El pensamiento es, por definición, individual, personal,
fruto de un misterioso conjunto de procesos químicos producidos en el cerebro
humano.
Atribuirlo a un "colectivo", como la Nación, es
siempre un simbolismo. Por lo pronto, necesita un supuesto: definir con
claridad los límites de ese colectivo. Ha sido uno de los problemas del
marxismo, con el concepto de "clase obrera" y pretender
infructuosamente para sus integrantes una sola forma de entender el mundo.
La Nación, como concepción política, es una creación
relativamente moderna. Su auge se dio a mediados del siglo XIX, interpretando
los procesos de unidad de países europeos antes fragmentados. Se llegó a ella
por varias vías. Los pueblos germanos, por la raza. Los latinos, por la
cultura. Otros, por la lengua o la religión. Siempre frente a
"otros", generalmente vecinos.
¿Cómo lo hicimos los argentinos? Raza, cultura, lengua,
religión, no marcan "límites" y mucho menos los marcaban en tiempos
de la Constitución Nacional, que instituyó el concepto adoptando el pensamiento
político más avanzado de la época. Nuestros vecinos, ahora y mucho más antes,
tienen las mismas raza, cultura, religión y lengua.
Nuestra idea nacional, nuestro "patriotismo"', fue
territorial. La imagen de la Argentina es la forma que tiene el territorio en
el mapa.
Es lo común en América, pero no en el mundo. Ha sido
distinto en países conformados alrededor de linajes monárquicos, por ejemplo
para la identidad británica derivada de un imperio universal o para un ruso que
concibe a su país con fronteras siempre móviles. Tampoco el territorio ha sido
central para la autopercepción de otros, por ejemplo para un polaco que ha
oscilado en poco más de dos siglos de ser uno de los países más extensos y poderosos
de Europa, desaparecer, renacer en un pedazo de su viejo territorio,
desaparecer nuevamente absorbido por dos de sus vecinos -que además, mataron
todos sus sectores dirigentes intelectuales, empresarios, políticos, obreros,
culturales en un infructuoso propósito de extirpar su memoria- para luego
renacer en otro territorio, con otras fronteras, pero con los mismos vecinos,
aunque en otra circunstancia histórica.
Otros surgieron de guerras en las que ellos no participaron,
ya que ni siquiera existían como tales, por ejemplo países del Oriente Medio. O
los israelíes, sin territorio durante dos mil años.
Las formas, en síntesis,
son tan diversas como países existen. El "pensamiento" que los "identifica"
tiene en consecuencia, también justificaciones diversas. La religión, guerras
históricas, la lengua compartida, su ubicación geopolítica, etc. etc.
Nuestro sentido de pertenencia es territorial. ¿Significará
ésto que la nueva Secretaría "coordinará" el "pensamiento"
de todas las personas que convivimos en este territorio? La sola idea es
absurda. Porque tampoco podemos ignorar que entre nosotros, la expresión
"pensamiento nacional" expresa no a todos, sino a una de las
construcciones ideológico conceptuales que se ha definido también por su "contrario",
tradicionalmente identificado con ideas liberales.
El nuevo Secretario, en sus primeras declaraciones, ha
hablado de "convocar" a todas las "corrientes" y eso es
tranquilizador para quienes sospecharon, con fundados motivos, de un intento de
profundizar la manipulación desde el espacio estatal de la interpretación
"oficial" de la historia y de las ideas.
La nación es una categoría histórica, decíamos, de factura
relativamente reciente. Su tendencia actual es diluirse en otros espacios a
medida que avanza a ritmo acelerado el cambio de paradigma universal hacia
estadios crecientemente globalizados. El nuevo desafío para quienes "con-vivimos" en este
territorio es abordar esa reflexión, so peligro de ser arrastrados en forma
acrítica en una corriente avasallante y con importantes aspectos desconocidos.
La humanidad ha entrado en un proceso -iniciado luego de la
2a Guerra y acelerado al terminar la Guerra Fría- de universalización de
valores -derechos humanos-, problemas globales -energía, deterioro ambiental- y
reconversión económica -desarrollo tecnológico y globalización de fuerzas
productivas- cada vez más alejado de los que motivaron las elaboraciones
conceptuales y alineamientos ideológicos de tiempos de las "naciones"
y más cerca de la humanidad en su conjunto y de los seres humanos en su
dimensión esencial, más que nacional.
Hay -y habrá- coletazos, asincronías y amenazas de regresos
a la geopolítica de otros tiempos. El futuro, sin embargo, que es el espacio
natural de la política en su papel de conducción de los procesos sociales,
requiere otra cosa. Coordinación, si. Pensamiento, si. ¿Nacional? Tal vez,
aunque concentrada en la complicada imbricación de los argentinos en el mundo.
Humanidad, casa común planetaria y seres humanos, justamente
los grandes ausentes de las ideologías del siglo XX, siguen reclamando que los
argentinos les abramos siquiera un pequeño espacio en nuestro pensamiento
reflexivo. No queda por ahora la sensación que la nueva Secretaría ayude en esa
tarea, la mayor que deben abordar las personas en esta etapa histórica.
Ricardo Lafferriere