La imprevista caída del precio del petróleo, que de USD 115 hace seis meses ha llegado a USD 67, está provocando verdaderas conmociones en
el escenario económico y estratégico global.
Los analistas no expresan unanimidad en cuanto a las causas.
El sistema de estabilización del precio del hidrocarburo descansaba hasta ahora
en decisión de la OPEP, que según fueran las condiciones de la demanda mundial
decidía el nivel de producción de los países que la integran.
Sin embargo, ante la caída del precio por debajo de los 80
USD el barril, Arabia Saudita ha impuesto el mantenimiento de los niveles de
producción existente, y más aún, decidió volcar al mercado sus reservas ya
extraídas, con lo que el precio se derrumbó a 67 USD.
Las razones de esta decisión -que en rigor, es la causa
directa de la caída- tienen dos vertientes: una económica y una geopolítica.
La económica es el crecimiento de la producción de shale en
USA, que ha volcado al mercado -especialmente el interno norteamericano-
alrededor de 500.000 barriles diarios adicionales desde julio (de 8,5 a 9
millones de barriles por día), reduciendo su necesidad de petróleo importado.
Los EEUU incrementaron su producción un millón de bpd en
2012, otro millón en 2013, otro millón en 2014 y proyectan 750.000 bpd más para
2015. Ya convertidos en el principal productor mundial, los Estados Unidos
proyectan autoabastecerse en menos de un lustro y a partir de allí comenzar a
dar batalla como exportador.
La vertiente geopolítica tiene relación con la económica,
pero adquiere mayor complejidad.
Estados Unidos comenzó su experiencia de extracción de shale
hace menos de una década, como una decisión estratégica bipartidaria destinada
a independizarse del petróleo importado del medio oriente, con su consecuencia
geopolítica directa que es reducir paulatinamente su presencia militar en la
región para reforzar el área del Pacífico donde considera que se juegan sus
principales intereses en las próximas décadas.
Esta estrategia modifica el escenario geopolítico del medio
oriente, donde su fuerte presencia militar actuaba en sintonía con dos países
de la región con los que mantenía una alianza dura: Israel y Arabia Saudita.
Esas alianzas, aún lejos de romperse, se han ido debilitando
en los últimos años, generando repercusiones de diversa característica en el
complicado escenario regional.
La primera es la necesidad norteamericana de transferir a
Irán la responsabilidad de sostener al régimen shiíta de Irak, que llegó al
poder luego del derrocamiento de Saddam Hussein. El descongelamiento de la
relación USA-Irán, que llevaba ya más de tres décadas, requiere avanzar en la
formulación de un acuerdo sobre el proyecto de desarrollo nuclear iraní, que en
rigor molesta más a los países rivales de Irán en la región -Turquía, Arabia
Saudita e Israel- que a los propios Estados Unidos, cuya lejanía geográfica
conforma una defensa natural por ahora insalvable para los -aún- rudimentarios
sistemas de propulsión del país persa.
Israel, con capacidad nuclear disuasoria propia, era el
único de la región con armamento nuclear, y si el acuerdo a que se arribe con
Irán no es claro y terminante perdería esa ventaja, con la que neutralizaba
cualquier otra preeminencia de sus agresivos vecinos.
Pero Arabia Saudita se encuentra en una situación peor. A
diferencia de Turquía, que al menos integra la OTAN, no tiene más defensa que
las propias y descansaba en gran medida en el poderío militar norteamericano.
Su rivalidad secular con el mundo shiíta liderado por Irán de pronto se
convierte en un peligro inminente, al ser también objetivo del
"jihdaísmo" sunita -al Qaeda, Frente Al Nusra y el propio Estado
Islámico-.
Su decisión de mantener la producción petrolera actual y aún
incrementarla no puede considerarse aislada de este escenario.
Por una parte, logra mantener una presencia predominante en
el mercado petrolero mundial al desalentar las exportaciones de crudo
norteamericano.
Por otra parte, desalienta nuevas inversiones de shale en
USA, ya que el costo de esta tecnología tiene umbrales de rentabilidad
superiores a la extracción tradicional -en Vaca Muerta, por ejemplo, ese umbral
es de más de 80 USD para convertirse en rentable-.
Y por último, produce una grave crisis económica a Irán,
país que hoy depende de su renta petrolera y entra en problemas si el precio
cae por debajo de los 80 dólares el barril. Difícilmente pueda seguir financiando
a su brazo militar Hezbollah en sus aventuras en el Líbano, ayudando
militarmente al gobierno iraquí o sembrando de grupos shiítas varios países del
Islam sunita.
La "onda expansiva" alcanza incluso a Rusia, ya en
dificultades por las sanciones impuestas por Occidente a raíz de su anexión de
Crimea y sus acciones en el Este de Ucrania.
¿Cuál será la profundidad y la duración de este nuevo
escenario de precios?
Predecir el futuro es una tarea peligrosa. Hace seis meses a
nadie se le hubiera ocurrido que el petróleo caería de 110 a 67 dólares con
tendencia a la baja. Algunos analistas ya están hoy imaginando un piso de 50
dólares. Sí da la impresión que no es inminente un "rebote" y que
habrá que imaginar un futuro inmediato conviviendo con el petróleo barato.
Ésto perjudica a los países que cuentan con la renta
petrolera como recurso decisivo -Venezuela, Irán, Rusia- y a los que planeaban
desarrollar extracciones de shale -USA, Argentina- u otros procedimientos
costosos -arenas bituminosas en Canadá, Presal en Brasil-.
Perjudica el desarrollo de energías alternativas renovables,
que aunque han reducido su costo progresivamente, difícilmente puedan competir
en el plano económico con el petróleo barato, salvo medidas políticas
específicas de subsidios o protecciones.
Beneficia, por otro lado, a los países importadores.
Curiosamente, USA y Argentina aprovecharán las ventajas de menores facturas de
importación. También el mundo industrial desarrollado -Europa- pero también a
China e incluso a India, que se había lanzado a un agresivo proyecto de
extracción de carbón. Es probable un impulso adicional a la reactivación
económica global.
Y beneficia en el corto plazo a países que cuentan con
reservas suficientes como para mantener su producción elevada o aún aumentarla,
sin riesgos de agotamiento. Pareciera que Arabia Saudita se encuentra entre
ellos.
El futuro es opaco. En la intuición del autor, el piso de
esta caída dependerá de un dato central: el umbral de rentabilidad del shale en
Estados Unidos. Determinado éste (¿50 USD?), seguramente los flujos de
hidrocarburos podrán proyectarse sobre variables más conocidas y estudiadas,
tales como el nivel de actividad industrial global, la tasa de reconversión
hacia energías alternativas y la evolución geopolítica del mundo.
Mientras tanto, mandará la incertidumbre. Lo que parece también claro es la inconveniencia de apostar a convertirse en "rentista petrolero" haciendo descansar los planes de futuro en un mercado con tanta inestabilidad y tan dependiente de los vaivenes de la política internacional.
Ricardo Lafferriere