domingo, 7 de julio de 2013

Massa o la oposición

Hace unos días reflexionamos sobre el “poder” y lo que significaba, en la dinámica política argentina, la imposibilidad material de los sectores no-peronistas de articular una alternativa de relevo. Ante esa impotencia, el peronismo puede resultar nuevamente, decíamos, el ámbito responsable de organizar el próximo turno.

Desde esta columna hemos insistido durante una década en las características cortoplacistas y esencialmente conservadoras del diseño económico kirchnerista. Sin embargo, sería errado afirmar que ese diseño es exclusivo del régimen gobernante. En lo profundo y desprolijidades aparte, el diagnóstico ha perdurado durante décadas porque subyace en el diagnóstico de la mayoría de políticos argentinos, tanto oficialistas como opositores.

Por supuesto, hay excepciones. Sin embargo, la predominancia del “estado cultural” de la sociedad, los comunicadores y la opinión académica sobre el tema no dejó espacio para que esas diferencias se expresaran. El temor a la descalificación desmatizada dejó esas voces en silencio y al país con una aproximación parcial al análisis de su propia realidad.

Nuestra tesis central es que el kirchnerismo inició su gestión en una realidad crítica, en la que sin embargo lo principal de la Argentina productiva estaba intacto. Era una crisis de deuda, financiera y de “papeles”, generada centralmente por el gigantesco endeudamiento durante la década del peronismo-menemista.
Un rebote se avizoraba como inexorable, porque el campo, aún sin sembrar, estaba en plena capacidad productiva, las industrias estaban paradas pero modernizadas y la infraestructura desarrollada en los demonizados años 90 estaba subutilizada, pero allí estaba.

La economía se movía con un ritmo extremadamente ralentizado, pero para que volviera a andar no eran necesarias medidas geniales ni capitales adicionales.

No es el lugar de analizar esa dramática situación del 2001, que requería sin dudas una actitud política fuera del alcance del escenario nacional de entonces, oficialista y opositor.

La solución la impuso la propia realidad: dejar de pagar la deuda y volcar esos recursos al consumo debería producir necesariamente la reactivación, aún en la forma imperfecta en que se dio.

El kirchnerismo sólo continuó el rumbo señalado por Duhalde. A tal punto fue así que ni siquiera cambió el Ministro de Economía.

Pero… de no existir medidas transformadoras, el límite lo daba lo existente. Creer que se podía seguir canalizando indefinidamente ingresos a la demanda convirtiendo en permanentes las políticas de excepción comenzó a conspirar contra el futuro, cada vez más fuerte, porque esos ingresos no eran inagotables. 

Kirchner no lo entendió así y su mirada comenzó a volverse sobre el país productivo y los ahorros estratégicos.

Esquilmar aún más al campo –motor de la acumulación económica y financiador natural de cualquier crecimiento- significó poner un freno al desarrollo posible de un país integrado. El sector real y potencialmente más competitivo fue privado de su reconversión y forzado a su retroceso por la irracionalidad de la apropiación de sus ingresos, vía retenciones y demás impuestos.

Se liquidaron las existencias ganaderas y se confiscó el excedente agropecuario que en lugar de financiar nuevas inversiones fue volcado al clientelismo y a la corrupción llegándose al punto inimaginable de no contar ya ni siquiera con trigo para el fluido autoabastecimiento de pan.

Luego se confiscaron los ahorros previsionales, haciendo inviable al sistema para los próximos años, financiando con ese ahorro estratégico los caprichos más escatológicos de la conducción política. Hoy, el grueso de las reservas previsionales están constituidas por bonos de un Estado insolvente.

Se agotaron las reservas de hidrocarburos tras la desinversión forzada por la corrupción, presentada como “argentinización” de YPF, que en los hechos privó a la principal empresa petrolera de fondos para invertir en exploración y desarrollo al forzarla a destinar sus beneficios a la auto-compra del empresariado “especialista en mercados regulados”, socios del poder y la familia presidencial.

Para coronar el dislate, se confiscó la empresa con el argumento de su falta de inversión, que había sido causada por la propia presión oficial. Eso aisló aún más al país de la comunidad inversora internacional.
Se echó mano a las reservas en divisas, debilitando la moneda y la credibilidad, lo que reinstaló en la sociedad la “fiebre del dólar”, como única reserva de valor alejado de los arrebatos oficialistas.

Se abandonó la infraestructura, no ya de nuevas inversiones sino de la propia amortización del capital existente, llevando los servicios públicos a un grado de deterioro sin antecedentes. Trenes, rutas, energía, comunicaciones, puertos, son un testimonio de ese vaciamiento.

Los recursos volcados a la educación lo fueron con tal ineficiencia que el nivel educativo de los jóvenes ha retrocedido casi a tiempos presarmientinos. Y la calidad del funcionamiento institucional ha llegado a estadios preconstituyentes, con el poder utilizado como herramienta de represión de la disidencia, limitando el debate, concentrando el discurso en grotescos extremos desmatizados y pretendiendo re-escribir la historia con la profundidad dialéctica de un jardín de infantes.

Por último, se desmanteló la defensa nacional. Argentina es hoy un país indefenso, agravado por su aislamiento. Hazmerreír del mundo y objetivo de las redes más perversas de delito global.

