¿Tiene vuelta la Argentina?
Una observación banal del escenario conspira contra una respuesta optimista. La exacerbación de los aspectos “agonales” –es decir, combativos- de la política se ha sublimado en la práctica kirchnerista, pero indudablemente es una constante que atraviesa, con mayor o menor alcance, a las formaciones políticas más importantes.
No se concibe a la política sin debate y sin lucha, en ningún lugar del mundo. Es la actividad que organiza el poder, y el poder es, al menos en el estadio actual de la humanidad, un componente imprescindible para la convivencia de las sociedades humanas.
Sin embargo, a medida que la civilización avanza y la madurez social crece, los aspectos agonales se normatizan, las reglas de juego canalizan debates y formas de resolver opciones, y el sistema articulado de Constitución, leyes y reglamentos que cada pueblo se da para convivir determina tanto las facultades de cada órgano del poder como las formas requeridas para tomar las decisiones. Y luego, para su ejecución. Lo “agonal” encuentra sus límites en la necesidad de responder eficazmente a las expectativas de los ciudadanos y se desarrollan entonces los aspectos propositivos, constructivos, eficaces en la solución de los problemas que la sociedad siente más importantes.
El comportamiento de la política en nuestro país pareció encaminarse hacia esa madurez con la recuperación democrática. Sin embargo, desde hace varios años lo propositivo se ha diluido y la vocación combativa se ha adueñado de la dinámica política, marcando las características de su conducta, el “ethos” predominante, con intransigencias, rupturas de diálogos, imposibilidad de consensos y frustración ejecutiva.
¿Es posible retomar el camino civilizado?
Otra mirada, pero no hacia el escenario sino hacia el público, pareciera indicar que sí, que “la base está”. Las gigantescas demostraciones de pesar colectivo que generó la despedida a Raúl Alfonsín mostraron que la práctica de firmeza en las ideas pero a la vez, disposición a la búsqueda de consensos maduros, es un valor que los ciudadanos conservan como un valor positivo. Como lo expresara en su magistral despedida el Senador Ernesto Sanz, quizás el que con más agudeza detectó el real sentir popular por la muerte de Alfonsín, su legado no hay que buscarlo en sus discursos ni en sus libros, sino “en él mismo”. “Él mismo” es, en la lectura de los argentinos que acompañaron con pesar sus restos y lloraron su partida, esa tenacidad constante, acompañada de la disposición, también constante, a la tolerancia y el diálogo.
¿Por qué esos valores no se impregnan hacia el “escenario”?
Mi intuición sobre la respuesta a esta pregunta se acerca a una obsesión que tuvo, durante toda su vida, el ilustre muerto y que lo acompañaba desde su genética radical: la reconstrucción institucional.
Es la existencia de instituciones, su diseño y su respeto, lo que puede cambiar el “ethos” agonal predominante por un equilibrio virtuoso entre lucha y realizaciones. Sin instituciones, es decir sin marcos normativos respetados que permitan a las personas desentenderse razonablemente sobre la vigencia firme de sus derechos y dedicarse a crear sabiendo que cuentan con un espacio inviolable y cuasi-sagrado a su alrededor, es imposible otro rumbo que el tobogán de la decadencia hacia una convivencia salvaje. La ausencia de instituciones arrincona a todos a una actitud alerta, tensa, vigilante y defensiva, cual los grupos primitivos cuyo principal objetivo era sobrevivir. La pérdida de la calidad de la vida, de los sentimientos nobles y creativos, de la solidaridad y la ética, es su obvia consecuencia. Y en ese camino estamos.
La reconstrucción institucional no es, entonces, una aspiración de pequeñoburgueses liberales a los que se deba mirar por sobre el hombro porque no alcanzan a comprender las esencias íntimas del “progresismo”: por el contrario, es la llave de oro para detener esta absurda competencia de dislates que ha convertido a la política en pura lucha, sin puntos de contacto con las necesidades expresadas en la agenda ciudadana. Es el único camino para retomar las riendas de un proceso económico y social que, tal como está, funciona en parecida forma a como lo haría en sociedades primitivas, sin espacio alguno para actuar sobre su propia dinámica –cercana a las fuerzas irracionales- con el fin de neutralizar sus consecuencias más lacerantes. Es la única forma de no caer definitivamente en la ley de la selva, donde manda el más fuerte, el más violento, el más audaz, el más “transgresor”. En suma, el paraíso del violento, el primitivo, el delincuente.
El “ethos” de la política debe retomar su equilibrio respetando la ley. Y son las personas comunes, los ciudadanos, los que deberán actuar como última reserva de racionalidad para exigir a sus pretendidos representantes, de todo el colorido partidario, fidelidad a la letra y al espíritu de las leyes.
Si lo logran, este conjunto humano que integramos los argentinos puede ser un protagonista importante de los años que vienen. Si no, seguirá la decadencia, crecerá la violencia cotidiana, aumentará la pobreza, se polarizará más la sociedad. La ley de la selva, convocada a gritos destemplados desde tribunas importantes, puede ser la única que rija un territorio cercano a dejar de ser un país.
Ricardo Lafferriere
Sentaku es una palabra japonesa con dos acepciones: limpieza, y elección. Abarcan lo que soñamos para la Argentina: un país que haya limpiado sus lacras históricas, y que elija con inteligencia su futuro. Limpiamente, libremente.
sábado, 18 de abril de 2009
Ajuste y futuro
Quedan pocas dudas: en algún tiempo –más cerca o más lejos, pero no muy separado de los próximos 90 días- los argentinos sufriremos de lleno el brutal ajuste a que nos condujo la alegre irresponsabilidad de estos años. Tarifas, precios e impuestos, se dispararán –a igual que el dólar, refugio de valor al que se han acostumbrado los argentinos a fuerza de experiencia-, aplastando los ingresos de aquellos que durante cinco años fueron bombardeados por esperpénticas inconsistencias, y deberán soportar ahora el peso de la verdad. Es imposible no prever fuertes reclamos de trabajadores, comerciantes, desocupados, hombres de campo y hasta de los empresarios protegidos que recibieron las prebendas. Poco importará el volumen del grito: se acabó lo que se daba. Y habrá que empezar de nuevo.
Está llegando el ajuste y con él los consabidos rezongos: los intelectuales de Carta Abierta seguramente elaborarán herméticas sentencias achacando el infierno al neoliberalismo, al Fondo Monetario y a los terratenientes de la pampa húmeda. O sea, se lavarán las manos sobre su responsabilidad. Los esposos Kirchner, huidos o desencajados, inventarán algún nuevo enemigo, quizás el “Congreso reaccionario” que se elegirá en las urnas. O sea, se lavarán las manos sobre su gestión. Economistas que aplaudieron los dislates creyendo que desde el poder se puede hacer cualquier cosa, tomarán distancia reclamando haber avisado antes y no haber sido escuchados. O sea, se lavarán las manos sobre sus culpas.
Quedará, desguarnecida una vez más, la gente. Que, pobrecita, quiso creer en que –esta vez- no le estarían ofreciendo otro novedoso relato de palabras huecas utilizadas como escudos intelectuales de un nuevo ciclo de saqueo.
Al final, eso terminó siendo el “modelo productivo con inclusión social”.
Después de los cinco años más excepcionales de la economía argentina –Cristina “dixit”- hay más pobreza, más deuda pública, menos seguridad, menos justicia, menos educación, menos salud y menos bienestar que durante cualquier gobierno anterior, incluso el denostado de su correligionario, Dr. Carlos Saúl Menem, que comparado con la gestión “K” parece merecedor de un Nóbel. Creció –eso sí, y fuertemente- el patrimonio personal de la cúpula del poder y sus amigos.
El ajuste pinta terrible, pero como todo, al final, pasará. Y habrá que empezar de nuevo. Quizás esta vez podremos aprovecharlo para renacer sobre otras bases, sin recomenzar el ciclo corto de corporaciones sindicales, gremiales y políticas lucrantes del atraso sino comenzando una larga etapa virtuosa, como la que tuvimos de 1880 a 1930 comenzada por los conservadores y completada por los radicales, la que a pesar de sus altibajos, comenzó con un país-desierto y terminó con una Argentina protagonista importante del concierto internacional, nuevo hogar de millones de inmigrantes esperanzados en los bienes que prometía la Constitución, sin distinción de orígenes, “a todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”.
El mundo por su parte, superada la actual crisis global, recomenzará su marcha. Coincidirá con el recomienzo de la marcha de los argentinos, terminada la pesadilla K y pasado el ajuste que viene. La inteligencia de los argentinos deberá orientar entonces los esfuerzos para imbricarse virtuosamente en el nuevo paradigma global, una economía cosmopolitizada, un intercambio creciente y un nuevo diseño normativo mundial asentados en la acelerada revolución científico-técnica, el creciente protagonismo de las personas –que se sumarán a los Estados y las corporaciones- y la vigencia universal de los derechos humanos entendidos no como una revancha sesgada de un tiempo de sangre en las calles por culpas recíprocas acaecido hace décadas, sino como un piso de dignidad que deberá garantizarse a todos, cualquiera sea su nivel social o económico.
