domingo, 30 de noviembre de 2014

El derrumbe del petróleo

La imprevista caída del precio del petróleo, que de USD 115 hace seis meses ha llegado a USD 67, está provocando verdaderas conmociones en el escenario económico y estratégico global.

Los analistas no expresan unanimidad en cuanto a las causas. El sistema de estabilización del precio del hidrocarburo descansaba hasta ahora en decisión de la OPEP, que según fueran las condiciones de la demanda mundial decidía el nivel de producción de los países que la integran.

Sin embargo, ante la caída del precio por debajo de los 80 USD el barril, Arabia Saudita ha impuesto el mantenimiento de los niveles de producción existente, y más aún, decidió volcar al mercado sus reservas ya extraídas, con lo que el precio se derrumbó a 67 USD.

Las razones de esta decisión -que en rigor, es la causa directa de la caída- tienen dos vertientes: una económica y una geopolítica.

La económica es el crecimiento de la producción de shale en USA, que ha volcado al mercado -especialmente el interno norteamericano- alrededor de 500.000 barriles diarios adicionales desde julio (de 8,5 a 9 millones de barriles por día), reduciendo su necesidad de petróleo importado.

Los EEUU incrementaron su producción un millón de bpd en 2012, otro millón en 2013, otro millón en 2014 y proyectan 750.000 bpd más para 2015. Ya convertidos en el principal productor mundial, los Estados Unidos proyectan autoabastecerse en menos de un lustro y a partir de allí comenzar a dar batalla como exportador.

La vertiente geopolítica tiene relación con la económica, pero adquiere mayor complejidad.

Estados Unidos comenzó su experiencia de extracción de shale hace menos de una década, como una decisión estratégica bipartidaria destinada a independizarse del petróleo importado del medio oriente, con su consecuencia geopolítica directa que es reducir paulatinamente su presencia militar en la región para reforzar el área del Pacífico donde considera que se juegan sus principales intereses en las próximas décadas.

Esta estrategia modifica el escenario geopolítico del medio oriente, donde su fuerte presencia militar actuaba en sintonía con dos países de la región con los que mantenía una alianza dura: Israel y Arabia Saudita.

Esas alianzas, aún lejos de romperse, se han ido debilitando en los últimos años, generando repercusiones de diversa característica en el complicado escenario regional.

La primera es la necesidad norteamericana de transferir a Irán la responsabilidad de sostener al régimen shiíta de Irak, que llegó al poder luego del derrocamiento de Saddam Hussein. El descongelamiento de la relación USA-Irán, que llevaba ya más de tres décadas, requiere avanzar en la formulación de un acuerdo sobre el proyecto de desarrollo nuclear iraní, que en rigor molesta más a los países rivales de Irán en la región -Turquía, Arabia Saudita e Israel- que a los propios Estados Unidos, cuya lejanía geográfica conforma una defensa natural por ahora insalvable para los -aún- rudimentarios sistemas de propulsión del país persa.

Israel, con capacidad nuclear disuasoria propia, era el único de la región con armamento nuclear, y si el acuerdo a que se arribe con Irán no es claro y terminante perdería esa ventaja, con la que neutralizaba cualquier otra preeminencia de sus agresivos vecinos.

Pero Arabia Saudita se encuentra en una situación peor. A diferencia de Turquía, que al menos integra la OTAN, no tiene más defensa que las propias y descansaba en gran medida en el poderío militar norteamericano. Su rivalidad secular con el mundo shiíta liderado por Irán de pronto se convierte en un peligro inminente, al ser también objetivo del "jihdaísmo" sunita -al Qaeda, Frente Al Nusra y el propio Estado Islámico-.

Su decisión de mantener la producción petrolera actual y aún incrementarla no puede considerarse aislada de este escenario.

Por una parte, logra mantener una presencia predominante en el mercado petrolero mundial al desalentar las exportaciones de crudo norteamericano.

Por otra parte, desalienta nuevas inversiones de shale en USA, ya que el costo de esta tecnología tiene umbrales de rentabilidad superiores a la extracción tradicional -en Vaca Muerta, por ejemplo, ese umbral es de más de 80 USD para convertirse en rentable-.

Y por último, produce una grave crisis económica a Irán, país que hoy depende de su renta petrolera y entra en problemas si el precio cae por debajo de los 80 dólares el barril. Difícilmente pueda seguir financiando a su brazo militar Hezbollah en sus aventuras en el Líbano, ayudando militarmente al gobierno iraquí o sembrando de grupos shiítas varios países del Islam sunita.

La "onda expansiva" alcanza incluso a Rusia, ya en dificultades por las sanciones impuestas por Occidente a raíz de su anexión de Crimea y sus acciones en el Este de Ucrania.

¿Cuál será la profundidad y la duración de este nuevo escenario de precios?

