En las
últimas semanas han crecido notablemente los ataque a la administración de
CAMBIEMOS, indudablemente tratando de aprovechar la sensación de debilidad
oficial debido a la crisis económica, con el obvio propósito de frenar el
avance inexorable de las causas por la corrupción que estrecha el cerco sobre
los principales actores del país del pasado.
Es natural
que los reclamos ante el derrumbe del valor de la moneda movilicen a quienes
ven afectados sus ingresos, frente a quienes el propio gobierno ha abierto
mesas de diálogo y propuesto salidas coyunturales para hacer el puente entre
esa caída -que arrastró al salario- y el inicio de su recuperación, esperable
en algunos meses, paritarias mediante.
Desde el
populismo, y sea cuales fueran los motivos coyunturales, existe una impotencia
intrínseca para articular una propuesta para el país “totalmente opuesta” de la
actual. Las recetas que han surgido conducen a un callejón sin salida.
Sin
financiamiento externo -porque implica ruptura financiera con el mundo-, sin
posibilidad de financiamiento interno -porque la presión impositiva se
encuentra ya en los mismos niveles récords que los dejó la administración del
peronismo-, con un gasto público congelado a la baja, las únicas propuestas
posibles no podrían evitar un nuevo default, volver al encierro, a la
cuotificación de las divisas con su negra experiencia de corrupción y al cierre
de las fronteras económicas del país condenando a la Argentina a despegarse de
la locomotora tecnológica global recomenzando la decadencia.
Para mantener la
ilusión de la prosperidad no habría otra alternativa que la emisión sin
respaldo, desatando un proceso hiperinflacionario. El ejemplo del chavismo de
Maduro, en Venezuela, es la mejor imagen de ese destino. Todos los reclamos escuchados
sólo focalizan su respectivo problema puntual, y las recetas propuestas son
intrínsecamente contradictorias, sin hacerse cargo de la compleja situación
general, en una especie de pensamiento mágico aplicado a la economía.
Desde la
ortodoxia, imprevistamente atacada por una curiosa belicosidad, se imputa al
gobierno no haber realizado el ajuste apenas llegado al poder, en lugar de
intentar el camino gradualista de cubrir el desequilibrio con deuda en la
espera que la reactivación económica evite las medidas más duras. En su
opinión, actuando así se hubiera podido evitar las crisis cambiaria y fiscal contra
las que el país aún está luchando.
La respuesta
a esta crítica no es ya económica sino política. Por supuesto que todos saben
-aún en el gobierno- que dos más dos son cuatro. Pero vivimos en este país,
conocemos los límites del poder, la formidable articulación histórica de la
“Corporación de la Decadencia” y también su escaso apego al funcionamiento
institucional.
Ya Fernando de la Rúa trató de impulsar el “déficit cero” y la
consecuencia no fue el crecimiento rápido sino la crisis social más profunda de
nuestra historia reciente. Ignorar las limitaciones del poder pone en riesgo no
ya la economía, sino la propia estabilidad institucional. Hacerlo cuando no se
tiene poder propio, ni credibilidad internacional, ni acompañamiento social, es
suicida para la democracia.
La sociedad votó a Cambiemos mayoritariamente
asqueada por la corrupción y la grotesca decadencia de los actores políticos.
Esas banderas eran terminantes, pero ni siquiera los votantes de Cambiemos
coincidían entonces en un claro rumbo alternativo, que sí tenía en claro su
conducción. Desde la política la primera reflexión que cabe es que
afortunadamente al gobierno no se le ocurrió hacerlo, porque tal vez estaríamos
aún en un enfrentamiento sangriento.
La
administración de CAMBIEMOS, con sus claroscuros, errores y aciertos, está
llevando adelante la nave del país con una habilidad que es lo más que permite
su actual correlación de fuerzas. El conmocionante derrumbe de la moneda
nacional no derrumbó al gobierno, que exploró caminos de superación y está
logrando retomar las riendas, ante una crisis que en cualquier país hubiera
sido detonante de conmociones sistémicas. Lo que está pasando es lo que hubiera
pasado -y tal vez, con más gravedad- si se hubiera intentado al inicio del
gobierno, cuando hasta estuvo en duda la propia entrega del poder.