Ese es el saldo.

¿Es capaz una alternativa peronista de revertir estas líneas de gobierno?

La respuesta a esta pregunta concita debate. Quienes afirman que no, creen que las ataduras dialécticas y políticas del kirchnerismo tienen tanta profundidad que es imposible volver sobre los pasos. Los que invocan ser alternativa –dicen- han impregnado su currículum de errores de diagnóstico que aún arrastran, como sostener que varias de los dislates de estos años fueron positivos. Y –concluyen- ese diagnóstico hace inviable una salida razonable.

Los antecedentes parecen dar la razón. Massa fue un funcionario tan central en el kirchnerismo como Scioli, y nunca marcaron una diferencia estratégica. Tampoco los “gobernadores” que aspiran a la sucesión. Quien no lo fuera –de Narváez- fue desnaturalizado por su alianza con el propio Scioli, que destrozó su credibilidad.

La integración de las listas del Frente Renovador y su discurso insinúan esa interpretación. De Mendiguren no nace de un repollo. Gustozzi reiterando su kirchnerismo en cada paso anticipa esa limitación. Parecieran sostener la tesis que un cambio es posible dentro de la visión reaccionaria del kirchnerismo, sólo escapando a los grotescos y desbordes del estilo presidencial. Tesis infantil, errada y –en última instancia- inviable.

Otros sostienen lo contrario. El peronismo –afirman- no es una ideología, sino una estructura de poder. La “ideología” es siempre coyuntural y escasamente obligante. Lo que lo legitima es su capacidad de articular frentes sociales mayoritarios, siguiendo el estado cultural de la mayoría y las necesidades de cada coyuntura.

No hay ningún impedimento de fondo en que vuelvan a adoptar rumbos noventistas, tal vez matizados con la experiencia del mundo y del país en estos años, pero amigables con las inversiones, aparentemente más respetuosos de las normas, tolerante con las miradas opositoras y compatibles con una  ubicación internacional más plural. En este marco –sugieren- podrían gestionar una salida hacia otra dirección.

Esta chance –dicen- se refuerza ante la desorientación y fragmentación opositora, cuyas críticas a Massa parecen serlo sólo a su pasado kirchnerista, que sospechan que puede ser también un presente concesivo al continuismo de la actual estructura de poder. Pero no a su propuesta, que parecen considerar también un “kirchnerismo sano” con el que en el fondo, tienden a coincidir, ignorando su inviabilidad.

¿Quién tiene razón?

Lo dirán los hechos.

Desde esta columna venimos sosteniendo a partir del 2011 que si la oposición es impotente para articular una alternativa capaz de: 1) conformar un frente político-social amplio, inclusivo y plural sobre la base de un acuerdo programático para la etapa; 2) acordar la participación en el eventual gobierno de todos sus integrantes según su representatividad y 3) elegir los candidatos en una gran “PASO” que incluya a todo el colorido no kirchnerista; si no es capaz de esto –decía-, lo más probable es que la sociedad vuelva a buscar en el peronismo quién lo haga. 

Y que si ello ocurre, el peronismo ha demostrado tener la flexibilidad para acomodar su discurso a las necesidades de los dos grandes desafíos de la política: llegar al poder y ejercerlo.

Eso es lo más básico que exigirán los argentinos a los aspirantes a gobernarlos.

Lo otro, tampoco es menor: animarse a cambiar la matriz pendular-viciosa de un país macrocefálico y corrupto, que construye poder y clientelismo sobre la base de la expoliación de sus zonas productoras, de sus empresarios y de sus trabajadores, condenándolo a una perenne y decadente grisitud. 

Pero eso sería aspirar a un milagro, por ahora tan lejano del gobierno como de Massa y –a pesar de sus avances- de la mayoría de la propia oposición.


Ricardo Lafferriere

viernes, 5 de julio de 2013

Ruleta rusa

Quienes han seguido estas notas seguramente notaron en los últimos tiempos que el tema del cambio climático –consecuencia principal del calentamiento global- ha sido reiterado.

No es un tema menor. De hecho, es convicción de quien escribe que es actualmente el problema central de la humanidad, y aunque sea obvio agregarlo, también nuestro.

Era grave. Pero el descubrimiento y “puesta en valor” en los últimos años de los yacimientos hidrocarburíferos profundos, así como el desarrollo de tecnologías de extracción novedosas que permite acceder al gas de esquisto o “shale”, a los yacimientos ubicados por debajo de la capa salina o “pre-sal” y a la explotación de las arenas bituminosas en Canadá, están dando un impulso adicional a la quema de combustible fósil, que se pensaba cercano a su agotamiento.

Es de tal magnitud este cambio que la sociedad más contaminante del mundo, la norteamericana, puede llegar a convertirse en exportadora de combustibles, independizándose de sus fuentes actuales de aprovisionamiento –Europa Central y Medio Oriente- pero convirtiendo al planeta, junto con China, en una caldera.

Quienes conducen la humanidad adoptan el papel de aprendices de brujos, porque aunque no existe plena seguridad de las consecuencias fatales, cada vez son más claros los indicadores que en pocas décadas –tentativamente, tres o cuatro- la temperatura promedio del planeta habrá ascendido entre cuatro y cinco grados centígrados, en un nivel que jamás se dio desde que el hombre apareció sobre la tierra.