Predecir el futuro es una tarea peligrosa. Hace seis meses a nadie se le hubiera ocurrido que el petróleo caería de 110 a 67 dólares con tendencia a la baja. Algunos analistas ya están hoy imaginando un piso de 50 dólares. Sí da la impresión que no es inminente un "rebote" y que habrá que imaginar un futuro inmediato conviviendo con el petróleo barato.

Ésto perjudica a los países que cuentan con la renta petrolera como recurso decisivo -Venezuela, Irán, Rusia- y a los que planeaban desarrollar extracciones de shale -USA, Argentina- u otros procedimientos costosos -arenas bituminosas en Canadá, Presal en Brasil-.

Perjudica el desarrollo de energías alternativas renovables, que aunque han reducido su costo progresivamente, difícilmente puedan competir en el plano económico con el petróleo barato, salvo medidas políticas específicas de subsidios o protecciones.

Beneficia, por otro lado, a los países importadores. Curiosamente, USA y Argentina aprovecharán las ventajas de menores facturas de importación. También el mundo industrial desarrollado -Europa- pero también a China e incluso a India, que se había lanzado a un agresivo proyecto de extracción de carbón. Es probable un impulso adicional a la reactivación económica global.

Y beneficia en el corto plazo a países que cuentan con reservas suficientes como para mantener su producción elevada o aún aumentarla, sin riesgos de agotamiento. Pareciera que Arabia Saudita se encuentra entre ellos.

El futuro es opaco. En la intuición del autor, el piso de esta caída dependerá de un dato central: el umbral de rentabilidad del shale en Estados Unidos. Determinado éste (¿50 USD?), seguramente los flujos de hidrocarburos podrán proyectarse sobre variables más conocidas y estudiadas, tales como el nivel de actividad industrial global, la tasa de reconversión hacia energías alternativas y la evolución geopolítica del mundo.

Mientras tanto, mandará la incertidumbre. Lo que parece también claro es la inconveniencia de apostar a convertirse en "rentista petrolero" haciendo descansar los planes de futuro en un mercado con tanta inestabilidad y tan dependiente de los vaivenes de la política internacional. 


Ricardo Lafferriere

martes, 25 de noviembre de 2014

Avanza el cambio de paradigma energético

Tal vez la más importante noticia que compitió con la renuncia del Secretario de Defensa de Estados Unidos en la prensa norteamericana fue que, por primera vez, el costo de las energías de fuentes renovables –solar y eólica- fue menor a la originada en la generada por gas natural en las últimas operaciones de compra de energía realizadas por los distribuidores en las Grandes Planicies y en el Suroeste, donde el sol y el viento son abundantes.

Si bien el impulso al desarrollo de energías alternativas se apoyó en generosos subsidios, la información muestra que aún sin los subsidios el costo de las energías renovables mantiene su ventaja con respecto al gas natural.

En Texas, la empresa Austin Energy firmó un acuerdo por veinte años con una granja solar al precio de cinco centavos de dólar el kw/h. En setiembre, la “Grand River Dam Authority” en Oklahoma anunció su aprobación de un nuevo acuerdo para compra de energía de una granja eólica que estará finalizada el próximo año, estimando que el acuerdo ahorrará a sus clientes alrededor de Cincuenta millones de dólares.

También desde Oklahoma llegan noticias similares. American Electric Power terminó triplicando la cantidad de energía eólica que había vendido originariamente, luego de verificar su reducción de costos. La justificación de la empresa fue sencilla: “Estamos haciendo lo que tiene sentido para nuestros clientes”.

El costo de la energía solar se ha reducido por su parte a 5,6 cvs/USD por Kw/h, y la eólica a 1,4 cvs/USD por Kw/h, frente al costo de 6,1 cvs/USD el Kw/h del gas natural y a 6,6 cvs/USD el Kw/h de las usinas alimentadas a carbón.

El dato se completa con la cuenta sin subsidios. En este caso, el costo de la energía solar es de 7,2 cvs/USD el Kw/h y la eólica a 3,7 cvs/USD el Kw/h.

En North Dakota se han efectuado ya contratos de largo plazo de energía eólica con un costo de 2 cvs/USD el Kw/h, frente a los 5 cvs/USD el Kw/h de hace cinco años.

El informe, del que da cuenta la edición del New York Times del 24/11/14, destaca sin embargo que le reemplazo de las fuentes primarias tradicionales por las renovables no puede ser completa, aunque sí ha significado un avance notable en una de sus desventajas.

“Anteriormente, las fuentes renovables tenían sus grandes ventajas, especialmente en su ínfima polución, pero dos desventajas: su alto costo y la falta de continuidad en su entrega de energía (ya que dependen del sol y del viento). Actualmente, la primera desventaja ha desaparecido”.

Los técnicos hablan ya de marchar firmemente hacia un sistema mixto en el que la potencia de base sea garantizada por las instalaciones térmicas, fundamentalmente de ciclo combinado, y eventualmente las centrales nucleares, mientras que las renovables se conviertan en un actor fundamental para reducir los riesgos y efectos polucionantes de las atómicas y térmicas.