En ese escenario debe escribirse la nueva agenda argentina, que estará condicionada por limitaciones infranqueables para todos, vivan en el lugar del planeta donde vivan: agotamiento de recursos energéticos y necesidad de nuevas fuentes primarias renovables y amigables; cambio climático que obligará a rigurosas exigencias de eficiencia y sustentabilidad; y crecientes masas de seres humanos incorporados a la vida social y de consumo, que impondrán claros marcos normativos homologables en los que no habrá cabida para la discrecionalidad de los poderes políticos, el “neoanarquismo” contra el que alertara Alfonsín en su último discurso en el Luna Park, los caprichos ideológicos o las decisiones públicas sin consenso ciudadano.
La Argentina que viene, pasado el ajuste y mirando al futuro, puede volver a ser una protagonista de prosperidad y bienestar para su gente... a condición de que decida serlo. Su especialidad económica –la producción alimentaria- le hubiera permitido pasar la crisis global casi indemne, si no hubiera sido por la injustificable gestión kirchnerista: cabe recordar que los precios internacionales de nuestros productos de exportación han encontrado su aparente piso, en un nivel similar al de fines de 2007, al iniciarse el segundo período “KK”, cuando se les ocurrió la idea de incrementar la confiscación de su rentabilidad con nuevas retenciones. Muy poco de la dramática situación mundial hubiera –hasta ahora- golpeado al país, si no estuviera su producción agredida y asfixiada por una administración incompetente y su fiscalidad sometida al saqueo de subsidios, corrupción y prebendas. Simplemente con haber evitado la sangría de 20 mil millones de dólares (más de 80.000 millones de pesos) que se fueron del país en el último año por los dislates económicos y políticos, sin relación alguna con la crisis global, el escenario actual sería otro.
La nueva marcha deberá asentarse en una política de franco consenso, generadora de credibilidad a fin de volver a inyectar entusiasmo productor en los hombres de campo, en los emprendedores y en los industriales. Y deberá apoyar la complejización productiva del sector agroalimentario, base fundamental de cualquier renacimiento argentino. Esa piedra basal generará fuentes de crecimiento en el interior del territorio, comenzando a revertir esta aberración de que en los 4000 kms. cuadrados de Buenos Aires y alrededores vivan 13 millones de personas, el 33 % de la población del país, en una densidad de casi 4.000 habitantes por km2 y en los 2.800.000 kms2 restantes viva 28.000.000 de argentinos ...¡a una de 10 habitantes por km2!...
Esto no lo podrá hacer el populismo, generador de pobreza para lucrar con las necesidades de los necesitados del “conurbano” convertido en una fábrica de pobres al precio de su hacinamiento, su clientelización, su sometimiento a la violencia y al delito, su subordinación a las redes delictivas en muchos casos diseñadas desde los propios poderes –políticos, judiciales y policiales- locales. Eso sólo lo puede lograr un consenso nacional, democrático y federal, ni más ni menos que como lo dispone el art. 1 de la olvidada Constitución Nacional.
Como en toda lucha política, habrá resistencias, rivalidades y conflictos. Resistirán el cambio quienes lucran hoy con la pobreza: estamentos corporativos privilegiados gremiales y empresariales prebendarios, dirigencias corrompidas y complicidades parasitarias del estado burocratizado serán su base estructural, mientras los reproductores de ecos ideológicos del pasado serán su cobertura intelectual. Son los enemigos de la liberación de los millones de compatriotas humillados por la clientelización, del país pujante protagonista del mundo, del crecimiento económico y la prosperidad apoyada en el esfuerzo creador de cada uno.
Esa nueva marcha , alineada con el nuevo estadio de desarrollo de la humanidad, deberá custodiar, respetar y proteger la naturaleza, los recusos no renovables, el agua dulce, la biodiversidad. Deberá ser cuidadosa en el consumo energético, que no puede ser dispendioso y debe hacer crecer su generación sobre nuevas fuentes primarias no contaminantes y amigables con el ambiente. Nunca más centrales térmicas, como las que varias veces se han inaugurado en estos años –afortunadamente, siempre las mismas, que además no funcionan- sino basadas en las nuevas tecnologías de hidrógeno, solar, eólica y nuclear, para las cuales los científicos y técnicos argentinos están en condiciones de proveer desarrollos tecnológicos no sólo para nuestro país, sino para todo el mundo en desarrollo.
La reconstrucción debe contemplar desde el comienzo el piso de ciudadanía para todos, herramienta insustituible para proyectar la ética de la solidaridad y erradicar el clientelismo. Afortunadamente tenemos un país que está en condiciones, sin afectar sus excedentes para el crecimiento, de proveer alimento, educación, salud y vivienda a todos los compatriotas, sin la indignante humillación de la expropiación de la autonomía de cada ciudadano. Y debe garantizar que sobre este piso de ciudadanía que brinde igualdad de oportunidades a todos, exista libertad económica para que cada uno labre su futuro confiando en su fuerza y capacidad, en su inversión y su riesgo y en la protección legal y jurídica garantizada por un Estado democrático y una justicia independiente, imparcial y celosa en su función de última defensa de los derechos ciudadanos. Cualquier referencia o invocación al estado de excepción debe ser erradicado para siempre de la argumentación política y judicial.
Esa nueva marcha argentina incorporará lo mejor de su historia, de sus tradiciones y sus valores. Rescatará el impulso fundacional que inspiró la decisión de su autonomía política, hace casi dos siglos y lo proyectará hacia los años que vienen. Se imbricará con el portentoso mundo en formación, con sus corrientes tecnológicas, con su mercado global, con sus normas legales, con su combate a la delincuencia y el terrorismo y con su garantía jurídica de absoluto respeto a las reglas de juego y a la palabra empeñada.
Será amiga de la región y de todas las personas y países de buena voluntad. Integrará su infraestructura con todos sus vecinos, su comercio con todo el mundo con que sea posible, sus productos virtuales con el mundo hispanohablante, su defensa y seguridad con los organismos plurales y regionales de garantización de la paz, su ciencia y tecnología con los más avanzados centros de investigación, desarrollo y producción del planeta, y su política con las democracias más sólidas y transparentes.
Delinear esa agenda y construir ese país será apasionante.
Leandro N. Alem, el procer argentino fundador del radicalismo, hubiera dicho que la tarea “pertenece principalmente a las nuevas generaciones”. Indudablemente deberán ser las que levanten la bandera y marchen al frente. Pero deben hacerlo sabiendo que detrás están todas las generaciones de argentinos respaldando el sueño de la marcha común, retomando la meta de quienes empezaron el país y supieron darle una buena política, que no es otra cosa que una buena conducción en el marco del respeto y el consenso interno, para colocarlo entre las naciones respetadas. A tal fin, necesitamos reconstruir los partidos políticos, representativos del amplio colorido del pensamiento libre, articulando consensos estratégicos desde sus diferentes enfoques para alinear las fuerzas de las personas, que en última instancia son la fuente y el objetivo de todo el esfuerzo común.
Para eso nació la patria, hace casi doscientos años. Y quienes hoy la vivimos no podemos dejar de escuchar aquellos ecos, ni mucho menos desviar nuestra mirada del horizonte o dejar de pensar en lo que viene.
Ricardo Lafferriere
Está llegando el ajuste y con él los consabidos rezongos: los intelectuales de Carta Abierta seguramente elaborarán herméticas sentencias achacando el infierno al neoliberalismo, al Fondo Monetario y a los terratenientes de la pampa húmeda. O sea, se lavarán las manos sobre su responsabilidad. Los esposos Kirchner, huidos o desencajados, inventarán algún nuevo enemigo, quizás el “Congreso reaccionario” que se elegirá en las urnas. O sea, se lavarán las manos sobre su gestión. Economistas que aplaudieron los dislates creyendo que desde el poder se puede hacer cualquier cosa, tomarán distancia reclamando haber avisado antes y no haber sido escuchados. O sea, se lavarán las manos sobre sus culpas.
Quedará, desguarnecida una vez más, la gente. Que, pobrecita, quiso creer en que –esta vez- no le estarían ofreciendo otro novedoso relato de palabras huecas utilizadas como escudos intelectuales de un nuevo ciclo de saqueo.
Al final, eso terminó siendo el “modelo productivo con inclusión social”.
