martes, 7 de octubre de 2014

Carta Abierta 17 (o el triste papel de los intelectuales orgánicos)

Varias ediciones anteriores del grupo kirchnerista “Carta Abierta” fueron comentadas en este espacio. En todos los casos, rebatimos medularmente sus conceptos, enlazados en oraciones tan interminables como herméticas cuya conclusión inexorable era siempre el aplauso a cualquier medida surgida de la actual administración.

Los firmantes de Carta Abierta han decidido abiertamente asumir el papel que, en el siglo pasado, desempeñaban en las dictaduras stalinistas los “intelectuales orgánicos”.

Se trataba de personas con indudable formación personal que, sin embargo, la ponían al servicio del poder en forma absolutamente acrítica. Justificaron los veinte millones de muertos que Joseph Stalin produjera en la Unión Soviética, ensalzaron los “juicios-espectáculo” en los que sometían al escarnio a honorables ciudadanos en los que detectaban algún matiz de diferencia de criterio con la línea oficial del Partido, los que eran remitidos a la muerte en el destierro siberiano, la desaparición o el fusilamiento clandestino. O, simplemente, justificaban con afirmaciones vacías impostadamente letradas las “purgas” producidas en alguna lucha interna del partido del gobierno, o la “caída en desgracia” por el capricho personal del dictador al que servían.

No les interesaban las consecuencias, ni los derechos de las personas, ni los reales objetivos perseguidos por el poder. No expresaban cuestionamiento alguno al enriquecimiento de los jerarcas del partido, ni a la inexistencia de una justicia imparcial. Olvidaron los valores que sus antecesores en la inteligencia rusa antes de la Revolución de Octubre escribieron en páginas inolvidables de denuncia a las injusticias y a la prepotencia del poder omnímodo del zarismo. Dejaron de defender la libertad, convertida en un valor “burgués”, retrocediendo a tiempos anteriores a las propias revoluciones democráticas de los siglos XVIII y XIX.

Éstos, los nuestros, por supuesto que no llegan a esos extremos. Algo lleva sin embargo intuir que si el gobierno que los apaña y ellos defienden decidiera recurrir a métodos parecidos, encontrarían frases grandilocuentes y sesudas construcciones semánticas para explicarlos y justificarlos. Su silencio ante el trato inhumano conferido a los “detenidos por delitos de lesa humanidad” es un indicio de esta convicción. También su exculpación de funcionarios procesados por hechos de corrupción, la masacre de la etnia Qom en Formosa y Chaco, o su silencio ante la complicidad de altos funcionarios con la trata de personas y el narcotráfico o las muertes de Once, de La Plata o durante los reclamos de diciembre del 2013.

Uno de sus principales exponentes, hace aproximadamente un año, descalificaba a un juez norteamericano por su aspecto físico, al más puro estilo de los ataques raciales del nazismo. En estos días ha sido la propia presidenta la que ha caído en la misma bajeza, discriminando al mismo juez –ante la ausencia de argumentos jurídicos válidos- por su edad y consecuente fragilidad física. Despreciables actitudes, indignas de personas cultas y repugnantes en personas con poder.

Hoy, ese mismo conglomerado reitera afirmaciones  cuya desmentida es realizada por la propia realidad. A esta altura del proceso económico y social argentino, seguir ensalzando una gestión que coloniza la justicia, reduce el salario, aumenta la desocupación, vacía las reservas, entrega por migajas la riqueza petrolera, agiganta la deuda, incrementa la inseguridad, se mimetiza con el narcotráfico, desarma la infraestructura, fortalece el aislamiento internacional, ensalza la violencia en la convivencia y divide a la sociedad artificialmente es más una pérdida de tiempo que un desafío intelectual. Es imposible debatir con quienes, a sabiendas, construyen juicios sobre la mentira.

