, lo que ocurrió.

¿Qué unió a los representantes del pueblo argentino en la histórica sesión del 3 de diciembre? ¿Qué logró vincular por un instante a los valores, las utopías, los sueños, los temores, las prioridades, de personas con visiones aparentemente tan disímiles?

La respuesta es clara: la decisión de civilizar la convivencia, de “meter la política en la Constitución”, de dialogar las diferencias, de superar el grito destemplado y la violencia.

Quienes votaron ejerciendo su mayoría no se abalanzaron tras el poder, con intenciones patrimonialistas o autoritarias. Por el contrario, reflejaron por un instante lo mejor de la Argentina histórica, probando que es posible unir esfuerzos sin renunciar a sus diferencias.

La sesión preparatoria de la Cámara de Diputados mostró un Parlamento funcionando y marcó un viraje hacia el cambio del “ethos” político en el sentido reclamado por los argentinos: un país dialoguista, tolerante, plural, abierto, moderno.

Un país -quizás por eso- tan incomprensible para el Ministro del Interior, para el Jefe de la bancada oficialista, o para el propio jefe de ambos, que necesitan obsesivamente ver en esa imagen, soñada para todos los argentinos de bien, una mera situación circunstancial.



Ricardo Lafferriere

viernes, 4 de diciembre de 2009

Cómo empezar - Ejes para una estrategia de relanzamiento nacional

¿Qué es primero? ¿Cambiar el “ethos” político gestando un acuerdo amplio o recuperar un funcionamiento democrático? ¿Lograr el relanzamiento de la economía, o luchar contra la pobreza? ¿Priorizar la inversión pública en modernizar la infraestructura económica-productiva, o desatar una gigantesca movilización educativa?

“Primero, vivir. Después, filosofar”, dice el viejo aforismo aristotélico.

Está claro que quien se encuentra al borde de la propia subsistencia –como de hecho lo están miles de personas abandonadas de la preocupación pública- no puede abrir su reflexión a otra cosa que conseguir un plato de comida. Esa dramática realidad condiciona todas las decisiones públicas con un dejo de urgencia que, sin embargo, no puede abordarse sin enmarcarla en la reconstrucción del sistema de decisiones nacionales.

Los que siguen son una aproximación a la agenda urgente, que, sin embargo, sentaría las bases para el lanzamiento estratégico de la próxima etapa nacional.

1. Reconstruir la institución fundamental: la vigencia constitucional.

El país tiene experiencias, y las tiene el mundo: sólo la construcción de instituciones es compatible con la marcha exitosa de sociedades complejas, como es la nuestra. La existencia de instituciones permite asegurar en forma objetiva el entramado de las diferentes relaciones e intereses, liberando la potencialidad creadora para destinarla no ya a la defensa de la propia vida, libertad o propiedades, sino a gestar su superación, a resguardo de la discrecionalidad del poder.

La principal institución, que constituye el cimiento para todas las demás, es el orden constitucional y la reconstrucción de los equilibrios básicos previstos para los tres actores fundamentales de la vida política: los ciudadanos, las provincias y el Estado Nacional.
Los ciudadanos deben volver a constituirse en la base del sistema y su voluntad debe ser respetada en su pluralidad. No existe “gobernabilidad” virtuosa enfrentando la decisión de las mayorías. Si un gobierno legal pierde su mayoría propia, su obligación es reconstruirla en base a acuerdos políticos, tomando conciencia de los límites legales de su poder. Y cualquiera sea esa mayoría, no puede avanzar sobre los derechos ciudadanos, cuya vigencia es ajena a cualquier decisión del poder.

La ruptura de ese primer gran equilibrio se da por varias vías: la negación de las “libertades negativas” –las que protegen a las personas y a la sociedad frente a la discrecionalidad del poder-; la negación de las “libertades positivas” –las que obligan al Estado a construir el piso de ciudadanía garantizando la subsistencia y los bienes básicos, sin los cuales se somete a las personas a la pérdida total de su autonomía, base de la construcción ciudadana-; la pretensión de supremacía del poder por sobre las personas con el argumento de la “gobernabilidad” que invierte la pirámide del poder al concebir a las personas no ya como la base del sistema político, sino como simples objetos manipulables. El primer equilibrio, entre la sociedad y el Estado, debe entonces constituirse en el cimiento fundamental del relanzamiento argentino.