Después de los cinco años más excepcionales de la economía argentina –Cristina “dixit”- hay más pobreza, más deuda pública, menos seguridad, menos justicia, menos educación, menos salud y menos bienestar que durante cualquier gobierno anterior, incluso el denostado de su correligionario, Dr. Carlos Saúl Menem, que comparado con la gestión “K” parece merecedor de un Nóbel. Creció –eso sí, y fuertemente- el patrimonio personal de la cúpula del poder y sus amigos.
El ajuste pinta terrible, pero como todo, al final, pasará. Y habrá que empezar de nuevo. Quizás esta vez podremos aprovecharlo para renacer sobre otras bases, sin recomenzar el ciclo corto de corporaciones sindicales, gremiales y políticas lucrantes del atraso sino comenzando una larga etapa virtuosa, como la que tuvimos de 1880 a 1930 comenzada por los conservadores y completada por los radicales, la que a pesar de sus altibajos, comenzó con un país-desierto y terminó con una Argentina protagonista importante del concierto internacional, nuevo hogar de millones de inmigrantes esperanzados en los bienes que prometía la Constitución, sin distinción de orígenes, “a todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”.
El mundo por su parte, superada la actual crisis global, recomenzará su marcha. Coincidirá con el recomienzo de la marcha de los argentinos, terminada la pesadilla K y pasado el ajuste que viene. La inteligencia de los argentinos deberá orientar entonces los esfuerzos para imbricarse virtuosamente en el nuevo paradigma global, una economía cosmopolitizada, un intercambio creciente y un nuevo diseño normativo mundial asentados en la acelerada revolución científico-técnica, el creciente protagonismo de las personas –que se sumarán a los Estados y las corporaciones- y la vigencia universal de los derechos humanos entendidos no como una revancha sesgada de un tiempo de sangre en las calles por culpas recíprocas acaecido hace décadas, sino como un piso de dignidad que deberá garantizarse a todos, cualquiera sea su nivel social o económico.
En ese escenario debe escribirse la nueva agenda argentina, que estará condicionada por limitaciones infranqueables para todos, vivan en el lugar del planeta donde vivan: agotamiento de recursos energéticos y necesidad de nuevas fuentes primarias renovables y amigables; cambio climático que obligará a rigurosas exigencias de eficiencia y sustentabilidad; y crecientes masas de seres humanos incorporados a la vida social y de consumo, que impondrán claros marcos normativos homologables en los que no habrá cabida para la discrecionalidad de los poderes políticos, el “neoanarquismo” contra el que alertara Alfonsín en su último discurso en el Luna Park, los caprichos ideológicos o las decisiones públicas sin consenso ciudadano.
La Argentina que viene, pasado el ajuste y mirando al futuro, puede volver a ser una protagonista de prosperidad y bienestar para su gente... a condición de que decida serlo. Su especialidad económica –la producción alimentaria- le hubiera permitido pasar la crisis global casi indemne, si no hubiera sido por la injustificable gestión kirchnerista: cabe recordar que los precios internacionales de nuestros productos de exportación han encontrado su aparente piso, en un nivel similar al de fines de 2007, al iniciarse el segundo período “KK”, cuando se les ocurrió la idea de incrementar la confiscación de su rentabilidad con nuevas retenciones. Muy poco de la dramática situación mundial hubiera –hasta ahora- golpeado al país, si no estuviera su producción agredida y asfixiada por una administración incompetente y su fiscalidad sometida al saqueo de subsidios, corrupción y prebendas. Simplemente con haber evitado la sangría de 20 mil millones de dólares (más de 80.000 millones de pesos) que se fueron del país en el último año por los dislates económicos y políticos, sin relación alguna con la crisis global, el escenario actual sería otro.
La nueva marcha deberá asentarse en una política de franco consenso, generadora de credibilidad a fin de volver a inyectar entusiasmo productor en los hombres de campo, en los emprendedores y en los industriales. Y deberá apoyar la complejización productiva del sector agroalimentario, base fundamental de cualquier renacimiento argentino. Esa piedra basal generará fuentes de crecimiento en el interior del territorio, comenzando a revertir esta aberración de que en los 4000 kms. cuadrados de Buenos Aires y alrededores vivan 13 millones de personas, el 33 % de la población del país, en una densidad de casi 4.000 habitantes por km2 y en los 2.800.000 kms2 restantes viva 28.000.000 de argentinos ...¡a una de 10 habitantes por km2!...
Esto no lo podrá hacer el populismo, generador de pobreza para lucrar con las necesidades de los necesitados del “conurbano” convertido en una fábrica de pobres al precio de su hacinamiento, su clientelización, su sometimiento a la violencia y al delito, su subordinación a las redes delictivas en muchos casos diseñadas desde los propios poderes –políticos, judiciales y policiales- locales. Eso sólo lo puede lograr un consenso nacional, democrático y federal, ni más ni menos que como lo dispone el art. 1 de la olvidada Constitución Nacional.
Como en toda lucha política, habrá resistencias, rivalidades y conflictos. Resistirán el cambio quienes lucran hoy con la pobreza: estamentos corporativos privilegiados gremiales y empresariales prebendarios, dirigencias corrompidas y complicidades parasitarias del estado burocratizado serán su base estructural, mientras los reproductores de ecos ideológicos del pasado serán su cobertura intelectual. Son los enemigos de la liberación de los millones de compatriotas humillados por la clientelización, del país pujante protagonista del mundo, del crecimiento económico y la prosperidad apoyada en el esfuerzo creador de cada uno.
Esa nueva marcha , alineada con el nuevo estadio de desarrollo de la humanidad, deberá custodiar, respetar y proteger la naturaleza, los recusos no renovables, el agua dulce, la biodiversidad. Deberá ser cuidadosa en el consumo energético, que no puede ser dispendioso y debe hacer crecer su generación sobre nuevas fuentes primarias no contaminantes y amigables con el ambiente. Nunca más centrales térmicas, como las que varias veces se han inaugurado en estos años –afortunadamente, siempre las mismas, que además no funcionan- sino basadas en las nuevas tecnologías de hidrógeno, solar, eólica y nuclear, para las cuales los científicos y técnicos argentinos están en condiciones de proveer desarrollos tecnológicos no sólo para nuestro país, sino para todo el mundo en desarrollo.
La reconstrucción debe contemplar desde el comienzo el piso de ciudadanía para todos, herramienta insustituible para proyectar la ética de la solidaridad y erradicar el clientelismo. Afortunadamente tenemos un país que está en condiciones, sin afectar sus excedentes para el crecimiento, de proveer alimento, educación, salud y vivienda a todos los compatriotas, sin la indignante humillación de la expropiación de la autonomía de cada ciudadano. Y debe garantizar que sobre este piso de ciudadanía que brinde igualdad de oportunidades a todos, exista libertad económica para que cada uno labre su futuro confiando en su fuerza y capacidad, en su inversión y su riesgo y en la protección legal y jurídica garantizada por un Estado democrático y una justicia independiente, imparcial y celosa en su función de última defensa de los derechos ciudadanos. Cualquier referencia o invocación al estado de excepción debe ser erradicado para siempre de la argumentación política y judicial.
Esa nueva marcha argentina incorporará lo mejor de su historia, de sus tradiciones y sus valores. Rescatará el impulso fundacional que inspiró la decisión de su autonomía política, hace casi dos siglos y lo proyectará hacia los años que vienen. Se imbricará con el portentoso mundo en formación, con sus corrientes tecnológicas, con su mercado global, con sus normas legales, con su combate a la delincuencia y el terrorismo y con su garantía jurídica de absoluto respeto a las reglas de juego y a la palabra empeñada.
Será amiga de la región y de todas las personas y países de buena voluntad. Integrará su infraestructura con todos sus vecinos, su comercio con todo el mundo con que sea posible, sus productos virtuales con el mundo hispanohablante, su defensa y seguridad con los organismos plurales y regionales de garantización de la paz, su ciencia y tecnología con los más avanzados centros de investigación, desarrollo y producción del planeta, y su política con las democracias más sólidas y transparentes.
Delinear esa agenda y construir ese país será apasionante.
Leandro N. Alem, el procer argentino fundador del radicalismo, hubiera dicho que la tarea “pertenece principalmente a las nuevas generaciones”. Indudablemente deberán ser las que levanten la bandera y marchen al frente. Pero deben hacerlo sabiendo que detrás están todas las generaciones de argentinos respaldando el sueño de la marcha común, retomando la meta de quienes empezaron el país y supieron darle una buena política, que no es otra cosa que una buena conducción en el marco del respeto y el consenso interno, para colocarlo entre las naciones respetadas. A tal fin, necesitamos reconstruir los partidos políticos, representativos del amplio colorido del pensamiento libre, articulando consensos estratégicos desde sus diferentes enfoques para alinear las fuerzas de las personas, que en última instancia son la fuente y el objetivo de todo el esfuerzo común.
