Hace un par de semanas, en nuestra habitual columna semanal,
sosteníamos a propósito de la elección de la ciudad de Mendoza, en la que
triunfó una alianza liderada por el candidato radical:
“… las placas
tectónicas de la sociedad, en lo profundo de la opinión pública, están configurando
los espacios políticos de los tiempos que vienen. Seguramente serán –como ha pasado
en los dos siglos de vida independiente-
proyecciones de las improntas originarias, que todos esperamos puedan convivir,
de una vez por todas, en una Argentina madura definiendo las bases de sus
acuerdos estratégicos.
“Los grandes
agrupamientos de la opinión pública comienzan a expresarse. Lo han hecho en
Mendoza, donde –a diferencia del 2001- esta vez la fragmentación le toca a la
corriente populista. Y, al contrario, la corriente democrática-republicana está
logrando definir comunes denominadores atractivos para los ciudadanos, que
están jerarquizando nuevamente su afecto al estado de derecho, a la
Constitución, a la República.
La Convención de la UCR realizada en Gualeguaychú ratificó
este rumbo.
Superando incluso la decisión final, no debe olvidarse que
las posiciones en pugna –que, sumadas, lograron el virtual 100 % de los
convencionales de todo el país, salvo una abstención- sostenían ambas el
impulso a una política de alianzas alrededor de las convicciones democráticas y
republicanas. O, en otras palabras, de priorizar la recuperación del estado de derecho.
Desde la perspectiva de esta columna, fue el saldo más
importante. Los radicales militantes pueden apasionarse en una u otra de las alternativas
que se enfrentaron, ambas con sus posibilidades y dificultades. Obviamente,
tienen todo el derecho de hacerlo y está bien que reflexionen, opinen y voten con los matices diferentes. En política, toda verdad es relativa.
Pero desde la perspectiva de un ciudadano independiente con
vocación patriótica la decisión del radicalismo deja un saldo más amplio:
observar que esta fuerza centenaria y equilibrante de la política argentina ha
recuperado su vocación de poder, su papel articulador de una opción al
populismo y la superación de una vieja tendencia al aislamiento que,
revirtiendo las opciones de 1983 y de 1999 hacia frentes sociales amplios, se
había adueñado del espíritu de muchos dirigentes y militantes llevándola al
borde de convertirse en mero testimonio de una épica de pasado, sin chances de
protagonismo en el escenario que viene.
Ambas alternativas consideradas en la Convención, con sus
respectivos matices, rompían el auto-cerco y se abría a alianzas con
compatriotas con la misma vocación neo-constituyente, para terminar con la década de dislates
institucionales y banalización del estado de derecho.
No corresponde abrir juicios, desde afuera, sobre la
conveniencia o no para el radicalismo de las opciones en danza. Sólo saludar
que este cambio ayude a conformar el reagrupamiento de la gran mayoría de los
ciudadanos que creen en la Constitución y la ley como Biblias de la convivencia
nacional.
Lo hemos dicho alguna vez: aún desde la puerta de entrada
del liberalismo se puede avanzar hacia formas socialdemócratas con protagonismo
y lucidez. Por la puerta de entrada del populismo, por el contrario, sólo se
derivan escenarios neofascistas, sean “bolivarianos”, “indigenistas”, "islamistas" o
sencillamente autoritarios o dictatoriales.
El sentido común aconsejaría ahora definir los puntos
centrales de un acuerdo programático a defender por el mega-espacio que
confluirá en esta alternativa. Poner en blanco sobre negro las prioridades de
la próxima etapa será un examen de madurez a la política argentina, que deberá
tener la sabiduría de saber diferenciar los principios –o fines últimos- de
cada fuerza, que corresponden exclusivamente al debate interno de cada una, de
los objetivos programáticos acotados para los próximos cuatro años, en los que
los participantes aunarán esfuerzos bajo la conducción de quien resulte
triunfador en las PASO. Seguramente girarán alrededor de la recuperación de la centralidad constitucional y la reconstrucción del sistema político "representativo, republicano y federal", con todas sus implicancias expresas e implícitas de orden legal y respeto a los derechos ciudadanos.
El tiempo dirá cómo siguen las cosas. La realidad ha sido
demasiado dura con los argentinos y ha dejado saldos que todos han asumido, al
punto de entender que el país debe encontrar su rumbo en la imbricación con las
corrientes avanzadas del escenario global sin descuidar los efectos
polarizantes que todo cambio suele traer acarreado. Modernización consciente,
dirían los politólogos, para una sociedad que sin dejar a nadie afuera o atrás,
potencie su dinámica transformadora y su visión de futuro.
Desde esta página hemos dicho más de una vez que no creemos
que la única opción de convivencia sea la fragmentación. Al contrario creemos
en la necesidad de los grandes acuerdos que en nuestro caso argentino deberían
darse entre los dos grandes espacios fundacionales, que han sido motores de
nuestra historia y seguramente lo seguirán siendo de nuestro futuro, cualquiera
sea su nomenclador partidario.
Para ello, deben desprenderse de sus aristas más
intransigentes y potenciar sus perfiles dialoguistas. Hacia adentro de ambos,
para lograr unificar alternativas de gobierno con posibilidades de gestión.
Hacia afuera, porque aún en los aspectos de su política agonal contra el
respectivo adversario deben recordar que forman parte del mismo país, del que
todos somos ciudadanos. Com-patriotas…
Populistas y demócratas-republicanos, peronistas y
radicales, PRO’s y socialistas, deben comprender que se deben a los ciudadanos,
dueños últimos del país de todos, y que la acción política sólo encuentra su
legitimidad si se interpretan las necesidades y aspiraciones del maravilloso
colorido que conforma la pluralidad del pueblo argentino.
Superar la “grieta”, tender puentes, debatir sin
descalificar, diferir sin agredir y, en última instancia, definir dentro del
juego institucional libre y respetuoso, es la hermosa perspectiva que podría
surgir de este comienzo de reconstrucción política de la que los radicales han
decidido ser “punta de lanza” y que los argentinos debemos agradecerles.
Ricardo Lafferriere