Aportes para el debate
El ciclo kirchnerista parece acercarse a su fin. Sin
embargo, esto no implica “per se” el fin del modelo “nacional-populista”, para
el que pueden darse circunstancias que objetivamente prolonguen su vigencia,
aún al precio de continuar con el languidecimiento del “país” como conglomerado
sociopolítico. Volveré sobre esto.
En efecto: los pilares centrales sobre los que se apoya el
modelo “nacional-populista” en Argentina es una coalición -tácita o expresa,
según las coyunturas políticas- cuyos actores principales son:
a.
Un empresariado prebendario: que depende
directamente de contratos de obras públicas y de decisiones sobre servicios
públicos como la concesión monopólica o protegida de prestación de estos
servicios, la fijación de sus tarifas, los negociados entre proveedores del
Estado y privados sin reglas ni control, etc.
b.
Un empresariado rentista que vive de la
protección del mercado impidiendo el ingreso de productos generados en el
mercado global, que lo hace dueño excluyente del mercado interno en el que
reinan “como el zorro en el gallinero”.
c.
Una estructura sindical burocratizada,
con una conducción enriquecida y una masa de trabajadores formales en cada área
para los cuales esa conducción logra mantener mínimamente su nivel de ingresos
y una mínima prestación de salud.
d.
Una gigantesca red clientelar que rodea a
la Capital Federal y a los grandes conglomerados urbanos, producto de una
migración interna y de países limítrofes que lleva décadas y que ha configurado
un agregado aluvional de personas desprovistas de los bienes fundamentales para
su subsistencia y de herramientas educativas-culturales para integrarse a la
sociedad formal, convertidas en carne de cañón de aparatos políticos-delictivos
que los utilizan para lucrar con sus necesidades y presionar a los gobiernos de turno.
e.
Sectores del Estado y de la justicia cooptados
por esas estructuras gremiales, empresariales y políticas.
f.
Estructuras político-gremiales intermedias
que han cooptado el aparato estatal
dirigiendo recursos hacia sus integrantes,
por diversos mecanismos: entrega directa de fondos, obras o servicios públicos
amañados, empleo público clientelizado, compras directas o con mecanismos
ocultos, etc.
g.
Y actores de pertenencias políticas,
ideológicas e intelectuales difusas, centralmente agrupados en el peronismo
pero acompañados por dirigentes de otros partidos y expresiones intelectuales,
artísticas y comunicacionales que pueden mantener con el peronismo disputas o
diferencias parciales pero que entienden de la misma manera el proceso
económico y político: economía cerrada, protagonismo exaltado del Estado sin
los límites de la ley y el estado de derecho, protección de sindicatos
semi-oficiales, ideología de la “sustitución de importaciones” en su versión
“siglo XX”, impostación del discurso nacionalista banal, exaltación del
“pueblo” como abstracción, indiferencia ante el fenómeno inflacionario, el
endeudamiento público para financiar gastos corrientes, la desvalorización de
la moneda y, en general, la búsqueda de apoyos sectoriales corporativos para el
ejercicio del poder o la oposición, según la coyuntura política.
Como vemos, el kirchnerismo no es el protagonista permanente
de esta coalición, aunque la haya expresado en las dos últimas décadas agregándole
su impronta, centrada en una gran corrupción que, en rigor, no
es esencial ni inherente al sistema nacional-populista sino que se
desarrolló aprovechando y respondiendo a las necesidades de éste a cambio de
respaldo para la ocupación del aparato estatal. Hay nacionalismo populista más
allá del kirchnerismo.
De la afirmación anterior se desprende que la oposición al
kirchnerismo se puede visualizar en dos grandes grupos, que pueden coincidir en
su objetivo inmediato -terminar con la corrupción kirchnerista y aún recuperar
el funcionamiento del estado de derecho- pero no necesariamente coinciden en
los cambios que deben realizarse en el sistema económico-rentístico del país.
Algo similar ocurrió con la coalición kirchnerista
originaria. La cúpula K, detentadora del poder, fue respaldada por amplios
sectores políticos -no sólo peronistas- a su llegada al poder. La recuperación
del poder del Estado unió a tradicionales adversarios, que advirtieron que, sin
un poder ordenador, todo sería dirigido a un caos.
Algunos de esos sectores fueron desgranándose en el camino y
pasando a una oposición al “modelo” a medida que la percepción ordenancista
originaria de los primeros tiempos luego de la crisis de cambio de siglo
terminó con el reforzamiento del poder ejecutivo y comenzó a definirse el
camino de la “recuperación” -cerrado, pretendidamente autárquico, y cada vez
más corrupto-. Este camino lo fue alejando de quienes vieron que serían los
“financiadores” obligados del nuevo intento “nacional y popular”, con el
agravante que no contarían con un estado de derecho neutral para defender sus
intereses. Y también por sectores de la opinión pública que lo miraron con
simpatía hasta que fue asomando en forma creciente la corrupción y las
deformaciones político-institucionales que ya habían sido aplicadas en Santa
Cruz.
La profundización de la corrupción fue alejando a estos
sectores y a otros de la coalición de gobierno, que fue sin embargo reforzada
con el alineamiento de quienes resultaban cooptados por el dinero fácil que el
Estado se encargaba de expropiar a determinados sectores para beneficiar a
otros, por fuera de cualquier norma legal y control, así como por la
construcción de un “relato” seductor para intelectuales, artistas y
comunicadores que veían reflejado en el discurso oficial viejas afirmaciones
ideológicas de fondo nacionalista y reivindicativa y a la vez, que ese relato
los incluía como receptores de fondos públicos.
Como veremos, entre los perjudicados estaban los productores
agropecuarios -si- pero también la enorme masa de jubilados y pensionados,
empleados públicos y en general, determinados sectores de trabajadores de
ingresos fijos que no participaban de la alianza oficial y el grueso de la
población que, en cuanto consumidora, era condenada a bienes cada vez más caros
y de menor calidad ofrecidos por el empresariado rentista.
¿Cómo se financia esta “coalición del gasto”?
Son varios los sectores y mecanismos que “financian” la
posibilidad de esta confluencia económico-social-política. Son los
perjudicados por el “modelo”, sin cuya exacción ese modelo sería
inviable. Algunos son expropiados directamente, otros mediante la licuación de
sus activos al compás de la degradación de la moneda y del país en su conjunto,
y otros porque los bienes y servicios a los que se les permite acceder llevan
incorporados en sus precios las exacciones, sea por las rentas generadas por la
protección, sea por la descomunal presión impositiva, ambos extremos golpeando
los precios de los productos de consumo.
