jueves, 7 de agosto de 2014

De granero del mundo, a sojero de China


Los manotazos de ahogado de la administración kirchnerista no se reducen a ladrarle a los “hold outs”, a cambio de USD 250.000 dólares diarios adicionales de intereses punitorios que corren hasta el pago o acuerdo (que debieran abonar los funcionarios responsables de esa demora).

Ahora se extienden a los nuevos “alineamientos” internacionales, sin un debate parlamentario que haga transparente decisiones cuyas consecuencias nos acompañarán por décadas.

No se trata ya sólo de la alegre estudiantina “bolivariana”, al final reducida a la justificación épica del mayor saqueo de fondos públicos de la historia nacional. Y ni siquiera a la repentina amistad con el líder ruso Vladimir Putin, con cuya adhesión de la Crimea arrebatada a Ucrania a través de un plebiscito de población rusa transplantada insólitamente la presidenta empatizó, a pesar del nefasto antecedente que implica para nuestro reclamo de Malvinas.

Ahora se insiste en lo que ya es un clásico kirchnerista: el cuento chino. Sólo que en este caso parece avanzarse hacia dos fuertes dependencias, una financiera y otra comercial, cuyos límites y prevenciones no han sido debidamente debatidas –o al menos, no se ha publicado ningún debate que la contemple-. Son –por así decirlo- decisiones exclusivas de la presidenta.

Se anuncia que China “reforzará” las reservas del Banco Central, hoy cercanas a cero, para ayudar al país a evitar problemas cambiarios. En buen romance, esto significa que profundizaremos  la “tercerización” de las reservas en divisas con las que nos preste el gigante asiático, que frente a nuestros raquíticos 28.000 millones de dólares formales -en realidad disponibles sólo en menos de un tercio de ese monto- ha sabido acumular con una política económica inteligente y en gran medida “neoliberal” nada menos que Cuatro millones de millones de dólares, un tercio de los cuales está titulada en bonos del tesoro de EEUU.

Hace poco tiempo, desde este lugar, mencionábamos en tono fuertemente crítico la conducta colonialista de China con sus socios comerciales, en la mejor escuela del colonialismo del siglo XIX, apoyada en acuerdos con dictaduras, en la superexplotación de sus trabajadores y de los países en los que invierte y en su indiferencia absoluta ante los problemas ambientales que genera o la violación sistemática de los Derechos Humanos.

Hay numerosos ejemplos: la masiva deforestación africana -227 millones de hectáreas de selva en África Central, o un millón de metros cúbicos de madera selvática de Birmania por año o la desertificación de Mozambique-, la disciplina laboral cuasi-esclavista de sus empresas en Gabón, en Sudán, en San Juan de Marola –Perú- y en el propio territorio chino incluyendo el trabajo esclavo de menores, denunciado por el Premio Nóbel Li Xiabobó condenado y preso por esas denuncias, las miserias humanas de explotación sexual, prostitución y trata de personas en su extracción de Jade en  Birmania, del desmantelamiento de la riqueza forestal rusa por empresas chinas en Siberia, el soborno de funcionarios venales en países corrompidos a través de sus Bancos de Exportación y de “promoción” (Eximbank y China Development Bank) con el “financiamiento” de obras faraónicas a costos desmedidos por los sobreprecios y de su ansiedad por comprar alimentos “a granel” –y tierras para producirlos-. Y de la ocupación literal de miles de kilómetros cuadrados del territorio de Kazajistán y Turkmenistán con empresas petroleras propias, regidas por la ley china y con seguridad militarizada.

Bienvenidas, si se dan, las inversiones extranjeras. Pero no si llegan para ocultar la incapacidad de gestión de un gobierno populista  con un nuevo y más peligroso endeudamiento. O para financiar la corrupción crónica de funcionarios venales. O si implican alineamientos o inmorales apoyos internacionales, como el otorgado a Putin por su ocupación de Crimea.

Bienvenidas, si se dan, las inversiones en infraestructura en ferrocarriles para trasladar a puerto las producciones del interior, en infraestructura, en energía.

Pero advirtámoslo: según lo que se anuncia, en lugar de imbricar nuestra economía, comercio, tecnologías e inversiones con el núcleo más dinámico de la innovación tecnológica global, volvemos a pedir dinero prestado para financiar la crónica incapacidad de la gestión pública. En lugar de desarrollar los complejos tecnológicos que forman la vanguardia del desarrollo global - bio y nanotecnología, computación, telecomunicaciones, informática, o nuevos materiales- nos endeudamos con los chinos para revitalizar los ferrocarriles que hicieron los ingleses hace más de un siglo, y que dejamos derrumbar al compás del relato populista.

Por supuesto, la culpa no es de China, ni de Putin. Ellos saben lo que buscan y defienden el interés de sus países. Es hacia adentro que debemos mirar: hacia nuestra política, hacia nuestra inteligencia, hacia nuestro empresariado, hacia nuestro periodismo, hacia nuestra academia. Es decir, hacia nosotros mismos, que somos quienes decidimos en definitiva qué hacer de nuestro país. Y que, por los resultados, está claro que no lo estamos haciendo bien.

Hoy se invoca la urgencia y frente a ello nadie puede sacar el hombro. Todo el arco político le brindó apoyo en el Senado a la inmunidad de los Bancos Centrales, que facilita la operación financiera mencionada. Sólo que no nos vengan con el cuento emancipador, la culpa de los “buitres” o la conspiración internacional “para castigarnos por nuestros logros”. Al menos, sería de esperar la honestidad de nombrar a las cosas por su nombre.


Ricardo Lafferriere

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