El crecimiento de las fuentes primarias renovables se ha potenciado con la posibilidad de las instalaciones hogareñas, cuyo precio también se reduce año a año. En varios Estados, siguiendo el modelo alemán, se permite la conexión hogareña bidireccional, lo que habilita la venta de energía a la red por parte de los particulares.

De esta forma, las instalaciones eólicas y solares hogareñas facturan a las empresas distribuidoras la energía generada por sus pequeñas “usinas”, convirtiendo a los hogares –principalmente rurales- en empresas energéticas autogestionadas, en una especie de “Internet de la Energía”.

El avance tecnológico presenta de esta forma un nuevo y creciente protagonista que terminará rediseñando todo el sistema energético: los ciudadanos comunes.

Es bueno recordar que en nuestra región, la legislación chilena ya autoriza la instalación de conexiones bidireccionales, y algunas provincias del país –como Santa Fe- han comenzado experiencias pilotos que cuando el país cuente con un plan energético integral ayudarán a la gran transformación que sin dudas alcanzará también a la Argentina.


Ricardo Lafferriere



martes, 18 de noviembre de 2014

Un presidente para el próximo turno

Se ha repetido hasta el cansancio: para reiniciar el crecimiento es imprescindible reforzar la institucionalidad y el estado de derecho.

El poder presidencial ha concentrado la enorme mayoría de las potestades políticas que la Constitución distribuía entre el presidente, el Congreso, la Justicia y los gobiernos de provincia.
Reforzar la institucionalidad y el estado de derecho se identifica entonces, en el actual estado de la Argentina, en un objetivo central: desmantelar la dimensión obscena que ha alcanzado el poder presidencial. No hay otra forma de recuperar el estado de derecho y la institucionalidad.

Eso muy difícilmente pueda hacerlo un peronista, ni viejo ni nuevo. Un dirigente peronista nunca renunciará a poderes mayores, ni por historia, ni por convicciones. No es ni bueno ni malo: está en su genética.

Eso no quiere decir que el peronismo no tenga lugar en el juego democrático. Como también lo dice la historia es un protagonista central del juego político argentino. Pero la tarea imprescindible para esta etapa del país es incompatible con un rasgo central de su identidad política.

El país debe acreditar en el peronismo un aporte importante en el desarrollo de los derechos sociales, en políticas inclusivas –aún con sus desvíos clientelares- y en la dignificación de los compatriotas más necesitados. Pero también debe decir que sus convicciones sobre el ejercicio del poder y sobre el juego respetuoso entre los derechos y garantías de los ciudadanos frente al poder del Estado no se encuentran entre sus virtudes más destacadas. Y sin ellas, el retomar el crecimiento es imposible.

La nueva etapa argentina contendrá el desafío de romper con los lastres más negativos de la herencia ideológica del siglo XX. Deberá sumar a nuestro país a la construcción de una comunidad global plural, democrática, pujante, defensora de la sustentabilidad ambiental y respetuosa de los derechos humanos. Y deberá hacerlo sin dogmatismos ni ataduras a cosmovisiones superadas.

El comienzo está en reconstruir plenamente la democracia republicana, inclusiva y justa, como piso para la pujanza emprendedora, las inquietudes de los ciudadanos con vocación transformadora, la convocatoria a la inversión y la convivencia plural en paz y respeto reciproco.

Ese objetivo es el que demanda los grandes acuerdos. El electoral, para abrir un período de recuperación del estado de derecho, sin el cual difícilmente se logrará traspasar el poder presidencial al campo democrático republicano. Un acuerdo para abrir una puerta en que atravesarán todos y que no puede implicar unanimidad sino al contrario, un claro pluralismo.

 Y el estratégico de largo plazo, que necesita de ambas grandes “corrientes” de la identidad nacional y deberá formular el próximo gobierno, para llevar el país hacia un nuevo destino, articulado con la comunidad global y acorde a los desafíos de la agenda del siglo XXI.

Ni la confusión sobre los tiempos ni el sectarismo para el futuro. Simplemente, confluencias naturales de una Argentina plural que desea retomar su marcha.

Ricardo Lafferriere


Mayoría alternativa: dirigentes y ciudadanos

No enunciaríamos una novedad si reafirmamos desde esta columna la convicción que la actual gestión ha sido la que mayor daño ha causado al país desde la recuperación democrática.

Se suele mencionar en este campo la multiplicidad de daños provocados durante la década en el plano económico –desinterés por la infraestructura, endeudamiento interno, inflación creciente, liquidación de reservas, crisis energética, estancamiento, pérdida de posiciones en todos los indicadores frente a todos los países de la región, etc. etc. etc.-

Sin embargo, el mayor daño ha sido causado a la convivencia nacional y a la vigencia institucional.
Los tres grandes equilibrios diseñados hace más de un siglo y medio para reglar nuestra convivencia se han destrozado, en un proceso que lleva décadas pero que nunca tuvo un ritmo y un agravamiento como en la última década.