La ruptura del segundo equilibrio constitucional, entre las provincias y el estado central, provocó el país deformado. Su reconstrucción será el camino para invertir la concentración macrocefálica, base de gran parte de los males que azotan la convivencia actual. Los recursos nacionales absorbidos de todo el territorio, concentrados y asignados sin responder a normas, debates ni equilibrios objetivos, han sido otra gran columna del estancamiento y la decadencia. La reconstrucción del segundo gran equilibrio debe integrar el pacto básico de “renovación constituyente”.

Y el desconocimiento del tercer gran equilibrio, el de los poderes del Estado entre sí, que ha desaparecido en beneficio del poder administrador mediante el vaciamiento del Congreso y la subordinación de la justicia, ha terminado de romper las bases institucionales fundamentales, al incorporar la tremenda incertidumbre jurídica que es una valla decisiva contra cualquier decisión de inversión y, en consecuencia, contra la posibilidad de crecimiento.

Pero no sólo eso: al no contar con instituciones que garanticen sus derechos reconocidos legalmente, o sea al romperse el vínculo constitucional por negación de derechos, las personas quedan legitimadas para actuar por fuera de dicho orden. Un ejemplo claro es la libertad sindical, reconocida por la Constitución Nacional, reclamada por la Organización Internacional del Trabajo y reconocida por la Suprema Corte de Justicia, pero sin embargo, negada por la autoridad de aplicación, el Poder Ejecutivo. Otra es la creciente autodefensa frente al delito, por parte de ciudadanos pacíficos que, sin embargo, son acorralados por una delincuencia que cuenta con la cómplice pasividad del poder. Otra es la aberrante situación de “limbo legal” a que son sometidos ciudadanos tomados como rehenes por una justicia adocenada, con el argumento de ser imputados de delitos de “lesa humanidad”, como si esa invocación autorizara a negarles sus derechos. Otra es la pobreza extrema que lleva a movilizarse en la calle, violando derechos de otros, o incluso hasta a delinquir para sobrevivir, por falta de cumplimiento por parte del poder de la obligación constitucional impuesta por el art. 14 bis de la Constitución. Los ciudadanos no sienten la obligación de un comportamiento acorde con las leyes, si por parte del poder no cuentan con el resguardo de sus derechos, al que los funcionarios están obligados por las mismas leyes.

El camino del relanzamiento necesita, en consecuencia, volver a encarrilar la convivencia en el marco constitucional. Para hacerlo, la confluencia de voluntades debe ser ampliamente mayoritaria y no bastará con un triunfo electoral o la invocación de una mayoría circunstancial. Ese paso es una especie de “renovación de compromiso constituyente” del que se desprenderá la decisión consciente de los argentinos de formar parte de una comunidad que convive en un territorio sobre la base de determinadas normas. La vigencia de todas esas normas no puede depender de la mayor simpatía o antipatía, afinidad o recelo que se sienta por cualquiera de ellas.

2. Ninguna corporación, grupo de interés o “estado de excepción” puede estar por encima de las normas legales.

Como se ha visto, la instalación de justificaciones excepcionales para violar los derechos de las personas, absorber o redistribuir fondos públicos o romper el equilibrio de los poderes del Estado, han marcado las ocho décadas de estancamiento y decadencia inciadas en 1930. El relanzamiento argentino requerirá proscribir definitivamente las argumentaciones basadas en “estados excepcionales” para tomar actitudes o asumir postestades que no sean las previstas en el pacto constituyente, o para invocar primacías de triste experiencia histórica (militares, sindicales, empresariales, partidarias).

3. Crear instituciones para la construcción del “piso de ciudadanía”.

La pérdida de la autonomía es la pérdida de la condición ciudadana, y la extrema pobreza es la mayor de las vulnerabilidades de la autonomía. El relanzamiento argentino requiere coincidir en el diseño y ejecución de instituciones que construyan ese piso, en forma normada, a fin de que la relación entre personas necesitadas y el ejercicio de sus derechos no requiera de mediaciones que tengan como contrapartida relaciones de subordinación o la pérdida de autonomía personal.
Esas instituciones deben comprender el piso de alimentación, de vivienda, de educación, de salud y de servicios públicos que sea compatible con su condición humana y la situación de la economía nacional.