Este problema debiera ser el primero y central de la agenda política del mundo, y del país. No es un problema lejano y ajeno. Es cada vez más cercano, y propio. 

La boba euforia con que numerosos hacedores de política se refieren al yacimiento de Vaca Muerta como la nueva fuente de rentas que podría “salvar” definitivamente al país ignora esta circunstancia, sumándose a la irresponsable política de las dos superpotencias que en lugar de acelerar el financiamiento del desarrollo tecnológico de fuentes primarias renovables –siguiendo el ejemplo de Alemania- no dudan en profundizar el arcaico y suicida camino de seguir quemando petróleo, carbón y gas para mover un aparato económico que se resisten a reconvertir.

Si el problema era grave, una nueva información publicada en la página de la NASA agrega un dato más preocupante. Se puede observar en el sitio http://ciencia.nasa.gov/ciencias- especiales/24jun_permafrost/, que nos hizo llegar la ex legisladora y amiga Alicia Colucigno. Su título marca la dimensión de la preocupación: “¿Es el permofrost del Ártico el “gigante dormido” del cambio climático?”

El calentamiento está provocando –como sabemos- el aceleramiento del derretimiento del hielo ártico. Este derretimiento está provocando a su vez el peligro de dejar descubiertos los depósitos de permofrost, carbono orgánico cuyo volumen equivale a entre cuatro y cinco veces la cantidad total de hicrocarburos quemados desde 1850 hasta hoy (que se estiman en 350.000 millones de toneladas métricas).

Si se liberan, por derretimiento del hielo, millones de toneladas métricas de CO2 y metano se agregarán a la atmósfera y el efecto invernadero entrará en una progresión inimaginable, acercando el “punto de no retorno” –actualmente estimado hacia mediados de siglo- a tiempos mucho más cercanos.

¿Es seguro que todo eso pase? No, pero es posible. En todo caso, la pregunta es otra: ¿tenemos derecho a seguir jugando a la ruleta rusa con el clima y el planeta, en el afán de buscar nuevas fuentes de rentas que se carguen en la cuenta del incremento del riesgo, de la mayor inseguridad y de las inmediatas generaciones?

Con los datos que ya tenemos alcanzaría para decidir la prohibición global de cualquier nuevo impulso adicional a la extracción de hidrocarburos fósiles, exigiendo a los principales consumidores –USA y China- la adopción de inmediatas políticas de reconversión energética.

No sólo eso. Debiéramos mostrar el ejemplo, con un programa energético de proyección estratégica que en nuestra propia realidad se olvide de los combustibles fósiles y haga su centro en las fuentes primarias renovables, cuyo costo es hoy ya comparable –o incluso inferior- a la extracción en los nuevos yacimientos.

Ese es el principal problema de la política mundial hoy y eso debiéramos estar reclamando, más que por la demora del avión de Evo, o de sumarnos como bobos a la ilusión de Vaca Muerta.

Ricardo Lafferriere



viernes, 28 de junio de 2013

Peronismo, kirchnerismo, "massismo". Y sigue la función...

¿Es lo mismo peronismo que  kirchnerismo? ¿Es lo mismo kirchnerismo que cristinismo? ¿Y Massa?

El interrogante no desvela a los peronistas ni a la mayoría de la sociedad, como sí lo hace al amplio espectro de la dirigencia opositora. Para los peronistas, peronismo es "poder".

Para la sociedad, el poder es una especie de subsistema, del que se esperan cosas diferentes a las que imaginan los protagonistas del escenario político.

Tampoco es que todos los ciudadanos tengan las mismas expectativas. Cada uno tendrá una imagen, una esperanza y un deseo diferente.

El “poder” está presente en la etología humana desde que comenzamos a vivir en tribus. Es la capacidad de mandar y el mando se considera necesario para vivir en forma más o menos organizada y defenderse de los enemigos.

Ese es el presupuesto esencial del poder en el imaginario colectivo. Lo probó hasta el apoyo tácito pero indiscutido que tuvo la propia dictadura en sus primeros tiempos, cuando llegaba a cubrir el poder inexistente traducido en la orgía de sangre provocada por el enfrentamiento desbordado de los diferentes grupos del gobierno peronista, entre 1973 y 1976.

La elaboración intelectual que fueron agregando a esta idea de poder, durante siglos, pensadores diversos, fue creando una idea más sofisticada que atravesó al concepto de mediaciones, limitaciones y condiciones de legitimidad, necesarios para neutralizar sus consecuencias peligrosas, sin afectar sus aspectos virtuosos.

Lo que no puede olvidarse, sin embargo, es su esencia básica: su capacidad de mando. Es la “condición sustantiva” de la política, la que en el debate muchas veces queda eclipsada por los aspectos arriba mencionados, que configuran sus características “adjetivas”.

Las sociedades necesitan, creen y esperan capacidad de mando. Y a medida que se elevan en sus condiciones de vida y convivencia, aspiran a que ese mando sea virtuoso, inteligente, eficaz, normado.