Esos sectores son centralmente:
a.
Los productores y -en general- el complejo
agropecuario. Es el único sector “prima facie” superavitario y
competitivo de la economía argentina. Su aporte anual se traduce en la
generación de divisas -aporta más del 70 % de las divisas que ingresan al país-.
El mecanismo de apropiación de los ingresos agropecuarios tiene una “llave maestra”,
que es el control de cambios y del comercio exterior. Al obligar a los
exportadores a liquidar sus ingresos exclusivamente vía el BCRA al tipo de
cambio fijado por éste en forma discrecional -y al fijar éste el valor del peso
argentino a un monto que duplica el de su valor de mercado- asegura por esta
vía varios canales de apropiación y su aporte a las finanzas públicas,
efectuada mediante tres grandes agregados:
a.
Las “retenciones a la exportación”, que incluyen
entre el 30 y el 35 % del precio final de la producción exportada.
b.
El impuesto a las ganancias, que varía según la
dimensión de la explotación pero que puede estimarse como promedio en un 30 %
del valor residual en pesos de la producción.
c.
El “diferencial del tipo de cambio”, mediante el
que se le extrae otro porcentual difícil de cuantificar por el abanico de
precios de la divisa “no oficial”, pero que si se compara con la evolución del
índice de precios mayoristas (el que mejor refleja el costo de los productos y
el único que está al alcance de cualquier persona) o el propio precio de la
divisa en los diversos mercados financieros no oficiales puede afirmarse que
alcanza al 100 % de diferencia. Por esta vía se “absorbe” otro 20 %.
La suma de estos agregados orilla
el 80 % del valor de venta de la producción, que es lo que se extrae de la
rentabilidad agropecuarias. Los productores conservan apenas el 20 % del valor
bruto de su producción, con lo que deben hacer frente a sus costos de
explotación, amortización de equipos, impuestos y tasas locales y rentabilidad.
b.
Los sectores medios propietarios
(dueños de inmuebles), cuyo valor se retrajo por la caída generalizada de la
economía y la licuación del valor de los activos, entre un 30 y un 50 % en el
período 2020/2023, al compás del deterioro del “conjunto-país”.
c.
Los sectores medios de ingresos fijos,
afectados igualmente por la licuación de la moneda en la que cobran sus haberes
y la presión impositiva desbordada.
d.
Los empresarios marginados de la
estructura populista, cuyos patrimonios han acompañado la licuación del
peso argentino y valen aproximadamente la mitad de lo que valían en 2020.
e.
Los pasivos y trabajadores del sector
público, cuyos ingresos han sido absorbidos también entre un 30 y un 50
%.
f.
El Estado, a través del endeudamiento
público alucinante, que ha provocado en las últimas décadas no menos de
tres grandes “defaults” y varios “pequeños”, con el consiguiente crecimiento de
la “tasa de riesgo país” -cuya contracara es la tasa de interés al que el
mercado le presta a la Argentina, en los pocos períodos en que lo hace-. El
servicio de ese endeudamiento, cuando se realiza, es soportado por el
presupuesto público, o sea por los contribuyentes formales.
g.
El mercado interno. Cuando todo lo
anterior ya no alcanza para financiar el entramado populista, se recurre al impuesto
inflacionario generado por la emisión de moneda nacional sin control ni
respaldo, desatando y reproduciendo un aumento de todos los precios de la
economía, incluido el de la divisa -contracara de la disolución del peso-.
Cierto es que la descapitalización del sector agropecuario y
la virtual desaparición de otros sectores exportadores tuvo como contrapartida
el surgimiento de sectores modernos, como la exportación de servicios
-fundamentalmente informáticos y otros servicios profesionales de menor
dimensión- y el turismo. Ambos sectores sin embargo fueron
limitados por el cerramiento financiero-monetario del país. Éste produce la
“retención” objetiva que implica la apropiación de la diferencia entre la
divisa generada en el exterior y su liquidación en Argentina vía BCRA -como los
exportadores agropecuarios-, cuya consecuencia es la reducción del ingreso
equivalente a la diferencia entre el valor oficial y los diferentes valores de
mercado semilibre (“Blue”, MAE, “turista”, “tarjeta”, etc.) que ha oscilado
entre 1 a 1,8 y 1 a 2. Para una comprensión más rápida: si se generan 100 USD
por un trabajo profesional en el exterior, llegan al interesado entre 50 y 55
dólares antes de impuestos, que se transforman en apenas 20 si el objetivo es
adquirir divisas en el mercado no oficial. El turismo fue castigado también por
el aislamiento, que requiere la proliferación de controles monetarios,
financieros y fiscales desalentadores del turismo receptivo que, con el retraso
cambiario producido, debería haber explotado dos o tres veces sobre sus niveles
anteriores.
Las implicancias de todo este entramado de intervención
arbitraria del sector público en la economía y en las finanzas particulares se
proyectan a toda la vida social, que ha generado mecanismos diversos para
evitar lo que muchos consideran apropiaciones ilegales de sus patrimonios.
Estos mecanismos abarcan desde mercados de divisas informales diversos entre
los que se incluyen operadores “minoristas” como cambios por “delivery”, con
tipos de cambios especiales efectuados por micro emprendedores urbanos al
margen del sistema oficial o la aparición de remesadoras “fintech” de fondos
hacia y desde el exterior con las que las personas buscan evitar esas
apropiaciones. Estos ejemplos “minoristas” comenzaron a coexistir con los ya
tradicionales mecanismos “mayoristas”, como la utilización de acciones de
cotización nacional e internacional para mantener el valor de un ahorro, así
como operaciones con los títulos públicos que cotizan en el mercado
internacional y nacional, arbitrando con los mismos por mecanismos sofisticados
instrumentados por el sistema bancario.
Todo este entramado es tan complejo y abarca a tantos
actores -corporativos, empresarios, privados, políticos, gremiales y hasta
judiciales- que hace muy difícil focalizar los motores del modelo en “el
kirchnerismo”, como si una derrota electoral o política de esta fuerza fuera
suficiente para desmantelar la infinidad de mecanismos de los cuales ha
terminado por depender mucha gente, sean o no integrantes de la política, el
gremialismo o la economía.