4. Culminar la modernización constitucional de 1994 mediante la sanción de su norma más trascendente: la coparticipación federal de impuestos.

No existe país organizado contitucionalmente sin un régimen de finanzas públicas claro, objetivo, imparcial e independiente de la discrecionalidad de los funcionarios. La vigencia del federalismo, imprescindible para el relanzamiento argentino, está suspendida mientras esa ley no exista. Y sin federalismo no hay posibilidad de maximizar las potencialidades de un “país-continente” como lo es, por sus dimensiones, su historia, sus diferencias y su diversidad, la República Argentina. A su vez, la inexistencia de esa ley vacía los poderes locales delegando en la administración residente en la Capital –y en última instancia, en la decisión de una persona- obras que debieran ser decididas por los Municipios o las provincias, luego del correspondiente debate en los Concejos Municipales o en las Legislaturas.

El relanzamiento argentino sin ley de Coparticipación será un oximoron: es imposible.

5. Profesionalizar el Estado a fin de diseñar objetivos de mediano plazo en las áreas que lo requieran, especialmente en la preservación del ambiente, la matriz energética en todas sus etapas (desde generación hasta consumo), la vinculación de todas las regiones del país con comunicaciones y transporte y la provisión de servicios básicos a todos los ciudadanos cualquiera sea su lugar de residencia.

Los objetivos pautados deberían ser aprobados por amplio consenso, a fin de garantizar su continuidad aún frente a los cambios de administración. Esos planes deberán ser la guía para la implementación de las obras públicas nacionales, sea cual fuera el mecanismo de ejecución (privado, mixto o estatal), y esa ejecución debe ser trasparente con información accesible a todos los ciudadanos.

6. Superar definitivamente las heridas aún abiertas en la convivencia nacional por los enfrentamientos del siglo XX.

El relanzamiento argentino requiere cerrar definitivamente el procesamiento de nuestro pasado reciente –que ya no lo es tanto, a treinta años de los “años de plomo”-

Esa culminación definitiva debe realizarse sobre la base de la verdad, el carácter ecuánime de las responsabilidades por las lascerantes heridas del pasado, el perdón recíproco y el público compromiso de respeto a la normativa constitucional.

No pueden olvidarse actos que fueron conmocionantes, pero tampoco insistir en reabrir cotidianamente la persecusión a hechos que se ubicaron en otro contexto ni juzgar con los estándares actuales a autores de acciones que hoy serían repugnantes. En el siglo XXI los argentinos no estarían dispuestos a poner un manto de tolerancia a quien realice antentados terroristas provocando la muerte de inocentes o asesine a sangre fría a rivales sindicales o políticos, ni mucho menos a aceptar el remedio de los golpes contra un gobierno constitucional, el terrorismo de estado o la masacre de detenidos. Pero no era esa la situación cuando los hechos se produjeron.

El análisis crítico y la sanción de esos hechos fue votada en 1983 y fue impulsada por el primer turno democrático de acuerdo a esa voluntad política nacional, con el estado de opinión pública existente en esa etapa. Los argentinos optaron entonces entre la propuesta de separar las responsabilidades en tres niveles (“quienes planearon los hechos, quienes los ejecutaron y quienes se excedieron”), sostenida por Alfonsín y el radicalismo, por un lado; y quienes sostenían la vuelta de página aceptando la amplia “autoamnistía” dictada por el gobierno militar antes de su retiro, sostenida por Luder y todo el peronismo, por el otro. La primera alternativa obtuvo el respaldo del 52 % del electorado, la segunda el 40%. El 92 % de los argentinos decidieron, por una u otra vía, dar vuelta la página y empezar otra etapa. Y Alfonsín actuó así, disponiendo el envío a la justicia tanto a las cúpulas guerrilleras como a las Juntas Militares.

Mantener abierto y realimentado aquel enfrentamiento, utilizando el lascerante sufrimiento de la época con fines políticos aviesos agravados por la manipulación de la justicia penal y la sesgada atribución de culpas impide la confluencia de todos los argentinos en el desafío de emprender con el país una nueva etapa plenamente pacificados y liberados de lastres históricos.