Que sigan con sus letanías. A diferencia de ellos, sostenemos su derecho a decir lo que piensan. Digan las sandeces que digan, y en el lugar que sea. Aunque también decimos que si en algún momento fueran censurados, levantaríamos la voz en su defensa en nombre de una civilización política y de valores morales que consideramos vigente cualquiera sea el color ideológico de quienes lo sufrieran.


Ricardo Lafferriere

martes, 30 de septiembre de 2014

Deuda: interés nacional, interés de la señora

Hay pocos en el “escenario” que se animan a expresar en público lo que dicen en la intimidad. En el fondo, lo que prima es su “posicionamiento”, que les aconseja no aparecer enfrentando presuntas convicciones “nacionalistas” de la mayoría de la población.

Desde este espacio, no creemos en esa “corrección política” ni en su valor ético en quienes deben orientar la reflexión pública y no sólo reducir su participación en el debate nacional a su interés en ocupar el gobierno. Además asumimos esta función desde una perspectiva ciudadana sin aspiraciones de poder, por lo que las reflexiones al respecto pueden fluir en libertad.

Sobre estas convicciones, creemos necesario ser honestos con quienes nos hacen el honor de leernos. La lucha de egos, quimeras, ficciones y medias palabras permite evadir decir lo que todos saben: la posibilidad de no pagar la deuda reclamada por los “holds-out” es literalmente CERO.

Más tarde o más temprano, el país deberá hacerse cargo. Cuando fue pronunciada la sentencia, hubiera alcanzado con USD 1.300 millones de dólares conviniendo una forma de pago –como lo sugirió el propio Juez-. La demora lleva ya esa deuda a USD 1.600 millones. A partir de la declaración de Desacato, se deberán agregar los punitorios que establezca el Juzgado. Así son las cosas, guste o disguste a cualquiera. Al país se le irán cerrando las puertas del mundo y no se abrirán hasta que no se regularice esa deuda con sentencia firme en contra.

Evadirse o esconderse tras extemporáneas interpretaciones jurídicas, pronunciamientos simbólicos de la Asamblea General de las Naciones Unidas o de la Comisión de Derechos Humanos puede ser simpático y responder a las pulsiones combativas de “la gilada” –como suelen decir los viejos políticos de Comité- pero desde la perspectiva del interés nacional sólo agrava el aislamiento. Los argumentos jurídicos ya fueron volcados en el juicio. Ni la Asamblea General, ni la Comisión de DDHH tienen competencia en el tema, que corre por carriles muy diferentes.

Ese aislamiento que impide entre otras cosas refinanciar vencimientos de los canjes 2005 y 2010 es lo que en el fondo provoca que la crisis deba ser enfrentada con mayor crudeza: inflación, pérdida de reservas, disolución del salario y del valor de la moneda, caída de la producción, mayor desempleo y a partir de allí tensión social creciente, delito en aumento y caos cotidiano.

Lo que realmente está en cuestión es quién paga “el precio político” de los errores. La señora y el kirchnerismo no trepidan en “patear” la resolución del tema para cuando no estén en el gobierno, que suponen será luego de diciembre del 2015, aunque para ello deban prolongar y profundizar durante un año y medio la agonía que sufre el país. Se solazan pensando que el próximo gobierno no tendrá otra salida que acordar con los acreedores el pago de una deuda que será varios miles de dólares mayor, manteniéndole la vigencia de una bandera política perversa en su cinismo, como será culparlo de un problema generado por la propia incapacidad de la gestión K.

Las oposiciones no se animan a denunciar la maniobra por temor a sufrir el escarnio de aparecer “defendiendo a los buitres” y con su silencio o sus medias palabras ayudan a la confusión general de la reflexión pública. Confían en que la deuda, aunque sea mayor e injustificada, podrá canalizarse adecuadamente luego de superada la “anomalía K”. Total, la pagará el pueblo.

¿El interés nacional? ¿el sufrimiento de los argentinos? ¿el estancamiento económico? ¿la violencia y la tensión social? Bien, gracias. Ni hablar de la madurez del debate democrático, la valentía política de los liderazgos, o el mantenimiento de relaciones comerciales, tecnológicas, financieras y de inversión con el mundo global, único espacio que puede servir de locomotora al relanzamiento argentino cuando el país recupere la cordura.