El primer equilibrio es el que se refiere a las personas frente al poder. Los derechos de los ciudadanos, que la Constitución consideró los más importantes al  punto de enunciarlos en su primera parte, perdieron posiciones en forma sistemática ante las decisiones del gobierno. El derecho a la vida, al libre tránsito, a la disposición de sus bienes, a su intimidad, a un ambiente sano, y en muchos casos a un juicio imparcial, han retrocedido ante la discrecionalidad de funcionarios que, desde la administración fiscal hasta la previsional, desde la hipócrita impostación de los derechos humanos hasta el espionaje de su vida privada o las decenas de muertes sin investigación entre las que se destacan las de diciembre de 2013 cambiaron totalmente el rumbo iniciado en 1983. La invocada “inclusión social” ha tenido como contracara el clientelismo más humillante, y tiene su límite en el deterioro económico que la está dejando progresivamente sin sustentabilidad.

El segundo equilibrio perdido es el que la Constitución establece entre el gobierno nacional y las provincias. El país federal ha sido reemplazado por una concentración de poder fiscal, financiero y administrativo en el Estado Nacional. Las provincias y municipios son meras reparticiones simbólicas, sin recursos para responder en forma autónoma a sus propias decisiones de gobierno. Esto ha reforzado la concentración poblacional, económica y financiera en el conurbano capitalino, sede de mafias y redes de narcotráfico cada vez más imbricadas con el poder.

El tercer equilibrio es el de los tres poderes del Estado entre sí. El poder ejecutivo se ha adueñado de facultades establecidas por la Constitución como privativas del Congreso, y el propio Congreso ha cedido facultades en abierta violación de la Constitución. No puede ignorarse que gran parte de esta deformación responde a la existencia de mayorías absolutas que no responden a una equivalente mayoría electoral, pero que permiten distorsionar la marcha del sistema por el simple capricho del jefe del ejecutivo cuando cuenta con una fuerza partidaria adocenada, acrítica y desinteresada en la limpieza institucional y en sus responsabilidades de gestión. La corrupción se agiganta asentada en la ausencia de control y su justificación en el relato oficial.

De ahí que hemos sostenido que el principal problema argentino, el que se encuentra en la base de todos los demás, es la recuperación de la vigencia institucional. No tiene que ver con “izquierdas” frente a “derechas”, ni a “progresistas” frente a “moderados”. Se trata de decidir si la Argentina reasume su condición de país democrático-republicano, o persiste en la decadencia mediante la profundización del populismo organicista y autoritario.

Un país con otra fuerte deformación, la personalista, obliga a las dirigencias políticas a articular coaliciones exitosas, amplias y pre-electorales. No es posible entre nosotros –como ocurre, por ejemplo, en Alemania- conformar esas coaliciones en el seno del parlamento, porque el parlamento no es la fuente de poder sino el propio voto popular eligiendo presidente. 

La recuperación institucional en el país viene de la mano de la formación de una gran coalición que le dispute al populismo la mayoría electoral, elija un presidente con vocación democrática y republicana y avance en la reconstrucción de un sistema que ha sido persistentemente carcomido por la vocación autoritaria y patrimonialista.

La tarea no es sencilla, porque la política es un “puzzle” que demanda reflexión, inteligencia, paciencia y patriotismo. Pero la recíproca es válida: si la razón principal que anima las decisiones políticas prioriza la lucha por el posicionamiento de proyectos partidistas, personales o de simbólicas posiciones parlamentarias, difícilmente pueda lograrse el cambio de orientación que detenga la decadencia y comience la reconstrucción.

De cualquier forma, si un logro aún no ha sido revertido de este proceso que lleva más de tres décadas es la convicción de que la legitimidad la otorga el voto ciudadano. Aquí afortunadamente aún coinciden populistas y demócratas. Cabe siempre la esperanza que lo que no logren articular las dirigencias en el escenario lo realicen los ciudadanos en las urnas.

Puede argumentarse que en la agenda ciudadana estos problemas no interesan, y que son desplazados por las urgencias que aparecen en las encuestas de opinión –seguridad, inflación, desocupación, educación-. Sin embargo, las grandes marchas del 2012 y 2013 parecen indicar lo contrario, mostrando que las amplias clases medias argentinas que fueron las principales protagonistas de esas gigantescas movilizaciones vincularon claramente esos problemas a la vigencia real del estado de derecho. En ellas confluyeron progresistas y moderados, socialdemócratas y liberales, independientes y simpatizantes de las diferentes fuerzas políticas.

Siempre será mejor que el proceso de recuperación democrática sea canalizado en forma inteligente y racional por las conducciones que, al fin y al cabo, se justifican si cumplen con su función dando madurez al juego político. Pero si ello no ocurre, las opciones parecen claras: la decadencia continuará, mediante un nuevo turno populista o los ciudadanos pasarán por encima de las conducciones que no adviertan sus demandas.

