¿Para eso querían YPF?
“Me
gustaría que nos pareciéramos a Alemania”, expresó la presidenta Cristina
Fernández a Ángela Merkel en ocasión de su visita a ese país, en 2007.
No ha
sido ni es, sin embargo, el rumbo que ha impreso a la política energética de su
gobierno.
Entre
2002 y 2012, Alemania pasó de generar 100 Mgv/h de energía solar, a 32.000
Mgv/h. La Argentina se ha mantenido en ese período con una generación solar de
6 (seis) Megavatios/h.
Casualmente, el gran salto de
generación solar en Alemania se dio durante el mismo período en que, en la
Argentina, gobernó la pareja Kirchner.
Alemania
agregó nada más que con su parque generador solar el equivalente a una
Argentina y media: la capacidad generadora total de nuestro país no llega a los
20.000 Mgv/h.
Las
causas del vuelco hacia fuentes primarias renovables en Alemania se produjo
luego de desechar las fuentes fósiles, por contaminantes y de la definitiva
proscripción de la energía atómica, luego del desastre de Fukushima, por
peligrosa.
A raíz
del impulso a la energía no convencional, el costo de producción de dicha
energía es hoy igual o inferior a la tradicional. Pero no sólo eso: como
consecuencia del tendido de redes inteligentes y la posibilidad de vender a la
red la energía generada por particulares y familias, gran parte de la
generación solar es hoy aportada por
paneles ubicados sobre las viviendas y parcelas de campos.
Millones de alemanes se han
convertido en pequeños “empresarios energéticos”, fortaleciendo su economía y
su sociedad y la solidez de su propia democracia política.
Es tal el impulso cultural que se
ven paneles hasta en techos de barcos, cuya provisión de electricidad está
sostenida por la captación de energía solar.
Alemania está ubicada en una
latitud equivalente a Tierra del Fuego. No recibe la potente radiación del
trópico, o de las zonas templadas –como podría hacerlo la Argentina-.
Por nuestro lado, acaba de ser
entregado a la aventura, en la búsqueda de nuevas rentas, parte del
mega-yacimiento de “shale” de Vaca Muerta. Es el único “proyecto estratégico”
energético del país, en los diez años de reinado “K”.
La presidenta Kirchner ha dejado
de preferir el ejemplo de Alemania. Prefiere seguir el de Estados Unidos y de
China. Pero a diferencia de ambos, uno por motivos geopolíticos y otro por su
rápido crecimiento industrial, en nuestro caso tenemos opciones.
Técnicos y empresas, productores
y familias, están en condiciones de repetir el fenómeno revolucionario de los
alemanes. Podríamos ser Alemania. No lo seremos, pero a pesar del sueño oficialista,
tampoco seremos Estados Unidos ni China: nos pareceremos más bien a los
regímenes autoritarios de Medio Oriente o Venezuela.
No por sus pueblos, sino por su
funcionamiento político. Las rentas fáciles extraídas al subsuelo –es decir a
nuestro futuro, al de nuestros hijos y nietos- pueden terminar financiando
regímenes de tiranuelos corruptos, democracias débiles y derechos humanos
inexistentes. Como lo hemos sufrido en esta última década.
Pero nada es tan grave como el
impulso adicional al calentamiento global que implica volcar a la atmósfera el
petróleo profundo, el del Shale y el “pre-sal”. En lugar de asumirnos como
militantes de la vida y de la preservación ambiental, nos sumaremos a la legión
de los repudiados contaminadores globales.
Es realmente triste la imagen de
YPF entregando a Chevrón 395 kilómetros cuadrados de territorio para destrozar
su subsuelo mediante el “fraking”. Lo es por su significado: el primer paso de
un proceso que, una vez instalados los mega-intereses petroleros, será difícil
detener.
Empezamos un camino profundamente
equivocado, resultado de la desesperación por las consecuencias de una década
de ausencia de reflexión estratégica. Esas consecuencias no las sufrirá el
kirchnerismo, experiencia política que está en su final. Lo sufrirán –lo sufriremos-
los argentinos, que deberemos lidiar con sus consecuencias ecológicas,
geológicas, económicas y políticas.
La impostura de la “nacionalización”
de YPF queda así al desnudo, al igual que la ingenuidad de los que repartían
banderitas argentinas sumados a la murga.
Una nueva oportunidad perdida.
Una nueva herencia maldita de una década que en los tiempos será recordada en
color negro.
Ricardo Lafferriere
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