Seguir escalando tiene claros puertos de llegada: aislamiento hacia afuera, implosión adentro.
No creemos la información que campea entre líneas en varios diarios del mundo en el sentido de problemas de salud mental en la señora. Ella sabe lo que busca y lo que quiere. Sí creemos que entre lo que sabe y lo que quiere no está el interés nacional, sino su propio interés político, económico y personal. Ningún otro fundamento racional justifica lo que hace.

Lamentablemente, en el escenario pocos se animan a decirlo.


Ricardo Lafferriere

Alguien a cargo, por favor... (II)

Es ya un deporte nacional debatir si el kirchnerismo “llega” o “no llega” a diciembre de 2015. El debate es acompañado por la aceleración de las campañas electorales, que a pesar de lo dispuesto en la ley respectiva se encuentran en pleno desarrollo.

En efecto: han “lanzado” sus candidaturas presidenciales Sergio Massa, Daniel Scioli, Mauricio Macri, Julio Cobos, Florencio Randazzo, Hermes Binner, Agustín Rossi, Pino Solanas, Elisa Carrió y esta semana lo hará Ernesto Sanz.

El rumbo de crisis en el país, mientras tanto, sigue su marcha rampante. Para percibirlo alcanza con observar los datos “de campo” –la relación entre precios y salarios, la desocupación, el valor del dólar paralelo y las tarifas- y los datos “de segundo piso” –el déficit fiscal creciente, el desequilibrio de la balanza comercial, la crisis de la balanza de pagos y la emisión monetaria sin respaldo-. Todos muestran una progresión crecientemente acelerada.

El rebote social no es menor. Se nota en las calles una agresividad en ascenso, igual que los delitos contra la propiedad y una creciente violencia en estos hechos delictivos. Se ven cada vez más negocios con persianas cerradas en forma permanente, y compatriotas viviendo en la calle, en una cantidad que no se observaba desde hace al menos tres años.

Políticamente, la desorientación del gobierno frente a la crisis que él mismo provocó es incremental. Debiera asumir la actitud madura de respaldarse en una convocatoria honesta a la unidad nacional sin preconceptos invitando a las fuerzas políticas más representativas a cambiar ideas y acordar políticas destinadas a atravesar la crisis atenuando sus efectos en las personas más necesitadas. Eso se haría en cualquier “país serio”. Acá se lo impide su vanidad.

En cambio, el kirchnerismo acentúa sus reflejos autoritarios y busca un nuevo arsenal de enemigos a quienes responsabilizar por una situación que es de su exclusiva responsabilidad. Se aísla más del mundo, anuncia un incremento de su persecución sobre quienes quieren defender sus ingresos del manotazo inflacionario refugiándose en la divisa, persigue con represión la protesta social mientras se muestra impotente ante la delincuencia común, a la que termina justificando, y amenaza con dejar al Estado cooptado por su sector fundamentalista desplazando a los funcionarios que no son absolutamente verticalizados a sus caprichos más esotéricos.

Alguna vez hemos dicho que la política es como un eje en cuyos extremos se encuentra la lucha por acceder al poder (que es lo que interesa a los políticos “profesionales”) por un lado y la lucha por los intereses de aquellos que invoca representar (que es lo que interesa a los ciudadanos) por el otro. La sana política es el arte de encontrar el punto de equilibrio entre ambos propósitos.

La percepción que se siente hoy es que nadie se pone “el país al hombro” y que el centro de gravedad de la acción política se ha desplazado totalmente al primer extremo. El gobierno, preparando su vuelta al llano luego del 2015 y la oposición construyendo su “posicionamiento” de cara a la sucesión son los propósitos marcan la agenda, mientras la crisis avanza raudamente ante un gobierno autista y una oposición alegremente indiferente.