Para eso nació la patria, hace casi doscientos años. Y quienes hoy la vivimos no podemos dejar de escuchar aquellos ecos, ni mucho menos desviar nuestra mirada del horizonte o dejar de pensar en lo que viene.
Ricardo Lafferriere
“...hace 200 años...”
Hace exactamente doscientos años, en 1809, Mariano Moreno presentaba ante el Virrey Cisneros, en nombre de “veinte mil labradores y hacendados de estas campañas de la Banda Oriental y Occidental del Río de la Plata” uno de los documentos precursores del movimiento revolucionario que eclosionaría un año después y comenzaría el proceso independentista con la formación de la Primera Junta de Gobierno Patrio. El documento pasaría a la historia con el nombre de “Representación de los Hacendados” y no hay argentino que no lo haya conocido y estudiado al pasar por la escuela primaria.
Ese documento ha sido considerado fundacional por todo el arco historiográfico argentino. Moreno, el patriota con más encendidas ansias de libertad, el inspirador de la corriente más avanzada en el proceso revolucionario, solicitaba no sólo el libre comercio frente al ahogante monopolio oficial, sino que demandaba limitar totalmente los gravámenes a los productos agropecuarios, expresando en la “súplica” sexta: “Sexta: Que los frutos del país, plata, y demás que se exportasen paguen los mismos derechos establecidos para las extracciones que practican en buques extranjeros por productos de negros; sin que se extienda en modo alguno esta asignación por el notable embarazo que resultaría las exportaciones, con perjuicio de la agricultura, a cuyo fomento debe convertirse la principal atención.” Ese punto estaría llamado a transformarse para los tiempos en la llave de oro del progreso del nuevo país.
Aún hoy, los “labradores y hacendados” que producen la mayor riqueza del país, deben seguir enfrentándose a los herederos de la colonia, que en demasiadas oportunidades han encontrado en la exacción al trabajo rural la forma de limitar los derechos políticos de los ciudadanos, construir humillantes subordinaciones clientelistas, convertir el detentamiento del Estado en un botín de guerra y mantener limitadas las posibilidades de libertad individual, apoyadas en la vocación pionera y transformadora de los emprendedores.
La señora presidenta de la Nación ha condenado en La Rioja las “políticas agroexportadoras de hace 200 años” como “enemigas del país profundo”. Debiera aclarar si se ha referido a la política que aplicaba el gobierno colonial ahogando el comercio con impuestos y sosteniendo el cerrado monopolio con la metrópoli, o si se refiere al reclamo revolucionario de Moreno y los “labradores y hacendados” que representaba, pidiendo su derogación.
Es ella quien ha instalado la incógnita, con su discurso. Si lo aclara, sabremos si ratifica su toma de partido por el país clientelar, por el vaciamiento de los derechos fundamentales de los ciudadanos cristalizados en la Constitución Nacional, por una concepción autoritaria y antidemocrática del ejercicio del poder –al estilo colonial-, y en última instancia, por preferir al país sometido anterior a la Revolución de Mayo; o si ha preferido sentirse la heredera de Moreno en la construcción de un país pujante y abierto, confiado en la potencialidad de sus ciudadanos e inserto en las corrientes de comercio, inversión, tecnología, finanzas que eligió como camino en las horas fundacionales de nuestra autonomía política.
Sería una buena noticia si la opción fuera la segunda. Es lo que ha firmado en el G-20, hace pocos días en Londres. Pero no es lo que hasta ahora había constituido el discurso oficial de su marido, del Secretario de Comercio y de ella misma.
Ricardo Lafferriere
Ese documento ha sido considerado fundacional por todo el arco historiográfico argentino. Moreno, el patriota con más encendidas ansias de libertad, el inspirador de la corriente más avanzada en el proceso revolucionario, solicitaba no sólo el libre comercio frente al ahogante monopolio oficial, sino que demandaba limitar totalmente los gravámenes a los productos agropecuarios, expresando en la “súplica” sexta: “Sexta: Que los frutos del país, plata, y demás que se exportasen paguen los mismos derechos establecidos para las extracciones que practican en buques extranjeros por productos de negros; sin que se extienda en modo alguno esta asignación por el notable embarazo que resultaría las exportaciones, con perjuicio de la agricultura, a cuyo fomento debe convertirse la principal atención.” Ese punto estaría llamado a transformarse para los tiempos en la llave de oro del progreso del nuevo país.
Aún hoy, los “labradores y hacendados” que producen la mayor riqueza del país, deben seguir enfrentándose a los herederos de la colonia, que en demasiadas oportunidades han encontrado en la exacción al trabajo rural la forma de limitar los derechos políticos de los ciudadanos, construir humillantes subordinaciones clientelistas, convertir el detentamiento del Estado en un botín de guerra y mantener limitadas las posibilidades de libertad individual, apoyadas en la vocación pionera y transformadora de los emprendedores.
La señora presidenta de la Nación ha condenado en La Rioja las “políticas agroexportadoras de hace 200 años” como “enemigas del país profundo”. Debiera aclarar si se ha referido a la política que aplicaba el gobierno colonial ahogando el comercio con impuestos y sosteniendo el cerrado monopolio con la metrópoli, o si se refiere al reclamo revolucionario de Moreno y los “labradores y hacendados” que representaba, pidiendo su derogación.
Es ella quien ha instalado la incógnita, con su discurso. Si lo aclara, sabremos si ratifica su toma de partido por el país clientelar, por el vaciamiento de los derechos fundamentales de los ciudadanos cristalizados en la Constitución Nacional, por una concepción autoritaria y antidemocrática del ejercicio del poder –al estilo colonial-, y en última instancia, por preferir al país sometido anterior a la Revolución de Mayo; o si ha preferido sentirse la heredera de Moreno en la construcción de un país pujante y abierto, confiado en la potencialidad de sus ciudadanos e inserto en las corrientes de comercio, inversión, tecnología, finanzas que eligió como camino en las horas fundacionales de nuestra autonomía política.
Sería una buena noticia si la opción fuera la segunda. Es lo que ha firmado en el G-20, hace pocos días en Londres. Pero no es lo que hasta ahora había constituido el discurso oficial de su marido, del Secretario de Comercio y de ella misma.
Ricardo Lafferriere
Señor de la Democracia
La última vez que abrió sus puertas fue en enero de 1983, como anunciando que sería el año en el que los argentinos conseguiríamos la democracia, terminando la larga noche. Las atravesaron los restos mortales de Arturo Umberto Illia, el último gran presidente radical hasta entonces, que acompaña desde ese momento en su última morada a Leandro Alem, Hipólito Yrigoyen, Elpidio González y otros mártires y próceres del radicalismo y del país.
Un cuarto de siglo después, el Panteón de los Caídos en la Revolución del Parque se abrirá nuevamente para recibir en descanso eterno al nuevo prócer. Ellos conforman en el sentimiento y la identidad de los radicales argentinos, el conjunto de ideas que atraviesan décadas –y hasta siglos...- encarnando la esencia del rumbo iniciado al nacer la patria, en las lejanas jornadas de mayo: democracia, igualdad, instituciones, honestidad, independencia. Y por sobre todo, soberanía del pueblo, fuente de toda autoridad legítima.
Raúl Alfonsín es el aporte de esta generación de argentinos a la historia grande de la Nación y de un gran partido, depositario de sus sueños fundacionales. El corazón de todo el radicalismo late eternamente en ese panteón, renovado ahora con su último gran ilustre. La memoria de sus luchas, la pasión de sus ideales, la visión de la patria grande que encarnaron en vida con sus actos y luego de muertos con su presencia eterna recuerda a todos que “todavía debe hacerse mucho”, como lo señalara el mandato postrero del fundador, en su testamento político.
Eso que debe hacerse, “pertenece principalmente a las nuevas generaciones”, que así como hicieron nacer la patria en las jornadas de 1810, también dieron origen a la Unión Cívica Radical que hoy acompaña y llora a su gran dirigente, y tendrán la responsabilidad de tomar en sus manos la antorcha que deja Raúl Alfonsín.
Hasta el último rincón argentino escuchó alguna vez su mensaje, convocando a la nueva alianza alrededor del viejo compromiso constituyente cristalizado en el Preámbulo. Y su prédica tiene hoy más vigencia que nunca, retumbando en la memoria de todos como su postrer convocatoria a retomar la lucha con bríos renovados para que los derechos ciudadanos y los esfuezos comunes se unan en una convivencia de hermanos, solidaria, libre, justa, pujante.
Su mensaje a los jóvenes sigue siendo el ejemplo de una democracia limpia: “no sigan a hombres, sigan a ideas”. ¡Palabras nunca tan vigentes como en estos tiempos de degradación institucional, “espacios” con nombres y apellidos y debilidad de los partidos políticos, lugares de elaboración y articulación de las ideas de los ciudadanos!