Ello significaría abrir un nuevo ciclo político en el que los antiguos alineamientos y divisas serán superados por nuevas alternativas que sepan interpretar los temas de la nueva agenda, los que requieren para tener una respuesta eficaz que el país vuelva al cauce de sus instituciones, recuerde y respete a los derechos ciudadanos y reconstruya el Estado sobre los cimientos de una democracia representativa, republicana y federal.


Ricardo Lafferriere

domingo, 19 de octubre de 2014

El viento sopla para todos

Buen momento para una mirada comparativa.

El “viento del mundo”, sea de cola o de frente, nos golpea al igual que a los vecinos. Depende de la pericia del piloto y la orientación de las velas si se aprovechan o se desperdician los vientos favorables, y si existe habilidad para capear los huracanes adversos.

En ese sentido, nada mejor que una mirada comparativa de la región para verificar cómo han atravesado los diferentes países las tormentas del mundo, y cuál es su estado actual.

Hemos comparado dos variables: 1) la relación entre el Producto Bruto Interno y las reservas internacionales de cada país, y 2) la relación entre las reservas y la población de cada uno.

En la primera razón, el orden es el siguiente:

Reservas como porcentaje del producto bruto interno

1° Bolivia: 51 % - PBI 30.000 millones de USD – Reservas USD 15.440 millones
2° Uruguay: 34,8 % - PBI 52.350 millones de USD – Reservas USD 18.200 millones
3° Paraguay: 31,6 % - PBI 23.000 millones de USD – Reservas USD 7.270 millones
4° Perú: 30 % - PBI 210.000 millones de USD – Reservas USD 63.340 millones
5° Chile: 14,8 % - PBI 277.000 millones de USD – Reservas USD 41.000 millones
6° Brasil: 17 % - PBI 2.210.000 millones de USD – Reservas USD 377.000 millones
7° Venezuela: 6,17 % - PBI 340.000 millones de USD – Reservas USD 21.000 millones
8° Argentina “K”: 5,74 % - PBI 470.000 millones de USD – Reservas USD 27.000 millones

Reservas por habitante

1° Uruguay. USD 5.200 (Población: 3.500.000)  
2° Chile. USD 2.303 (Población: 17.800.000)
3° Perú. USD 2.083 (Población: 30.400.000)
4° Brasil. USD 1.840 (Población: 205.000.000)
5° Bolivia. USD 1.471 (Población: 10.700.000)
6° Paraguay. USD 1.038 (Población: 7.000.000)
7° Venezuela. USD 677 (Población: 31.000.000)
8° Argentina "K". USD 647 (Población: 41.700.000)

Esa es la situación en la que –hasta ahora- está dejando la administración kirchnerista las finanzas públicas. A partir de ese punto de partida comienzan los problemas:

1.       Default con el sistema financiero internacional, que impide recurrir al financiamiento externo para atenuar socialmente la crisis y traba la producción y el comercio exterior –con lo que aumentará la desocupación-.

2.       Inflación récord, debido al desequilibrio fiscal que terminará el 2014 cercano al 7 % del PBI y puede alcanzar en 2015 al 10 % del producto –superior a la hiperinflación de 1989 y que dobla la existente en diciembre de 2001-, lo que paralizará la producción y derrumbará el salario.

3.       Endeudamiento público creciente, por los intereses punitorios incrementales de la deuda en default y el vaciamiento de las cajas sectoriales (ANSES, Banco Nación, BCRA) a cuyas obligaciones -con jubilados, depositantes, acreedores- deberá responder el Estado con recursos impositivos.

4.       La caída estructural del precio del petróleo que durará al menos un lustro y pasará a “stand by” la ilusión de “Vaca Muerta”, que requiere para ser rentable un precio no inferior a US$ 80 dólares, el que será muy difícil de alcanzar con los países árabes produciendo en exceso para frenar el desarrollo del “fracking”, y los EEUU impulsando el fracking para abastecerse y exportar, por razones de la más cruda geopolítica.

Frente a esos datos, entretenernos en la discusión del desguase del grupo Clarín, el lanzamiento de un satélite de comunicaciones o la dificultad en disponer de remedios para el SIDA es tapar el cielo con un dedo.

Lo curioso, en todo caso, es que los principales candidatos presidenciales –ya que sería un preciosismo pensar en los partidos políticos- sigan privilegiando su posicionamiento de cara a la renovación presidencial para la que falta un año, desentendiéndose alegremente del abismo en el que hemos empezado a caer y de la tarea titánica que deberá enfrentar el país en el futuro cercano.

La sensación que inunda mirar este proceso es que no existe gobierno, y que los que debieran tomar el timón –en el gobierno y en la oposición- se han olvidado que son apenas el escenario de un país que los mira cada vez más azorado.