 Las sociedades evolucionadas han establecido entramados normativos que custodian a las personas comunes de posibles desbordes del poder. Otras, delegan el poder en forma menos matizada. Pero no se conoce ninguna sociedad organizada, desde las tribus hasta las sofisticadas sociedades actuales, que no contemple el factor “poder” en su organización.

El peronismo entiende el poder y lo ejercita. Su falencia es su tendencia a saltearse las normas que lo regulan y limitan, a las que suele considerar un obstáculo. Su otra falencia –no generalizada en todos sus sectores- es entender al poder como una propiedad de quienes lo detentan. Los demás ciudadanos son simples sujetos pasivos sin derecho ni capacidad para discutir su voluntad.

El amplio espectro no peronista aborda el poder desde sus aspectos adjetivos. Las “ideologías”, los “fines buscados”, las “afinidades partidarias”, “la izquierda”, “la derecha” o “el centro” llegan a ocultar su esencia de mando, olvidando que para la más profunda intuición y conciencia ciudadana, es lo más importante.

En décadas pasadas, el contradictorio se planteaba con las fuerzas que también creían en el poder sustantivo, pero destacaban la necesidad de su ejercicio dentro del marco del estado de derecho, formidable construcción de la civilización política caracterizada por la distribución de competencias entre diversos órganos institucionales.

La finalidad de esta distribución no era hacerlo impotente, sino evitar sus desbordes. Su ejemplo paradigmático era el radicalismo.

La sensación que surge al observar la sociedad argentina de hoy sin embargo es que la aspiración de mando sólo se refleja en el imaginario peronista. Es el único espacio en el que el aspecto sustantivo del poder se sobrepone en forma clara a sus abordajes adjetivos.

Los desbordes del peronismo en su relación con muchos derechos de ciudadanos fue el motor del enfrentamiento “peronismo-antiperonismo” que motorizó varias décadas del siglo XX.

El enfrentamiento tenía otro fuerte condimento: el papel inclusivo de las gestiones peronistas hacia los desventurados, dependientes de otros con mayor poder económico y político.

El peronismo, construyendo su base de representación entre estos ciudadanos que sentían y sufrían situaciones de injusticia, se convirtió en una de las grandes fuerzas articuladoras de la sociedad nacional.

Creó otro imaginario: que esas personas marginadas eran su objetivo. La realidad fue más matizada. Las políticas sociales del peronismo hacían simbiosis con la mala utilización del poder para fines de enriquecimiento personal de integrantes de sus élites. Su rica dinámica interna reflejó esa tensión. Su mayor o menor deslizamiento al clientelismo estuvo siempre presente.

La otra había sido el radicalismo, en la transición del siglo XIX al XX y en la primera mitad de ese siglo. Su papel integrador fue político, abriendo el camino a la participación en el gobierno a sectores hasta entonces marginados por las élites del siglo XIX y comienzos del XX. De pronto, ciudadanos sin recursos ni apellidos ilustres, contaban con un aparato político que abría la competencia y les permitía un canal de acceso al escenario político.

Ni uno ni otro fueron partidos ideológicos, sino fuerzas de integración. Sus núcleos culturales aglutinantes deben buscarse en la diferente forma de entender la relación “poder - ciudadanos”, más que en los contenidos de sus medidas de gobiernos, normalmente adaptadas a los cambiantes estilos de cada época.

Como en todos los agregados sociales, los límites no son nítidos y las impregnaciones recíprocas existen, condimentando sus núcleos conceptuales básicos.

Las etiquetas partidarias no modelaron la realidad social y cultural argentina. Simplemente la reflejaron. Es aventurado ver en el peronismo el surgimiento de la idea de poder, o en el radicalismo el inicio de la democracia y las libertades públicas. Esa tensión viene desde la colonia y atravesó diversas etapas de la historia nacional, como lo había hecho en la historia universal.

Ambas fuerzas incluyeron creencias culturales subyacentes en una sociedad que, contra lo que suele pensarse, tampoco es original. La tensión entre el poder que quiere ampliarse hacia lo absoluto y las resistencias ciudadanas que quieren limitarlo ha existido desde que la humanidad comenzó su proceso civilizatorio.

En la Argentina, en todo caso, parece apropiado hablar de agregados socio-culturales, más que de etiquetas. Agregados socio-culturales que, como se adelantó, tampoco son nítidos.

El populismo rentista incluye –y oscila entre- su vertiente absolutista y aquella que busca su apertura a la legitimidad popular. El gran campo “democrático-republicano” oscila entre su vertiente elitista y la que también busca su legitimación en el respaldo popular.

Las estrategias de acumulación para ambos son diferentes. En el campo “autoritario” su ampliación impone concesiones al mundo democrático y republicano, lo que le genera un conflicto secundario con sus componentes más extremos, aquellos que exigen el ejercicio del poder a cualquier precio. Tal vez el “vamos por todo” sea una consigna que lo refleje.

En el campo democrático y republicano, el rumbo es inverso y su ampliación requiere encarnar la idea de “democracia social” –como se decía en otros tiempos- o “socialdemócrata”, como se comenzó a decir, con una impronta europea, en las últimas décadas del siglo XX. En este campo los otros grandes actores son los “populares”, socios de los socialdemócratas en la construcción de los estados sociales europeos.