De todos los reclamos de Alfonsín, quizás sea éste el que más vigencia tiene: reconstruir los partidos, para reconstruir la política. Reconstruir la política, para volver a la Constitución. Y en lo profundo de todo ello, reconstruir la ciudadanía –es decir, el compromiso consciente de cada uno con los problemas de todos- para lograr una convivencia virtuosa.
Presidente, conductor, militante, dirigente, maestro. Fue todo eso. Pero sin duda alguna el título que mejor lo define es aquel que el poeta asignara alguna vez a Hipólito Yrigoyen, su magno antecesor: Señor de la Democracia.
Ricardo Lafferriere
Un cuarto de siglo después, el Panteón de los Caídos en la Revolución del Parque se abrirá nuevamente para recibir en descanso eterno al nuevo prócer. Ellos conforman en el sentimiento y la identidad de los radicales argentinos, el conjunto de ideas que atraviesan décadas –y hasta siglos...- encarnando la esencia del rumbo iniciado al nacer la patria, en las lejanas jornadas de mayo: democracia, igualdad, instituciones, honestidad, independencia. Y por sobre todo, soberanía del pueblo, fuente de toda autoridad legítima.
Raúl Alfonsín es el aporte de esta generación de argentinos a la historia grande de la Nación y de un gran partido, depositario de sus sueños fundacionales. El corazón de todo el radicalismo late eternamente en ese panteón, renovado ahora con su último gran ilustre. La memoria de sus luchas, la pasión de sus ideales, la visión de la patria grande que encarnaron en vida con sus actos y luego de muertos con su presencia eterna recuerda a todos que “todavía debe hacerse mucho”, como lo señalara el mandato postrero del fundador, en su testamento político.
Eso que debe hacerse, “pertenece principalmente a las nuevas generaciones”, que así como hicieron nacer la patria en las jornadas de 1810, también dieron origen a la Unión Cívica Radical que hoy acompaña y llora a su gran dirigente, y tendrán la responsabilidad de tomar en sus manos la antorcha que deja Raúl Alfonsín.
Hasta el último rincón argentino escuchó alguna vez su mensaje, convocando a la nueva alianza alrededor del viejo compromiso constituyente cristalizado en el Preámbulo. Y su prédica tiene hoy más vigencia que nunca, retumbando en la memoria de todos como su postrer convocatoria a retomar la lucha con bríos renovados para que los derechos ciudadanos y los esfuezos comunes se unan en una convivencia de hermanos, solidaria, libre, justa, pujante.
Su mensaje a los jóvenes sigue siendo el ejemplo de una democracia limpia: “no sigan a hombres, sigan a ideas”. ¡Palabras nunca tan vigentes como en estos tiempos de degradación institucional, “espacios” con nombres y apellidos y debilidad de los partidos políticos, lugares de elaboración y articulación de las ideas de los ciudadanos!
De todos los reclamos de Alfonsín, quizás sea éste el que más vigencia tiene: reconstruir los partidos, para reconstruir la política. Reconstruir la política, para volver a la Constitución. Y en lo profundo de todo ello, reconstruir la ciudadanía –es decir, el compromiso consciente de cada uno con los problemas de todos- para lograr una convivencia virtuosa.
Presidente, conductor, militante, dirigente, maestro. Fue todo eso. Pero sin duda alguna el título que mejor lo define es aquel que el poeta asignara alguna vez a Hipólito Yrigoyen, su magno antecesor: Señor de la Democracia.
Ricardo Lafferriere
Los gastos de la presidencia
"No debiendo confundirse nuestra milicia nacional con la milicia mercenaria de los tiranos, se prohibe que ningun centinela impida la libre entrada en toda funcion y concurrencia pública á los ciudadanos decentes, que la pretendan. El oficial que quebrante esta regla será depuesto de su empleo.
"Ni el Presidente, ni algun otro individuo de la Junta en particular revestirán carácter público, ni tendrán comitiva, escolta, ó aparato que los distinga de los demas ciudadanos.
“Las esposas de los funcionarios públicos políticos y militares no disfrutarán los honores de armas ni demas prerogativas de sus maridos: estas distinciones las concede el estado á los empleos, y no pueden comunicarse sino á los individuos que los exercen.”
Disposiciones del Decreto de Supresión de Honores
6 de Diciembre de 1810 – Primera Junta de Gobierno Patrio
Huelga aclarar que, en estos tiempos de políticas de género e igualdad de las personas, la disposición recordada se aplicaría también a “los esposos...”.
La recordada disposición de la Primera Junta de Gobierno Patrio, firmada por el pleno de sus integrantes con Coornelio de Saavedra al frente, significó un recordatorio que quedaría grabado en la memoria de generaciones de argentinos que, en su paso por la escuela primeria, recordarían el trascendente decreto por su recordado apotegma que disponía que “un habitante de Buenos Ayres ni ebrio ni dormido debe tener impresiones contra la libertad de su pais”.
¿Qué diría Moreno si viera que, a casi doscientos años de la magna gesta que iniciara nuestra autonomía y sentara las bases del edificio político democrático, el esposo de la presidenta utiliza fondos del Estado como herramientas de lucha electoral, incluyendo no sólo asignaciones de fondos, de obras públicas y de subsidios sino hasta el uso de efectivos policiales –por ejemplo, los 800 que evitaron que se acercaran a él los productores, el 5 de Marzo, en Chivilcoy-? ¿Qué, si se anoticiara que toda la familia presidencial dispone a su antojo, como bienes propios, de una flota completa de aviones y helicópteros para su desplazamiento personal, dilapidando en tiempos de escasez cuantiosos fondos de los contribuyentes para trasladarse, no ya a pasar sus vacaciones anuales sino semanalmente, a tres mil kilómetros de su asiento natural de gobierno, a pesar de utilizar para su vivienda las instalaciones que el Estado pone a su disposición, con todos los gastos pagos, en la Residencia Presidencial de Olivos?
¿Y qué, si viera a la hija de la presidenta trasladándose por el mundo en viajes oficiales, a costa del erario? ¿o que el hijo del matrimonio presidencial incrementa su patrimonio –al igual que sus padres...- sin recato ni pudor, en un ritmo compartido por los amigos del poder beneficiados con licitaciones, concesiones de servicios públicos, subsidios y canongías otorgadas con discrecionalidad?
Triste situación a la que se ha llevado al país, con el argumento de la “reconstrucción del poder presidencial”. Porque el interrogante surge de inmediato: ¿para ésto es que sirve el poder presidencial presuntamente reconstruido?
Años de luchas civiles dejaron como saldo la lapidaria condena del artículo 29 de la Constitución, para que no se repitiera en el futuro la práctica de confundir el poder con el patrimonio personal de los gobernantes, ni el ejercicio del mando con la discrecionalidad de los temas privados. “Infames traidores a la patria” –nada menos- es la patética definición de los contituyentes a quienes desde el Congreso o las legislaturas otorgaran “sumisiones o supremacías” mediante los cuales “la vida, el honor o la fortuna de los argentinos” quedara merced de gobierno o persona alguna.
No se trata ya de la reiterada práctica de delegar facultades impositivas –que afectan la fortuna de los argentinos- con los que la degradación política se ha acostumbrado a convivir, o con la confiscación de ahorros previsionales privados –que los jueces vergonzosamente complacientes han encontrado la forma de lavarse las manos, dejando en indefensión a los ciudadanos-. En cualquiera de ambos casos, la justificación del “interés público”, aunque grosera y cínica, fue al menos la causa invocada para la incautación.
Se trata de algo más directo, sencillo, comprobable: es la indisimulable utilización de bienes públicos, dinero y efectos, para fines que nada tienen que ver con la gestión del Estado, por parte de la “primera ciudadana” (¿recuerdan?...) y de su entorno de amistades y familia.
En pocos meses más, comenzaremos a transitar el año del Bicentenario. Dos siglos habrán pasado, entre otras cosas, desde el dictado de la norma señera que encabeza esta nota. La señora presidenta ha convocado al gran acuerdo en su memoria.
Como ocurre en estos casos, la fecha debiera servir para renovar nuestro voto de convivencia nacional, recuperar fuerzas con la inspiración de quienes iniciaron la marcha, fijar metas y comprometer valores que justifiquen el esfuerzo común.
Sería un enorme aporte a este acuerdo que las bases sobre las que comenzó a edificarse el viejo edificio argentino fueran recordadas en plenitud y, dando el ejemplo, la familia presidencial mostrara el camino con conductas de recato, humildad, sobriedad, compromiso y respeto hacia los compatriotas que menos tienen y recuerde la manera ejemplar en que vivieron y terminaron sus días los grandes de verdad, desde Moreno a Belgrano, desde Rivadavia hasta Sarmiento, desde San Martín hasta Alem, desde Yrigoyen hasta Illia.