Tómese nota que en estos análisis no han sido incluidos los
sectores que podríamos vincular más estrechamente al submundo kirchnerista y
agravan el cuadro: la clientelización extrema del conurbano de CABA y ciudades
grandes y medianas del interior posibilitada por la apropiación de ingresos por
las vías descriptas, la instalación del narcotráfico en importantes
conglomerados urbanos con la complicidad de aparatos
político-policiales-judiciales y con capacidad de poner en jaque a los propios
poderes públicos aún no cooptados, ni las redes delictivas de diversa clase
también apoyadas en el entramado de corrupción político-policial-judicial
mencionado.
Tampoco han sido incluidas las redes clientelares privadas,
socias del Estado, que reciben millones de “planes sociales” para su libre
administración, canjeando esos planes por servicios personales que en algunos
casos implican participar de sus actos públicos de presión y en otros simple
servidumbre o explotación personal cercana a los vínculos de esclavitud. A
estos sectores hasta se le ha otorgado la gestión de un sector del propio
Estado, el que determina los fondos asignados y los grupos a los que les
asigna.
¿Cuáles son los caminos alternativos, entonces, para la
Argentina?
En términos políticos, esa “base socioeconómica” de la
Argentina tiene lógicas expresiones políticas. Cabe sin embargo la aclaración
que esa expresión no necesariamente es nítida: la política, como campo
específico del quehacer social, transmite esos intereses, pero también tiene dinámica
y “reglas” propias, con motivaciones que no son sólo los intereses
económico-sociales sino que se centra en la compleja y ancestral lucha por la
ocupación del “poder”, en la que intervienen personas, partidos y grupos que no
necesariamente son animados por el mismo “ethos”.
En el estadio dirigencial argentino hay quienes desean
acceder al poder para cambiar la sociedad, quienes pretenden apenas administrar
los conflictos que la evolución de la realidad vaya presentando y aquellos para
quienes el poder constituye una fuente de riqueza personal, para quienes los
eventuales “relatos” que exhiben son apenas máscaras intercambiables a cuyos
contenidos no se sienten obligados.
La vida política incluye tradiciones, afectos, odios,
recelos, competencias personales, valores y rivalidades viejas y nuevas que se
superponen a los intereses económicos de los sectores que representan y ello
agrega un componente de incertidumbre sobre la actitud que en definitiva asuma
uno u otro dirigente o sector al momento de definir medidas de gobierno. La
relación entre el poder y la economía es, entonces, de una permanente
incidencia recíproca en la que cada sector tiende, en última instancia, a su
interés específico: en el caso de la política, acceder y conservar el poder y
en el caso de la economía, la mejora de la rentabilidad o la ganancia.
Con esta salvedad y en mi opinión, son cuatro alternativas
que obviamente interactúan entre ellas formando “híbridos” en continua
evolución y cambio pero que, en forma “pura” podríamos agrupar de la siguiente
forma:
a.
El populismo peronista-kirchnerista.
Incluye todo el entramado de poder mencionado, al que ha agregado el componente
de la corrupción generalizada, no limitada a los estratos altos
de su nomenclatura, sino que ha diseminado su justificación a los niveles
intermedios y bajos de la administración en todas las competencias -nacional,
provinciales y municipales- y también a su justificación en
niveles privados. Muestra una nota característica: la indiferencia ante
la vigencia del estado de derecho, al que consideran sólo como una
circunstancia instrumental obviable. Tiene también una consideración “normalizadora”
de procedimientos corruptos en la vida cotidiana, con un relato
justificador y exculpador de delitos y delincuentes, jerarquizando las
conductas ilícitas y numerosos comportamientos inmorales ya desde las Tablas de
la Ley: no robar, no mentir, no matar. ¿Nombres? A título de mero ejemplo: C. y
M. Kirchner, A. Fernández, De Mendiguren, Manzano, Vila, Esquenazi, Massa, el
aparato político-policial-judicial del conurbano, así como ciertos Bancos,
empresarios y numerosos exponentes del mundo artístico e intelectual.
b.
El nacional-populismo tradicional.
Incluye el entramado de poder mencionado, sin el agregado de la corrupción
generalizada. Se expresa centralmente por la vigencia “ideológica” (real o
impostada) del paradigma “nacional y popular” en sectores variopintos de peronistas
y de otras fuerzas políticas, algunas enfrentadas políticamente al kirchnerismo
pero adherentes a la visión telúrica del país cerrado y autárquico, vestido con
el ropaje ideológico de la defensa de “lo nacional” y “lo popular”. Una
diferencia importante con el anterior es que reivindican y respetan el
estado de derecho y cuestionan la corrupción. Sus nombres son
importantes y los encontramos en el PRO, en el radicalismo, en la Coalición
Cívica y también en el socialismo. Este sector puede recibir el flujo de
empresarios alineados circunstancialmente durante la administración de A.
Fernández-CFK con el sector peronista-kirchnerista en busca de medidas de
protección, financieras, arancelarias o recursos públicos sólo otorgables por
quien detente el poder circunstancial. Y de peronistas deseosos de librarse del
kirchnerismo pero que comparten a grandes rasgos sus banderas “ideológicas”.
Diversos dirigentes peronistas alineados con el kirchnerismo durante su gestión
de gobierno pueden agruparse potencialmente también en este grupo, al advertir
que el kirchnerismo-gobierno no les garantiza ya éxitos electorales que se
traduzcan en espacios de poder.
c.
La “modernización democrática”. Incluye a
los actores perjudicados por el modelo nacional y popular: son productores de
campo, empresarios con vocación cosmopolita, emprendedores de diverso tipo, intelectuales
de diversa ubicación en el “arco ideológico” en contacto con las ideas del
mundo occidental desarrollado, políticos con mayor comprensión de la marcha del
mundo y adherentes a una economía abierta y a una transición consciente para
contener el fuerte efecto-cambio y la reconversión de los afectados por la
modernización. Reivindican y respetan el estado de derecho como marco
legal imprescindible para el resurgimiento argentino. Sus nombres
también pertenecen a la UCR, el PRO, la CC y peronistas que “dieron el salto”,
como el ejemplo de Pichetto así como igualmente liberales de vocación
republicana. Hay aquí también, además de numerosos dirigentes de los partidos
tradicionales, dirigentes agropecuarios, empresarios de vanguardia (Mercado
Libre, Globant, etc.) y algunas figuras del mundo artístico -Campanella, Darín,
Maximiliano Guerra, etc.- e intelectual.
d.