También tienen su conflicto secundario, con aquellos a quienes la pureza de la teoría impone la neutralidad del Estado en la tensión social por la distribución de la riqueza. En la Argentina actual son pocos, identificados como “liberales de derecha”.

Éstos no deben confundirse con los llamados “neoliberales”, término que es necesario precisar más por su banal aplicación a grupos o medidas que poca relación tienen con el liberalismo, y cuya función es predicar y sostener el papel positivo de las grandes corporaciones, lo que los hace presente en todo el abanico político. 

Una sociedad equilibrada y exitosa demandaría la convivencia en la diversidad entre aquellos que en ambos grandes campos toleran la diferencia, aceptando como natural los debates sobre políticas públicas y la conveniencia de encontrar síntesis para los problemas que presente la agenda.

El centro de gravedad de la opinión pública argentina oscila. Se aleja cuando, en cada sector, el discurso se acerca a los extremos, y se acerca a los sectores más tolerantes de los dos grandes agregados.

Son éstos los que abren el camino al funcionamiento “constitucional”, imposible si hegemonizan el debate las miradas de los extremos. Juan José Sebrelli sugirió por eso la necesidad de una gran “coalición de coaliciones”, como base necesaria para una democracia estable.

¿Qué relación tienen estas reflexiones con las preguntas del comienzo?

El kirchnerismo está, claramente, en el espacio peronista. El cristinismo es el sector más ultraísta del kirchnerismo. Su desplazamiento al extremo lo está alejando de la mayoría.

La iniciativa de Massa pareciera apuntar a ocupar ese vacío, agrupando al sector del peronismo que es consciente que el poder  debe matizarse aceptando la existencia del “otro” y abriendo incluso espacios para su participación. Busca crear una “nueva mayoría”, que reemplace a la anterior. Otra cosa es que lo logre.

Enfrente,  también hay noticias. Confluencias –más pequeñas- del espacio democrático republicano parecen iniciar un rumbo positivo, aunque por ahora siga obsesivamente auto-arrinconado en papel testimonial-ideológico.

Como resultado natural, se autoexcluye de participar en la “Primera A” y prefiere quedarse en la periferia. Renuncia a convocar a los grandes contingentes ciudadanos no ideologizados –que son la mayoría- y deja en consecuencia un espacio grande a su adversario, que lo aprovecha abriendo con más tranquilidad la opción de relevo, dentro de sus mismos marcos.

En algún momento –ojalá sea pronto- este espacio alternativo democrático y moderno logrará articular un trabajo conjunto con la suficiente amplitud para incluir a todos sus matices, conformando una real alternativa seria con vocación de gobierno. Sería bueno que lo haga pronto, para hacer posible un diálogo político equilibrado.

Mientras tanto, entre “salvar los principios, aunque se pierdan mil gobiernos” y “el poder está para usarse”, los ciudadanos irán optando por la opción que intuyan como menos mala.

La de “perder gobiernos”, luego de las experiencias de 1989 y 2001, ha mostrado el que el peligro de considerar al poder como contrario y disvalioso frente a los principios puede acarrear dolores que la sociedad no parece dispuesta a repetir.

La de “el poder está para usarse” muestra su falta de escrúpulos éticos, pero ante la alternativa de una aventura demasiado parecida a un salto al vacío, puede terminar siendo el marco en el que la sociedad defina el mando.

Mal que nos pese a quienes soñamos con un país diferente y nos sentimos alejados del populismo y del poder autoritario, es probable que los ciudadanos una vez más decidan participar, tal vez sin entusiasmo, en la disputa interna de aquellos a quienes gobernar no les asusta y el poder sí les interesa.

Aunque es bueno no renunciar a la esperanza de que esta historia cambie y que en algún momento, más temprano que tarde, logremos encarrilar a la Argentina en la senda de un país como soñamos.

Ricardo Lafferriere


domingo, 23 de junio de 2013

INNOVACIÓN, para que exista un futuro

Nuevo libro de Ricardo Lafferriere

La obra pone en cuestión las tecnologías alternativas de extracción de hidrocarburos como el "shale", el “pre-sal” y las arenas bituminosas, por su influencia en el relanzamiento de las emisiones de CO2 y el calentamiento global.

Sostiene la conveniencia de impulsar las fuentes renovables -solar, eólica, biomasa, hidráulica- y alerta sobre los graves efectos para el planeta del nuevo impulso a la quema de combustibles fósiles.

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sábado, 22 de junio de 2013

Licuación

                Una acelerada licuación del prestigio y del poder presidencial. Esa es la consecuencia de los arrebatos políticos de la señora presidenta en los últimos tiempos.

                El tema no es menor ni poco grave. Justamente si había una cuestión que concitaba el acuerdo de todos los analistas políticos sobre la gestión de Néstor Kirchner, era su recuperación del papel y poder de la política, en general y del poder presidencial, en particular.

                Luego del derrumbe del 2001/2002, no era poca cosa. De ahí en más, las opiniones divergían –y divergen- sobre la valoración del primer turno kirchnerista en un gran abanico, según la opinión que merecieran los contenidos de sus políticas puntuales.