Ricardo Lafferriere
"Ni el Presidente, ni algun otro individuo de la Junta en particular revestirán carácter público, ni tendrán comitiva, escolta, ó aparato que los distinga de los demas ciudadanos.
“Las esposas de los funcionarios públicos políticos y militares no disfrutarán los honores de armas ni demas prerogativas de sus maridos: estas distinciones las concede el estado á los empleos, y no pueden comunicarse sino á los individuos que los exercen.”
Disposiciones del Decreto de Supresión de Honores
6 de Diciembre de 1810 – Primera Junta de Gobierno Patrio
Huelga aclarar que, en estos tiempos de políticas de género e igualdad de las personas, la disposición recordada se aplicaría también a “los esposos...”.
La recordada disposición de la Primera Junta de Gobierno Patrio, firmada por el pleno de sus integrantes con Coornelio de Saavedra al frente, significó un recordatorio que quedaría grabado en la memoria de generaciones de argentinos que, en su paso por la escuela primeria, recordarían el trascendente decreto por su recordado apotegma que disponía que “un habitante de Buenos Ayres ni ebrio ni dormido debe tener impresiones contra la libertad de su pais”.
¿Qué diría Moreno si viera que, a casi doscientos años de la magna gesta que iniciara nuestra autonomía y sentara las bases del edificio político democrático, el esposo de la presidenta utiliza fondos del Estado como herramientas de lucha electoral, incluyendo no sólo asignaciones de fondos, de obras públicas y de subsidios sino hasta el uso de efectivos policiales –por ejemplo, los 800 que evitaron que se acercaran a él los productores, el 5 de Marzo, en Chivilcoy-? ¿Qué, si se anoticiara que toda la familia presidencial dispone a su antojo, como bienes propios, de una flota completa de aviones y helicópteros para su desplazamiento personal, dilapidando en tiempos de escasez cuantiosos fondos de los contribuyentes para trasladarse, no ya a pasar sus vacaciones anuales sino semanalmente, a tres mil kilómetros de su asiento natural de gobierno, a pesar de utilizar para su vivienda las instalaciones que el Estado pone a su disposición, con todos los gastos pagos, en la Residencia Presidencial de Olivos?
¿Y qué, si viera a la hija de la presidenta trasladándose por el mundo en viajes oficiales, a costa del erario? ¿o que el hijo del matrimonio presidencial incrementa su patrimonio –al igual que sus padres...- sin recato ni pudor, en un ritmo compartido por los amigos del poder beneficiados con licitaciones, concesiones de servicios públicos, subsidios y canongías otorgadas con discrecionalidad?
Triste situación a la que se ha llevado al país, con el argumento de la “reconstrucción del poder presidencial”. Porque el interrogante surge de inmediato: ¿para ésto es que sirve el poder presidencial presuntamente reconstruido?
Años de luchas civiles dejaron como saldo la lapidaria condena del artículo 29 de la Constitución, para que no se repitiera en el futuro la práctica de confundir el poder con el patrimonio personal de los gobernantes, ni el ejercicio del mando con la discrecionalidad de los temas privados. “Infames traidores a la patria” –nada menos- es la patética definición de los contituyentes a quienes desde el Congreso o las legislaturas otorgaran “sumisiones o supremacías” mediante los cuales “la vida, el honor o la fortuna de los argentinos” quedara merced de gobierno o persona alguna.
No se trata ya de la reiterada práctica de delegar facultades impositivas –que afectan la fortuna de los argentinos- con los que la degradación política se ha acostumbrado a convivir, o con la confiscación de ahorros previsionales privados –que los jueces vergonzosamente complacientes han encontrado la forma de lavarse las manos, dejando en indefensión a los ciudadanos-. En cualquiera de ambos casos, la justificación del “interés público”, aunque grosera y cínica, fue al menos la causa invocada para la incautación.
Se trata de algo más directo, sencillo, comprobable: es la indisimulable utilización de bienes públicos, dinero y efectos, para fines que nada tienen que ver con la gestión del Estado, por parte de la “primera ciudadana” (¿recuerdan?...) y de su entorno de amistades y familia.
En pocos meses más, comenzaremos a transitar el año del Bicentenario. Dos siglos habrán pasado, entre otras cosas, desde el dictado de la norma señera que encabeza esta nota. La señora presidenta ha convocado al gran acuerdo en su memoria.
Como ocurre en estos casos, la fecha debiera servir para renovar nuestro voto de convivencia nacional, recuperar fuerzas con la inspiración de quienes iniciaron la marcha, fijar metas y comprometer valores que justifiquen el esfuerzo común.
Sería un enorme aporte a este acuerdo que las bases sobre las que comenzó a edificarse el viejo edificio argentino fueran recordadas en plenitud y, dando el ejemplo, la familia presidencial mostrara el camino con conductas de recato, humildad, sobriedad, compromiso y respeto hacia los compatriotas que menos tienen y recuerde la manera ejemplar en que vivieron y terminaron sus días los grandes de verdad, desde Moreno a Belgrano, desde Rivadavia hasta Sarmiento, desde San Martín hasta Alem, desde Yrigoyen hasta Illia.
Ricardo Lafferriere
lunes, 23 de marzo de 2009
Corrupción, desguace institucional y diálogo
“...El país entero está fuera de quicio, desde la Capital hasta Jujuy.
Las instituciones libres han desaparecido de todas partes: no hay República, no hay sistema federal, no hay gobierno representativo, no hay administración, no hay moralidad. La vida política se ha convertido en industria lucrativa.
El Presidente de la República ha dado el ejemplo, viviendo en la holgura, haciendo la vida de los sátrapas con un menosprecio inaudito por el pueblo y con una falla de dignidad que cada día se ha hecho más irritante. Ni en Europa ni en América podía encontrarse en estos tiempos un gobierno que se le parezca; la codicia ha sido su inspiración, la corrupción ha sido su medio. Ha extraviado la conciencia de muchos hombres con las ganancias fáciles e ilícitas, ha envilecido la administración del Estado obligando a los funcionarios públicos a complacencias indebidas y ha pervertido las costumbres públicas y privadas prodigando favores que representan millones.
El mismo ha recibido propinas de cuanto hombre de negocio ha mercado en la Nación, y forma parte de los sindicatos organizados para las grandes especulaciones, sin haber introducido capital ni idea propia, sino la influencia y los medios que la Constitución ponía en sus manos para la mejor administración del Estado. En cuatro años de gobierno se ha hecho millonario, y su fortuna acumulada por tan torpes medios se exhibe en bienes valiosísimos cuya adquisición se ha anunciado por la prensa. Su participación en los negocios administrativos es notoria, pública y confesada. Los presentes que ha recibido, sin noción de la delicadeza personal, suman cientos de miles de pesos y constan en escrituras públicas, porque los regalos no se han limitado a objetos de arte o de lujo; han llegado a donaciones de bienes territoriales, que el público ha denunciado como la remuneración de favores oficiales.
Puede decirse que el ha vivido de los bienes del Estado y que se ha servido del erario público para constituirse un patrimonio propio.
Su clientela le ha imitado; sujetos sin profesión, sin capital, sin industria, han esquilmado los Bancos del Estado, se han apoderado de las tierras públicas, han negociado concesiones de ferrocarriles y puertos y se han hecho pagar su influencia con cuantiosos dineros.”
Los párrafos citados no se refieren a quienes los lectores se imaginan: pertenecen al Manifiesto de la Revolución del Parque, producida el 26 de Julio de 1890, disparadora del proceso político que culminaría poco después con la formación de la Unión Cívica Radical.
Aunque la proclama estaba firmada por Leandro Alem, Aristóbulo del Valle, Lucio V. Lopez, Demaría, Goyena y Romero, expresaba un movimiento con el que simpatizaban los más importantes políticos de la época, desde Bartolomé Mitre hasta José Manuel Estrada y Bernardo de Irigoyen. Muchos de ellos, enfrentados entre sí duramente en numerosos debates parlamentarios y batallas electorales, coincidían sin embargo en que frente al bochornoso desenvolvimiento de un gobierno carcomido hasta la médula por la corrupción y el deguase institucional, era necesaria la unidad. Ya habría tiempo para afinar las diferencias, una vez recuperado el funcionamiento siquiera mínimamente razonable del sistema político.
La revolución perdió, pero el gobierno cayó pocas semanas después, con la renuncia de Juárez Celman y su reemplazo por el vicepresidente Carlos Pellegrini, uno de los hombres más lúcidos del sistema político de entonces, cuya característica principal era su predisposición al diálogo: entre sus amistades se encontraba Leandro Alem, Bartolomé Mitre, Aristóbulo del Valle y otros líderes de la revolución derrotada. Y su breve gestión dejó como legado no sólo su apelativo de “Piloto de Tormentas” sino el saneamiento de las finanzas públicas saqueadas por Juárez Celman y su camarilla, y la creación del Banco de la Nación, herramienta de fomento de la actividad agropecuaria que cambiaría la faz productiva argentina.