7. Asumir la dimensión cosmopolita de la nueva agenda.

Hemos visto que pueden discutirse los grados o regularse el ritmo. Sin embargo, es imposible desarrollar una política exitosa negando la imbricación cosmopolita del nuevo momento mundial y de la Argentina en ese mundo.

Los argentinos deben “acoplarse” estrechamente al desarrollo global, aferrando firmemente el vagón nacional al tren del pujante y formidable desarrollo tecnológico, productivo, financiero, cultural y político del mundo global.
El “país aldea” terminó en 1853. El destino de la Argentina exitosa está unido a su vinculación exitosa con el mundo.

Esa vinculación no puede ser acrítica y neutra. Debe estar apoyada en una política consciente que potencie los vínculos positivos, la participación en los espacios de los que surge la normativa de la globalización, la extensión de la protección universal a los derechos humanos en todo el planeta con prioridad al principio de la “soberanía nacional”, la participación en cadenas productivas globales en los eslabones más rentables, la defensa del ambiente, el diseño de normas laborales universales que contengan la tendencia super-explotadora del capital, el disciplinamiento de los flujos financieros a organismos de gobernanza global que preserven la estabilidad y contengan la tendencia a la especulación desenfrenada, se integre a las iniciativas científico-técnicas internacionales (como el ITER) y vincule el sistema científico nacional con el sistema universal de generación de ciencia y tecnología.

Y a la vez, que también prevenga en la medida de lo posible los riesgos que se han instalado con la globalización: la proliferación de las redes de narcotráfico, el lavado de dinero, la violencia en la vida cotidiana, las complicidades locales con las redes delictivas globales, las carreras armamentistas especialmente en el plano regional y la inseguridad internacional.

...

Estas bases nos abrirían la puerta de una nueva etapa, así como el primer lanzamiento necesitó la sanción de la Constitución Nacional, dando origen a ocho décadas de éxito. Si la Argentina logra traspasar esa puerta, estará construyendo un nuevo ciclo de prosperidad. Podrá aspirar, en una generación, a encontrarse de nuevo en el grupo de los países exitosos. Será tema de otra nota.




Ricardo Lafferriere

jueves, 26 de noviembre de 2009

Los tres ejes de los tiempos que vienen

Un recreo. Eso siente el pensamiento cuando en lugar de los vendavales cruzados de la coyuntura la reflexión es trasladada hacia los desafíos de la nueva etapa, la que comenzaremos una vez que la pesadilla K pase a ser recuerdo.

Tres grandes ejes han atravesado nuestra historia con sus respectivas polaridades, que es apasionante imaginar alineadas en la próxima etapa. En los polos del primero, la democracia participativa frente al autoritarismo excluyente. En el segundo, la racionalidad económica frente al voluntarismo populista. En el tercero, el país chauvinista cerrado frente a la Argentina abierta y cosmopolita.

Los tiempos K alinearon los tres polos más peligrosos, cerca de sus extremos.
La democracia fue vaciándose de contenido real y simbólico, desplazando el centro de poder hacia un esqueleto burocrático vacío de valores, ética y propósitos, en cuya cúspide se encuentra en solitario la voluntad de una persona. La racionalidad económica fue reemplazada en un “continuum” hacia el voluntarismo populista, que está liquidando los ahorros y las reservas de capital histórico para construir poder clientelar. La Argentina protagonista y respetada en la comunidad internacional fue paulatinamente convertida en un país cerrado, rudimentario, desconfiado por todos.

Los tiempos que vienen están llamados a cambiar las polaridades, en una articulación virtuosa que requiere poner en marcha el verdadero secreto, aquel que reclamara Alfonsín en su mensaje postrero del Luna Park: “dialoguen más los opositores, dialoguemos más los argentinos”. Quizás el mayor daño producido por la dinastía kirchnerista a la convivencia argentina no se encuentre en lo medular de sus políticas puntales, sino en la ruptura del estilo de convivencia, en la fragmentación del dialogo en islotes de intolerancias y recelos recíprocos que impiden no ya avanzar en la agenda común, sino hasta en el simple comienzo que es diseñarla y en el intento obsesivo por forzar el enfrentamiento entre argentinos que esfuerzos consecuentes de unos y otros habían guardado en el cofre de los recuerdos.

