Quienes han seguido estas notas seguramente notaron en los
últimos tiempos que el tema del cambio climático –consecuencia principal del
calentamiento global- ha sido reiterado.
No es un tema menor. De hecho, es convicción de quien
escribe que es actualmente el problema central de la humanidad, y aunque sea
obvio agregarlo, también nuestro.
Era grave. Pero el descubrimiento y “puesta en valor” en los
últimos años de los yacimientos hidrocarburíferos profundos, así como el
desarrollo de tecnologías de extracción novedosas que permite acceder al gas de
esquisto o “shale”, a los yacimientos ubicados por debajo de la capa salina o “pre-sal”
y a la explotación de las arenas bituminosas en Canadá, están dando un impulso
adicional a la quema de combustible fósil, que se pensaba cercano a su
agotamiento.
Es de tal magnitud este cambio que la sociedad más
contaminante del mundo, la norteamericana, puede llegar a convertirse en
exportadora de combustibles, independizándose de sus fuentes actuales de
aprovisionamiento –Europa Central y Medio Oriente- pero convirtiendo al
planeta, junto con China, en una caldera.
Quienes conducen la humanidad adoptan el papel de aprendices
de brujos, porque aunque no existe plena seguridad de las consecuencias
fatales, cada vez son más claros los indicadores que en pocas décadas –tentativamente,
tres o cuatro- la temperatura promedio del planeta habrá ascendido entre cuatro
y cinco grados centígrados, en un nivel que jamás se dio desde que el hombre
apareció sobre la tierra.
Este problema debiera ser el primero y central de la agenda
política del mundo, y del país. No es un problema lejano y ajeno. Es cada vez
más cercano, y propio.
La boba euforia con que numerosos hacedores de política
se refieren al yacimiento de Vaca Muerta como la nueva fuente de rentas que
podría “salvar” definitivamente al país ignora esta circunstancia, sumándose a
la irresponsable política de las dos superpotencias que en lugar de acelerar el
financiamiento del desarrollo tecnológico de fuentes primarias renovables –siguiendo
el ejemplo de Alemania- no dudan en profundizar el arcaico y suicida camino de
seguir quemando petróleo, carbón y gas para mover un aparato económico que se
resisten a reconvertir.
Si el problema era grave, una nueva información publicada en
la página de la NASA agrega un dato más preocupante. Se puede observar en el
sitio http://ciencia.nasa.gov/ciencias-
especiales/24jun_permafrost/, que nos hizo llegar la ex legisladora y amiga
Alicia Colucigno. Su título marca la dimensión de la preocupación: “¿Es
el permofrost del Ártico el “gigante dormido” del cambio climático?”
El calentamiento está provocando –como sabemos- el
aceleramiento del derretimiento del hielo ártico. Este derretimiento está
provocando a su vez el peligro de dejar descubiertos los depósitos de permofrost,
carbono orgánico cuyo volumen equivale a entre cuatro y cinco veces la cantidad
total de hicrocarburos quemados desde 1850 hasta hoy (que se estiman en 350.000
millones de toneladas métricas).
Si se liberan, por derretimiento del hielo, millones de toneladas métricas de CO2 y metano se agregarán a la atmósfera y el efecto invernadero entrará en una progresión inimaginable, acercando el “punto de no retorno” –actualmente estimado hacia mediados de siglo- a tiempos mucho más cercanos.
Si se liberan, por derretimiento del hielo, millones de toneladas métricas de CO2 y metano se agregarán a la atmósfera y el efecto invernadero entrará en una progresión inimaginable, acercando el “punto de no retorno” –actualmente estimado hacia mediados de siglo- a tiempos mucho más cercanos.
¿Es seguro que todo eso pase? No, pero es posible. En todo
caso, la pregunta es otra: ¿tenemos derecho a seguir jugando a la ruleta rusa
con el clima y el planeta, en el afán de buscar nuevas fuentes de rentas que se
carguen en la cuenta del incremento del riesgo, de la mayor inseguridad y de las
inmediatas generaciones?
Con los datos que ya tenemos alcanzaría para decidir la
prohibición global de cualquier nuevo impulso adicional a la extracción de
hidrocarburos fósiles, exigiendo a los principales consumidores –USA y China-
la adopción de inmediatas políticas de reconversión energética.
No sólo eso. Debiéramos mostrar el ejemplo, con un programa
energético de proyección estratégica que en nuestra propia realidad se olvide
de los combustibles fósiles y haga su centro en las fuentes primarias renovables,
cuyo costo es hoy ya comparable –o incluso inferior- a la extracción en los
nuevos yacimientos.
Ese es el principal problema de la política mundial hoy y
eso debiéramos estar reclamando, más que por la demora del avión de Evo, o de
sumarnos como bobos a la ilusión de Vaca Muerta.
Ricardo Lafferriere
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