El
gigantesco apoyo internacional ayudó a evitar una hiperinflación que hubiera podido
desatarse en horas, ante la facilidad que los medios electrónicos otorgan a los
capitales para su huida encendiendo angustia y desesperación en los ahorristas
nacionales. Con el 20 % de ese apoyo, la Alianza no hubiera caído.
El mundo comprendió luego de la crisis del 2008 que la enorme liquidez internacional junto a la fluidez en el desplazamiento de los capitales que permiten las tecnologías de comunicaciones puede poner en riesgo la estabilidad de los países, y a través del G20 desató un paquete de ayuda inmediata que superó cualquier alineamiento ideológico: desde Trump hasta Putin, desde Merkel hasta Li Jinping. Cuesta entender que ante este escenario, las dificultades aparezcan en los dirigentes criollos, los que más debieran estar dispuestos a un acuerdo amplio para enfrentar la crisis.
El mundo comprendió luego de la crisis del 2008 que la enorme liquidez internacional junto a la fluidez en el desplazamiento de los capitales que permiten las tecnologías de comunicaciones puede poner en riesgo la estabilidad de los países, y a través del G20 desató un paquete de ayuda inmediata que superó cualquier alineamiento ideológico: desde Trump hasta Putin, desde Merkel hasta Li Jinping. Cuesta entender que ante este escenario, las dificultades aparezcan en los dirigentes criollos, los que más debieran estar dispuestos a un acuerdo amplio para enfrentar la crisis.
Que el
ataque de la ortodoxia se acentúe justamente en estos momentos es curioso. El
gobierno está haciendo lo que -según esa óptica- debió hacerse al comienzo. En
lugar de apoyarlo, atacarlo hoy salvajemente agrega en todo caso debilidad a la
posibilidad de sortear esta crisis -cuyo supuesto interno es el desequilibrio
fiscal, pero cuyas causas desencadenantes son ajenas a la administración como
la sequía histórica, el súbito incremento de tasas de interés en Estados
Unidos, el enrarecimiento del comercio internacional y la actitud conspirativa
de la propia Corporación de la Decadencia.
Ésta incluye un entramado que abarca a empresarios protegidos y rentistas, el populismo que subyace en las convicciones culturales de gran parte del país -incluso dentro de Cambiemos-, comunicadores inocentes o nada inocentes pero claramente tendenciosos y la conmoción causada por las causas de corrupción durante el gobierno anterior, que afecta tanto a tradicionales empresarios de “prestigio” descubiertos como coimeros como a mega-ladronzuelos volcados a la política-. Y hasta el narcotráfico.
Ésta incluye un entramado que abarca a empresarios protegidos y rentistas, el populismo que subyace en las convicciones culturales de gran parte del país -incluso dentro de Cambiemos-, comunicadores inocentes o nada inocentes pero claramente tendenciosos y la conmoción causada por las causas de corrupción durante el gobierno anterior, que afecta tanto a tradicionales empresarios de “prestigio” descubiertos como coimeros como a mega-ladronzuelos volcados a la política-. Y hasta el narcotráfico.
La ortodoxia
sabe que no hay hoy en la oposición al oficialismo ninguna alternativa política
viable que lo supere hacia adelante. Lo más articulado hoy por hoy llevaría el país hacia atrás: es lo peor
del populismo, que arrastra incluso a los sectores del peronismo que
insinuaron hace un tiempo una apertura a la modernización pero no muestran
convicciones en su duro debate interno. Eso es lo que heredaría el país si
fracasa Cambiemos, no las ideas impecablemente ortodoxas que desconocen la
realidad política y despojan al análisis de cualquier condimento social o solidario.
En todo
caso, la gran incógnita es el grado de maduración de los argentinos. El año que
viene deberemos decidir si preferimos la senda del ayer, con sus peligros y los
actores que conocemos, o si continuamos el esfuerzo de cambio.
Tal vez se trata
de una reedición del dilema existencial e histórico entre una Argentina
jerárquica, cerrada y arcaica, con su utopía en el pasado en una rara alianza
con la “nación católica” y el anarquismo trotskista, o una democrática, abierta
y lanzada con confianza hacia la construcción de su utopía de futuro con todo
el pluralismo de actores multicolores e infinidad de “contradicciones secundarias”
que deben resolverse con sentido común y vocación patriótica.
Será una
decisión que nos definirá en qué sociedad y con que normas de convivencia
deseamos seguir nuestro camino.
Ricardo
Lafferriere