Ricardo Lafferriere


martes, 14 de octubre de 2014

Los “pros” y los “contras” de Cristina

Se ha hecho ya lugar común escuchar que la demanda de la opinión pública, medida cuantitativamente, refleja un mix de intención de “continuidad” y de “cambio”, que pareciera distribuirse en un 60 % para el primer agregado y un 40 para el segundo.

No podemos ignorar la curiosa interpretación de algunos analistas, que deducen de estos números una especie de predominio de la oferta kirchnerista en la población, como si fueran resultados cotejables o comparables entre ellos.

En efecto: el fortísimo “viento de cola” significó para el país una década con precios internacionales de nuestros productos exportables que llegaron a cuadruplicar los vigentes antes de la crisis del 2001/2002. Entre éstos se destaca la soja, cuyo precio pasó de $ 150 USD/tonelada en el 2001 a más de $ 600 en el 2008. Pero no sólo el aumento de precio: el estímulo de estos precios multiplicó también la cantidad exportada –un 400 %- , lo que llevó los excedentes en la década a la impresionante suma de más de $ 100.000 millones de dólares de ingresos adicionales.

Obviamente, estos recursos permitieron mejorar las condiciones de vida de millones de compatriotas, en forma directa e indirecta. Subió el salario, subió el empleo, subieron los subsidios al consumo de servicios públicos, subió la cantidad de jubilados y permitió incorporar a otra gran cantidad de personas al sistema formal de haberes de retiros.

Innumerables compatriotas pudieron acceder a bienes de uso durable abonados en generosos planes de cuotas, y el viejo sistema industrial argentino recibió una inyección de vitaminas que le permitió extender su agonía sin grandes cambios en su estructura. De paso, el adormecimiento de la reflexión nacional asentado en el bienestar predominante habilitó una década de corrupción sin límites, encuadrada en el viejo apotegma del “roban, pero hacen”, aunque en este caso reemplazado por el “roban, pero dejan algo para nosotros”.

¿Cómo no estarían todos, más del 60 %, aspirando a que “no se pierdan” los beneficios logrados? Por supuesto que no solo ellos: la solidaridad nacional y el sentimiento humanitario de todos desearía que estos beneficios continuaran eternamente y, si fuera posible, se incrementaran. Me atrevería a decir que a todos los argentinos les gustaría que ello fuera posible.

El gran problema no son los “beneficios”, sino que fueron sostenidos con recursos excepcionales  no permanentes, y que esos recursos excepcionales no se volcaron al desarrollo de una economía en condiciones de seguir creciendo sino que se distribuyeron alegremente en una forma que, cuando se agotan o se suspenden, se quedarán sin financiamiento. Está pasando ya hoy: la soja está menos de $ 350 USD la tonelada, y sin perspectivas de subir.

Y ahí está el nido del 40 % de los que quieren “cambio”, que posiblemente sean los mismos.
Todos intuyen –algunos lo dicen, otros guardan un prudente silencio- que “se acabó lo que se daba”, y que la imprevisión de consumir todo lo que había –y aún más, porque no mantuvimos la infraestructura ni previmos el agotamiento de las reservas de energía, es decir nos gastamos el capital fijo y nos quedamos sin combustibles- nos llevará a un ciclo cuyas características no permitirán mantener los “beneficios” sin realizar fuertes cambios en el entramado productivo.

Ese cambio exigirá una mirada hacia la economía ubicada en las antípodas del modelo kirchnerista desentendido de la producción, y requerirá poner el centro de las políticas públicas en el desarrollo ignorado durante los diez años de alegre e irresponsable jubileo.

La inversión necesita herramientas muy diferentes al gasto. Sus requisitos no son los actos públicos anunciando nuevos beneficios, sino la consolidación del estado de derecho y la seguridad jurídica, que seduzca al que tiene algún recurso, acá o afuera, para empezar o ampliar una actividad productiva a hacerlo con la tranquilidad que no se le arrebatará por el capricho de algún funcionario ignoto, o por una política que se la devalúe con una inflación motivada por la falsificación de dinero sin respaldo.

Esa seguridad viene de la mano de una justicia impecablemente independiente, el respeto escrupuloso a la ley y a los derechos de las personas, sus empresas, ganancias y patrimonios, la independencia del BCRA custodiando el valor de la moneda de todos y la vinculación virtuosa con el mundo global, única “locomotora” a la que podemos sumar nuestro vagón nacional ante un mercado interno al que se le agotaron las fuentes artificiales de rentas.

Cuanto más exitoso sea el país en generar ese proceso inversor, menos en peligro estarán los “beneficios” logrados en estos años de excedentes fáciles y más probable es que podamos sumarnos a las naciones exitosas de la región y del mundo.