El liberalismo populista extremo,
autodenominados “libertarios”. Su relato se acerca más al anarquismo de
derecha que al liberalismo al que dice interpretar. Incluye a actores
exclusivamente políticos y personales, sin una expresión clara entre el empresariado
ni el mundo gremial, pero movilizadora del hastío de las generaciones jóvenes
que sufren la impotencia en la construcción de sus vidas personales, pero son
víctimas del deterioro educativo de los últimos lustros, que les impide
entender la complejidad de lo social y sus matices. Su expresión política más
clara es Javier Milei, con un relato cercano al anarquismo liberal. Los
caracteriza una relativa indiferencia ante la vigencia o no del estado de
derecho, así como un ataque “in totum” a la dirigencia política sin diferenciar
pertenencias ni matices. Desde el punto de vista económico, simpatizan
con la reducción del Estado a su mínima dimensión, exclusivamente a sus
funciones básicas de defensa, seguridad y justicia.
Definidos así los agregados políticos de los “rumbos
posibles” es importante destacar que existen nombres que pueden oscilar entre
algunos de los agrupamientos mencionados “a brocha gorda”: unos, entre los
grupos nacional-populista tradicional y el modernizador democrático,
otros, entre los grupos kirchnerista y nacional-populistas,
“liberales” varios, entre las opciones de modernización democrática y libertarios,
y radicales, socialistas y peronistas varios, entre los grupos nacional-populista
tradicional y modernizador democrático.
El sector “populista con hegemonía kirchnerista”, es
acompañado en el Frente de Todos por peronistas no kirchneristas que desde el
Partido Justicialista, sin embargo, no cuestionan su deformación cleptómana y
apoyan, con o sin convencimiento, la impunidad de los delitos contra el
patrimonio público de los funcionarios del kirchnerismo, que reproducen en cada
escalón del Estado que les toca compartir así como sus ataques a las instituciones
del estado democrático de derecho, del que sólo rescatan la institución
presidencial. Han sido y son beneficiarios de la cadena de corrupción que han
reproducido mayoritariamente en los escalones de gobierno que administran.
El sector “nacional-populista tradicional”, definido
por su impronta cultural-ideológica, comparte políticamente el espacio en un
caso con el espacio peronista con el kirchnerismo y en el segundo el espacio de
Juntos por el Cambio con el sector “modernizador-democrático”. De esta forma,
en Juntos por el Cambio, se libra una batalla sorda por la hegemonía discursiva
y política entre el sector nacional-populista tradicional con el sector modernizador
democrático, que no es nítida, sino que es matizada por conveniencias electorales
y de posicionamiento. Esta batalla también comenzó a darse en el seno de la
propia coalición kirchnerista ante la evidencia del abismo que se abría a sus
pies por las consecuencias de la aplicación dogmática del país cerrado, la
“autarquía”, el pobrismo y la negación de la pluralidad, con el agravante de la
mega-corrupción.
¿Quiénes tienen más chances?
Con el dinamismo de la política y la economía argentinas es
imposible prever con algún grado de racionalidad el camino que terminará
adoptándose. Tampoco es de descartar que lo que termine formándose sea una
coalición de gobierno que nuclee a dos o más de esos grupos.
Un triunfo político del sector “nacional-populista
tradicional”, por ejemplo, posiblemente busque un acercamiento con el sector “modernizador
democrático” -con el que ha formado un frente desde hace varios años,
“Cambiemos” o “Juntos por el Cambio”- para determinadas políticas de estado,
pero también con algunos migrantes del sector “populista kirchnerista” para
ampliar su respaldo político.
Si el triunfador fuera el sector “modernizador democrático”,
seguramente buscaría alianzas -puntuales o estratégicas- con exponentes del
sector “nacional-populista tradicional” con el que comparte la propuesta
política de Juntos por el Cambio, pero también en el electorado del sector “libertario”
que puedan coincidir con algunas medidas económicas y de reforma del Estado.
Es más improbable un triunfo del “populismo kirchnerista”,
por el descrédito que arrastra y el rotundo fracaso de sus predicciones
económicas en el turno de gobierno iniciado en 2019, aunque nada es descartable
del todo, especialmente si la opción opositora de Juntos por el Cambio llega a
una crisis que culmine con su disolución o fractura. En caso de resultar
ganadora esta alternativa, no sólo proseguiría el derrumbe del país como
“espacio político” sino que muy posiblemente se acentuarían las características
autoritarias-represivas y el alineamiento internacional con el mundo populista
(Maduro, Putin, Ortega, Evo Morales, etc.)
¿Cuáles son las posibilidades y límites de cada
alternativa?
Los límites de las alternativas pueden definirse sólo a
grandes rasgos, porque dependerán de la evolución de variables que no son todas
nacionales, sino que algunas tienen origen internacional, aunque repercutan en
el país. Un ejemplo de esta relación la dan los precios internacionales de
productos agropecuarios. Precios muy altos benefician a la Argentina con
“efecto riqueza”, atenuando la presión por el cambio de paradigma ya que pueden
seguir financiándose gastos improductivos -al margen que sean o no socialmente
“justos”- sin cambios estructurales que relancen la economía, pero le permitan
languidecer sin sobresaltos. Precios muy bajos obligan a acelerar el proceso de
cambio, o a profundizar la pobreza.
Un triunfo electoral del sector “populista
kirchnerista” por ejemplo, en la actual situación socioeconómica tiene
límites muy estrechos y quizás pueda afirmarse sin error que llegó a su límite.
Al no existir más capacidad de crecimiento por falta de inversión, ni
financiamiento por el nivel de endeudamiento interno y externo alcanzado por el
país, ni de incremento impuestos por la alucinante presión impositiva en los
tres niveles -nacional, provincial y municipal- sobre la producción, las
posibilidades de supervivencia del sistema sólo tienen alternativas represivas.
¿Qué significa “límite”? En los procesos sociales complejos,
como el argentino, el límite es impreciso: los cubanos llevan 60 años con el
sistema y aunque aparezcan tensiones puntuales, el Partido Comunista de Cuba sigue
detentando el poder totalitario sobre una sociedad empobrecida, resignada y
reprimida. Similar suerte se va dibujando en Nicaragua y en Venezuela. El
sistema se ajusta expulsando a las personas que aspiran a mejorar su vida,
clienteliza a los que se resignan -o no tienen alternativa- a depender del poder en forma directa o
indirecta y reprime sin legalidad alguna, velada o abiertamente, a quienes se
oponen. El marco es compatible con la violación de los derechos humanos y la
desaparición de derechos y garantías ciudadanas.