Los argentinos, entre tanto, observan azorados la displicencia con que el poder trata su presente. Mientras los ciudadanos cargan preocupación, el país acumula tensión.


Ricardo Lafferriere

Alguien a cargo, por favor...

El tour por Vaticano y Nueva York significó ubicar en la escena a los jóvenes invitados de La Cámpora y aliados cercanos. La agenda, por el contrario, fue desconectada de la realidad cada vez más dura de la situación nacional.

La valoración del reclamo presidencial puede ser discutible, poniendo el tema en perspectiva. Sin embargo, poco tiene que ver con el acelerado deterioro de la situación interna, que no está pidiendo involucrarnos en luchas globales de largo plazo sino en la solución de problemas crecientes en lo inmediato.

“Crecientes” significa “dirigiéndonos rápidamente hacia una mega-crisis”, que, a diferencia del año 2001, no tiene causas externas sino fundamentalmente internas, como es diagnóstico de la gran mayoría de los analistas políticos y económicos objetivos.

La convención internacional para las reestructuraciones de deuda es un viejo y justo reclamo del “poder político” frente a la tendencia libertina de la globalización financiera. Ni siquiera es propio de los países en desarrollo, en tanto la influencia negativa del tornado financiero global afecta a las economías más desarrolladas. Los últimos años, desde el 2008 hasta hoy, lo han demostrado.

 No es, sin embargo, un tema declamatorio, ni adecuado para la “diplomacia del megáfono”, usualmente dirigida a quienes los viejos políticos de Comité caracterizaban como “el zonzaje” o “la gilada”.  O sea, a nosotros, los ciudadanos de a pié.

Quienes tenemos algunos años recordamos estos “mega-proyectos” que ayudan a adornar las tribunas (como el “Nuevo Orden Económico Internacional”, o las “Metas del Milenio”) pero poco efecto tienen en los episodios calientes de coyuntura, como el que atraviesa Argentina.

Hoy, la urgencia del país no es internacional, sino interna. Una febril inflación que se ha despertado y comienza a desperezarse anuncia que aquel pronóstico que desde esta humilde tribuna hiciéramos en enero de 2014 de una divisa  norteamericana alcanzando los $20 pesos en diciembre no merece ya ridiculización –como entonces- sino que hasta puede ser superada. Y detrás de ese derrumbe del valor de nuestra moneda, lo que sigue: precios desbordados, angustiantes situaciones sociales, desocupación, disolución del salario, y decenas de miles de compatriotas lanzados por la borda de la línea de pobreza.

Tal vez por haberse formado en tiempos lejanos en de la historia reciente, quien esto escribe recuerda que el centro de análisis de los grupos políticos –y gremiales, empresarios y universitarios- de los 60/70 del siglo pasado era el país, su coyuntura y su salidas. Muy pocas veces, si alguna, éstos incluían en la agenda el posicionamiento electoral o partidario. Hoy, esa reflexión retumba por su ausencia.

¿Alguien se está haciendo cargo de lo que pasa, o sigue cada uno privilegiando los símbolos de su imagen en la opinión pública, impostando batallas épicas para la tribuna, elaborando inteligentes frases de marketing o “posicionando” eventuales candidatos con recorridas efectistas?

La sensación que campea entre los argentinos es que pocos tienen al país en su agenda. Ni en el gobierno, pero tampoco en la oposición. No se siente que nadie se “ponga al hombro” la crisis que se acerca. Y eso asusta, más que el dólar que se dispara, la inflación que excluye, la desocupación que angustia, o algún imprevistamente famoso motochorro circunstancial que –hasta él…- está “pensando seriamente en irse del país porque ya no se siente contenido” por una dirigencia indiferente ante la angustia de su gente.

Ricardo Lafferriere


viernes, 26 de septiembre de 2014

Viajar a Marte en Aerolíneas

La inesperada noticia del éxito tecnológico de la India, poniendo en la órbita de Marte un artefacto espacial para fines científicos, está indicando tal vez lo más importante que pasa en el mundo. Un enorme salto adelante, que no es exclusivo de las grandes potencias sino de aquellas de desarrollo intermedio que deciden priorizar la inteligencia y el desarrollo tecnológico, en lugar de seguir dando “ladridos a la luna” por las injusticias globales que no podrán cambiar en el corto plazo.