                El ejercicio del poder y aquel logro mostró el éxito de un orfebre. No se consigue poder ganando una elección, ni gritando frente al micrófono. Es un arte sutil que exige una combinación adecuada de escuchar e interpretar a la sociedad, de saber hasta dónde se puede mandar y desde dónde se debe convencer, de saber articular el complicado mecanismo de sectores e ideologías, de intereses y necesidades, de tensión de cambio y respeto a las creencias mayoritarias.

                Partiendo de una desarticulación social máxima cuyas variadas causas no es el lugar de analizar aquí, Néstor Kirchner supo continuar una tarea que –bueno es recordarlo- había empezado Duhalde, cuya presidencia, al igual que la de Kirchner, tuvo en el resto de los aspectos los juicios más encontrados, entre otras cosas por haber sido uno de los responsables del derrumbe por sus acciones previas a la crisis.

                La gestión de la señora Cristina Fernández ha recorrido el camino exactamente inverso. Al igual que su marido, recibió una economía en recuperación, la aceptación ciudadana del nuevo marco de poder y las bases sentadas para iniciar un proceso de modernización y crecimiento. Su bandera central de entonces, la “calidad institucional”, despertó esperanzas aún en los más recelosos opositores.

                Sin embargo, una fotografía de aquel lejano 2007 y una de hoy nos muestra el deterioro. La economía se detuvo, la infraestructura se derrumbó y los recursos estratégicos de dilapidaron alegremente. El país marcha a una anunciada implosión cuyas consecuencias son impredecibles.

También ha desmantelado hasta los rudimentarios avances hacia la recuperación institucional existentes en el 2007. El recuerdo de la primera “reivindicación” del relato kirchnerista por esa época, la renovación de la Corte Suprema de Justicia, exhibe el retroceso. Costaría trabajo imaginar, por ejemplo, a la presidenta ridiéndole un homenaje a Balbín, como hiciera Néstor Kirchner en 2004, en La Plata, al cumplirse el centenario de su nacimiento.

Pero no es sólo eso. El aislamiento internacional –hace años que no visitan la Argentina mandatarios extranjeros-, el descrédito y hasta la indiferencia con que nuestro país es mirado en el mundo –la humillación de la Fragata embargada por deudas en puerto africano fue apenas una muestra-, se suman a la mezcla de lástima y conmiseración con que es mirado el país hasta por sus vecinos más entrañables.

 Los reiterados ataques al estado de derecho en el marco de arranques caprichosos que han perdido la capacidad de medir no sólo lo que se debe y lo que no se debe hacer, sino lo que se puede  lo que no se puede, han llevado a la institución presidencial a un estado de ficción.

Su aparente poder omnímodo puede ser cuestionado por cualquier persona o grupo de personas al que se le ocurra violar la ley, enfrentar el capricho o esconder bajo una protección (real o imaginada) los hechos de corrupción más conmocionantes.

Se trata de un “poder” incapaz de resguardar las fronteras –por donde pueden pasar libremente y caminando contrabandistas y lavadores fuera del horario de oficina (¡!), de asegurar que quién tome un tren llegue vivo –porque tiene “plasmas” pero no freno-, o de brindar con alguna eficacia los servicios básicos elementales, de salud, educación, seguridad o jubilación.

Pocos –o nadie- saben muy bien las causas del errático comportamiento presidencial, que en ocasiones roza el grotesco. Pero aún imaginando dificultades de salud en la señora, lo que es inexplicable es el acrítico seguidismo del aparato político oficialista, votando en el Congreso el dislate de turno y aplaudiendo cualquier cosa en forma autista, sin advertir el riesgo extremo del rumbo seguido.

El peligro que enfrentará el país en el futuro próximo es ingresar en la crisis económica, nuevamente, con el poder político licuado. No alcanzará la invocación a elecciones ganadas, ni el respaldo de un núcleo duro pero minoritario de argentinos fanatizados, o convencidos.

El voto cotidiano, el que se da en las decisiones de ahorro e inversión, en las charlas en los bares  y clubes, en los galpones de fábricas y en los pasillos de las oficinas, en la improvisada conversación de una cola de supermercado o con un compañero circunstancial de tren o colectivo, en síntesis, lo que configura la “gobernabilidad”, ha abandonado a la presidenta  y se ha alejado del “relato” oficial.

Sólo demora el cambio de época otra incertidumbre: la de no detectar en el escenario una alternativa confiable que le saque a ese cambio la idea de un salto al vacío. Tal vez esa búsqueda pueda explicar el surgimiento de inesperadas popularidades surgidas en pocos días, a las que posiblemente se agreguen nuevas, sin otro antecedente que algún hecho imprevisto frente al que se oponga alguna reacción oportuna. O sea, una licuación también de la política como actividad, reemplazada –como antes de la modernidad- por un golpe de suerte, o del destino. Tal como en las tragedias griegas.

La licuación de la política no es buena, como no lo es la implosión económica. Mucho menos cuando una y otra son, como en nuestro caso argentino, el resultado de hechos humanos. No de tsunamis, ni guerras, ni plagas, ni sequías, ni terremotos, ni crisis internacionales.