El tiempo, sin embargo, avanza en el país y en el mundo. Los nuevos desafíos tienen pocos puntos de contacto con las épicas banderas de otras décadas y las nuevas generaciones, percibiendo consciente o inconscientemente este defasaje, se niegan a entusiasmarse en un espacio público que hoy le ofrece como escenario tramas y lenguajes que sabe superados. Es cierto que muchos de esos jóvenes compatriotas viven al margen, pero muchos no. Se resisten a caer en la evasión de las adicciones, se esfuerzan en su capacitación en Colegios y Universidades, ayudan a sus familias –aún las más pobres- repartiendo pizza en patinetas o acompañando a sus padres a recoger cartones, decididos a pelear la vida sin dejarse vencer.

Los jóvenes que se apasionan por las comunicaciones y la música en red, que son conscientes de los peligos del deterioro climático, que saben que el trabajo estable desapareció para siempre, que sufren la violencia cotidiana y la inseguridad de la sociedad de la incertidumbre y del riesgo convertidos en acompañantes crónicos, toleran cada vez menos las voces impostadas de los discursos sabios y se encierran en la defensa de lo que perciben más vital, más inmediato, más importante. No quieren la violencia, no admiten la prepotencia, y sienten visceralmente la igualdad de sus derechos, sin tolerar la discriminación, cualquiera sea.

Ellos serán los protagonistas del cambio de posicionamiento de los ejes históricos. Saben por experiencia directa que no existe chance de aislamiento. Lo aprendieron con la música que consumen, con los teléfonos celulares por los que dejarían todo, por las señales audiovisuales que siguen con pasión, por los videojuegos de mercado universal, por los softs que utilizan para navegar o comunicarse, por el deterioro climático que atraviesa fronteras con la proliferación de sequías, inundaciones, tsunamis, huracanes, de los que están al tanto en tiempo real. Y saben por experiencia directa, además, que nada llega gratis y que deben esforzarse por lograrlo y conservarlo.

Saben que ceder al chantaje clientelar es “pan para hoy y hambre para mañana” y por eso, aunque quizás reciban los mendrugos, son conscientes de su esencial transitoriedad, sobre los que es imposible edificar nada sólido en su vida y su futuro. Y aunque están lejos del escenario del poder, no saben pero intuyen que la magia no existe, que es imposible multiplicar el patrimonio por siete siendo honestos, y que ese ejemplo de conducta no los llevará por buen camino. Lo han aprendido con el doloroso ejemplo de compañeros caídos en la marginalidad, o en las redes de la violencia y la droga, que conocen y evitan.

Saben que los otros, lo que se pierden, existen y que viven en el mismo país –incluso, que pueden llegar a gobernar-. Se lo escucharon a sus abuelos y padres, a quienes respetan y lo ven todos los días en ejemplos arriba –en el poder-, en el medio –cuando sufren por algún amigo que cayó- y abajo –al observar el submundo cada vez más grande de las redes marginales-.

Pero esperan que los planetas de alineen de otra forma, premiando al que se esfuerza, encarcelando a los ladrones, abriendo oportunidades, garantizando el fruto del trabajo, estimulando la capacitación y la vida honesta.

Si hubiera que imaginar cuál será la próxima reacción en el devenir nacional, seguramente no veríamos profundizar lo que existe, cuyo fracaso está expuesto. Será una etapa de búsqueda de coincidencias por el diálogo, de debates creativos por los problemas reales, de detección de las herramientas adecuadas para luchar por los valores de siempre –libertad, equidad, justicia- en el mundo de hoy y en el que llega, con más cables a tierra y menos elucubraciones volátiles, cuando no enfermizas. Ya hablaremos de ellas.