La nave espacial fue diseñada, construida y lanzada con tecnología desarrollada en el país asiático. Pero tal vez lo más interesante es su costo: Setenta y cinco (75) millones de dólares por todo concepto, la décima parte de lo que costó en Estados Unidos el proyecto de exploración de Marte.

Ha sido una lección de inteligencia tecnológica, estratégica y de optimización de recursos. El presidente indio se solazó comparando el costo del proyecto con el presupuesto de la película “Gravity”, superior en treinta millones de dólares a lo que costó el desarrollo tecnológico indio.

Para los argentinos, tal vez podría ser más ilustrativo compararlo con otra cifra: el subsidio que el pueblo argentino le da a los compatriotas que viajan en avión y a los directivos de AA, cuyo promedio desde que se estatizó la empresa alcanza a dos millones y medio de dólares diarios.

Los indios pusieron un artefacto científico orbitando alrededor del planeta Marte, luego de recorrer sesenta millones de kilómetros, al costo equivalente a dos meses de déficit de Aerolíneas.

Algunos tenemos todavía sangre en las venas y sentimos en las vísceras el deterioro imperdonable que el peronismo en su versión kirchnerista le ha provocado y le está provocando al país. Ellos, sus sostenes, sus socios y sus cómplices. La indignación crece al ver la diferencia entre lo que podríamos ser y lo que somos, entre lo que podríamos haber hecho y lo que hicimos.

Luego de diez años de tirar por la borda los mejores años de la historia económica argentina y de llevarnos a la crisis en la que nos adentramos día a día por la incapacidad de gestión y los caprichos presidenciales, terminamos paralizando todos los proyectos públicos y deteniendo la ejecución presupuestaria en lo que no sea sueldos. Esta suspensión no alcanza entre otras cosas a los subsidios a Aerolíneas, ni a los fondos destinados al “Fútbol para Todos”, ni a los gastos de publicidad oficialista ni la “cadena de la felicidad” para periodistas, jueces, fiscales, legisladores y artistas alineados. Y de “yapa”, desatamos una inflación desenfrenada y vaciamos las reservas.

El mundo avanza, mientras profundizamos el aislamiento y la insignificancia internacional. El viaje al Vaticano para llevarle al Papa un kilo de chorizos, y a Nueva York para entrevistarse con el mayor especulador financiero del mundo y atacar gratuitamente a países amigos alimentando el patrioterismo de los ingenuos es la contracara de lo que podríamos estar haciendo, simplemente, con un gobierno sensato, interesado en el futuro del país y de su gente y con una auténtica vocación nacional.


Ricardo Lafferriere

jueves, 25 de septiembre de 2014

Alguien a cargo, por favor…

El tour por Vaticano y Nueva York significó ubicar en la escena a los jóvenes invitados de La Cámpora y aliados cercanos. La agenda, por el contrario, fue desconectada de la realidad cada vez más dura de la situación nacional.

La valoración del reclamo presidencial puede ser discutible, poniendo el tema en perspectiva. Sin embargo, poco tiene que ver con el acelerado deterioro de la situación interna, que no está pidiendo involucrarnos en luchas globales de largo plazo sino en la solución de problemas crecientes en lo inmediato.

“Crecientes” significa “dirigiéndonos rápidamente hacia una mega-crisis”, que, a diferencia del año 2001, no tiene causas externas sino fundamentalmente internas, como es diagnóstico de la gran mayoría de los analistas políticos y económicos objetivos.

La convención internacional para las reestructuraciones de deuda es un viejo y justo reclamo del “poder político” frente a la tendencia libertina de la globalización financiera. Ni siquiera es propio de los países en desarrollo, en tanto la influencia negativa del tornado financiero global afecta a las economías más desarrolladas. Los últimos años, desde el 2008 hasta hoy, lo han demostrado.

