Los manotazos de ahogado de la administración kirchnerista
no se reducen a ladrarle a los “hold outs”, a cambio de USD 250.000 dólares diarios
adicionales de intereses punitorios que corren hasta el pago o acuerdo (que
debieran abonar los funcionarios responsables de esa demora).
Ahora se extienden a los nuevos “alineamientos”
internacionales, sin un debate parlamentario que haga transparente decisiones
cuyas consecuencias nos acompañarán por décadas.
No se trata ya sólo de la alegre estudiantina “bolivariana”,
al final reducida a la justificación épica del mayor saqueo de fondos públicos de
la historia nacional. Y ni siquiera a la repentina amistad con el líder ruso
Vladimir Putin, con cuya adhesión de la Crimea arrebatada a Ucrania a través de
un plebiscito de población rusa transplantada insólitamente la presidenta
empatizó, a pesar del nefasto antecedente que implica para nuestro reclamo de
Malvinas.
Ahora se insiste en lo que ya es un clásico kirchnerista: el
cuento chino. Sólo que en este caso parece avanzarse hacia dos fuertes
dependencias, una financiera y otra comercial, cuyos límites y prevenciones no
han sido debidamente debatidas –o al menos, no se ha publicado ningún debate
que la contemple-. Son –por así decirlo- decisiones exclusivas de la
presidenta.
Se anuncia que China “reforzará” las reservas del Banco
Central, hoy cercanas a cero, para ayudar al país a evitar problemas
cambiarios. En buen romance, esto significa que profundizaremos la “tercerización” de las reservas en divisas
con las que nos preste el gigante asiático, que frente a nuestros raquíticos
28.000 millones de dólares formales -en realidad disponibles sólo en menos de
un tercio de ese monto- ha sabido acumular con una política económica inteligente
y en gran medida “neoliberal” nada menos que Cuatro millones de millones de
dólares, un tercio de los cuales está titulada en bonos del tesoro de
EEUU.
Hace poco tiempo, desde este lugar, mencionábamos en tono
fuertemente crítico la conducta colonialista de China con sus socios
comerciales, en la mejor escuela del colonialismo del siglo XIX, apoyada en
acuerdos con dictaduras, en la superexplotación de sus trabajadores y de los
países en los que invierte y en su indiferencia absoluta ante los problemas
ambientales que genera o la violación sistemática de los Derechos Humanos.
Hay numerosos ejemplos: la masiva deforestación africana
-227 millones de hectáreas de selva en África Central, o un millón de metros
cúbicos de madera selvática de Birmania por año o la desertificación de
Mozambique-, la disciplina laboral cuasi-esclavista de sus empresas en Gabón, en
Sudán, en San Juan de Marola –Perú- y en el propio territorio chino incluyendo
el trabajo esclavo de menores, denunciado por el Premio Nóbel Li Xiabobó
condenado y preso por esas denuncias, las miserias humanas de explotación
sexual, prostitución y trata de personas en su extracción de Jade en Birmania, del desmantelamiento de la riqueza
forestal rusa por empresas chinas en Siberia, el soborno de funcionarios
venales en países corrompidos a través de sus Bancos de Exportación y de
“promoción” (Eximbank y China Development Bank) con el “financiamiento” de
obras faraónicas a costos desmedidos por los sobreprecios y de su ansiedad por
comprar alimentos “a granel” –y tierras para producirlos-. Y de la ocupación
literal de miles de kilómetros cuadrados del territorio de Kazajistán y
Turkmenistán con empresas petroleras propias, regidas por la ley china y con
seguridad militarizada.
Bienvenidas, si se dan, las inversiones extranjeras. Pero no
si llegan para ocultar la incapacidad de gestión de un gobierno populista con un nuevo y más peligroso endeudamiento. O
para financiar la corrupción crónica de funcionarios venales. O si implican
alineamientos o inmorales apoyos internacionales, como el otorgado a Putin por
su ocupación de Crimea.
Bienvenidas, si se dan, las inversiones en infraestructura
en ferrocarriles para trasladar a puerto las producciones del interior, en
infraestructura, en energía.
Pero advirtámoslo: según lo que se anuncia, en lugar de
imbricar nuestra economía, comercio, tecnologías e inversiones con el núcleo
más dinámico de la innovación tecnológica global, volvemos a pedir dinero
prestado para financiar la crónica incapacidad de la gestión pública. En lugar
de desarrollar los complejos tecnológicos que forman la vanguardia del
desarrollo global - bio y nanotecnología, computación, telecomunicaciones,
informática, o nuevos materiales- nos endeudamos con los chinos para
revitalizar los ferrocarriles que hicieron los ingleses hace más de un siglo, y
que dejamos derrumbar al compás del relato populista.
Por supuesto, la culpa no es de China, ni de Putin. Ellos
saben lo que buscan y defienden el interés de sus países. Es hacia adentro que
debemos mirar: hacia nuestra política, hacia nuestra inteligencia, hacia
nuestro empresariado, hacia nuestro periodismo, hacia nuestra academia. Es
decir, hacia nosotros mismos, que somos quienes decidimos en definitiva qué
hacer de nuestro país. Y que, por los resultados, está claro que no lo estamos
haciendo bien.
Hoy se invoca la urgencia y frente a ello nadie puede sacar
el hombro. Todo el arco político le brindó apoyo en el Senado a la inmunidad de
los Bancos Centrales, que facilita la operación financiera mencionada. Sólo que
no nos vengan con el cuento emancipador, la culpa de los “buitres” o la
conspiración internacional “para castigarnos por nuestros logros”. Al menos,
sería de esperar la honestidad de nombrar a las cosas por su nombre.
Ricardo Lafferriere