La Argentina de las nuevas generaciones no se encerrará en discusiones interminables por la historia –que, por definición, no se puede cambiar-. Se volcará con pasión a diseñar el futuro, que está en sus manos. Allí está su responsabilidad y su oportunidad. Y lo harán dialogando, porque no toleran los gritos destemplados.
...
¡Cómo no entusiasmarse con el recreo!
...
Volviendo a clase: despertar de la pesadilla K. Esa es hoy la tarea. Cuanto más rápido la realicemos, más pronto podremos ponernos a pensar en la Argentina que nos merecemos y nos entusiasma. Aunque falten aún dos años –o sólo dos años-, el tiempo vuela, y todo lo que avancemos en “dialogar más entre los opositores, dialogar más entre los argentinos” será un paso hacia la nueva etapa.

Un país democrático, consciente y abierto. Libre, inteligente, cosmopolita.


Ricardo Lafferriere

domingo, 22 de noviembre de 2009

K y las clases medias

En el 2011, la mayoría de la clase media argentina apoyaría a Kirchner... si el gobierno tomara las medidas correctas.
Esta afirmación surge de la entevista realizada días atrás por la revista oficialista “Debate” a la directora de la encuestadora, también oficialista, “Ibarómetro”. Implica una noticia tranquilizadora para un gobierno cuyo apoyo popular no alcanza a la quinta parte de la población –menos de veinte argentinos, de cada cien, tienen buen concepto del matrimonio gobernante-.
Sin embargo, la felicidad para el oficialismo no es total, porque resulta que para la entrevistada, “la clase media es mayoritariamente, volátil, infiel, egoísta y no tiene memoria.”, lo que –se supone- no la ayudará a volcarse a favor de un gobierno tan definido por los intereses populares, por los pobres, y por los necesitados.
En consecuencia, ante esta característica, y aunque la clase media, sociológicamente, abarca para la entrevistada entre el 65 y el 70 % de la población, lo previsible es que el gobierno siga volcando sus esfuerzos en las clases populares.
Del análisis se desprende que el kirchnerismo estaría resignado a no disputar su continuación en el poder, al menos por las vías legales –ya que no es posible ganar una elección renunciando a seducir al 70 % de la población...-. Pero lo más curioso es el convencimiento de que hoy están gobernando para los pobres.
¿De veras éso es lo que creen que han estado haciendo hasta ahora?
No tiene caso repetir una vez más los dramáticos datos de la pobreza, la criminalidad, la exclusión social, la caída educativa, la crisis sanitaria, la desocupación, el estancamiento económico, el estado del transporte público y el nivel –o directamente inexistencia- de los servicios públicos que golpean a las clases populares. En todo caso, vale marcar desde otra perspectiva, que pocas veces en la historia nacional un gobierno ha mostrado un desinterés tan grande por la situación social de los compatriotas de menores recusos.
La Argentina mantiene su fragil equilibrio por el esfuerzo sobrehumano de entidades como Cáritas, Red Solidaria, la Fundación Banco de Alimentos, la sensibilización producida por la exposición de la pobreza aún en programas frívolos de la TV, e infinidad de iniciativas de compatriotas de todos los sectores sociales que se esfuerzan en mantener comedores comunitarios, cooperadoras de escuelas y hospitales olvidadas por el poder, iniciativas de defensa del ambiente, y muchas otras que marcan el escenario complejo –y magnífico- de la Argentina que realmente sentimos y por la que nos emocionamos. La mayoría de ellos son, justamente, motorizados por personas de todo el abanico de clases medias, desde acomodados residentes del Barrio Norte hasta piqueteros o ex piqueteros –como Toti Flores- que resisten la pobreza con iniciativas productivas, o de los propios cartoneros, que deambulan por las calles porteñas peleando la vida con un trabajo que, aunque se encuentre en el último umbral de ingresos legales, les permite seguir vivos conservando una llamita de esperanza, autonomía, dignidad y confianza en el propio esfuerzo, valores básicos de las clases medias argentinas.
