La gran herencia del kirchnerismo fue el atraso, frente al
avance global. Esa situación, curiosamente, es también una gran oportunidad.
La –en este aspecto, afortunada- soberbia de CK la llevó a
ignorar uno de los principios históricos fundamentales del peronismo (dejar a
quien lo suceda un país endeudado hasta la médula, como una bomba de tiempo) y
eso ha permitido a Cambiemos diseñar una estrategia de salida de la crisis
amortiguándola con un mayor nivel de endeudamiento.
El kirchnerismo dejó al país con una gran deuda… consigo
mismo. Infraestructura, energía, comunicaciones, pasividades, educación, salud,
corrupción, desorden administrativo general. Pero con poca deuda externa,
gracias a la tozuda incapacidad para acordar con los “holds out” que le cerró
las puertas a una nueva deuda populista. Afortunadamente.
Hace una semana, en la nota “El legado de Cambiemos”
analizaba esta situación. El país tiene margen suficiente para tomar
endeudamiento destinado a rutas, viviendas, autopistas, defensas hídricas,
puertos, energía, comunicaciones, que no se hicieron desde el 2000. También para
aliviar la transición. Y lo está haciendo con prudencia.
CK dejó otras bombas –es cierto-, que resultaron manejables
porque dependen de la habilidad política interna, lo que ella jamás imaginó que
podrían exhibir sus sucesores. También éstas se están sorteando con capacidad
de gobierno y el acompañamiento de la mayoría de los argentinos.
Mientras el mundo –y la región- avanzaron en estos años al
punto de casi duplicar su producción –en el año 2000 el PB global no llegaba a
40 billones de dólares y hoy está en 75 billones-, el PBI argentino se mantiene
prácticamente niveles similares al comienzo del siglo. Lo que tuvimos de más en
estos años buenos de la década de la super-soja, “nos lo comimos”. Hasta el
último gramo.
En consecuencia, ese retraso es un incentivo. Aún en una
situación de estancamiento global –que está lejos de ser una verdad revelada-
para alcanzar ese nivel tenemos que crecer rápidamente.
Pasado a hechos: se destrozaron los trenes, debemos
reconstruirlos.
Se desmanteló el sistema energético, debemos rearmarlo.
Se paralizó la construcción de viviendas, debemos
construirlas.
Se congeló el sistema de comunicaciones en las inversiones
de los 90, debemos actualizarlo.
Se sometió a los barrios humildes a la clientelización sin
agua potable, sin cloacas, sin gas, sin pavimento, sin servicios: debemos
urbanizar los hábitats de más de tres millones de compatriotas.
Se primarizó la
economía, concentrándola en el agro y la minería –luego de su expoliación-:
debemos diversificarla con una gigantesca ofensiva emprendedora.
Se destrozó el sistema educativo buscando una generación de “zombies”:
debemos ponerlo de pie y modernizarlo.
Donde se fije la vista, aparecen necesidades y oportunidades.
Energías renovables, rutas y autopistas, gasoductos, sistema de distribución
eléctrica, modernización de las telecomunicaciones con los nuevos formatos
hacia la convergencia digital, puertos,
agua potable, defensas contra inundaciones… y así donde miremos. Para eso sirven
y se utilizan los créditos.
La “era Trump” afectará al mundo, pero aún con las peores
perspectivas, difícilmente lleguen sus efectos a la Argentina. Con una
conducción prudente, el nuestro volvió a ser un país de oportunidades. Para nosotros y “para todos los
hombres del mundo…”
Lo que seguramente más se notará es una demanda al sistema
político: una maduración acelerada. Se achicarán los espacios para
razonamientos primarios y consignismos grotescos.
Ello no significa unanimidad –que mata las democracias- sino
acuerdos básicos sin perjuicio de la lucha política cotidiana. Ya lo vivimos en
los “años gloriosos” de 1880 a 1930.
El otro gran actor de la política argentina, el peronismo,
lo está asumiendo. Surgen allí nuevas dirigencias modernas y algunas viejas
dirigencias sensatas, con patriotismo y sentido común.
La construcción de consensos nacionales estratégicos será
imprescindible. El mundo retrocede peligrosamente en el estado de derecho y
avanzarán las políticas pre-Naciones Unidas.
Veremos probablemente un mundo de alianzas bilaterales y
regionales, en el que el gran juego será probablemente absorbido por los tres o
cuatro grandes bloques de poder –americano,
europeo, ruso, chino- y algunos menos grandes –como debiera ser el Mercosur- con
multiplicidad de relaciones cruzadas de intereses coincidentes y divergentes.
No será probablemente un “mundo en guerra” sino en tensión y
debates permanentes por acuerdos bilaterales e inter-regionales, en el que la
política internacional trabajosamente construida desde la Segunda Guerra
probablemente sea reemplazada por juegos de poder, influencias, inversiones pautadas
y comercio administrado.
Desde esa perspectiva, nuestra pertenencia regional debiera
ser afianzada con una puesta a punto de un Mercosur Serio, alejado de los
berrinches ideológicos –cuando no infantiles- y asentado en los intereses
reales de nuestras sociedades.
En un tablero global de poder, no es lo mismo ir al juego solos
que con socios que incrementen la capacidad negociadora, el mercado y las
oportunidades con los cuales se jugará el nuevo Gran Juego del nuevo escenario
mundial.
Obviamente, hay muchos a los que ese mundo les dolerá. Está
ya ocurriendo en los países bálticos, Polonia, Ucrania o Siria. También en los
países más pequeños del Mar de la China y en las personas que se sienten
demócratas y pacifistas en el Oriente Medio. El nuevo “Sheriff” de la región
está mostrando cómo actuará allí para garantizar “el orden”, bombardeando con
misiles mar-tierra desde sus acorazados en el Mediterráneo, desde cientos de
kilómetros de distancia, a ciudades con decenas de miles de habitantes civiles,
como Aleppo. Y hoy mismo anuncia el “Times”, de Londres, el emplazamiento de
misiles rusos con cabeza nuclear en el corazón de Europa, en el enclave ruso de
Kaliningrado –entre Lituania y Polonia-.
Estamos lejos de esos escenarios, y debiéramos mantenernos
políticamente lejos aunque cercanos en la solidaridad. Triste para el mundo,
retroceso para los derechos humanos y el derecho internacional. También espacio
demandante para la solidaridad con los afectados, como ha sido siempre, en toda
la historia, la actitud de la Nación Argentina y de la mayoría de los
argentinos.
¿Nos afecta, entonces, el “mundo Trump”?
Sí, como ciudadanos
de un planeta que sufrirá la incomprensión y el retroceso hacia formas de
convivencia menos humanizadas y más salvajes, más desinteresado de la “casa
común” y más indiferente a los sufrimientos de las personas comunes.
No, si en
el contenido de la pregunta nos referimos a los efectos directos en comercio,
inversiones, desarrollo económico y posibilidades de recuperar el terreno
perdido por nuestro país estos años.
Tampoco se frenará la globalización económica –porque es
imposible-, aunque estará más reglamentada, con mayores controles “políticos” –al
estilo actual de China y Rusia-.
Como se ha venido diciendo en estos meses: la Argentina es
la única buena noticia del mundo. Aprovechémosla tirándonos menos zancadillas y
sin pelearnos tanto entre nosotros.
Ricardo Lafferriere