Un eventual triunfo del sector “nacional-populista
tradicional” tropezaría de inmediato con las limitaciones económicas
que implica el modelo cerrado, autárquico, patrimonializador del Estado y
repartidor de rentas inherente a sus intereses. La “ventaja” inicial de
despegarse de la corrupción extrema se agotaría pronto, ante la toma de conciencia
de los sectores a los que se absorben desmesuradamente ingresos y que son su
base electoral principal, las clases medias -consumidores, productores
agropecuarios, ingresos fijos, jubilados y pensionistas, etc.- que haría pronosticar
una muy cercana crisis de gestión de desemboque imprevisible, presentando
nuevamente las opciones del dilema que arrastra el país desde hace décadas:
abrir la economía a las corrientes mundiales de inversiones, financiamiento,
tecnología y comercio -opción que requeriría alianzas fuertes con los
“modernizadores democráticos”- o seguir cayendo hasta una explosión
hiperinflacionaria y crisis social generalizada, si su alianza “de
supervivencia” elegida fuera con el populismo kirchnerista.
La novedosa experiencia “massista” pretende recorrer
parcialmente este camino y anticipa los límites que el mismo conlleva, los
mismos con los que se enfrentaría un eventual gobierno opositor si ésta fuera
su impronta.
En efecto: con el populismo kirchnerista comparte varios
sostenes económicos (empresarios vinculados al Estado) y gremiales (sindicatos
protegidos) lo que sería un obstáculo para su acercamiento al sector “modernizador
democrático”. Su mayor fuerza es ideológica: la predominancia del pensamiento dogmático
“nacional y popular” entre importantes protagonistas políticos, gremiales,
comunicacionales, artísticos e incluso académicos, ideología que resiste
obsesivamente los desmentidos más claros de la realidad, en algunos casos por
ingenuidad nostálgica y en otros por conveniencia utilitaria.
Un triunfo del sector “modernizador democrático”
tendría otras complicaciones, más centradas en los damnificados inmediatos de
la indispensable reforma del sector público, el impositivo y el régimen laboral,
aunque es previsible una mejor repercusión internacional y más facilidad de
refinanciamiento de la deuda pública (sin los cuales la dureza de la transición
sería grande). Al ser el único compatible con la inserción internacional
virtuosa y con el modelo de gestión democrática globalmente aceptado en el
mundo occidental, podría iniciar un proceso largo de renacimiento, recuperación
y modernización de Argentina como el insinuado en el período 2015-2019.
En gran medida su éxito dependería de su virtuosismo en la
gestión de la transición, la transformación de los “planes sociales” en trabajo
productivo, la adecuada gestión de la deuda al contar con mayor receptividad en
la dirigencia del mundo occidental y la profundidad de las reformas
estructurales (laboral, financiera, monetaria, sector público, coparticipación
federal) para hacer racionales y sostenibles los ingresos y los gastos del
Estado en sus tres niveles.
Si el riesgo del sector “nacional-populista tradicional” es
la continuación y profundización del desborde inflacionario y su subsiguiente
caos económico-social, en el caso del sector “modernizador-democrático” el
riesgo a enfrentar es la resistencia activa en el corto plazo por parte del
kirchnerismo, en gran parte debido a la persecución judicial por la megacorrupción
de su gobierno, pero también de los afectados por la modernización y el cambio
si la administración de la transición careciera del necesario virtuosismo
político al llevar adelante las reformas estructurales. Este punto lleva a una
demanda puntual de la que dependerá el éxito de su gestión: el diseño de una
transición para el cambio de paradigma que prevea y dé respuesta a los sectores
honestos que resulten por ella afectados, abriéndoles caminos alternativos de
inserción en el nuevo paradigma.
Un triunfo del sector “libertario”, por
último, lo ubicaría de inmediato frente al dilema de aplicar sin red de
seguridad sus medidas de racionalidad sólo económica olvidando el equilibrio
social o de buscar apoyo del sector “modernizador democrático” en el plano
parlamentario y económico, de difícil obtención por las profundas falencias
institucionales que son la contracara del núcleo ideológico que une a Juntos
por el Cambio por encima de sus diferentes miradas económicas.
Como las incógnitas que deja su relato son muy amplias, es
muy difícil predecir hacia dónde decantará al momento de tener que enfrentar la
resistencia de los afectados con su programa extremo. Sus relaciones
internacionales, por otra parte, son otra incógnita, así como la confianza o
desconfianza que pueda despertar en el mundo occidental por sus vínculos con
los grupos populistas de extrema derecha (Orván, Vox, Le Pen), aunque la
laxitud de su discurso podría abrirle la puerta a una posible relación con el
propio populismo kirchnerista, canjeado ese apoyo por una amnistía o indulto a
sus delitos de corrupción.
Arriesgando pronósticos, ¿cuál alternativa tiene mayores
chances de éxito?
La primera pregunta por formular es sobre la definición de
“éxito”.
Si se refiere al proceso electoral de este año, parecería
descartado el triunfo del “populismo kirchnerista” por el enorme
desgaste e incapacidad de gestión, no sólo inherente al modelo “nacional y
popular” sino a la absoluta falta de profesionalidad y conocimientos sobre la
gestión pública y el conocimiento de la megacorrupción con la que se han
beneficiado sus principales dirigentes, incluyendo especialmente a su lideresa
máxima y excluyente, la expresidenta Fernández de Kirchner pero no reducido a
ella sino a numerosos integrantes de la “nomenclatura” peronista y empresarial
de las gestiones kirchneristas.
Si descartamos este sector, no obstante que puede ser el que
conserve en términos individuales la mayor cantidad de “electores propios”
(alrededor del 20 %) y centramos la mirada en los otros tres, podemos destacar:
Sector “nacional populista tradicional”. No tiene “a priori”
una organización institucional unificada que le permita enfrentar una gestión
de gobierno exitosa. Sus principales dirigentes forman parte principalmente del
conglomerado opositor Juntos por el Cambio, del cual le significaría un gran
costo político separarse, aunque también los encontramos en el peronismo y
hasta en ciertos espacios del kirchnerismo. Su ruta de éxito electoral debería
transitar un camino que tiene tres pasos: 1) convertirse en el mayoritario de “Juntos
por el Cambio”, que integra junto con la mayoría de los dirigentes del sector “modernizador
democrático”, 2) luego colocarse en alguno de los dos primeros lugares en el
largo proceso electoral de agosto-octubre y por último 3) ganar las elecciones
generales.