Las clases medias son la llave para el gran salto adelante que la Argentina protagonizará en los próximos años, cuando se saque de encima la pesadilla K. Esta afirmación no es voluntarista, sino que refleja lo que se ve hoy en el mundo. La característica central de la nueva etapa económica tiene en la iniciativa de las clases medias, y específicamente en las clases medias emprendedoras, el motor fundamental. Chacareros, comerciantes, pequeños y medianos productores y empresarios, investigadores, emprendedores, profesionales, técnicos, docentes, son los protagonistas del nuevo “mundo global”, entrelazados con la dinámica compleja que supera los viejos moldes ideológicos o nacionales en la búsqueda de una ética de solidaridad universal, para la que los clichés de otros tiempos resultan sólo grotescos testimonios de las décadas perdidas.
Y justamente este reverdecer de las clases medias abrirá el camino para superar la pobreza, así como su ahogo la profundiza. Comercios que cierran son empleados expulsados a la marginalidad. Presupuestos familiares que se achican son menores servicios contratados –desde plomeros o electricistas hasta domésticas o parques-. Pequeñas empresas que se ahogan son menos trabajadores, que son empujados al desempleo. Chacareros que no siembran porque les expropiaron la rentabilidad son menos trabajadores rurales contratados, menos PYMES de servicios requeridos, menos transporte de cosecha, menos intermediarios, menos actividad. Clases medias ahogadas equivale a más pobres más sumergidos. No hay necesidad de una licenciatura para darse cuenta.
¿Pueden los K cambiar su “estilo”, volverse democráticos, entender la importancia que tiene para las clases medias su autonomía, su dignidad, su necesidad de sentirse dueñas de su destino, su celosa defensa de su libertad de criterio y pensamiento, su apertura al mundo, su solidaridad voluntaria, su exigencia de relaciones horizontales de poder, sin gritos, soberbia, mandonaje o autoritarismo?
Todo puede ser. El futuro es opaco. Sólo podemos intuir lo que pasará arriesgando proyecciones de lo que pasa y de lo que pasó. Y desde esa perspectiva, parece altamente improbable. El kirchnerismo tompe todos los días algún nuevo puente con los valores de las clases medias: Expropia los ingresos agropecuarios. Confisca los ahorros previsionales. Se desentiende de la pobreza extrema. Ignora la educación pública. Limita la libertad de prensa. Se abalanza con angurria sobre los fondos públicos. Dilapida alegremente los ahorros de los jubilados. Extorsiona a gobernadores e intendentes. Agrede a las fuerzas opositoras. Inunda las calles con bandas violentas. Desata campañas sucias de inteligencia contra opositores. Se asocia con los gobiernos menos democráticos de la región. O sea, hace exactamente lo contrario de lo que haría un representante de las clases medias, en un grado tan grotesco que hasta las cosas positivas de su gestión quedan eclipsadas por la montaña.
La Argentina que viene deberá marchar por otro rumbo: gestando consensos estratégicos, cambiando los gritos por el diálogo, vinculando nuestra economía con el mundo, construyendo un piso de ciudadanía y dignidad, ampliando la autonomía ciudadana. El verbo que viene será “liberar”. Liberar a nuestros compatriotas de las ataduras del clientelismo, avanzando hacia la construcción de un verdadero piso de ciudadanía que garantice las necesidades básicas de alimentación, educación, salud y vivienda para todos. Liberar la producción de la asfixiante presión de funcionarios autoritarios, que ahoga la capacidad de trabajo de nuestros productores, trabajadores y empresarios. Liberar a las provincias y municipios del chantaje de los fondos federales que no llegan si no hay subordinación a la pareja gobernante. Liberar a la Argentina de las redes de narcotraficantes y delincuentes enseñoreados en el país sembrando de sangre y violencia la vida cotidiana.
Serán las clases medias –las que hicieron la Revolución de Mayo, las que redactaron la Constitución, las que lucharon por el sufragio libre, las que sostienen iniciativas solidarias, las que desarrollaron en el país la ciencia y la técnica, las que modernizaron el campo convirtiéndolo en el laboratorio a cielo abierto más eficiente del planeta, las que defienden el ambiente, las que hoy mismo desarrollan empresas medianas y pequeñas con vocación global- las que sellarán la impronta de la Argentina exitosa.
En esa tarea tienen su espacio todos los argentinos de bien. Desde ya, todos los que están en la oposición y la mayoría de quienes recelan de la política. Pero seguramente también muchos que hoy se ubican en el “universo K”, que una vez que estén liberados de la asfixiante presión de la pareja, de naturaleza patológica, podrán sumarse al consenso que construyan sus compatriotas de buena voluntad para sacar a la Argentina del pantano.


Ricardo Lafferriere