Varias ediciones anteriores del grupo kirchnerista “Carta
Abierta” fueron comentadas en este espacio. En todos los casos, rebatimos
medularmente sus conceptos, enlazados en oraciones tan interminables como
herméticas cuya conclusión inexorable era siempre el aplauso a cualquier medida
surgida de la actual administración.
Los firmantes de Carta Abierta han decidido abiertamente
asumir el papel que, en el siglo pasado, desempeñaban en las dictaduras
stalinistas los “intelectuales orgánicos”.
Se trataba de personas con indudable formación personal que,
sin embargo, la ponían al servicio del poder en forma absolutamente acrítica.
Justificaron los veinte millones de muertos que Joseph Stalin produjera en la
Unión Soviética, ensalzaron los “juicios-espectáculo” en los que sometían al
escarnio a honorables ciudadanos en los que detectaban algún matiz de
diferencia de criterio con la línea oficial del Partido, los que eran remitidos
a la muerte en el destierro siberiano, la desaparición o el fusilamiento
clandestino. O, simplemente, justificaban con afirmaciones vacías
impostadamente letradas las “purgas” producidas en alguna lucha interna del
partido del gobierno, o la “caída en desgracia” por el capricho personal del
dictador al que servían.
No les interesaban las consecuencias, ni los derechos de las
personas, ni los reales objetivos perseguidos por el poder. No expresaban
cuestionamiento alguno al enriquecimiento de los jerarcas del partido, ni a la
inexistencia de una justicia imparcial. Olvidaron los valores que sus
antecesores en la inteligencia rusa antes de la Revolución de Octubre
escribieron en páginas inolvidables de denuncia a las injusticias y a la
prepotencia del poder omnímodo del zarismo. Dejaron de defender la libertad,
convertida en un valor “burgués”, retrocediendo a tiempos anteriores a las
propias revoluciones democráticas de los siglos XVIII y XIX.
Éstos, los nuestros, por supuesto que no llegan a esos
extremos. Algo lleva sin embargo intuir que si el gobierno que los apaña y
ellos defienden decidiera recurrir a métodos parecidos, encontrarían frases
grandilocuentes y sesudas construcciones semánticas para explicarlos y
justificarlos. Su silencio ante el trato inhumano conferido a los “detenidos
por delitos de lesa humanidad” es un indicio de esta convicción. También su
exculpación de funcionarios procesados por hechos de corrupción, la masacre de
la etnia Qom en Formosa y Chaco, o su silencio ante la complicidad de altos
funcionarios con la trata de personas y el narcotráfico o las muertes de Once,
de La Plata o durante los reclamos de diciembre del 2013.
Uno de sus principales exponentes, hace aproximadamente un
año, descalificaba a un juez norteamericano por su aspecto físico, al más puro
estilo de los ataques raciales del nazismo. En estos días ha sido la propia
presidenta la que ha caído en la misma bajeza, discriminando al mismo juez
–ante la ausencia de argumentos jurídicos válidos- por su edad y consecuente
fragilidad física. Despreciables actitudes, indignas de personas cultas y
repugnantes en personas con poder.
Hoy, ese mismo conglomerado reitera afirmaciones cuya desmentida es realizada por la propia
realidad. A esta altura del proceso económico y social argentino, seguir
ensalzando una gestión que coloniza la justicia, reduce el salario, aumenta la
desocupación, vacía las reservas, entrega por migajas la riqueza petrolera, agiganta
la deuda, incrementa la inseguridad, se mimetiza con el narcotráfico, desarma
la infraestructura, fortalece el aislamiento internacional, ensalza la
violencia en la convivencia y divide a la sociedad artificialmente es más una
pérdida de tiempo que un desafío intelectual. Es imposible debatir con quienes,
a sabiendas, construyen juicios sobre la mentira.
Que sigan con sus letanías. A diferencia de ellos,
sostenemos su derecho a decir lo que piensan. Digan las sandeces que digan, y
en el lugar que sea. Aunque también decimos que si en algún momento fueran
censurados, levantaríamos la voz en su defensa en nombre de una civilización
política y de valores morales que consideramos vigente cualquiera sea el color
ideológico de quienes lo sufrieran.
Ricardo Lafferriere