Estamos donde estamos por propia decisión equivocada. Por propia decisión debiéramos encontrar, en forma madura, el camino de salida.


Ricardo Lafferriere

jueves, 20 de junio de 2013

¿EEUU y Al Qaeda del mismo lado?

El desarrollo de la guerra civil en Siria no puede ser más preocupante para quienes creemos en la paz, la democracia y la posibilidad de convivencia entre pensamientos diferentes.

Como en todo conflicto a abierto que reemplaza al diálogo honesto, la tendencia es el desplazamiento de los actores hacia sus componentes más extremos.

Siria no es la excepción, acercándose a una guerra cuyos componentes más dinámicos están derivando a ser Hezbollah (apoyando al gobierno) por un lado, y Jabhat al Nussrah -componente de Al Qaeda- como grupo militar hegemónico de la oposición, por el otro.

Las simpatías y apoyos externos complican aún más el escenario.

La utilización de gases y armas químicas por parte del gobierno de Al-Assad (régimen dictatorial y atrozmente represivo  del partido Baas que gobierna con estado de sitio desde 1963) ha colocado al gobierno de Obama en uno de sus dilemas más complicados, por su compromiso previo de intervenir si ese extremo llegaba a ocurrir.

Estados Unidos está obligado a hacerlo, no sólo por sus compromisos internacionales, sino de su propia palabra, cuando hace pocos meses evitó ayudar a los rebeldes porque tal extremo (el uso de gases por parte del gobierno) no estaba suficientemente probado.

Pues ahora sí lo está. El bombardeo con gases ha provocado ya la muerte de cientos de civiles en aldeas tomadas por los rebeldes y atacadas por las fuerzas de Al-Assad, especialmente en la aldea de Hams y en la destrozada Aleppo, segunda ciudad del país.

Si Estados Unidos no interviene, su credibilidad internacional quedaría fuertemente dañada. Pero si lo hace, estaría apoyando directa o indirectamente a Al-Qaeda.

Obama decidió cumplir con su palabra a medias, haciendo llegar armas a los rebeldes.

Pero esa decisión motivó la de Rusia y de Irán de apoyar con armamento de última generación a Al-Assad. Es natural. Ni a Rusia ni a Irán les afecta ninguna pérdida de prestigio internacional apoyar a un régimen que masacra con gases a su propia población, pero sí les afectaría tener en su vecindad un Estado abiertamente terrorista y hostil.

Consecuente con esta decisión, Irán ha enviado también un numeroso contingente de la Guardia Revoluciona (4000 combatientes) para apoyar al régimen de Al-Assad.

El aquelarre se completa con los temores de Turquía e Israel, por la fuerte participación de Hezbollah, enemigo de ambos en el Líbano, con creciente influencia en Siria debido a su apoyo al régimen de Al-Assad.

Las vueltas de la geopolítica, por su parte, vuelve a acercar a los socios anti-rusos de Afghanistan, EEUU y Al Qaeda.

Nadie puede imaginar cómo terminará ésto. Sí está claro quienes lo sufren. La guerra ha provocado ya cerca de cien mil muertos, más de un millón de refugiados y cuatro millones en situación de crisis humanitaria. Obviamente, la inmensa mayoría corresponde a población civil.
La comunidad internacional -especialmente las Naciones Unidas- debiera seguir intentando potenciar a los actores racionales de este conflicto, alimentando los islotes de tolerancia democrática que subsisten, para encauzar una salida que recupere la paz en este sufrido país del oriente medio sobre la base del respeto a los derechos humanos, la independencia nacional y la convivencia democrática de sus ciudadanos a pesar de sus diferencias religiosas, étnicas o ideológicas.

Ricardo Lafferriere


domingo, 16 de junio de 2013

Vaca Muerta: nuevo escapismo nacional

“No quiero que le digamos más Vaca Muerta;
de ahora en adelante la llamaremos Vaca Viva”
Cristina Fernández de Kirchner               

                Los informes científicos no discrepan: la presencia de moléculas de CO2 en la atmósfera atravesó la barrera de las 400 partes por millón. Hace tres millones de años que el planeta no llegaba ese nivel.

                Al comenzar la revolución industrial, esa concentración era de 280 ppm. Si continúa el actual  incremento, llegará a las 500 ppm en tres décadas. En ese momento, todo será impredecible, ya que atravesaremos un umbral que jamás la humanidad vivió en sus cientos de miles de años de existencia. La elevación de la temperatura promedio del planeta será de entre 4 y 5 grados.

                La generación de CO2 tiene fuentes diversas, varias de origen natural. Una de ellas, sin embargo, está en nuestras manos controlar: la quema de combustibles fósiles –carbón, petróleo y gas-.

                Hasta hace una década, el peligro era grande pero en última instancia, restringido a las existencias conocidas de hidrocarburos, que se pensaba que habían llegado a su límite.

                Sin embargo, el desarrollo de técnicas novedosas –como el “fracking”- permite buscar nuevos yacimientos, más profundos. Las arenas bituminosas de Canadá, el “shale” en Estados Unidos, Rusia, China y Argentina, y el “pre-sal” en Brasil, lanzan nuevamente la carrera.