Nuestro país parece condenado a alinear sus fuerzas dinámicas por cuestiones siempre parecidas. Hoy mismo está en el escenario político el debate sobre la conveniencia de confluir en grandes acuerdos. Lejos estamos de buscar salidas violentas o “revolucionarias”. Afortunadamente, han sido desterradas de las prácticas políticas. Pero el camino que se está explorando no descarta el trabajo parlamentario común y –según algunos analistas- hasta la posibilidad de listas electorales conjuntas de quienes responden a formaciones políticas diferentes.
Porque lo que no ha sido desterrado es el concepto de que la detentación del poder da carta de corso para utilizarlo en beneficio propio, allegados y familiares, y que teniendo el poder, “se puede hacer cualquier cosa”, es decir, los motivos que en 1890 provocaron la gran confluencia de opiniones diversas para poner un freno a la orgía de corrupción y deguase institucional. Y como no podía ser de otra manera, ello ha abierto la reflexión de los diferentes actores para buscar la manera de unir fuerzas, frenar el tobogán y volver a poner en marcha el estado de derecho, como se diseñó en la Constitución Nacional.
Bienvenidos, entonces, los acercamientos y los diálogos. El sistema político que viene luego de esta larga noche se está insinuando. Parecieran ser dos grandes conglomerados que girarán alrededor de los temas de la agenda del siglo XXI, con escasos contactos con los problemas del siglo que murió como no sea los ecos de las épicas políticas fundacionales, cada vez más desdibujadas por la bruma del tiempo. En ambos es previsible que participen hombres y mujeres que antes participaran de viejas luchas en los queridos partidos, que en algunos casos coincidirán con sus antigos rivales y en otras hasta rivalizarán con ex correligionarios, junto a la creciente presencia de nuevas generaciones que no estarán tan interesadas en el romanticismo del pasado, sino en el fuerte atractivo del futuro que está al alcance de nuestro esfuerzo y nuestros sueños.
Esos dos grandes conglomerados compartirán el país de las próximas décadas, y es bueno el diálogo entre ellos, desde sus diferentes visiones pero también desde su coincidencia profunda en la vigencia contitucional como base imprescindible para la reconstrucción del país. El futuro argentino puede ser portentoso, inserto en un mundo que una vez superada la conmoción de la crisis financiera volverá a mostrar la gigantesca potencialidad de su inteligencia en cadena. Los nuevos tiempos serán de quienes respeten la opinión diferente, tengan disposición al trabajo creador, potencien la inteligencia y los valores, cuiden el ambiente y participen de la construcción de la comunidad global. A ningún lado nos llevará insisir en el odio, el conflicto, la intransigencia con quien piensa diferente, la violencia, la deshumanización del rival.
En el caso de los radicales –permítaseme esta concesión a los antiguos afectos...- la tarea que viene, recordando al fundador, “pertenece principalmente a las nuevas generaciones. Ellas le dieron origen, y ellas sabrán consumar la obra”. No las carguemos con la herencia de las dificultades de los viejos recelos. Simplemente, acompañemos para facilitar ese diálogo que permitió al país, en 1890 y en otras épocas, encarrilar el país en la Constitución y dar el gran salto adelante que no se detendría hasta el regreso de la intolerancia, en 1930.
Ricardo Lafferriere
miércoles, 18 de marzo de 2009
Matrimonio, patrimonio, impunidad, elecciones
"¿Dónde está la calidad institucional? ¿Por qué adelantaron tanto las elecciones? ¿Tal vez porque tienen miedo de perder?", gritaba, voz en cuello como es su costumbre, el ex presidente Kirchner al cerrar el acto de campaña en las elecciones convocadas para renovar la legislatura provincial en Catamarca. Nada tenía que hacer allí, como no sea llevar la voz oficial. Y los ciudadanos de Catamarca hablaron.
“Debemos dar por superado el escollo electoral”, expresó apenas una semana después en Chubut la señora presidenta, al anunciar su decisión de adelantar en cuatro meses las elecciones generales de renovación legislativa.
A todo esto, no se trata de cualquier período de cuatro meses. Es, justamente, aquél en el que todo el sistema político del país se moviliza para reunir sus Asambleas, Convenciones y Congresos, definir las plataformas y seleccionar las candidaturas a través de los procesos internos, en fechas que ya están fijadas en forma de complejos calendarios que cubren toda la geografía argentina.
De un plumazo, lo último que queda de la institucionalidad republicana en Argentina está al borde de ser bastardeado por la simple conveniencia del poder: “"Cada día que pasa perdemos votos por el campo y la inseguridad y crece el peronismo disidente en Buenos Aires", dijo una fuente oficial, que no fue desmetida, en declaraciones levantadas por el diario La Nación.
Las elecciones realizadas según los procedimientos establecidos son las reglas de juego básicas del poder en una democracia. A tal punto es así que el propio gobierno K, en lo que podría ser calificado como el único avance institucional de su gestión, había aceptado en el 2004 la fijación por ley de mayoría especial la fecha electoral en forma permanente, para evitar su manipulación por los oficialismos de turno. De esta forma, esta ley aprobada por el consenso de las diferentes fuerzas políticas prometía terminar con la nefasta práctica de las convocatorias escalonadas, aprovechadas por los oficialismos para organizar calendarios amañados a efectos de desatar “efectos cascada” con la finalidad de incidir en los resultados de las demás. Desde esa sanción, y para siempre, las elecciones se realizarían inexorablemente “el cuarto domingo de octubre anterior a la finalización de los respectivos mandatos”.
El tema no es menor. En el sistema constitucional argentino, que adopta para el gobierno de la Nación la forma “representativa, republicana y federal” –art. 1 de la Constitución Nacional- existen dos componentes constituyentes: las provincias, representadas en el Senado en forma igualitaria, anteriores a la Nación misma, y el pueblo de la Nación, que constituye una unidad indisoluble y así elige diputados y la fórmula presidencial cuando corresponde. La distorsión a este principio, que se había instalado en forma espúrea, fue revertida por la mencionada ley, único punto del magno proyecto de reforma política que el kirchnerismo había hecho su bandera, olvidada como todas las demás luego de su acceso al poder.
La imprevista decisión presidencial bastardea nuevamente el proceso. Legisladores que terminan su mandato inexorablemente el 10 de diciembre perderán su legitimidad –ya que no su legalidad- por el nuevo dislate, dejando al país virtualmente sin legislativo en el medio de una crisis global de proporciones. Nuevos diputados y senadores, elegidos seis meses antes de su entronización y sin posibilidad legal alguna de incorporarse a las Cámaras, generarán un Congreso virtual paralelo, como una fantasmal sombra de legitimidad, haciendo discutible lo que haga o deje de hacer el parlamento actual. En lugar de despejar la gobernabilidad, como lo ha manifestado en su nuevo y caprichoso giro discursivo el ex presidente Kirchner –presidente del partido justicialista, bueno es recordarlo, y participante del acto oficial en el que se anunció el cambio, sin vergüenza, pudor ni recato-, se dejará al país sin la mediación real del Congreso, condenado a la “política en las calles”, y sin el escenario mayor de debate del sistema democrático. La crisis anuncia conflictos intensos en todos los sectores, y no tendrán éstos otra forma que el reclamo social abierto. Lo estamos viendo en el campo, en las movilizaciones callejeras de los sindicatos, en los reclamos de desocupados, y en la violencia.
Siempre y cada vez más, la violencia.
Las elecciones, señora presidenta, no son un “escollo”, en el camino de un poder que habría llegado a sus manos “por la gracia de Dios”, como se atrevió a sostenerlo hace algunas semanas en su discurso de Villa Dolores. Son la forma de expresión institucionalizada de la soberanía popular, que a través de la Constitución y las leyes ha diseñado reglas de juego que no están previstas para que usted o su esposo sigan gobernando indefinidamente, sino para que la sociedad pueda articular sus conducciones con independencia de los intereses particulares de los funcionarios de turno. En sistemas institucionales complejos, como el argentino, la normativa electoral no se reduce al día del comicio. Implica una infinidad de pasos previos que enriquecen la calidad del proceso electoral, los que se verán afectados gravemente por su caprichosa decisión, que convertiría en cómplice a su propio partido y a quienes apoyen la iniciativa en el Congreso.
No deje que su soberbia le haga creer que su gestión es imprescindible. Es tan prescindible como lo fueron todos los que, antes que usted, creyeron que el poder era eterno y de su propiedad privada. En este caso, no sólo son prescindibles tanto usted como su esposo, sino que cada vez más es imprescindible el cambio. Este estilo de gestión ha provocado la pérdida de la mejor oportunidad que el país ha tenido en su historia, y nos está sumergiendo en una orgía de violencia, estancamiento y pobreza sin parangón en los tiempos modernos.