Al contrario, cuanto más demoremos en tomar ese rumbo, más dura será la reversión, porque el agotamiento económico –que nos ha provocado ya una caída industrial que lleva más de trece meses, un deterioro de la moneda que llega al 50 % anual y crece, un aumento de la desocupación cuyas cifras se ocultan pero se siente en todos lados, una abrupta caída del salario y una retracción del comercio evidente por los negocios que bajan sus persianas y son ya un paisaje generalizado en las ciudades- no será detenido con palabras, por más duras y confrontativas que sean, salidas del atril presidencial.

El 60 más el 40 nos da el 100. Son los argentinos que quieren vivir en un país que crezca, que tenga horizontes, que despierte esperanzas en los jóvenes, que les abra una esperanza de bienestar y que no deba sufrir para lograr lo que es, para la región y para el mundo con el que podemos compararnos, lo natural y no lo excepcional.

La consigna no es “patria o buitres”, sino  “desarrollo o decadencia”. En esta última estamos y estaremos sin remedio mientras dure el ciclo kirchnerista. Para revertirla, una vez que el país recupere la cordura, no es necesario volver a inventar la pólvora sino sencillamente poner en vigencia en plenitud el estado de derecho.


Ricardo Lafferriere

lunes, 13 de octubre de 2014

El Islam frente al resto del mundo: ¿se puede convivir en paz?

Entre los varios méritos de la última obra de Henry Kissinger titulada “World Order” debe destacarse, por su rigurosa actualidad, la reflexión sobre la visión  propia de los actores destacados en la turbulenta crisis que agobia al espacio “medio-oriental” y a partir de él, al resto del planeta. 

Aunque son verdades conocidas desde siempre, su puesta en foco actual ayuda a comprender una realidad que tiende a escaparse de la lógica con la que se acostumbra interpretar el mundo.

En efecto: el desarrollo tecnológico, la globalización y las armas de alcance catastrófico convierten en universales conflictos que tal vez en otro momento podrían ser imaginados en el marco localizado del mundo musulmán, en sus luchas internas y en sus cosmovisiones místicas.

El orden global, luego de las dos grandes guerras del siglo XX, se edificó al fin sobre las vigas maestras formuladas en la Paz de Westfalia –en el siglo XVII-. En ella se reconocieron un conjunto de principios sobre los cuales se limitaron los alcances de las guerras interminables por razones religiosas de la baja edad media europea, adoptados luego en forma universal.

Fue a partir de Westfalia que el poder dejó de tener pretensiones totalizadoras y reconoció la autonomía de cada marco estatal. Dentro de cada Estado, regirían sus leyes. Fuera de sus límites, se respetaría el poder del respectivo soberano. El poder no sería ya más un derivado de una fuente superior (Emperador o Papa) sino el resultado del equilibrio de soberanos terrenales, en cuya inteligencia y capacidad de alianzas quedaba la responsabilidad de mantener la paz.

Las guerras, cuando las hubiere, quedarían acotadas a los contendientes y se reducirían a los ejércitos de los respectivos soberanos, sin afectar más de lo imprescindible a sus poblaciones civiles. Fueron pocos principios, esenciales para posibilitar la convivencia internacional. Incluían la igualdad jurídica de los Estados –que se institucionalizaron, abandonando las formas feudales privadas-, se fijaron las normas de la diplomacia y se instauró el respeto al equilibrio.

Entre esos principios se destaca la idea de la “nación-Estado” y de su atributo principal, la “soberanía”. Reconocidos estos conceptos, la religión –que atravesaba hasta entonces geografías y poblaciones, etnias y lenguajes- pudo “ponerse en caja” limitando definitivamente la pretensión de hegemonía con la actualización del viejo precepto cristiano que separaba las competencias del César y de Dios. La organización internacional de la segunda mitad del siglo XX creció sobre estos cimientos enriquecidos por la incorporación de un acuerdo aún más importante: la vigencia universal de los derechos humanos y la democracia como forma legitimante del poder.

Con sus más y sus menos, el mundo convivió con esas normas y así llegó hasta hoy. Sin embargo, esa visión “laica” de la evolución occidental no es la que subyacía en espacios imperiales previos al mundo “westfaliano”. El Imperio Chino, el Imperio Otomano, el Imperio Persa, fueron organizaciones políticas que se consideraban a sí mismas el centro superior del orden global, por diferentes razones. Así se había considerado en su tiempo el Imperio Romano, su sucesor el Sacro Imperio Romano Germánico y, como autoridad delegante en nombre de Dios, el Papa, que coronaba a los sucesivos emperadores y daba legitimidad a los poderes temporales.

La respectiva legimidad religiosa del poder subyacía en todos ellos. El mundo occidental y el cristianismo evolucionaron luego de centurias de luchas sangrientas hasta el descripto acuerdo que llegó con la modernidad y encontró la base ideológica en la naciente ilustración. El resto y especialmente el mundo musulmán siguió –y sigue- entendiendo al mundo como una unidad religiosa, con vocación proselitista y excluyente. Tiene sus visiones diversas en su interior -entre ellas, la que enfrenta sunitas y shiítas es sólo la más importante-, acepta con flexibilidad acuerdos temporales con el mundo occidental y entre sus propias facciones, pero aún hoy –y especialmente hoy- mantiene en importantes actores –tal vez los más dinámicos- una convicción trascendente incompatible en el largo plazo con el mundo westfaliano.