Su base política no sería contundente, ya que debería luego
-para gobernar- formalizar alianzas con sus compañeros del sector “modernizador
democrático” y quizás con algunos antiguos exponentes del sector “kirchneristas
populistas” que tengan intenciones de reinsertarse en el proceso político. El
entramado empresario, gremial y hasta político de la histórica coalición
“nacional y popular”, vencido el kirchnerismo, posiblemente migraría en gran
parte hacia este sector, aunque recordemos que no son sectores que
aporten riqueza, sino que demandan gasto público.
Su eventual gestión de gobierno estaría caracterizada por administrar
la decadencia con más prolijidad que el kirchnerismo y seguramente con
menos niveles de corrupción, pero en lo económico-social, su techo estaría dado
por su naturaleza: reducción a lo existente, renuncia a impulsar reformas,
resignación a la decadencia. Su gestión previsible, al margen de
alguna reivindicación simbólica sin mayor importancia, se reduciría a arbitrar
presiones sectoriales a costa del interés general.
Puesto a gestionar, tarde o temprano deberá enfrentar el
límite: el profundo desequilibrio existente y creciente le impondrá un ajuste
al estilo “nacional y popular”, o sea empujando hacia adelante una deuda
corregida y aumentada, una economía más raquítica, una institucionalidad
forzosamente más débil, una sociedad más alejada de la frontera de crecimiento
global, recurriendo a una fortísima reducción del ingreso de sus votantes vía
nueva devaluación y default y desembocando en un caos económico-social -tipo
1989- solo disciplinable con represión. Y como su esencia democrática le impediría
reprimir -afortunadamente-, puede ocurrir que deba irse del gobierno, originando una nueva crisis
política. El relato “nacional y popular tradicional” imputaría el fracaso al
FMI, los acreedores externos y los grandes intereses... para recomenzar el
ciclo, como ha ocurrido en los últimos 70 años.
Sin embargo, es necesario agregar un matiz importante. El
modelo “nacional - populista tradicional” ha podido sortear durante muchas
décadas las situaciones más complicadas y aún críticas, sin perder su hegemonía
social, asentada en el nacionalismo banal y objetivos sedicentemente
justicieros, con presencia permanente en las fuerzas políticas tradicionales
con diferentes matices.
Un alivio económico coyuntural, ajeno a la dinámica del
propio sistema, por ejemplo, -vía reducción de tasas de interés
internacionales, aumento de precios de exportaciones argentinas o la puesta en
valor de recursos minerales sea tradicionales (petróleo/gas) o nuevos (litio)-
puede otorgar margen para realizar cambios superficiales que le permitan
renovar su relato, sin realizar cambios estructurales, aún al precio de
continuar con la decadencia secular del país, su economía y su sociedad, así
como el crecimiento del hiato entre la marcha de la región y del mundo “vis a
vis” con la realidad argentina. De ahí que, liberado del peso de la corrupción
y el ideologismo extremo del kirchnerismo y sus aliados más cercanos, no puede
descartarse la continuación de gobiernos con su signo de identidad, con una u
otra definición política o aliados políticos circunstanciales. Para
determinados escalones dirigenciales de la política, la posibilidad de
“arbitrar” los conflictos de la decadencia puede ser considerada como su
natural “zona de confort”, renunciando -o sin que los convoque- un programa de
cambio cuya contracara política pueda significar problemas de gobernabilidad,
mucho más si no se posee la convicción para asumirlo.
Sector “modernizador democrático”. Su posibilidad,
igual que el sector “nacional populista tradicional”, está ligada al triunfo en
la disputa interna por el liderazgo de Juntos por el Cambio y debería transitar
luego similar hoja de ruta. La diferencia principal es la característica de su
predisposición a alianzas, que supongo más dirigida al sector “libertario” en
lo económico y prácticamente sin posibilidad de hacerlo con el sector “kirchnerista
populista”. De cara al gobierno, su desafío es cultural: diseñar y luchar por
un relato que derrote intelectualmente al paradigma “nacional y popular”, su
gran rival en el proceso político-cultural de las clases medias, con el que sin
embargo tiene fuertes coincidencias en sus convicciones
democráticas-republicanas, pero que también derrote al “libertario” populismo
de derecha con el que puede coincidir eventualmente en alguna medida económica,
pero con cuya visión del mundo y de la convivencia democrática la
incompatibilidad es total.
El sector “modernizador democrático”, sin embargo, es el
único sector de los cuatro cuyo liderazgo puede canalizar con convicción las
“semillas del cambio” hacia un país modernizado (agro, servicios de punta,
industria exportadora, “explosión” de microempresas, reformas fiscal, laboral y
monetaria, profunda reforma educativa, reforma del sistema de salud, modernización
del Estado) así como una integración del país a las corrientes más potentes y
modernas de comercio, inversiones, tecnologías y financiamiento del mundo
occidental.
Sector “libertario”. No aparece con desafíos de
liderazgo interno en su fuerza, que es totalmente unipersonal. No obstante, por
las características del sistema político argentino, es previsible que su
liderazgo presidencial, aun perdiendo, se refleje en una importante
representación parlamentaria elegida en la primera vuelta electoral, que resulta
imprescindible para formar mayoría. Ello ocurrirá pase lo que pase en
definitiva con su candidatura principal, la presidencial, ya que los
legisladores se eligen en la primera vuelta electoral y el presidente en la
segunda, si ninguno alcanzara el porcentaje exigido para su triunfo sin
“ballotage” (40 % con 10 % de diferencia sobre el segundo, o 45 %). Esta opción
está sólo unida por su liderazgo (J. Milei) pero su eventual derrota
presidencial debilitaría ese liderazgo y los legisladores elegidos pueden
asumir roles imprevisibles, sea negociando individualmente, o apostando a
convertirse en el germen de un reagrupamiento ante un eventual fracaso del
gobierno, cualquiera sea. Dependerá de la actitud que en definitiva tome Milei.
La eventual presidencia de Milei generaría, corregidos y
aumentados, los conflictos sociales previsibles ante una proliferación de
“reformas” que no sólo atacarían sin ninguna amortiguación a los beneficiados
por el modelo “nacional y popular” tradicional y el kirchnerista, sino que tampoco podrían contar
con una alianza hacia el pensamiento “modernizador democrático”, justamente por
sus falencias en el tema institucional y su ataque a las instituciones democráticas
básicas del país.