Piense, señora, que más allá de las alquimias de calenario que ha disparado con su esposo, ocho de cada diez argentinos rechazan su gestión.
¡Ocho de cada diez!
Ello no cambiará porque las elecciones sean antes o después. Como no cambiará la crisis económica, el desborde social, la rapiña a cuatro manos, la corrupción ramplona, la orgía de violencia. Lo único que conseguirá es bajar varios escalones más en la civilización política y quedar al borde de una implosión total que, una vez producida, no le dará indemnidad ni a usted ni a su esposo, aunque pretenda él ingenuamente escudarse en los fueros parlamentarios que no alcanzarán como artimaña evasiva para evitar dar cuenta de sus actos ante una justicia cada vez más despierta.
Los argentinos, señora, no somos patrimonio de su matrimonio. Somos un país, cuya mayoría creyó en la piel de cordero con que se vistieron en la campaña electoral haciéndo víctima del engaño a miles de argentinos, comenzando por su propio compañero de fórmula. No ha sido su gestión la anunciada gesta de unión nacional, respetuosa del disenso y del mandato de prohombres de todos los pensamientos, como lo difundiera en su campaña electoral prometiendo “calidad institucional”, sino la expresión del más puro sectarismo, plagada de intolerancia y latrocinios.
Sin embargo, como ha ocurrido desde 1810 hasta ahora, la justicia tarda, pero llega. La maniobra a la que están recurriendo en estos tiempos, de hacerse denunciar para obtener sobreseimientos amañados de jueces complacientes a fin de poder invocar después el “non bis in idem”, tiene patas cortas. El bastardeo institucional a que están sometiendo al Congreso terminará. Los argentinos están despertando. Tarde o temprano, tendrán que dar cuenta de sus actos ante la justicia imparcial, la que llegará cuando su régimen concluya y la Argentina reconstruya en plenitud la república democrática.
Ricardo Lafferriere
“Debemos dar por superado el escollo electoral”, expresó apenas una semana después en Chubut la señora presidenta, al anunciar su decisión de adelantar en cuatro meses las elecciones generales de renovación legislativa.
A todo esto, no se trata de cualquier período de cuatro meses. Es, justamente, aquél en el que todo el sistema político del país se moviliza para reunir sus Asambleas, Convenciones y Congresos, definir las plataformas y seleccionar las candidaturas a través de los procesos internos, en fechas que ya están fijadas en forma de complejos calendarios que cubren toda la geografía argentina.
De un plumazo, lo último que queda de la institucionalidad republicana en Argentina está al borde de ser bastardeado por la simple conveniencia del poder: “"Cada día que pasa perdemos votos por el campo y la inseguridad y crece el peronismo disidente en Buenos Aires", dijo una fuente oficial, que no fue desmetida, en declaraciones levantadas por el diario La Nación.
Las elecciones realizadas según los procedimientos establecidos son las reglas de juego básicas del poder en una democracia. A tal punto es así que el propio gobierno K, en lo que podría ser calificado como el único avance institucional de su gestión, había aceptado en el 2004 la fijación por ley de mayoría especial la fecha electoral en forma permanente, para evitar su manipulación por los oficialismos de turno. De esta forma, esta ley aprobada por el consenso de las diferentes fuerzas políticas prometía terminar con la nefasta práctica de las convocatorias escalonadas, aprovechadas por los oficialismos para organizar calendarios amañados a efectos de desatar “efectos cascada” con la finalidad de incidir en los resultados de las demás. Desde esa sanción, y para siempre, las elecciones se realizarían inexorablemente “el cuarto domingo de octubre anterior a la finalización de los respectivos mandatos”.
El tema no es menor. En el sistema constitucional argentino, que adopta para el gobierno de la Nación la forma “representativa, republicana y federal” –art. 1 de la Constitución Nacional- existen dos componentes constituyentes: las provincias, representadas en el Senado en forma igualitaria, anteriores a la Nación misma, y el pueblo de la Nación, que constituye una unidad indisoluble y así elige diputados y la fórmula presidencial cuando corresponde. La distorsión a este principio, que se había instalado en forma espúrea, fue revertida por la mencionada ley, único punto del magno proyecto de reforma política que el kirchnerismo había hecho su bandera, olvidada como todas las demás luego de su acceso al poder.
La imprevista decisión presidencial bastardea nuevamente el proceso. Legisladores que terminan su mandato inexorablemente el 10 de diciembre perderán su legitimidad –ya que no su legalidad- por el nuevo dislate, dejando al país virtualmente sin legislativo en el medio de una crisis global de proporciones. Nuevos diputados y senadores, elegidos seis meses antes de su entronización y sin posibilidad legal alguna de incorporarse a las Cámaras, generarán un Congreso virtual paralelo, como una fantasmal sombra de legitimidad, haciendo discutible lo que haga o deje de hacer el parlamento actual. En lugar de despejar la gobernabilidad, como lo ha manifestado en su nuevo y caprichoso giro discursivo el ex presidente Kirchner –presidente del partido justicialista, bueno es recordarlo, y participante del acto oficial en el que se anunció el cambio, sin vergüenza, pudor ni recato-, se dejará al país sin la mediación real del Congreso, condenado a la “política en las calles”, y sin el escenario mayor de debate del sistema democrático. La crisis anuncia conflictos intensos en todos los sectores, y no tendrán éstos otra forma que el reclamo social abierto. Lo estamos viendo en el campo, en las movilizaciones callejeras de los sindicatos, en los reclamos de desocupados, y en la violencia.
Siempre y cada vez más, la violencia.
Las elecciones, señora presidenta, no son un “escollo”, en el camino de un poder que habría llegado a sus manos “por la gracia de Dios”, como se atrevió a sostenerlo hace algunas semanas en su discurso de Villa Dolores. Son la forma de expresión institucionalizada de la soberanía popular, que a través de la Constitución y las leyes ha diseñado reglas de juego que no están previstas para que usted o su esposo sigan gobernando indefinidamente, sino para que la sociedad pueda articular sus conducciones con independencia de los intereses particulares de los funcionarios de turno. En sistemas institucionales complejos, como el argentino, la normativa electoral no se reduce al día del comicio. Implica una infinidad de pasos previos que enriquecen la calidad del proceso electoral, los que se verán afectados gravemente por su caprichosa decisión, que convertiría en cómplice a su propio partido y a quienes apoyen la iniciativa en el Congreso.
No deje que su soberbia le haga creer que su gestión es imprescindible. Es tan prescindible como lo fueron todos los que, antes que usted, creyeron que el poder era eterno y de su propiedad privada. En este caso, no sólo son prescindibles tanto usted como su esposo, sino que cada vez más es imprescindible el cambio. Este estilo de gestión ha provocado la pérdida de la mejor oportunidad que el país ha tenido en su historia, y nos está sumergiendo en una orgía de violencia, estancamiento y pobreza sin parangón en los tiempos modernos.
Piense, señora, que más allá de las alquimias de calenario que ha disparado con su esposo, ocho de cada diez argentinos rechazan su gestión.
¡Ocho de cada diez!
Ello no cambiará porque las elecciones sean antes o después. Como no cambiará la crisis económica, el desborde social, la rapiña a cuatro manos, la corrupción ramplona, la orgía de violencia. Lo único que conseguirá es bajar varios escalones más en la civilización política y quedar al borde de una implosión total que, una vez producida, no le dará indemnidad ni a usted ni a su esposo, aunque pretenda él ingenuamente escudarse en los fueros parlamentarios que no alcanzarán como artimaña evasiva para evitar dar cuenta de sus actos ante una justicia cada vez más despierta.
Los argentinos, señora, no somos patrimonio de su matrimonio. Somos un país, cuya mayoría creyó en la piel de cordero con que se vistieron en la campaña electoral haciéndo víctima del engaño a miles de argentinos, comenzando por su propio compañero de fórmula. No ha sido su gestión la anunciada gesta de unión nacional, respetuosa del disenso y del mandato de prohombres de todos los pensamientos, como lo difundiera en su campaña electoral prometiendo “calidad institucional”, sino la expresión del más puro sectarismo, plagada de intolerancia y latrocinios.
Sin embargo, como ha ocurrido desde 1810 hasta ahora, la justicia tarda, pero llega. La maniobra a la que están recurriendo en estos tiempos, de hacerse denunciar para obtener sobreseimientos amañados de jueces complacientes a fin de poder invocar después el “non bis in idem”, tiene patas cortas. El bastardeo institucional a que están sometiendo al Congreso terminará. Los argentinos están despertando. Tarde o temprano, tendrán que dar cuenta de sus actos ante la justicia imparcial, la que llegará cuando su régimen concluya y la Argentina reconstruya en plenitud la república democrática.
Ricardo Lafferriere
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