La consecuencia de esa diferente perspectiva dificulta el análisis y el tratamiento de los conflictos en un escenario mundial crecientemente globalizado. Lo que para el razonamiento occidental son acuerdos permanentes de convivencia, para la mirada religiosa musulmana son transacciones circunstanciales dictadas por su debilidad coyuntural, pero que no obligan a sus firmantes ya que su finalidad es sólo ganar tiempo para adquirir fuerzas y retomar la lucha. Ésta finalizará cuando todo el mundo viva en acuerdo con las normas del Corán respetando la palabra de Alah.

Son dos enfoques diferentes, pero el mundo es uno. La economía es crecientemente una, con un paradigma dominante que requiere la necesidad de funcionar sin fronteras infranqueables. La revolución tecnológica supera los límites nacionales con una capacidad destructiva que ha saltado ya el cerco del mundo westfaliano y crece en actores integristas. El planeta es uno, y peligra.

La sensación de poder creciente diluye los límites que la diferencia de poder relativo imponía a la visión integrista con pretensiones de hegemonía, haciéndole accesible el desarrollo de armas cuya proliferación puede poner literalmente en riesgo la vida humana en todo el globo.

La repentina conciencia de ese poder estimula los conflictos internos del espacio musulmán, superponiendo intereses económicos, políticos, ideológicos, religiosos y territoriales difundidos al escenario mundial por los intereses también cruzados de la economía globalizada, un poder político sin centro hegemónico indiscutible e intereses nacionales acostumbrados a razonar en clave westfaliana pero que choca con realidades que ésta ya no abarca.

Para la visión religiosa de la que hablamos, los límites nacionales son una ficción y los Estados son meras creaciones artificiales que no tienen atributos intrínsecos ni derechos inalienables. Se pueden usar, si resultan útiles, o se pueden ignorar si así conviene. 

La declaración de instauración del desafiante “Califato” en territorios de Irak, Siria y el Líbano con pretensión de poder universal es tan demostrativo como Irán negociando un acuerdo con el “Gran Satán” (EEUU) y el grupo “5+1”, mientras su líder espiritual Khamenei declaraba al Consejo de Guardianes de Irán (setiembre de 2013) que “cuando un guerrero está luchando con un oponente y muestra flexibilidad por razones técnicas, no le dejemos olvidar quién es su oponente” Y cuando se firmó el acuerdo para comenzar negociaciones sobre su compromiso de desarme nuclear (enero de 2014) expresó nuevamente que “Irán no violará lo que acuerde. Pero los americanos son enemigos de la Revolución Islámica, ellos son enemigos de la República Islámica, ellos son enemigos de esta bandera que ustedes han enarbolado”.

Frente a estas voces integristas han existido y existen saludables y actualizados dirigentes musulmanes, en los países de la región y en la diáspora. 

Las numerosas voces de condena a los abominables crímenes del ISIS y otras organizaciones terroristas que han realizado comunidades musulmanas de diversas partes del mundo permiten abrir una ventana de esperanza, pero sería necio negar que la desconfianza se ha acrecentado, y que esta desconfianza alimenta a los “halcones” de todos los bandos.

Serán los hechos quienes dirán si logran sobreponerse a los sentimientos e interpretaciones extremistas del Corán que animan a sus Mujaidines de la Jidah, a los terroristas de Al Qaeda y a los infames criminales del ISIS.

Si logran prevalecer con una interpretación de su religión más adecuada a los tiempos que corren en el tercer milenio, ello permitirá al resto del planeta considerar con tranquilidad y confianza a los actores del mundo musulmán en la comunidad internacional con el carácter que habían logrado luego de la Segunda Guerra Mundial: países con los que se podía coincidir o discrepar, acordar o guerrear, pero que aceptaban y se integraban en la comunidad de naciones aceptando los límites que el mundo occidental ya incorporó a su visión de la convivencia desde hace cuatro siglos y han sido adoptados por el resto de la humanidad.

Derechos humanos y democracia. Soberanía propia y ajena. Solidaridad en la preservación de la casa común planetaria. Construcción en armonía de una convivencia basada en la ley acordada entre las partes. Respeto a la libertad de conciencia y a la diversidad de creencias religiosas propias y extrañas. Y búsqueda de la paz y el derecho como forma de solución de conflictos.

No son principios tan extraños. Sin embargo, son los que permitirían comenzar esta nueva etapa de la humanidad –global, planetaria, tecnológica, inundada de riesgos globales cada vez más imbricados- con alguna esperanza de supervivencia. Y convivir en paz, a pesar de las diferencias.


Ricardo Lafferriere