Sus posibilidades de éxito electoral, sin embargo, se ampliarían en el
caso de una derrota de los “modernizadores democráticos” en la disputa interna por
el liderazgo de Juntos por el Cambio, debido a que numerosos votantes de esa
fuerza, especialmente de los estratos etarios más jóvenes -ya que no sus dirigencias-
podrían restarle su apoyo y volcarse hacia la opción libertaria.
Si en el proceso interno de puja por el liderazgo de Juntos
por el Cambio resultara vencedor el sector “modernizador democrático”, es
posible que puntuales medidas de gobierno -relacionadas con la reforma del
Estado, el equilibrio macroeconómico y la inserción internacional- fueran
apoyadas por este sector, siempre denunciando su “insuficiencia” la necesidad
de su “profundización”. Caso contrario -triunfo del sector “nacional populista
tradicional” en la disputa interna por el liderazgo de Juntos por el Cambio-,
es previsible que el sector “libertario” formara parte de una oposición con
proyecto de crecimiento y convertirse en alternativa aprovechando su recepción
de votantes -ya que no de dirigentes- de Juntos por el Cambio frustrados por la
carencia de opción electoral, al momento de expresarse la crisis del gobierno
del sector “nacional populista tradicional”, lo que no demoraría mucho en
llegar por las características de su proyecto.
...
Pero si con la palabra “éxito” queremos expresar el
relanzamiento modernizador de la Argentina, sólo un liderazgo inclusivo y
convocante con claridad de objetivos podría desatar una fuerza suficientemente
poderosa como para vencer la resistencia al cambio. Ello sólo podría darse, en
una mirada realizada a comienzos de 2023, con un triunfo de la opción “modernizadora
democrática” en la disputa interna por el liderazgo de Juntos por el Cambio y
en las elecciones generales y una gestión de gobierno a la vez potente y
virtuosa. Potente para liderar el cambio y virtuosa para hacerlo manteniendo el
equilibrio social abriendo espacios de contención con los que lo sufrirán en la
coyuntura y suficientemente convocantes a la inversión productiva. Para que esa
alternativa resulte exitosa parece imprescindible mantener la unidad de Juntos
por el Cambio y reforzar esa unidad con la incorporación de sectores
peronistas y liberales honestos, cuando se los encuentre, aislando al “nacionalismo
populista” más cerril y al kirchnerismo residual, que liderarán la resistencia.
Alternativas posibles que cambiarían el análisis
precedente
Aunque implicaría una ruptura inesperada, no puede
descartarse un realineamiento de los grupos mencionados como opositores.
En efecto, no puede descartarse que la “coalición del gasto”
(o “de la decadencia”) mencionada al comienzo de este documento,
tradicionalmente aliada del pensamiento “nacional populista”, incida sobre
algunas dirigencias políticas de Juntos por el Cambio induciendo una ruptura de
ese frente. Como dijimos, en Juntos por el Cambio existen dos inclinaciones
ideológicas diferentes. Coexisten allí quienes se encuentran más cercanos al
“modelo nacional y popular tradicional” pero se oponen al kirchnerismo por su
corrupción extrema y su agresión institucional, con quienes también se oponen
al kirchnerismo, pero tienen conciencia del agotamiento del “modelo nacional y
popular tradicional” y propugnan una modernización de la economía con un
criterio inclusivo, asumiendo los desafíos de la transición en el cambio de
modelo. Estas dos almas también coexisten en el radicalismo, en el PRO y aún en
la CC.
La formación de Juntos por el Cambio, en rigor, no tuvo como
convocante originario un proyecto determinado en lo económico-social. Sí
coincidían en la recuperación democrática y en el freno a la corrupción. A
partir de allí, todo era opinable. En la actual situación del país, eso sólo no
alcanza, aunque la unidad siga siendo imprescindible para la derrota del ala
más dura del populismo “cleptómano”, la que expresa el kirchnerismo.
No es descartable que el sector “nacional y popular
tradicional” de Juntos por el Cambio pueda forzar una ruptura y busque
acercamientos o incluso confluencia con emigrados del sector “populista
kirchnerista” que pretendan tomar un camino diferente al kirchnerismo por
considerarlo un camino irrecuperable.
Si esto ocurre, es posible que el otro sector de Juntos por
el Cambio sea receptivo a un acercamiento con el electorado del grupo “libertario”
con una especie de “derechización” de su relato. El electorado “libertario” de
esta forma podría insertarse en una estructura nacional que cubra sus falencias
territoriales y orgánicas.
En ambos grupos “reagrupados” podría haber dirigentes de las
dos fuerzas principales de JxC -radicales y PRO-. Existen “modernizadores
democráticos” como “nacional populistas tradicionales” tanto en el PRO, el
radicalismo y la propia Coalición Cívica. Y ambos cuentan con respaldo
intelectual y de comunicadores. Sebrelli y Kovadloff, por ejemplo, y algunos
editorialistas importantes de diarios nacionales coincidirían en su respaldo a
los “modernizadores democráticos”, tanto como algunos intelectuales y artistas
y lo mismo ocurriría con el pensamiento “nacional populista tradicional”,
adueñado sólidamente del sistema comunicacional público y gran parte de los
comunicadores no públicos.
Un reagrupamiento de estas características se dispararía en
caso de que el sector derrotado en la puja interna por el liderazgo de Juntos
por el Cambio decida romper la coalición. Posiblemente sea la alternativa a la
que estén apostando importantes dirigentes tanto del Frente de Todos como del propio
Juntos por el Cambio y, desde otra perspectiva utilitaria, Javier Milei.
¿Podría darse
un camino intermedio, una especie de equilibrio entre los rumbos que aparecen
como opciones enfrentadas?
Sería posible. Sin embargo, el punto de partida reduce al
mínimo esta posibilidad. Como está dicho: con el nivel de endeudamiento, de
desprestigio y aislamiento internacional, del nivel de la presión fiscal, del
ritmo de la inflación, del desequilibrio público, del nivel de pobreza y
deterioro de la moneda nacional -que concentra y expresa todos los
desequilibrios mencionados- parece que ese rumbo “intermedio” tendría una
chance muy pequeña.