                El planeta está nuevamente en las puertas del “corredor de la muerte”. Y no se trata de un destino inexorable, sino que responde a decisiones humanas.

                Sin embargo, así como se cuenta ya con tecnologías para ir más profundo a buscar más petróleo, también las hay para obtener energía de fuentes renovables, sin perjudicar el ambiente, ni la geología.

                “Me gustaría que la Argentina se pareciera a Alemania”, le expresó la presidenta argentina Cristina Fernández a la Canciller Angela Merkel en ocasión de su visita a dicho país. Esa expresión de anhelos seguramente refleja la aspiración íntima de la mayoría de los argentinos en el caso de la energía.

No ha sido, sin embargo, el rumbo que Fernández de Kirchner ha impreso a la política energética durante su gestión. Frente a los 32.509 Mwh de generación de energía solar en Alemania, la Argentina muestra, en el 2012, una capacidad de generación de energía solar de apenas 6,2 Mwh .

Curiosamente, el gran salto en generación solar se produjo en Alemania en la misma época en que el presidente Kirchner se hacía del poder en la Argentina. En ese momento, la capacidad de generación solar instalada en Alemania apenas alcanzaba a 100 Mwh. Es bueno recordar que tampoco se trata de que ese país que tenga mucho sol: su emplazamiento entre los paralelos 51 y 55 equivale en nuestro hemisferio al sol que puede captarse entre Rio Gallegos y Ushuaia.

En los diez años siguientes, Alemania llevó su parque solar de 100 a  32.000 Mwh. y su capacidad total de generación a más de 120.000 Mwh. Argentina sólo agregó a su parque generador 6 Mwh. (seis) de energía solar, y dos centrales térmicas, pasando en total de 17.000 Mwh a 19.000.

Su proyección de largo plazo se orienta a la puesta en valor de las reservas de “shale” del yacimiento de Vaca Muerta. Es  decir, a quemar más hidrocarburos fósiles.

Ninguna proyección de necesidades energéticas para las próximas décadas requiere recurrir al saqueo del subsuelo. Todas son previsibles con el desarrollo de fuentes renovables. La sistemática reducción de costo de las energías renovables hoy la hacen las fuentes normales por excelencia.

Por el contrario, insistir en las sofisticadas y costosas técnicas del nuevo impulso hidrocarburífero mediante técnicas no convencionales sólo responde a intereses del “statu-quo”, el que resiste el cambio y prefiere seguir la marcha hacia el suicidio.

Vaca Muerta no es una fuente energética indispensable. Es, en todo caso, una fuente de nuevas rentas. No es una respuesta energética, sino un objetivo económico, de dudosa ética ambiental.

“Vaca Muerta” es el equivalente energético de un campo con “solo soja”. Por el contrario, “energías renovables” es el equivalente a la “diversificación” de los cultivos.

Vaca Muerta es profundizar la dependencia, apuntar a las rentas rápidas, creer que se solucionan los desequilibrios generados por la incapacidad de gestión y de la propia organización económica y social cargándolos en la cuenta del planeta –es decir, de nuestros hijos y nietos, de su aire y de su agua-.

Es ignorar el daño a las próximas generaciones, pero también a nosotros mismos en los próximos y cercanos años. Es conspirar contra el desarrollo tecnológico, la sofistificación y progreso social.

Es abrirnos al riesgo de una de las consecuencias de las rentas petroleras en las sociedades que viven de ellas: democracias inexistentes o reducidas, políticas corruptas, indiferencia por el progreso humano, creación de clientelismo, estratificación de la pobreza, aparición del terrorismo y la intolerancia.

“Sólo soja” es destrozar el suelo con su agotamiento y erosión. Vaca Muerta es destrozar el subsuelo con su ruptura y contaminación.

Por supuesto que es “lindo” tener rentas. Pero deja de serlo si implica ser cómplices en el deterioro del planeta, de su atmósfera, de su biodiversidad. Es mucho más lindo convivir con el entorno en armonía, desarrollarse sin dañarlo, cuidar el delicado equilibrio que nos permite disfrutar del tesoro de la existencia en el maravilloso escenario de un planeta vivo.

Esto, que hasta hace pocas décadas hubiera parecido un utópico escapismo filosófico, deja de serlo con sólo mirar lo que está ocurriendo diariamente con tormentas, mega-inundaciones y tsunamis, tornados gigantes y glaciares que desaparecen, hielos polares que se derriten, especies que se extinguen, aire que se envenena y agua potable que se agota.

No necesitamos Vaca Muerta, ni shale, ni fracking, ni pre-sal. Tampoco lo necesita el planeta. No es allí donde está nuestro lugar, sino compartiendo ilusiones con quienes creen que es posible un futuro emancipado de las nuevas alienaciones y compatible con la vida en libertad, en una democracia sofisticada y tolerante, con seres humanos educados en el dialogo cuya vida no requiera la dilapidación de rentas que no nos pertenecen, aunque nos permitan en lo inmediato seguir con la fiesta.

Mejor que compartir con EEUU, China, Rusia, Canadá o Brasil el discutible honor de ser los nuevos verdugos del planeta sería, coincidiendo con la presidenta -en otros tiempos-, tratar de “parecernos a Alemania”.



Ricardo Lafferriere