 No es, sin embargo, un tema declamatorio, ni adecuado para la “diplomacia del megáfono”, usualmente dirigida a quienes los viejos políticos de Comité caracterizaban como “el zonzaje” o “la gilada”.  O sea, a nosotros, los ciudadanos de a pié.

Quienes tenemos algunos años recordamos estos “mega-proyectos” que ayudan a adornar las tribunas (como el “Nuevo Orden Económico Internacional”, o las “Metas del Milenio”) pero poco efecto tienen en los episodios calientes de coyuntura, como el que atraviesa Argentina.

Hoy, la urgencia del país no es internacional, sino interna. Una febril inflación que se ha despertado y comienza a desperezarse anuncia que aquel pronóstico que desde esta humilde tribuna hiciéramos en enero de 2014 de una divisa  norteamericana alcanzando los $20 pesos en diciembre no merece ya ridiculización –como entonces- sino que hasta puede ser superada. Y detrás de ese derrumbe del valor de nuestra moneda, lo que sigue: precios desbordados, angustiantes situaciones sociales, desocupación, disolución del salario, y decenas de miles de compatriotas lanzados por la borda de la línea de pobreza.

Tal vez por haberse formado en tiempos lejanos en de la historia reciente, quien esto escribe recuerda que el centro de análisis de los grupos políticos –y gremiales, empresarios y universitarios- de los 60/70 del siglo pasado era el país, su coyuntura y su salidas. Muy pocas veces, si alguna, éstos incluían en la agenda el posicionamiento electoral o partidario. Hoy, esa reflexión retumba por su ausencia.

¿Alguien se está haciendo cargo de lo que pasa, o sigue cada uno privilegiando los símbolos de su imagen en la opinión pública, impostando batallas épicas para la tribuna, elaborando inteligentes frases de marketing o “posicionando” eventuales candidatos con recorridas efectistas?

La sensación que campea entre los argentinos es que pocos tienen al país en su agenda. Ni en el gobierno, pero tampoco en la oposición. 

No se siente que nadie se “ponga al hombro” la crisis que se acerca. Y eso asusta, más que el dólar que se dispara, la inflación que excluye, la desocupación que angustia, o algún imprevistamente famoso motochorro circunstancial que –hasta él…- está “pensando seriamente en irse del país porque ya no se siente contenido” por una dirigencia indiferente ante la angustia de su gente.


Ricardo Lafferriere


miércoles, 24 de septiembre de 2014

Cambio

En una definición que generó muchas esperanzas, la presidenta expresó hace ya varios años, en su diálogo con Ángela Merkel, que Alemania era el modelo que le gustaría tomar para nuestro país.

Pasó agua bajo el puente. Y varios años de gestión. Hoy, las definiciones son otras.

Entrevistarse con George Soros, en lugar de ser recibida por Barak Obama. Enorgullecerse porque en el mundo se está diciendo que la Argentina se parece a Arabia Saudita. Reemplazar a su orgullo de pertenecer al G-20 junto a los países más avanzados, por la íntima amistad con Venezuela, país con el que compartimos el discutible mérito de encabezar la mayor tasa de inflación mundial. Mientras, su Jefe de Gabinete declara que “Alemania siempre fue hostil con nosotros”…

¿Qué pasó en estos años? La respuesta puede ser variada, tan variada como las coyunturas atravesadas que han sido acompañadas de novedosos y sucesivos enemigos virtuales –ya que no reales-: el campo, el “imperio”, la prensa, la justicia, “la oposición”, dirigentes gremiales díscolos, empresarios “concentrados” que dejaron de ser dóciles, bancos, y otros fungibles enemigos tan coyunturales como los arranques presidenciales.

Sin embargo, una constante se ha mantenido invariable: el desmantelamiento institucional. En cada uno de los conflictos anteriores hubo avances y retrocesos, idas y vueltas. En el creciente raquitismo del estado de derecho la dirección ha sido unívoca.