Para volver a crecer es necesario convocar decisiones de
inversión. Ello es imposible con el desequilibrio macroeconómico. También con
el temor que genera una justicia que no otorga garantías de independencia. Y
con leyes laborales -y peor aún, convenios colectivos- que se remontan a 1975,
cuando la economía y las técnicas de producción eran otras. La presión
impositiva -variable analizada en profundidad por quienes deciden inversiones-
posee un nivel tan elevado que saca a la Argentina de la carrera, agravadas por
una discrecionalidad por parte del gobierno en el área fiscal -y no sólo
fiscal- que se ha convertido en normal y que implica un peligro constante sobre
cualquier actividad productiva.
El cerramiento, por otra parte, dificulta el acceso al único
mercado en el que es posible obtener ganancias, el mercado global. El
desequilibrio macroeconómico agrega otra espada de Damocles, ya que su
periódico estallido unido a los extremos mencionados no da garantías de
estabilidad a cualquier cálculo de rentabilidad debido a la incertidumbre sobre
el tipo de cambio, haciendo imposible cualquier proyección microeconómica para
una inversión.
La permanente crisis fiscal, por otra parte, no sólo golpea
con incertidumbre la seguridad impositiva sino que abre constantes mecanismos
especulativos para financiar el desequilibrio público, cada uno de los cuales
es una ventana por la que se extraen recursos de la economía a través del gasto
del Estado, las tasas de interés, los subsidios discrecionales a empresas y
personas, todos ellos con mayor tasa de ganancia que cualquier actividad
productiva, compitiendo en consecuencia con las eventuales inversiones que a
ella se puedan destinar.
La continuación del aislamiento y la indiferencia ante la
inserción internacional provocará que no haya inversiones ni del exterior ni
internas. La Argentina proseguirá, como en las últimas décadas, generando recursos
rentísticos y especulativos a quienes cuenten con información sobre las
decisiones políticas, se integre a la “corporación” o lucre con las necesidades financieras del Estado. Serán recursos que se
transformarán en divisas y emigrarán, pero jamás se reinvertirán en la economía
nacional.
Por supuesto que si se elimina la corrupción sería un aporte
importante a la recuperación, pero es más bien una condición necesaria, no
suficiente. Debería ser acompañada de un programa fiscal que muestre seriedad
en las cuentas públicas -que sólo puede venir de la reducción del gasto, ya que
la presión impositiva existente no admite incrementos-. Esa reducción del gasto
requiere una relación transparente, legal y automática en la distribución de
los impuestos (coparticipación), la eliminación de los subsidios económicos (tarifas),
la reducción paulatina de los subsidios sociales (planes), la reformulación general y cirugía mayor en las empresas públicas y una puesta a punto
del sistema jubilatorio sobre bases de sostenibilidad, justicia y coherencia
actuarial .por último, la reformulación negociada de la deuda pública a fin de proyectar su sostenibilidad sin sobresaltos, tanto en su segmento externo como interno -del Estado y del Banco Central-, reformulación que sólo será posible si se la enmarca en un programa coherente y sustentable que lo haga creíble. Si ello no se logra, la alternativa es otro default, un ajuste del cerramiento aún mayor y la continuación de la decadencia hacia el pobrismo extremo.
Si no se hacen estas cosas, el camino de recuperación
termina en un callejón sin salida.
...
El futuro está abierto y es opaco. Lo que aparece cada vez
más claro es que pocas veces en la Argentina moderna sus opciones han sido tan
patentemente disímiles y conllevan futuros tan diferentes: la “cosmopolitización”
o la definitiva “latino americanización” del país. Sarmiento diría “Civilización
y barbarie”.
Alguien interesado en una Argentina moderna, pujante, con
vocación de futuro, prestigio internacional, valores democráticos, integrada y
respetuosa de los derechos de las personas para perseguir sus propios sueños
debería encontrar su lugar en una opción alejada claramente del populismo, sea
cual fuere su bandera partidaria.
Decía al comienzo que la crisis actual y próxima, de
continuar su rumbo, puede terminar con la disolución del país como marco
sociopolítico. El desarrollo de este concepto requiere mucho más que un
análisis coyuntural. Pero... se disolvió la Unión Soviética, Yugoslavia,
Checoeslovaquia, el imperio francés, el imperio inglés, el imperio otomano... y
antes todos lo que la historia nos enseña. Los países son nada menos, pero nada
más, que categorías históricas.
Es improbable que un marco nacional como el argentino siga
soportando eternamente la tensión entre “los que pagan” (invierten y producen)
y “los que cobran” (sin otra justificación que su vinculación al poder o su
capacidad de presión), sin normas y sin justicia.
Si la Argentina continúa su deterioro, puede llegar a su
disolución: tiene regiones que podrían configurar, cada una de ellas un país
(La Patagonia, Cuyo, el Litoral, la región Centro, la propia CABA.) No existen
fuerzas centrípetas que neutralicen el hastío centrífugo de las regiones
productoras. Tiene importantes “relatos” en su escenario político-intelectual que
no sólo desmerecen, sino que no consideran a sus adversarios ni siquiera como
“compatriotas” con cuyas ideas no coinciden, sino como reales enemigos, es
decir no tiene un afecto nacional compartido que sirva de soldadura a la unidad
nacional contrarrestando la tensión centrífuga.
O también puede llegar a su definitiva latino
americanización "neo-indigenista", manteniendo su unidad como país, pero con una sociedad
empobrecida y embrutecida definitivamente, con sus clases ilustradas y
productivas emigrando y una nomenclatura populista cleptómana adueñada del
Estado en forma arbitraria, mañosa o violenta junto a socios narcos adueñados
de hecho de grandes zonas del país. Socios en el mundo y en el continente no le
faltarían. Sería el sueño del “pobrismo” jesuita, de los narcos, de los
punteros del conurbano, del retro progresismo, y, en general, del populismo. Una
gigantesca toldería de vida miserable gobernada por una narco nomenclatura
mafiosa enriquecida. Así pasó en Cuba, así pasa en Venezuela y Nicaragua.
Y puede pasar en Argentina. Ya pasa en Formosa, Santiago del Estero y otras provincias feudalizadas.
Como puede pasar también que -por el contrario- la Argentina
retome su tradición de país constitucional, integrado al mundo, respetuoso de
la ley y los compromisos, reconstruya su moneda, erradique el populismo, vuelva
a los esfuerzos modernizadores y educativos, jerarquice su educación y su
justicia, y construya una democracia compleja, consciente, inclusiva,
actualizada.
También puede pasar.
Los dados parecen estar en el aire.
Ricardo Lafferriere – Febrero de 2023