Ahí está, sin dudas, la causa de los principales males argentinos, desde la inflación a la inseguridad, desde el estancamiento hasta la insignificancia internacional. Un poder indiferente a la ley, para el que los derechos ciudadanos existen sólo si la política los reconoce, la división de poderes reemplazada por el omnímodo poder presidencial y el federalismo sólo un recuerdo simbólico de aspiraciones pasadas. Su patético apoyo a la gestión feudal del gobernador de Formosa es apenas una muestra.

Esa desarticulación es la que ha abierto las puertas a que políticas decisivas para el futuro estratégico del país se decidan en el secreto de los despachos. Las grandes obras de infraestructura con sobreprecios notables, la (inexistente) política educativa, los contratos secretos con empresas petroleras, las múltiples líneas de clientelismo presentadas como “políticas sociales inclusivas”, la (inexistente) lucha contra el narcotráfico durante toda la década que ha eclosionado en la imbricación de las redes delictivas con escalones importantes del poder, la impostura de la impunidad ante el delito invirtiendo los términos de cualquier sociedad civilizada, la indiferencia ante la angustiante vida cotidiana por el exponencial crecimiento de la inseguridad retrocediendo a tiempos ya olvidados y la degradación ética de la función pública. Ese es el resultado del desmantelamiento institucional.

Alemania logró lo que logró y entusiasmó entonces a la presidenta porque dejó en el pasado su pasado, edificando sobre sus ruinas un sistema político ejemplar, un respeto sacrosanto a las libertades públicas, políticas de solidaridad social escrupulosamente separadas del clientelismo, una vocación de integración que la llevó a liderar la unidad continental sin cerrar sus mercados desde su derrota en la 2ª. Guerra Mundial hasta hoy, y en los últimos tiempos por liderar una reconversión energética dirigida a sustituir las fuentes primarias hidrocarburíferas por renovables, que ya aportan más de un tercio de la capacidad generadora germana.

Hoy, la presidenta no habla más de Alemania. Ha cambiado. No ha sido, sin embargo, un cambio en la dirección del futuro. Su orgullo es parecerse a Arabia Saudita, ser amiga del régimen venezolano, reunirse a solas con un especulador global, trasladarse medio siglo hacia atrás en la historia y seguir, como don Quijote, peleando contra molinos de viento que no existen, a pesar de los esfuerzos por revivirlos que oscilan entre lo tierno y lo grotesco.

El país, mientras tanto, prepara su futuro. Lo hace la oposición y lo hace su propio partido. Cada uno desde su respectivo posicionamiento. Un candidato presidencial anunciando la anulación del corralito aduanero que nos impide exportar y la racionalización del sistema impositivo. Otro candidato 
presidencial, recorriendo el Silicon Valley para impregnarse de la revolución científica y técnica. El mayor frente opositor definiendo con claridad su compromiso institucional y la finalización de la corrupción sistémica. Hasta el candidato oficial destaca su decisión de “recuperar el camino del crecimiento” sin ocultar que sólo se puede recuperar lo que se ha perdido.

Todos, sin embargo, coincidiendo en que ese futuro tiene muy poco que ver con el que la presidenta se empeña en intentar revivir. No quieren conflictos sino coincidencias; no quieren corrupción generalizada, sino escuchan el reclamo general por la honestidad en la función pública; no quieren ser rehenes de los delincuentes, sino políticas coherentes de seguridad; no quieren aislarse del avance del mundo, sino sumarse a la portentosa revolución científica y técnica con la gigantesca capacidad transformadora de los argentinos. No pretenden liderar hacia el pasado, sino que anuncian que su meta está en el futuro, el de un mundo en paz, abierto y democrático, ese que no existe en el “relato” oficial de incertidumbres, conflictos y mentiras.

Todos anuncian un cambio. Pero otro, que justamente marcha en una dirección exactamente opuesta al relato, aunque en algunos casos lo disimule.

Ricardo Lafferriere